Es difícil hablar sobre Enrique Vila-Matas, pues ya es mucho lo que se ha dicho sobre él y su obra. Lo que no es difícil, sin embargo, es escucharlo. De porte ilustre y semblante serio, Vila-Matas es un hombre asombroso capaz de sacar al público una carcajada en el momento más inesperado, con su seriedad fingida, con su humor incorporado. Decía este sábado Vila-Matas que «escribir es una actividad feliz, pero hablar en público requiere unos mecanismos diferentes. Uso el humor para llegar a los lectores porque creo que, en este tipo de situaciones, todos venimos a divertirnos». Y es cierto que lo hace, y lo hace muy bien.
Eran las 12.30 de la mañana del sábado del 5 de abril. Una «pequeña multitud» esperaba la llegada del escritor a la librería Nollegiu, en el corazón del Poblenou. El escritor llegó a la hora exacta, tranquilo; saludó a los asistentes amable pero sin detenerse, y se acomodó en una gran butaca roja que aguardaba su presencia. Se sentó y miró alrededor, con cierta timidez.
Kassel no invita a la lógica (Seix Barral), el último libro de Enrique Vila-Matas, es el fruto de una inesperada llamada telefónica, un McGuffin que llevó al escritor a avanzar a través de una trama incierta que acabó por convertirse en una experiencia artística nunca esperada por él hasta entonces. «Esta invitación me hizo sentirme diferente, un artista». Como en muchas de sus obras, Vila-Matas relata un extraño viaje, un camino sin retorno. ¿Cuándo o dónde comienza y termina un viaje realmente? «El final de un viaje no es cuando llegas a casa, sino más tarde, cuando empiezas a pensar en él, a investigar lo que has descubierto y a conocer lo que no has visto. Ese es el verdadero viaje, el viaje infinito, siempre en movimiento».
Vila-Matas es un especialista en situaciones insólitas. Casualmente (o no) muchas de ellas han transcurrido en Alemania, escenario de su último libro y país en el que ha sido presa feliz de las más extrañas hazañas, vividas o imaginadas. Es la segunda vez que tengo el placer de escuchar a Vila-Matas en una charla e, invariablemente, me pregunto si lo que dice es como lo que escribe, una mezcla de realidad y ficción en la que solo él, o quizá ni siquiera él, es capaz de discernir la diferencia entre ambas. ¿Habla como narra o narra como habla? Da igual, es hábil de cualquiera de las dos maneras.
El público, entregado, tomó la palabra en varias ocasiones. Encomiaron la naturalidad de su prosa; le preguntaron por la dificultad de trasladar el humor al papel y, aún más, de traducirlo; se interesaron por sus inicios como lector y escritor; se recordó a J.V. Foix, el poeta de su niñez y de siempre. Hubo anécdotas y recuerdos de otros tiempos, personajes, retos, victorias, restaurantes chinos, jugadores de rugby, cantos wagnerianos y pastillas para el corazón. Cuando uno va a una charla de Vila-Matas, nunca sabe lo que puede pasar, de qué se va a hablar aunque haya un tema, un libro, un cuento, cualquier excusa protagonista. Ese es el viaje infinito: volver a casa, regresar al momento, a lo que se dijo y lo que no se dijo, distorsionar las palabras, hacerlas más nuestras, recordar los libros, las voces, las risas, la admiración, poco a poco, una y otra vez. Al son de su voz y del crujir de sus zapatos.
Por Clara Serfaty