Actualidad

21/03/2019

 

Ir a actualidad
Imagen: Dibujo de Ernesto García López (Detalle)

Limpiar los ojos

¿Cómo nos relacionamos con la realidad, con el mundo y el tiempo que nos tocan? Decía Spinoza que, para las personas, es útil todo aquello que las haga más aptas para afectar a otros seres, y para dejarse afectar más por ellos. Así lo explica la cita con la que se abre Los afectos (Varasek), el último poemario de Ernesto García López (Madrid, 1973), un libro en el que ese título despliega su polisemia para hablarnos a la vez de su sentido de vínculos y de capacidad de incidencia en lo que nos rodea.

Y abre también las posibilidades de la pregunta para indagar no sólo en cómo las personas nos relacionamos con la realidad, sino también en cuál es el diálogo con ella que puede establecer la poesía. El propio autor presenta este libro como “una suerte de poesía documental”. Parte, de manera explícita, de un hecho cierto y mediático: la crisis de los refugiados en el Mediterráneo durante el verano de 2015. Desde la posición de un turista que, en las costas griegas, ve cómo se despliega “el dolor justo al lado de la quietud”, la voz poética ejerce, sí, una vocación documental frente a un “sumarísimo silencio de cobre”.

Pero estamos hablando de poesía. Y, por eso, el lenguaje es una herramienta, pero no de transcripción sino de interpretación. No es un espejo, sino más bien una palanca que saca de sitio los hechos aparentemente unívocos, los despieza en preguntas, cambia las perspectivas, escudriña detrás de cada certeza. “El pensamiento consiste en boquear”, escribe. “Sucede / tu deambular por el desierto”, escribe.

Decía José Hierro que toda su poesía podía dividirse entre alucinaciones y reportajes. Algo parecido ocurre en este libro. Textos en prosa van dando en un lenguaje claro y explícito los flashes de esa realidad que apela a la escritura (y que, advierte, bien podría estar viéndose trastocada también por la memoria): reportaje. En enigmático diálogo con ellos, poemas que sacan los hechos de quicio, que mezclan tiempos y realidades, que conjugan imágenes y lenguajes: alucinación.

Acompañan, también, a los versos, dibujos. Ernesto pinta desde la creencia de que no es algo distinto a hacer poemas. Trabaja borrones como manchas sobre la piel de la tierra, como caminos que se difuminan.

Si algo es difícil, en ese ejercicio de dar testimonio, es hallar la voz que pueda hacerlo. ¿Desde dónde cabe contar las historias ajenas? ¿Desde dónde las propias? “Tiene el mar muchas voces; muchos dioses y muchas voces”, apunta una cita de Eliot. Lo interesante de la propuesta de Los afectos es que esos otros de los que se habla no son lo ajeno, sino parte de un “nosotros”. Se trata de hacerse cargo de lo que ocurre, de incorporarlo, de entender que somos parte de una misma historia.

Porque, aunque “el puerto no sabe de subjetividades”, el yo poético irrumpe en el testimonio, sus realidades íntimas se entrecruzan con lo colectivo: “hoy te acuerdas de ella / de su gesto / de todo el daño que causaste / (…) al grano / déjate de melancolías y ve a avisar a los nacionales”. Todo está en todo, decía el título del anterior poemario de Ernesto García López, y de algún modo ese parece seguir siendo su leit motiv. Ese “presente / de saberse en guerra con uno / y al mismo tiempo en calma / con aquellos que son / un eje inmóvil”. De igual modo que a la propia vida, se apela a la de otros: los lugares de origen de los errantes, las vidas que quedan bajo el mar.

Igual que irrumpen también en el texto citas ajenas. De dos autores, sobre todo: Homero y Eliot, jalonando la escritura propia con una extraña genealogía. En ella, como protagonista, el viejo Mediterráneo, cuna de la Europa en la que una vez creímos, esa que fundaron las culturas al encontrarse e intercambiar sus historias, en contraste con la que hoy se erige en muros y en abandonos.

“Y luego sal a la calle / para avisar a todos/ que vienen tiempos de resistencia”, escribe Ernesto, en diálogo con un Eliot que dice que “es cada intento un comienzo totalmente nuevo”. ¿De qué sirve este empeño en poner palabras a lo que sucede? ¿Sirve, en fin, de algo? Dice uno de los epígrafes que cierran el libro, en palabras de Karl Kraus, que “el arte sirve para limpiar los ojos”. Cuando los números y las repeticiones empiezan a impedirnos ver, tal vez esto sea lo mejor que pueda hacer la poesía que quiera afectar –y ser útil, por tanto–.

 

Por  Laura Casielles

 

* 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies