La Asociación de Librerías de Madrid ha querido reconocer el apoyo incondicional que la escritora, periodista y ensayista Rosa Montero ha mostrado, a lo largo de su dilatada carrera, a las librerías, así como la relación cálida y cercana que la autora de La ridícula idea de no volverte a ver ha mostrado siempre hacia los libreros. En ocasión del Día de las Librerías, conversamos con Rosa Montero.
¿Qué ha significado para usted recibir el galardón?
La verdad es que me ha emocionado mucho el recibirlo, pues desde siempre tengo una relación muy estrecha con los libreros. Creo que los libreros no solo son una gente maravillosa, sino que vertebran la cultura de una sociedad. Los libreros forman indudablemente parte del esqueleto esencial de la cultura de un país a la vez que, con sus librerías, constituyen lugares de encuentro social y cultural. Yo he viajado a ciudades de provincia muy pequeñas y a pueblos, donde la librería, gestionada por heroicos libreros, es el único lugar de encuentro cultural y social y, al mismo tiempo, el único agente de agitación cultural no solo del pueblo, sino a veces de toda la comarca. Por este motivo, por su labor y por su amor por y para los libros, estoy agradecida por este premio. Que gente tan admirable como los libreros, de repente, te premie no solo me alegra mucho, sino que dota al premio de un valor especial.
¿Se acuerda de sus primeras visitas a las librerías?
Todos los escritores somos ante todo lectores apasionados y yo fui desde muy pronto una gran lectora. Yo aprendí a leer muy pronto, puesto que mi madre me enseñó antes incluso de que yo fuera al colegio. Por tanto, como te decía, empecé a leer desde muy muy pequeña. Yo vengo de una familia con muy pocos recursos así que yo guardaba todas las pequeñas propinas que iba recibiendo a lo largo del año para, en Navidades, poder ir a la Casa del Libro de la Gran Vía y comprarme libros. Me acuerdo muy bien de entrar con mi pequeña hucha en la librería. Era el rito de cada Navidad. Me pasaba horas mirando libros, pues tenía que administrar muy bien el poco dinero que tenía y, sobre todo, tenía que elegir muy bien el o los libros que me iba a comprar. Me acuerdo todavía lo que me pasó un año: de los primeros relatos que leí fueron los cuatro que venían en una cajita que me regalaron. En esa cajita había El gigante egoísta de Oscar Wilde, un cuento de Selma Lagerlöf cuyo título no recuerdo y otros dos relatos de los que no recuerdo ni el título ni el autor. Por entonces tendría unos siete u ocho años, así que, esas Navidades, cuando yo ya había leído los cuatro cuentos que contenía esa cajita, fui a la Casa del Libro en compañía de mi tía. Mirando los libros de las estanterías me encontré con El retrato de Dorian Gray: de inmediato me empeñé en comprarlo. Yo ya había leído aquel relato de Wilde, así que estaba entusiasmada con la idea de leer otro libro suyo. El librero, sin embargo, al verme tan decidida me decía que no era un libro para mí; sin embargo, yo estaba empeñada en comprarlo, por Wilde y porque era un libro pequeñito que no costaba demasiado. Al final, fui tan insistente que acabé por comprarlo; eso sí, cuando llegué a casa, mi padre, que, a diferencia de mi tía, sí sabía de qué iba el libro, me lo confiscó y no me lo dejó leer.
¿Tiene o ha tenido una librería de referencia?
Ha habido varias librerías muy importantes a lo largo de todos estos años. Por supuesto, ahí está la librería Machado, que ha sido esencial; pero también tengo que citar a la librería Alberti y a Marcial Pons, cuyos libreros son unos verdaderos cracs a la hora de buscar libros. Me han encontrado ejemplares verdaderamente imposibles, libros que necesitaba para distintos trabajos periodísticos y que no sabía dónde encontrar. Cuando les era difícil conseguirme el libro que necesitaba no se daban por vencidos y, en alguna ocasión, han llegado a pedir a algunos de sus mejores clientes que me prestaran el libro que yo estaba buscando y que ellos sí tenían. Te he citado estas tres, pero hay más, tengo varias librerías de referencia a la hora de ir a buscar nuevas lecturas o material para escribir libros y artículos.
¿Es, a su vez, cliente de librerías de viejo?
Yo suelo ir a las librerías tradicionales, nunca a las de viejo. Y es que no soy nada, pero absolutamente nada, bibliófila. No me interesa ir y buscar libros antiguos, así como tampoco me interesa venerar el libro como algo sagrado. Para mí, el libro es un ser vivo y de ahí que no lo venere nada. Cuando leo, subrayo mucho los libros con bolígrafos, anoto determinadas cosas y utilizo las páginas en blanco que siempre se añaden al final para apuntar impresiones e ideas que me han surgido a lo largo de la lectura. De esta manera, las notas quedan juntas, en el mismo volumen, al libro al que se refieren.
Es decir, en los libros queda inscrita la lectura.
Sin duda. Y no creo que sea yo la única, casi todos los escritores anotan y subrayan cosas en los libros que leen. Como te decía antes, los escritores somos ante todo lectores apasionados.
Se dice que la crítica literaria ya no es prescriptora, que los libreros son los verdaderos prescriptores.
En España, puede que en mi niñez fuera diferente, pero al menos desde que soy adulta, la crítica literaria de los periódicos no ha sido respetada social y culturalmente. Y esto no es porque tengamos malos críticos o porque seamos malos lectores, sino porque no se le ha dado a la crítica periodística el lugar de respeto que sí ha tenido en otros países. Pienso, por ejemplo, en el mundo anglosajón: ahí la crítica no solo es respetada, sino que es considerada un género literario por sí sola. Esto hace posible que los críticos puedan realizar su trabajo en condiciones. Aquí, sin embargo, tienen que hacer veintisiete críticas, artículos…Además, aquí la crítica ha estado muy mediatizada, ante todo, por las propias editoriales, siempre ha habido intereses de por medio, han existido y siguen existiendo camarillas… Por todo esto, diría que la crítica literaria en periódicos en España nunca ha sido particularmente importante. De hecho, yo que ya tengo una carrera muy dilatada, te puedo decir que me he encontrado a veces con gente que me ha felicitado con entusiasmo por una crítica de mi libro, a pesar de que se tratara de un juicio negativo. Y es que no se leían la crítica; al ver que ocupaba espacio en las páginas del diario, creían que la publicación de la reseña era algo positivo de por sí. Lo que quiero decir con esto es que lo que sigue siendo importante es la visibilidad, ocupar espacio mediático, pero no la crítica.
En cambio, los libreros…
Los libreros siempre han sido los grandes prescriptores, siempre han jugado un papel muy importante. Como te decía al inicio, además de prescriptores, los libreros son los que han articulado el tejido cultural de una determinada población o de un barrio.
¿Es de las que pide al librero que le recomiende libros antes de comprar?
Evidentemente soy una persona que me dejo recomendar por libreros y amigos, pero no suelo entrar en las librerías en busca de una recomendación. Por suerte o por desgracia, ya compro muchos libros por mi cuenta sin necesidad de que me recomienden. Tengo la casa llenísima de libros, de libros que no sé si me va a dar tiempo a leer antes de morirme.
Ahora que se acercan las elecciones, no está de más hablar de la ausencia de políticas culturales.
La cultura importa un bledo a todos los gobiernos. Basta ver el debate político del otro día: de cultura no se habló para nada. La cultura es una cosa en la que ningún político se detiene, es como si no formara parte de la política y, sin embargo, para mí no hay nada más político, en el más amplio sentido de la palabra, que la cultura. La cultura define nuestra relación con la realidad, la manera en cómo ordenamos nuestra relación con todo lo que nos rodea. Las librerías no solo se enfrentan a este desinterés por la cultura, sino también a la revolución industrial y, en concreto, a las nuevas formas de relacionarnos con la lectura y la escritura y con el tiempo de ocio. Y, por lo que se refiere al ocio, la aparición de los smartphones ha hecho que baje los índices de lectura. Han usurpado ese tiempo que antes dedicábamos a leer. La lectura siempre había sido minoritaria, pero se trataba de una minoría cada vez más grande. Sin embargo, por primera vez, en los últimos años el tiempo de lectura y los lectores han disminuido. Yo estoy convencida de que gran parte de culpa la tienen los smartphones, que nos roban diariamente cinco horas. Son las cinco horas dedicadas al ocio que, antes, muchos ocupaban en la lectura, pero también al cine o a ver series. Adaptarse a este nuevo modelo de consumo y de entretenimiento no es fácil, está costando mucho, pero creo que la cultura y la lectura podrán y pueden sobrevivir, a pesar de todo.