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Madrid, Jarcha, 07/02/2017

 

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La crudeza de una infancia arrebatada

La librería Jarcha fue escenario el pasado viernes de la presentación del álbum ilustrado Y oyes cómo llora el viento, de la editorial Lóguez. Niñas y niños de diferentes edades ocupaban, acompañados de sus padres, la mayoría de asientos del local, aunque la conmovedora historia que estaban a punto de escuchar no era el clásico cuento donde reina la fantasía y la felicidad. Frente a ellos se situaron los autores, Dora Sales (texto) y Enrique Flores (ilustraciones), así como la editora Maribel G. Martínez.

El libro refleja las vivencias de un niño, que con apenas 12 años debe enfrentarse a diario a la crudeza de la calle. Un relato escrito con la intensidad y aspereza que Dora quería, ya que, según ella, “es necesario contar historias duras como ésta porque forman parte de la realidad”El niño cuenta sus experiencias en primera persona a una trabajadora social, que durante tres noches escucha el terrible desconsuelo de una infancia arrebatada. El nombre del niño no es importante, como tampoco lo es el lugar donde se emplazan los hechos, ya que tristemente ocurren con frecuencia en incontables partes del mundo. Sin embargo Dora, que conoce bien Latinoamérica gracias a su trabajo como traductora literaria, se centra en esta región del continente americano para perfilar el alma del protagonista. La autora lamenta que “muchos niños allí son víctimas de una situación que les lleva a convertirse en auténticos asesinos”.

 

9788494565335

El impacto del texto queda reforzado por las ilustraciones, elaboradas con mimo por Enrique. “Me costó mucho hacerlas porque era difícil plasmar en un dibujo la dureza del texto”, apuntó en su intervención. Y razones no le faltan, ya que resulta casi imposible de concebir a lápiz y acuarela la apariencia de sombríos conceptos como la soledad, el desamparo, la vulnerabilidad, la rabia. Sensaciones a las que el jovencísimo protagonista está acostumbrado y a las que hace referencia con una frialdad sobrecogedora, afilada como las garras del miedo. Enrique ha sabido captar a la perfección esa oscura naturaleza y la ha exprimido a todo color.

Realismo descarnado

 

La transversalidad perseguida por Dora en el proceso creativo ha sido el mismo punto de destino para Enrique. De hecho, la forma de hablar del niño es una mezcla de cuatro acentos latinoamericanos distintos que comparten la misma realidad. Allí, en las calles, se ven críos que no tienen más de 10 años con un arma guardada en el bolsillo. El devenir de los acontecimientos les ha empujado a ser “auténticos asesinos” a sueldo, como decía Dora, en un intento desesperado por sobrevivir. Para Enrique, su ilustración más admirada es precisamente en la que se muestra la diminuta mano del protagonista sosteniendo una pistola, cuyo tamaño, en comparación, aparenta ser gigantesco.

La mejor premisa de la que parte Y oyes cómo llora el viento es su realismo descarnado, su capacidad para despertar en el lector la sensación, casi inconsciente, de que debería asumir la suerte que tiene por poder llevar una vida “normal”. El mal llamado Primer Mundo está envuelto por un caparazón frío y opaco, aislante, que nos impulsa a creer el famoso refrán de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Por suerte, en la librería Jarcha brilló durante toda la presentación un clima de empatía absoluta y un interés extraordinario por el relato, lo que se reflejó en un apasionado debate posterior sobre la responsabilidad de los padres en la educación de sus hijos y el papel de las editoriales en la publicación de este tipo de historias, alejadas de la corriente que se centra en lo “políticamente correcto”.

No faltaron palabras de agradecimiento a la editorial Lóguez, de la que se destacó su “valentía” por haberse arriesgado a publicar el libro. “Es triste y bonito”, comentó un pequeño lector. “Es un regalo”, dijo un padre. “Escribí esta historia porque tenía un nudo en el estómago y quería librarme de esa sensación”, reveló la autora. Y oyes cómo llora el viento consigue agitar el corazón ciego de cualquier lector que aún quiera ver.

 

Por  Christian Rubio

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