Las presentaciones en la librería Alberti son coleccionables, la intuición nos acercó el jueves pasado a una de ellas. La razón de la visita era la llegada de una editorial pequeña, longeva, creada a finales de los años 80 por un grupo de escritores catalanes que formaron una plataforma para publicar novela contemporánea y temas de actualidad susceptibles de interesar o enganchar. No querían ser minoritarios, ni seguir en las catacumbas. Varias novelas abrieron este difícil trayecto: El mar de Blai Bonet, La calle de las camelias de Mercè Rodoreda e Incierta gloria y El viento de la noche de Joan Sales. Novelas que tratan la cuestión de la homesexualidad, la prostitución y el papel de la iglesia y los curas al final de la guerra civil española. Sirvan estas primeras líneas como resumen, a modo de introducción, de la intervención de María Bohigas, editora de Club Editor, en la presentación de la última novela de Lluís Maria Todó: El último mono.
“Es un privilegio acoger y publicar en esta casa a Todó. Creó un espíritu muy insolente, una comprensión aguda de las hipocresías. Juega con ellas, con el ‘bien pensar’, pero lejos de aquel de los años 60”, señaló la editora.
Eduardo Mendicutti, el siguiente invitado, comenzaba su intervención hablando del aprecio mutuo con el protagonista. “Somos viejos amigos desde aquellos encuentros en París”. El escritor gaditano, buen conocedor de los trabajos de Lluís, recomendó la lectura de dos obras: El juego del mentiroso y El mal francés.
El último mono es una expresión polisémica que apunta, como en este caso, a un adicto en la última pelea por dejar la heroína, o a esa sensación de sentirse la última persona, el menos importante, en una situación definida. “Hay alguien que pensará que eres el último primate sobre la tierra”, bromeaba Mendicutti. “Según avanza la novela el narrador deja una leve sensación de que él se considera así, por una serie de factores, entre los cuales, el fundamental, es el oficio del narrador, los gajes del oficio de un traductor. Eso tiene una dimensión literaria subyugal: ¿hasta qué punto un escritor que traduce una novela tiene el derecho a mejorarla pensado en el destinatario?”, se preguntaba Mendicutti.
“Cuando comienzas la lectura del libro sabes lo que va a pasar desde la primera hoja y media”, decía Eduardo, dejando claro que “el narrador decide ante la experiencia que vive, tratar lo que escribe como si fuera un verdadero ejercicio de traducción, con todas sus alternativas, pero contándolo como si fuera una novela, la primera experiencia como autor».
Lluís Maria Todó finalizó este encuentro refiriéndose a las dificultades que encontró, hasta que dio la luz a la novela, por el debate suscitado entre el castellano y el catalán. Contó anécdotas de su lecturas de Sales, fundador del Club Editor, de Rodoreda y de la escritura refinada a base del “ustedes y el vos”. Me quedo con la anécdota de su hija acerca de un preciado electrodoméstico: “Papá, he soñado que teníamos la nevera llena”. ¿Qué es un traductor sino, también, un espectador fascinado por la vida de los demás? Entonces catamos el vino.