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29/11/2020

 

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Imagen: Magda Zavala (c) Emmanuel Calvo Canossa

Vindicación de las cuentistas silenciadas

“Corrí y corrí siguiendo la pista luminosa hacia la salida (…) Afuera, pude reconocerme de pie, íntegra, dispuesta a nacer entre las aguas”, cuenta la protagonista De la que amó a un toro, el relato de la escritora puertorriqueña Magda Zavala. De la misma manera que Nora de Casa de muñecas, la protagonista de Zavala también abandona a su agresor y, de un portazo, sale de esa casa convertida en prisión, en espacio de violencia. El gesto transgresor de Nora frente a Torvaldo ha sido innumerables veces representado sobre la escena en teatros de medio mundo, pero ¿qué fue de aquella mujer que, venciendo al miedo, se atrevió a decirle a su marido, a ese hombre que “me hacía gritar en la intimidad, de miedo o incomprensión, o de placer”, que quería otra cosa, otra vida para ella y para su hijo? Su destino fue el mismo que el de su autora. Y es que mientras leíamos a Ibsen, Zavala permanecía en la más absoluta oscuridad.

¿Hasta qué punto podemos hablar de olvido? No, “no estamos hablando simplemente de olvido. Para olvidar tiene que haber una voluntad de querer recordar. Estamos frente a la invisibilidad. Estamos sin memoria”, señala el editor de Juan Casamayor responsable junto a la escritora y editora Socorro Venegas de Vindictas, una antología publicada en colaboración por Páginas de Espuma y la Universidad Autónoma de México que, por fin, reivindica a escritoras latinoamericanas nacidas en la primera mitad del siglo XX y cuya obra ha sido repetidamente ignorada. Es importante hacer hincapié en lo comentado por Casamayor, puesto que Vindictas no debe entenderse como un mero ejercicio de reparación de un olvido, porque, para olvidar antes es necesario haber recordado. Según la RAE, olvidar es, en efecto, “dejar de retener en la mente algo o alguien” y las autoras reunidas en este libro no fueron nunca tenidas en cuenta. No existieron y, por ello, no fue fácil encontrarlas. Estaban ausentes de las antologías, de los manuales, de las historias de la literatura, de los artículos académicos… Como ejemplo, baste recordar la Historia y antología del cuento y la novela de Hispanoamérica publicada por Ángel Flores en 1959: de los 59 autores seleccionados, solamente una mujer, Marta Brunet, escritora chilena que, durante la primera década del siglo XX, se codeó con Pirandello, Proust y Unamuno, entre otros. De ellos, de su obra y de su vida, poco queda por escribir, pero ¿cuántas páginas tan merecidas no fueron dedicadas a Brunet, también incluida en Vindictas? “Nunca más volver a la casa y hallarse diciendo lo hecho y lo rendido, oyendo la insinuación de lo necesario por comprar y lo preciso por realizar. No encallecerse las manos majando trigo, ni con los ojos llorosos al humo del horno, ni sintiendo la cintura dolida frente a la batea del lavabo”, se dice a sí misma la protagonista de Brunet, mientras trata de contener la sangre de su brazo, una sangre recurrente en muchos de los relatos reunidos y en los que se reivindica el cuerpo femenino en toda su naturaleza, complejidad y polisemia. “En estos cuentos se escribe del cuerpo sin esconder sus fluidos; se habla de sangre, de lágrimas, de olores”, señala Socorro Venegas, apelando precisamente al relato de Brunet, así como al de la ecuatoriana Gilda Host, que “traslada esa noción del aroma a su propia voz. Es el olor y la voz de una mujer que dicen fuerte aquí estoy”. Y bien fuerte lo dice la protagonista de Host, que no acaso dedica el relato Reunión a Simone de Beauvoir: “Sigue habiendo mucha gente incapaz de tolerarme, pero ya no me importa, me gusta percibirme con mis olores”. El cuerpo de la mujer es el lugar en el que se inscribe la violencia y la opresión, pues históricamente la mujer ha sido privada, ante todo, del control de su propio de cuerpo. No era dueña de nada, ni tan siquiera de su físico. “No habrá más hijos, me lo voy a sacar”, le dice a su marido Dorinda, la protagonista creada por Beltracia Peralta, que en su relato Guayacán de marzo no solo defiende el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, sino que sabe que la reivindicación de este es el primer paso para una conquista de todas las otras libertades. Lo sabe Peralta como lo sabe también Mimí Díaz Lozano, quien decide narrar lo supuestamente inenarrable como es el parto –“gritar más y más, con más fuerza, con intención, sin deseo, pero se hace porque de lo contrario el cuerpo estalla, se revienta”-, y todas las autoras aquí reunidas que, convirtiendo el cuerpo en materia literaria, lo muestran, lo sacan a la luz y, escribiéndolo, se escriben a sí mismas.

 

El hartazgo de las protagonistas de Brunet y de Host, su gesto de ruptura con lo establecido y la reivindicación de sí mismas resumen el carácter de Vindictas, término que, como señalada Venegas, “significa venganza, pero también resguardar, proteger, reivindicar”. Y es que en los relatos reunidos hay venganza -pensemos, por ejemplo, en La sangre florecida, donde la paraguaya Susy Delgado narra cómo una mujer ya anciana, cansada de años de infidelidades y desprecios, mata a su marido-, pero también hay protección -en Barlovento de Marvel Moreno somos testigo del consejo que una abuela da a su nieta antes de casarse: eres capaz de hacer cualquier cosa, pero hazlo siempre en secreto- y reivindicación de la mujer en todas sus dimensiones, como queda patente en el relato de Ivonne Recinos Aquinos, donde la denuncia de la borradura de la mujer, carente incluso de reflejo, implica su aparición a través de la escritura: “La luz se va desvaneciendo más y más y, cuando todo ha quedado a oscuras y el espejo es solo una sombra opaca, se escucha un grito dentro de él”.

De la misma manera que Recinos Aquinos, Vindictas hace aparecer a toda una serie de escritoras que, como decíamos antes, no fueron olvidadas, sino que fueron directamente excluidas del canon. Poco importó su indiscutible valía literaria ni sus trayectorias -Silda Cordoliani fue directora de Monte Ávila-, porque lo único relevante era construir un establishment literario en el que ellas no tuvieran cabida. “Al mismo tiempo que nacían movimientos literarios como el boom -tan sonoro-, había una implosión, un trabajo silencioso y silenciado”, señala Venegas, subrayando que “mientras se servía el gran banquete donde se destacaban las voces de escritores, las voces de ellas hacían lo suyo”, conscientes, sin embargo, de que todas las puertas estaban cerradas.  Con Vindictas aquellas puertas finalmente se abren y no solo para hacer justicia a una literatura y a un género, el relato, que nada tiene que envidiar a la escrita por ellos -más bien, todo lo contrario. Quizás sería hora de no redimensionar obras cuya valía nadie osa cuestionar solo por una cuestión de identidad de su autor-, sino también para reconstruir una historia de la literatura truncada y amputada. Sin todas ellas difícilmente podemos comprender la literatura de muchas de las escritoras que hoy en día han tomado su relevo, exhumando, tal y como dice María Fernanda Ampuero, su legado y sus voces. Se dice que asistimos a una edad dorada del relato escrito por mujeres, pero lo que demuestra Vindictas es que ellas siempre fueron maestras del género corto. No se las reconoció y fue necesario exhumarlas para ser conscientes de su valía. Si hoy muchas de las autoras destacan con sus relatos es porque hubo muchas otras que las precedieron. Esa genealogía hasta ahora perdida hoy empieza a ser reconstruida.

 

Por  Anna Maria Iglesia

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