Maravillosa iniciativa la de Lola Larumbe, de la librería Alberti, inaugurando el pasado 30 de octubre las ‘Lecturas en la Alberti’, una oportunidad única para escuchar fragmentos de obras de boca de sus mismísimos autores.
“Por deslumbramiento con la obra”, Lola escogió Lo que a nadie le importa de Sergio del Molino (Editorial Mondadori). Premio Ojo Crítico de Narrativa por su novela La hora violeta, el libro que, según Lola, “hace evidente al escritor”.
Tranquilo y relajado, en un ambiente cálido, sentado al lado de Lola y rodeado de una veintena de personas, Sergio del Molino abrió su último libro y con voz clara comenzó a leer el arranque de la segunda parte de Lo que a nadie le importa: “Rubio, delicado y triste, José Molina no tenía cara de baturro…”.
El fragmento que leyó, que retrataba una etapa de la vida de su abuelo y una estampa del Madrid de los años 40, tras la Guerra Civil española, resultó demasiado breve y dejó al auditorio con ganas de más, pero claro, todavía quedaba por venir la agradable charla que se establecería con la librera.
Lola hizo hincapié en los silencios de este libro, presentes en todo momento, “como en los cuadros de Hopper”. “¿Quizá tu abuelo callaba para no contar las cosas vergonzosas? -preguntaba-; porque el silencio siempre tiene una explicación”.
Y poco a poco, a través de las palabras y algunos silencios, Sergio nos dibujó a su abuelo, al José Molina del libro, un hombre que va a la Guerra Civil española, y la gana, y desde entonces, y según su nieto, “muestra incomodidad con el mundo, porque no se corresponde con lo que siente o entiende”.
“Empiezo percibiendo que mi abuelo no hablaba por vergüenza, pero al final del libro llego a la conclusión de que no se expresaba porque no sabía qué expresar, creo que nunca llegó a pensar cuál era el origen de esa desconexión que sentía”, explicaba el nieto.
Y así, con Lola como maestra de ceremonias, los allí presentes fuimos reviviendo la Guerra Civil , especialmente la Batalla del Ebro, que para Sergio, y pese a su crudeza, ha generado muy poca literatura, y el Madrid de los años 40, que a Lola le recordaba al de ‘Misericordia’ de Galdós’.
El Corte Inglés, lugar del trabajo del abuelo Molina, se resaltó como reflejo del desarrollo económico del país, como símil de un búnker y testigo de la falta de ambición del abuelo, un contrapunto a la pureza de la Sierra del Guadarrama, “visión limpia de la ciudad, curativa”.
“¿Y qué te habría dicho tu abuelo?”, le preguntaba Lola a Sergio antes de dar paso a las preguntas de los allí presentes. “Era silencioso, habría dicho: ‘Ay, ay, ay, hay que joderse’ -contestaba-; pensaría que le he dado más importancia a las cosas que él mismo, que eran extrañas todas las atribuciones que le he otorgado”.
Y yo, que soy de la misma generación que Sergio del Molino le contradigo, y desde esta tribuna que me ofrece Llanuras le digo: Sí, es cierto, probablemente diría “¡Hay que joderse!”, pero estaría muy orgulloso de ti.
Por Patricia Magaña