Actualidad

04/10/2018

 

Ir a actualidad

Paula Bonet y María Sánchez: derribar silencios

Paula Bonet y María Sánchez mantuvieron una conversación el pasado sábado dentro de los actos de Cosmopoética.

Si en su día Wittgenstein dijo que de lo que no se puede hablar, es mejor callarse, aunque tiempo después se desdeciría de sus propias palabras, hoy Paula Bonet y María Sánchez hacen suya una máxima que bien podría tener ecos wittgensteinianos: de lo que ha sido callado, es mejor hablar. “De aquello de lo que no se habla, no existe”, defienden en perfecta sintonía la pintora y la poeta, cuyo trabajo nace en gran medida de la voluntad de narrar, contar, aquello que ha permanecido silenciado en cuanto perteneciente a la experiencia y al mundo de las mujeres. Si en Roedores Bonet aborda, desde la experiencia personal, el tema del aborto espontáneo, en su Cuaderno de campo, Sánchez no solo se reivindica como la tercera generación de veterinarios, sino que reivindica también el papel de la mujer en el campo así como el medio rural como una realidad que debe ser contada por quienes realmente la conocen y la viven. “El mundo lo han contado siempre los hombres y, a día de hoy, los hombres que narran el mundo rural lo hacen desde el desconocimiento, porque no tienen nada que ver con el mundo rural. Escriben desde las ciudades, hablan de la despoblación del mundo rural, pero nunca han vivido en el campo ni conocen realmente sus problemáticas”, comenta Sánchez, que actualmente está trabajando en un ensayo sobre las mujeres del mundo rural y cuyo poemario, Cuaderno de campo, volverá a publicarse en una nueva edición ilustrada por Paula Bonet, que no solo se muestra entusiasmada con el proyecto, sino que confiesa la afinidad que desde el primer momento sintió con la poesía de Sánchez.

La afinidad entre ambas creadoras radica principalmente en el lenguaje, en la manera en que ambas conciben el lenguaje de la creación, estrechamente vinculado a la experiencia personal y al contexto. “El escritor”, escribía María Zambrano en Por qué se escribe,  “renuncia a hablar porque desea decir otra cosa escribiendo. Para decir otra cosa el escritor hace un pacto con el silencio y busca hacer callar la palabra vacía, el parloteo, la vanidad del discurso común para decir otra cosa”; Sánchez y Bonet huyen también de la palabra vacía, del parloteo, del trazo sin motivo. Si pintar es una forma de escribir, es hacer hablar las imágenes, escribir es evocar imágenes con palabras; pintar y escribir son dos maneras de llenar ese vacío que, sin embargo, se imponen cuando ambas artes sucumben al parloteo, cuando, siempre en palabras de Zambrano, dejan de ser un acto de fe, dejan de ser fieles “a aquello que pide salir del silencio” y se ponen al servicio del mercado o del público. “Hay que desvincular la creación del producto”, afirma con contundencia Bonet, “hay que desvincularlo de lo que exigen la moda, las marcas o el público”, porque el compromiso con uno mismo y con el contexto radica precisamente en escribir, en crear, a la contra, rompiendo silencios, desquebrajando tabús, desmontando certezas. En definitiva, crear tiene siempre algo de incomodidad, tanto para el creador como para el lector/espectador.

 

“Necesitaba un lugar desde el cual nombrarme”, comenta Paula Bonet, reconociendo que el origen de Roedores está en el tomar conciencia “de que mi formación emocional e intelectual era masculina, de que los libros que más admiraba los habían escrito hombres o que los artistas que más respetaba eran hombres. Tuve que poner en discusión lo que había aprendido, el relato que me habían contado”, prosigue la artista, para quien fue esencial descubrir a artistas y a escritoras sobre las que apenas sabía nada o a las que nunca había leído. La Sed, de hecho, es en gran medida resultado de esa exploración por la literatura escrita por mujeres, una literatura en la que Bonet encontró ese lugar desde el cual  poder nombrarse. “Tras el segundo aborto, me di cuenta de que tenía que escribir sobre lo que me había pasado. Yo me había refugiado en autoras como Anne Sexton que cuentan lo difícil y duro que puede ser madre, autoras que me contaban lo que nadie me había contado y que yo había vivido en mis dos embarazos. Me di cuenta de que yo admiraba mucho a esas mujeres, pero que yo no estaba haciendo lo mismo si no escribía acerca de mi experiencia como ellas sí lo habían hecho”. De esta toma de conciencia nace Roedores, nace de la conciencia “de lo importante que es poner sobre la mesa determinados temas para llevarlos al debate público y a lo político” y nace de una puesta en discusión de una misma, de las ideas recibidas y asumidas. En otras palabras, La Sed o Roedores nacen del resquebrajamiento del marco: Bonet sale del marco y se convierte “en sujeto” y toma la palabra, aunque implique cuestionarse a una misma.

Este auto-cuestionamiento está también presente en la obra de Sánchez: “Cuaderno de campo nace para recordar a mi abuelo. Yo desde siempre había querido ser como él y como mi padre, pero al comenzar a escribir me di cuenta de que las mujeres en el mundo rural tienen un papel muy importante.” Como Bonet, Sánchez reconoce que su formación intelectual y emocional era masculina, “mis escritores favoritos, los ecologistas que más me interesaban… Todos eran hombres” y, como Bonet, hace de su escritura el espacio para nombrarse y nombrar lo silenciado. Sánchez es la tercera generación de veterinarios y, sobre todo, es una mujer veterinaria que habla de un mundo que nunca narran quienes lo habitan.  “En lugar de hablar de la despoblación, hablemos de los problemas que tiene el mundo rural, hablemos de que es necesario que en los pueblos haya escuelas y médicos, protejamos las tradiciones, conversemos con los últimos pastores trashumantes y no perdamos su testimonio, informémonos de dónde vienen los productos que consumimos…”, señala Sánchez. Puede que la tendencia imponga ahora hablar de despoblación y de pueblos vacíos, sin embargo María Sánchez reclama que lejos de acomodarnos a este discurso, “siempre realizado desde fuera y por quienes no conocen el mundo rural”, se comience “a hablar de lo que no se está haciendo contra la despoblación y se reconozca que el mundo rural es un patrimonio que no se puede perder, que tenemos que conservar. La cultura”, concluye Sánchez, “no está solo en los museos”.

Decía Maurice Blanchot que escribir es una terrible responsabilidad y, sin duda, para Paula Bonet y María Sánchez lo es. Sus creaciones, diría María Zambrano, “son fragmentos de carne, de la carne del lenguaje que el habla no deja de excluir”. Bonet y Sánchez incluyen lo que otros excluyen, nombran lo que otros callan. En definitiva, crean rompiendo silencios.

 

Por  Anna Maria Iglesia

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies