Actualidad

21/01/2022

 

Ir a actualidad

Gertrude Stein y la retórica del amor

La editorial Trampa reedita Q.E.D. Las cosas como son, la primera novela de Gertrude Stein, con traducción de Nora Catelli y Edgardo Dobry.

En Autobiografía de Alice B. Toklas, su particular libro de memorias en las que Gertrude Stein habla de sí misma y de su vida a través de la mirada y la voz de la que fuera su pareja y cuyo nombre  da título al libro, la norteamericana rememora, evidentemente en tercera persona, que la lectura de Tres vidas, su primera novela publicada  “conmovió profundamente a la cuñada de miss Stein, lo cual causó gran placer a la autora, ya que no podía creer que hubiera alguien capaz de leer cualquier texto salido de su pluma y sentir interés por él”. No hay autor que no sienta placer al saber que, a través de su obra, ha conseguido llegar a los lectores y despertar en ellos un cierto sentimiento de conmoción -y no pensemos solamente en términos sentimentales, sino también intelectuales-. Sin embargo, en el caso de Stein la satisfacción por su obra y por lo que esta suscita en los lectores resulta todavía más elocuente en cuanto nace de la inseguridad que la acompañó a lo largo de toda su vida y que la llevó a cuestionar constantemente su valía como autora.

Hija de un multimillonario de origen judío, la norteamericana Gertrude Stein se instaló en la capital francesa en 1902, poco después de que se mudara su hermano Leo, que, a pesar de llevar una vida ociosa y despreocupada en el París más bohemio de primeros de siglo, terminaría convirtiéndose en un respetable periodista y crítico de arte, autor de ensayos como The A-B-C of Aesthetics y Appreciation: Painting, Poetry, and Prose, publicado en 1947, año de su muerte. Entusiasta del arte -fue íntimo amigo de Matisse y de Picasso-, se convirtió junto a su hermana en uno de los coleccionistas más importantes del París de entonces. En el apartamento que compartía con Gertrude, podían apreciarse obras de Renoir, de Cézanne, de Toulouse-Lautrec o de Picasso, de quien compró Familia de saltimbanquis con mono y La chica joven con un cesto de flores. Sin embargo, por lo que él mismo confesó, de la obra de la que se sentía más orgulloso era de Retrato de madame Cézanne, cuadro bajo el cual Gertrude escribió precisamente Tres vidas.

En poco tiempo aquel salón del número 27 de la rue Fleurus se convirtió en un centro de encuentro intelectual y Gertrude en la mejor de las anfitrionas. “Los cuadros y los pasteles y los aguardientes eran de verdadera maravilla”, recordaría tiempo después Ernest Hemingway, un asiduo a la casa Stein y que siempre mantuvo una relación de amor-odio con aquella mujer “muy voluminosa, pero no alta, de arquitectura maciza como una labriega” y con “ojos hermosos y unas facciones rudas, que eran de judía alemana”, y que compartía su vida -y su casa- con Toklas. “Tenía una voz muy agradable, era pequeña y muy morena, peinada como Juana de Arco en los dibujos de Boutet de Monvel, y de nariz muy ganchuda”, escribiría el autor de París era una fiesta sobre Toklas que, tal y como recordaría el escritor, era la encargada de “dar conversación a las esposas”, mientras que en torno a Gertrude, anfitriona principal de aquellas reuniones después de que su hermano se instalara en Florencia en 1914, se reunían artistas y escritores, todos ellos demandantes de su atención. Fue, en parte, gracias a Sylvia Beach, a quien conoció nada más llegar a París, que Stein pudo relacionarse con muchos de los artistas de la época y, sobre todo, con la mayoría de los escritores norteamericanos que habían recalado en la ciudad del Sena, convertida en escenario fundamental dentro del proceso de formación de todo aquel que quería dedicarse a escribir.

 

Mucho más que una mecenas

 

Coleccionista y mecenas, Stein se convirtió en una especie de guía para la mayoría de esos jóvenes autores, que rivalizaban por su reconocimiento, además de ser la responsable de acuñar la etiqueta de “generación perdida”. Y, si bien es cierto que en las historias literarias y en los ensayos críticos se define a Gertrude Stein como una de las principales exponentes del modernismo, lo cierto es que estamos frente a una autora poco leída, a una escritora a la que todavía debemos reivindicar. Su vida y su personaje se han impuesto a su obra, algo que sucedió casi desde el inicio y de lo que, en parte, Stein parecía ser consciente. Esa inseguridad que dejó plasmada en sus textos autobiográficos parece ser precisamente el resultado de esto: los escritores eran los demás. ¿Hasta qué punto podía ella rivalizar con los autores que pululaban por su salón?, parece preguntarse en repetidas ocasiones, con el temor constante a una invisibilidad no deseada. Y, de hecho, “son recurrentes en la Autobiografía de Alice B. Toklas las alusiones a la angustia que aquella obstinada invisibilidad literaria -o peor aún, las burlas de la que era objeto su trabajo-”, señala Annalisa Mirizio en el prólogo de Q.E.D., Las cosas como son, la primera novela de la norteamericana y que ahora Trampa Ediciones vuelve a publicar. La obra, que no vio la luz hasta años después de la muerte de Stein y no sin algunos cambios promovidos por Toklas -quien trató de desdibujar los elementos autobiográficos que salpican todo el texto y hacían referencia, en concreto, a May Bookstaver, la anterior pareja de la escritora-, resulta de particular interés en cuanto puede definirse como una rara avis dentro de su producción literaria. Si bien contiene elementos sacados de la propia vida de Stein, nada tiene que ver con los textos autobiográficos que la harán popularmente conocida. Asimismo, tampoco puede inscribirse Q.E.D dentro de su producción más experimental, ahí donde, ya sea tanto en verso como en prosa, trasladó a la escritura algunas de las reflexiones que se estaban produciendo en la vanguardia pictórica, especialmente en el cubismo, e, influenciada por el teórico William James -hermano de Henry, de quien era una gran lectora- cuestionó conceptos como el de la literalidad o el de referencialidad. Sin embargo, y por paradójico que parezca, desde su posición descentrada respecto al resto de producción, Q.E.D. nos dice mucho sobre quién fue Stein y cuál era ese proyecto literario que, por entonces, todavía no había comenzado a tomar forma, pero que ya estaba ahí.

Q.E.D., Stein y la retórica amorosa

 

Gertrude Stein no era una boba. Sabía perfectamente que su verso no reflejaba el habla común. Sin embargo, sabía también que con ese “rosa es una rosa es una rosa” por primera vez en la historia de la poesía inglesa “la rosa se hacía roja de verdad”. Puesto que, como sostenía Stein, mientras que Homero o Chaucer todavía podían utilizar el nombre de la cosa para evocarla, en el presente, el principio de identidad se había roto: el lenguaje había dejado de nombrar, había perdido su referencialidad. A través de aquellos versos y en la línea del poeta Williams Carlos Williams, para quien no había ideas sino en las cosas, Stein quería devolver a la rosa el nombre de “rosa”, es decir, reunir el nombre y la cosa. Esta idea del lenguaje y, sobre todo, de la función de la poesía con y para el lenguaje funda los escritos más vanguardistas y experimentales de la norteamericana -particularmente relevante al respecto Aprender a escribir (Greylock)-, pero también está detrás del título de su primera novela: Q.E.D. es la abreviatura de quod erat demostrandum, locución que en latín significaba “tal y como queda demostrado” o “tal y como se quería demostrar”. Es decir, utilizadas como título, estas iniciales parecen apelar a la voluntad de la autora de narrar un triángulo amoroso rehuyendo de modelos previos y escapando de esos juicios previos que modifican nuestra mirada y nuestra narración de las cosas.

De la misma manera que quería devolver a la rosa la posibilidad de ser roja, Stein parece querer devolver al hecho amoroso la posibilidad de serlo, es decir, parece querer liberarlo de los estratos del lenguaje bajo el cual se esconde. “A la falta de modelos previos en la tradición literaria occidental, Stein opone la ‘desnudez casi escolar’ de su prosa”, apunta Mirizio, destacando, a continuación, “su actitud es libre de prejuicio, sin sentimentalismo, incluso libre de prejuicios literarios” a la hora de narrar la historia amorosa entre tres jóvenes estadounidenses: Adele, que se define como “típica representante de la clase media”; Mabel Neathe, una joven aristócrata de Nueva Inglaterra que “carece de claridad y de moral”, y Helen Thomas, nombre tras el cual la autora esconde la identidad de la que fuera su amante, May Bookstraver, de la misma manera que ella se esconde tras el de Adele. “Estoy tentada de decir, por lo pintoresco que pueda resultar, que en este aspecto yo soy el extremo opuesto a ti, pero la honestidad me obliga a reconocer que poseo una admirable constancia”, le confiesa Adele a Helen en las primeras páginas de la novela, durante esos primeros encuentros en los que va fraguándose una relación que continuará de forma epistolar, pero que se terminará rompiendo a causa de los celos de Mabel, incapaz de compartir el afecto de Helen. “¿No puede ver las cosas como son y no como serían si ella fuese lo suficientemente fuerte como para cambiarlas, puesto que no lo es?”, terminará preguntándose Adele tras leer la última carta que le envía Helen, y en estas palabras hay algo más que resignación ante un amor que se vuelve imposible, sino también la constatación de esa poética a la que se alude desde el título y que Stein desarrollará posteriormente;  de ahí que Toklas optara precisamente por “Las cosas como son” como título con el que permitir la publicación de dicha novela en 1950.

Porque en esta búsqueda constante de, como diría Williams Carlos Williams, “la cosa” –“Each time it rings /I think it is for /me but it is /not for me nor for // anyone it merely/ rings and we /serve it bitterly /together, they and I”, Stein se desprende de cualquier relato previo para narrar una experiencia concreta, la de estas tres mujeres, evitando caer en modismos o en “formas celebradas por la literatura”. Su literatura no parte de modelos concretos y es precisamente en este hecho donde está la radicalidad de su propuesta, tanto en términos literarios como políticos. Sin necesidad de proclamas, Stein rompe con la representación literaria heredada del realismo y, como señala Mirizio, liquida la idea de “una única poética patriarcal y una única retórica amorosa”. En otras palabras: con Stein, la palabra recupera el sentido del que la retórica, el uso y el abuso le quitó. La rosa vuelve a ser rosa y el hecho amoroso, amoroso.

 

Por  Anna Maria Iglesia

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies