“La ciudad es un discurso y ese discurso es verdaderamente un lenguaje”, escribía Roland Barthes en su imprescindible ensayo Semiología y urbanismo: “la ciudad habla a sus habitantes, nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que nos encontramos, sólo con habitarla, recorrerla, mirarla”, continúa el semiólogo francés, cuyas palabras, a pesar del lapso de tiempo transcurrido desde que fueron escritas –1971-, no sólo siguen siendo la mejor definición nunca dada de la ciudad y de la relación que nosotros instauramos con ella, sino que definen el proyecto literario y narrativo de Elvira Navarro.
El jueves pasado, en la librería Nollegiu de Barcelona, Elvira Navarro dialogó con Jorge Carrión, quien acaba de publicar junto a Sagar Los Vagabundos de la Chatarra, un cómic que, entremezclando el periodismo narrativo, el reporterimos y la novelística, se adentra en una Barcelona contradictoria, marcada –herida- por la gentrificación, por un extrarradio abandonado e invisible y por su reconversión en modelo de consumo turístico. La conversación entre Navarro y Carrión fue la conversación entre dos amantes de la ciudad y, como diría Barthes, de los signos, una conversación estructurada entorno a la obra de Elvira Navarro que, desde una pluralidad de géneros y modos discursivos –de la novela al blog, pasando por el artículo periodístico- ha descrito y, sobre todo, ha inscrito en las letras los lugares y los barrios de la ciudad contemporánea, aquellos lugares y aquellos parajes que todavía hoy permanecen a la sombra de una narrativa que les da la espalda. A lo largo de toda la conversación, una pregunta parecía repetirse: ¿es todavía posible hablar de la ciudad a los lectores?
Elvira Navarro nos demuestra que la ciudad sigue siendo un espacio por explorar, un espacio que, como ella misma comentaba, es más que un mero asentamiento geográfico: “la ciudad es una metáfora en la que se reflejan los personajes”, señalaba la autora de La trabajadora, una novela en la que la imagen de una ciudad derrotada, de tonalidades grisáceas, alejada por completo de la fastuosidad de la capital, es reflejo de la crisis personal de la protagonista. La Madrid no céntrica, la Madrid de Aluche, pero también la Madrid reescrita y en parte inventada por Navarro se convierte en La Trabajadora en el correlato objetivo del proceso de caída de la protagonista. “La ciudad que yo recreo en las novelas no es siempre la ciudad tal y como es”, señalaba Elvira Navarro, para quien la representación del espacio no es algo baladí, no es un elemento del que poder prescindir en una novela: “el espacio enmarca la acción y los personajes, el espacio crea una atmosfera”, continuaba la autora que, en sintonía con las cuestiones propuestas por Jorge Carrión, situó el centro del interrogante inicial en otras coordinadas: no se trata tanto de la todavía representabilidad de la ciudad, sino de cómo representarla. “Ya no tiene sentido seguir representando la ciudad por todos conocida, ya no tiene sentido situar un lugar tan reconocido y reconocible como La Torre Eiffel en el centro de la narración”, señalaba Elvira Navarro que, precisamente, en su relato La orilla, reunido en La ciudad feliz, escapa geográfica y literariamente de la París más tópica. En La orilla, la autora relata el encuentro que, fortuito en un primer momento, luego en un peligroso acecho, en las calles de París entre Sara, una niña casi adolescente, y un vagabundo. El vagabundo descrito por Navarro poco tiene que ver con la manida figura del flâneur; si bien es alguien que ha renunciado al trabajo y al dinero, ya no tiene el aura artística y detectivesca del flâneur baudeleriano o benjaminiano: al figura del vagabundo sirve a Navarro para mostrar lo hostil que puede ser una ciudad, “el dinero articula nuestras relaciones personales y el vagabundo, en su ausencia voluntaria de toda capacidad económica, va perdiendo amigos hasta quedarse sólo en París, una ciudad donde es muy difícil vivir si no se tiene dinero”.
La hostilidad de la ciudad y los lugares inexplorados por la literatura y, más en general, por una cultura tendencialmente burguesa definen parte del proyecto literario de Elvira Navarro, un proyecto que empezó en forma de blog hace ya un lustro y que hoy prosigue también desde las páginas de El Mundo: con prosa periodística y desde una perspectiva cero –“no quiero hablar desde la distancia, sino desde la propia calle”-, Elvira Navarro hace incursiones en lugares nuevos y desconocidos de la capital, espacios que no suelen aparecer en la prosa, ni periodística ni narrativa, espacios alejados de los focos y donde, sin embargo, reside la verdadera prosa actual: son los espacios en los que reside la nueva narrativa, la narrativa a partir de la cual narrarnos y la narrativa a partir de la cual abrir nuevos caminos hacia la experimentación –formal, estilística, temática- dentro de la prosa, en su más amplia definición.