Hay un prestigio, en España y el resto del orbe, que sólo posee lo prohibido; lo proscrito o censurado por la vía que fuere. La consecuencia suele ser que se estimule justo lo que se trata de evitar, es decir, su divulgación. Pero parece ser que ciertas fuerzas vivas no han aprendido esto aún, desde el Santo Oficio para acá. En el caso de Fariña, sin embargo, el libro sobre el narcotráfico en Galicia escrito por el periodista Nacho Carretero y publicado por Libros del KO, el prestigio y el éxito ya venían de antes: llevaba 40.000 copias vendidas en el momento en que a una juez se le ocurrió secuestrar la publicación, cosa que ha durado cuatro meses. Habrá quien piense que les hizo un favor, la persona que interpuso una demanda (estratosférica) por vulneración de su honor (porque su nombre salía en el libro, mencionado en dos líneas exactamente), pero tanto autor como editores tienen claro que hubieran preferido ahorrarse tal campaña publicitaria.
Emilio Sánchez y Alberto Sáez –dos de las tres patas de Libros del KO, junto a Guillermo López– acudieron con el propio Carretero a la librería Jarcha, en el barrio madrileño de Vicálvaro, el pasado viernes 29 de junio, para celebrar junto a los lectores la liberación de su obra; para que contasen, de manera distendida ya, cómo fue el trance. Y de paso, también, reanudar el recorrido del libro: como recordaron, por mucha publicidad que hubiera, nadie pudo comprar un solo ejemplar en todo este tiempo.
Lo que no tenía “recorrido” alguno, pensaron siempre, era el proceso judicial en que se vieron inmersos: les pedían medio millón de euros por vulneración del honor. “¿Pero quién es este tío?, fue lo primero que dijimos”, relataba Emilio Sánchez. Les ayudó el mismo índice onomástico del libro: se trataba de un señor que comparecía dos veces, dos, en todo el volumen de Carretero, mencionado de manera sucinta como “procesado” por narcotráfico (lo cual era cierto): literalmente, el hombre era, es, una nota al pie. Pero quién dijo miedo.
En el caso del demandante, ninguno; en el caso de los demandados, bastante, e in crescendo: “¿Pero ahora qué hacemos?”, se preguntaron entonces: sólo eran “tres colegas con una editorial, obviamente sin departamento legal ni nada parecido”, contó Alberto Sáez. Se fueron quedando “amarillos” al calcular el presupuesto que necesitarían para hacer frente al contencioso, en caso de prosperar.
Pero de ninguna forma esperaban que la fiscalía se pronunciara a favor del secuestro del libro. La juez de marras, por su parte, tampoco podía esperar la polvareda pública que tal decisión iba a levantar: “No eran conscientes”, según Albert, “del calado que tiene secuestrar un libro en el siglo XXI, cosa que sólo había pasado cinco veces en democracia” en nuestro país; alguna por derechos entre editoriales y alguna más por las célebres portadas monárquicas de El Jueves.
¿De dónde pudo proceder ese ataque de honor del tal “procesado”? Todo apunta a que del poderoso caballero: “Esto se empieza a mover en el momento en que se sabe que va a haber una serie de televisión”, producida por Atresmedia, basada en la serie. “Aquí hay pasta”, pudo haber pensado el interfecto. Su argumento para demandarles tenía la solidez del aire, pero mientras tanto aprovechó para darse una vuelta por algunos platós de televisión. Los editores y el autor decidieron hacer justo lo contrario; llamar la atención lo menos posible.
Para Carretero, el caso no tiene a la postre demasiada vuelta de hoja: no existió, dice, ninguna conspiración en la sombra para boicotear el libro; simplemente “una conjugación de factores”, entre la ignorancia y la desidia en el juzgado, que acabó llevando al secuestro. “A partir de ahí”, dijo el periodista, “Fariña se escapó de nuestro control y se convirtió en herramienta política y social” enarbolada en los contextos más peregrinos –hasta en la cuestión de Cataluña–. “Decidimos apartarnos de todo el foco y aquel ruido tan salvaje, porque nos superaba”. Finalmente, sin embargo, el caso va acabando bien; han suspendido la retirada del volumen tras el dictamen de la Audiencia Provincial de Madrid, y sólo esperan que no haya más sustos derivados de algo “que jamás debió ocurrir”.
Sobre aquello de la publicidad gratis et amore por el escándalo: “Bueno, sí”, admitía Emilio; “hubo cinco o seis días en que se dispararon puntualmente las ventas. Pero es que antes del secuestro ya era un best-seller, con quince ediciones. La primera llegó agotada a las librerías. Vendimos los derechos para su traducción a seis o siete idiomas, nos compraron los derechos para hacer la serie… El libro no necesitaba ese escándalo”. Sobre todo, “porque se pasa muy mal”. Hubo miedo, tensión y enfado durante meses, en los cuales la editorial estuvo más bien parada. De modo que, en cierta manera, lo comido por lo servido: “Ojalá”, sí, esta notoriedad última sirva para recuperar lo que no se pudo vender en este tiempo. “Hubiéramos preferido que no ocurriera”.
También por motivos de estricto pundonor literario y editorial: “Es un libro muy bueno y queremos que se lea por eso, no por la polémica. No es mérito de la justicia” su éxito. Los lectores (entusiastas, preguntones, cómplices) que se dieron cita en Jarcha el pasado viernes podían dar fe de ello; leyeron, o más bien devoraron Fariña por tratarse de un ejercicio periodístico de primer nivel con una pluma a la altura de las circunstancias. “En Galicia”, explicó Carretero, “creces rodeado del fenómeno del narcotráfico. Me llamó siempre la atención este tema, pero sobre todo que lo viésemos allí como normal”.
A los editores de Libros del KO no les pareció nada normal lo que Carretero les trasladó como sinopsis en la primera propuesta para escribirlo: “Somos una editorial de no-ficción”, le dijeron, creyendo que todo aquello era eso, ficción (“confirmé lo que ya sospechaba: que la gente fuera de Galicia no se creía” lo que pasa allí). Pero lo que contaba eran hechos contrastables a la diáfana luz del día. Toda esa madeja constituía una historia “que merecía ser contada”, según el autor, así como se había contado de manera profusa la mafia siciliana o la napolitana, o el narcotráfico mexicano. Tenía claro, además, que debía contarse con un brío que permitiera su llegada a cualquier tipo de lector, y así fue.
Algún escalofrío hubo, admitió también Carretero, en el momento de poner nombres y apellidos de los implicados en ese ámbito. Pero no iba a esperar una demanda de uno de los personajes más irrelevantes de la historia. Claro que también hubo quien le escribió quejándose por lo contrario: o sea, por no haberle mencionado siquiera (los caminos del ego, como los de la justicia española, también son inescrutables).