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02/10/2018

 

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Nanni Balestrini y Pere Gimferrer: un viaje (poético) de ida y vuelta

Traducir es mucho más que expresar en un idioma aquello que está expresado en otro, porque traducir tiene que ver con la lengua, pero no solo. Como señala la RAE en la segunda y tercera acepción del término, traducir es “convertir, mudar, trocar”, pero también “explicar, interpretar” y, en cierta manera, el pasado fin de semana, en el marco de Cosmopoética, sobre el escenario del teatro Góngora de Córdoba, se reunieron estas tres acepciones del verbo a través de dos figuras claves de la poesía europea del siglo XX: Nanni Balestrini y Pere Gimferrer. El poeta italiano y el poeta catalán son representantes de dos culturas, la italiana y la española, y de dos generaciones poéticas que se tradujeron mutuamente, es decir, se miraron la una a la otra, se explicaron y se interpretaron, convirtiéndose la una en el reflejo de la otra.

Diez años separan la antología I novissimi de Alfredo Giuliani que descubrió a Balestrini y a una generación de nuevos poetas italianos de la antología 9 Novísimos en la que Castellet reunía a 9 poetas nuevos –“el número no es baladí”, comenta Gimferrer, “era un efecto fonético, pero también una alusión a la antología de Giuliani”-  y diez años separan también al poeta italiano de Gimferrer. Diez años que, sin embargo, parecen desdibujarse si se considera los contextos tan diferentes en los que se publicaron las antologías y que sitúan a Balestrini en una Italia que debía repensarse como república democrática tras casi veinte años de fascismo y una guerra mundial y a Gimferrer en una España y, más concretamente, en una Barcelona que, a pesar de sus ansias de ruptura, sobrevivía bajo la sombra de una dictadura a la que todavía le quedaban algunos años de vida. En este sentido, los dos grupos poéticos -Gimferrer insiste en que los novísimos no eran una generación, sino un grupo de poetas seleccionados por Castellet no por una poética compartida, sino por su diferencia con respecto a la generación anterior- escribían a partir de un pasado y con vistas a un futuro poético, histórico y político que debía definirse por la ruptura, empezando por la ruptura lingüística. “Era necesario encontrar un nuevo lenguaje para hablar de la Italia que se estaba construyendo”, comenta Balestrini y, en cierta manera, esta indagación en un nuevo lenguaje capaz de contar un nuevo tiempo es lo que también definía a Gimferrer y a sus compañeros de antología, con la diferencia de que, en el caso de los poetas españoles, el nuevo lenguaje se enfrentaba, antes que nada, con el vacío que había dejado y seguía dejando la dictadura al expulsar al exilio a una generación de poetas y al obligar a quienes se quedaban a amoldarse a los rígidos parámetros permitidos por la censura.

 

Mientras Balestrini y su generación miraban hacia atrás para romper radicalmente con las vanguardias, en concreto, con el futurismo que había avalado, empezando por su fundador, Filippo Tommasi Marinetti, el fascismo, Gimferrer y los novísimos de Castellet se retrotraían hasta la Generación del 27 para proseguir con la exploración poética que la guerra había truncado. “La generación del 27 encuentra su continuidad en Latinoamérica”, sostiene Gimferrer, “en autores como Octavio Paz o Nicanor Parra”, poetas en los que los jóvenes elegidos por Castellet se miraban como también se miraban, sobre todo en el caso de Gimferrer, en la poesía de Blas de Otero, “que era algo más que un poeta social, era un poeta que venía directamente del 27, cuya lección había heredado”. De la misma manera que la generación de Balestrini, conscientes, como dice uno de sus poemas, de que “un nuevo mundo está naciendo”, buscaba repensar el lenguaje, los novísimos buscaban también un nuevo lenguaje poético y lo encontraban sobre todo fuera, en la poesía en lengua inglesa o francesa, a la que accedían directamente o a través de las traducciones, y en la ensayística. En efecto, la tradición marxista tuvo, sobre todo en Gimferrer, un papel fundamental en su formación poético-crítica; Lukács, autor que en los años sesenta se convirtió en una lectura indispensable en los circuitos intelectuales italianos, fue un autor que Gimferrer no solo leyó con atención en su momento, sino que ha vuelto a leer recientemente.

 

La poesía era un motor de este cambio, porque transformar el lenguaje es el primer paso para transformar la sociedad.

El nombre de Lukács es esencial para comprender, en cierta manera, los nexos entre Gimferrer y Balestrini, cuya trayectoria se diferencia de la del poeta catalán en cuanto se ha definido siempre por su fuerte compromiso político y su activismo. Perteneció al grupo fundador de Potere Operaio, participó en Autonomía operaia, siendo acusado en 1979 de ser uno de los inspiradores intelectuales de las Brigadas Rojas. Balestrini irá al exilio y allí conocerá la noticia de su absolución, tras la cual regresará a Italia. Su obra es testigo de su experiencia política y de sus convicciones, unas convicciones que compartía con sus compañeros de antología. “Mi generación estaba unida no tanto por una idea común de poesía, sino por la voluntad de cambiar la sociedad. Veníamos de un país destruido por la guerra, un país fragmentado por unos dialectos que, sin embargo, comenzaban a perder su protagonismo puesto que la televisión italiana apostó por un italiano único, común”,  donde las particularidades dialectales quedaban anuladas. Llegaba la uniformidad lingüística en un país que, sin embargo, todavía tenía que encontrar su nueva forma: “En los 50, Italia estaba pasando de ser un país agrícola a un país industrial. Las regiones del norte se convirtieron en zonas industriales a las que llegaban un gran flujo de inmigración desde el sur. La sociedad estaba cambiando y era necesario encontrar un nuevo lenguaje capaz de contar estos cambios”, comenta Balestrini, para quien la poesía era un motor de este cambio, porque transformar el lenguaje es el primer paso para transformar la sociedad.

Agitador cultural, Nanni Balestrini fue y, en parte sigue siendo, un neo-vanguardista, un autor para quien la experimentación forma parte esencial de todo ejercicio creativo. En este sentido, la palabra rupturista no le es ajena como tampoco se lo es a Gimferrer, uno de los poetas más influyentes de la poesía española del siglo XX, que a lo largo de su trayectoria ha jugado con el lenguaje creando poemas extremadamente complejos –“la poesía no está para entenderse”, sostiene-, donde referencias a la cultura clásica se entremezclan con la cultura pop, con imágenes provenientes de la historia del cine y con alusiones, más o menos veladas, a la situación política. Diez años separan las antologías que los presentaron al público, diez años que, sin embargo, se borraron a través de la lectura: los 9 novísimos de Castellet no se podría entender sin los Novissimi de Alfredo Giuliani, pero el viaje fue de ida y vuelta. El crítico italiano Franco Fortini mostró abiertamente su desagrado hacia la antología de Castellet, quizás porque viera en aquellos jóvenes poetas ese mismo gesto de ruptura que, diez años antes, habían protagonizado otros jóvenes, esta vez, en su país. Balestrini y Gimferrer representan dos experiencias paralelas, dos nuevas formas de expresión poética que, desde lenguas distintas, buscan traducir en palabras, en versos, ese nuevo tiempo que estaba llegando.

 

Por  Anna Maria Iglesia

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