Miradas de mujer en el mundo islámico

Lo que llamamos Islam, lo que llamamos Arabia, lo que llamamos la situación de la mujer en esos entornos, son temas de una complejidad que rara vez se aborda con el rigor que debiera. Precisamente por su alcance mediático en los últimos tiempos, resultan, paradójicamente, de los temas más desconocidos: el tiempo de la información constante es al mismo tiempo el de la desinformación continua.

Conviene, para empezar, saber que “ni todos los países islámicos son árabes, ni todos los países árabes son islámicos”: lo dijo la editora de Clave Intelectual –la casa que ha cobijado en su catálogo el ensayo de Marina Vidal, El mundo árabo-islámico como ellas nos lo contaron en su presentación en la librería Alberti de Madrid, el pasado 19 de enero. Interesante para la editorial, dijo, por tratarse de otro de esos títulos que “proporcionan herramientas que permiten comprender mejor el mundo de hoy”, no tragar “con lo primero que se nos cuenta”.

Vidal (Baio, Coruña, 1985), licenciada en Periodismo y doctora en Historia Contemporánea, es asimismo profesora, residente en Tánger desde hace varios años. Fue allí donde –dijo, explicando la génesis del libro– empezó a sorprenderle “el contraste entre la imagen de Marruecos que se daba en España, siempre bajo cierto estereotipo de sumisión”, y la misma que ella veía a diario: mujeres que “están en las calles, trabajan, conviven con y sin pañuelo”, y que acaban desmontando el estereotipo. Su ensayo, fruto de una tesis doctoral mucho más vasta, propone tanto una perspectiva interna de estos países como una “externa”, procedente de distintas profesionales que han recaído, antes y después, en los entornos de influjo musulmán: de las periodistas Teresa de Escoriaza y Carmen de Burgos, que cubrieron la guerra del Rif a principios del siglo XX, a las contemporáneas Rosa María Calaf, Almudena Ariza, Érika Reija, Esther Vázquez, Letizia Ortiz y Llúcia Oliva, cuyos testimonios recoge el libro.

Consecuencias de una imagen sesgada

 

Su condición femenina permitió a Escoriaza y Burgos, por ejemplo, acceder en su día a entornos domésticos vetados para los hombres; por esa vía viene también a indagar Vidal en la forma de encarar el trabajo que han tenido estas profesionales de la información televisiva en nuestros días: “Imposible no preguntarse”, dice el texto de presentación del libro, “si el increíble cambio vivido por las españolas durante esa etapa las llevó a observar el estatus femenino de otras mujeres con especial interés, para reconstruir, también en lejanos territorios, los avances y retrocesos, las preocupaciones y sueños que ellas mismas desarrollaron en una España en permanente mutación”. Es decir: una mirada de ida y vuelta para estas periodistas españolas de las últimas décadas.

Vidal estuvo arropada por la traductora y arabista Lidia Fernández Fonfría, quien destacó la “imagen sesgada” (procedente de los medios de comunicación) que tenemos de la realidad de esos países: como si todos fueran iguales y varados en un limbo medieval. Cuando no han corrido la misma suerte las repúblicas que las monarquías, ni aquellos países más cercanos a la extinta Unión Soviética. Es a finales de los ’80, dijo Fernández, cuando la guerra entre Irán e Irak despierta el interés mediático internacional [el interés mediático suele ser consecuencia posterior de otro tipo de intereses menos públicos]. Y puso un ejemplo de esa imagen recibida en Occidente, variable según tiempos e intereses: cómo cambió la imagen de Irak y de Sadam Hussein entre finales del siglo y la invasión estadounidense del país en 2003 (de cómplice más o menos extravagante de la Casa Blanca a encarnación del mal en la Tierra).

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Irak, y también la invasión de Kuwait y de Afganistán y las revueltas árabes, vertebran de alguna forma el libro de Vidal, que trata de desentrañar y analizar cómo se “instrumentaliza” la imagen de la mujer en el mundo árabe e islámico; esas complejidades de las que hablábamos, respecto a sus márgenes de libertad y a los resortes sociales (quizá no justificables, pero sí comprensibles) que pueden llevar a una mujer a vestir un burka, así como a lo que los medios (la televisión concretamente) destaca de ello.

En este sentido, Fernández Frías señaló que, si bien el burka puede parecernos a todas luces “un retroceso”, ellas pueden considerarlo “una ruptura” con las intenciones imperialistas del invasor, incluso “no incompatibles” con pensamientos progresistas. Un hiyab puede simbolizar para ellas “una vuelta a los orígenes, a una vida más sencilla” [y no se trata aquí, insistimos, de estar a favor o en contra, sino de entender por qué lo hacen]. Claro que ese retorno es también instrumentalizado por el otro extremo y por “las interpretaciones del Corán” que algunos grupos radicales han hecho siempre; hace siglos y ahora mismo.

Intentar desentrañar toda esta difícil madeja, y dar una nueva panorámica para el debate, es el objetivo del ensayo de Vidal.

 

Por  Miguel Ángel Ortega Lucas

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