Era 1978. Barcelona todavía peleaba para conquistar aquella libertad impensable, en palabras de Jorge Herralde, prohibida durante más de cuatro décadas. A esa Barcelona, llegó desde Francia el humorista gráfico, el autor y actor teatral y escritor argentino Copi; llegó apadrinado por el propio Herralde que, como cuenta en sus memorias, compartía su admiración por el autor argentino con Josep Maria de Sagarra, “enfant terrible vocacional y gran conocedor del teatro europeo” y concejal de cultura durante la alcaldía de José María Socías. “Hablando y hablando de Copi dibujante, del Copi narrador, del Copi teatrero, Sagarra decidió:“Lo traeremos a Barcelona”. Y así fue: el Ayuntamiento de Barcelona, apenas posfranquista, patrocinó el estreno en 1978 de nada menos que de Loretta Strong. El estreno de la obra, de la cual Copi era autor y único intérprete, fue en el Diana, un teatro en el Barrio Chino: “Copi travestizado de Loretta Strong”, recuerda Herralde, “desplazándose a velocidades sincopadas en una silla de ruedas a lo largo y ancho del escenario, leyendo en unos grandes libretones el texto de la pieza, escrito a lápiz en letras enormes… Copi logró desbordar a tan presuntamente encallecidos insumisos. Sin pretenderlo, comme ça”.
Treinta años después de aquel estreno, treinta años después de que Herralde publicara, con el título de Los viejos travestis y otras infamias, los cuentos reunidos en Une langouste pour deux y L’Uruguayen, haciendo de Anagrama la editorial donde se publicaría con los años toda la obra del argentino, Copi vuelve a Barcelona gracias a “La hora de los monstruos”, una exposición comisariada por Patricio Pron y que puede verse hasta el 5 de febrero en la Virreina. Acompañan a la exposición una serie de actividades que comenzaron esta misma semana con la conferencia del escritor argentino Alan Pauls, siguió con una charla de Patricio Pron y proseguirá el próximo jueves 19 con una mesa redonda con Jorge Herralde, Marcos Ordóñez y Biel Mesquida y el viernes 20 con la presentación del libro de la exposición, donde se reúnen textos de Cesar Aira, Patricio Pron, María Moreno y Alan Pauls.
El teatro dibujado de Copi
Vuelve así Copi a Barcelona, pero, en esta ocasión, vuelve el Copi dibujante: en “La hora de los monstruos” el visitante puede recorrer la obra gráfica del argentino, desde su primer periodo en Argentina, donde publicaba viñetas de humor blanco y formas hieráticas para revistas como Tía Vicenta o Cuatro patas, hasta su extenso período francés de viñetas impregnadas de crueldad y de ironía, que comienza alrededor de 1962 en Le Nouvel Observateur, para quien creará La mujer sentada, una “opinadora sin moral, poseedora de una genial ignorancia, que habla sobre sexo con una violencia inusitada”, y prosigue a lo largo de los años setenta y ochenta en Libération, donde creará la travesti Liberett y, algunos años más tarde, Kang, uno de sus tantos personajes serializados. Si bien es cierto que la exposición de la Virreina gira en torno a la obra gráfica de Copi, “su trabajo como viñetista no puede desligarse de su trabajo teatral”, comentó el pasado miércoles Patricio Pron: “La unidad tiempo-lugar de sus viñetas corresponde a la unidad tiempo-lugar de la práctica teatral. Copi vincula así el cómic de forma paradójica con el teatro”. En efecto, como también recordaba el martes Alan Pauls, el propio Copi afirmaba: “Yo hago teatro dibujado”. Para Copi, señala Pauls, “el teatro leído fue siempre el teatro. Para él, leer teatro era el único sinónimo posible de hacer teatro”. De ahí, que las viñetas puedan leerse como puestas en escena de un teatro que propone representar “escenas imposibles”, apunta Pauls, para quien dicha imposibilidad radica precisamente en la idea de un teatro escrito, hecho para la lectura, y, sobre todo, un teatro que, como sus viñetas, se construye a partir del instante: “En Loretta Strong hay solo el aquí y el ahora”, concluía Pauls, definiendo el teatro de Copi como un “teatro donde todo se dice y todo acontece, donde lo que hay es lo que se ve.”
Este teatro del “Ya”, del acontecimiento, es decir, el teatro que se define solamente por lo que se actúa está intrínsecamente ligado al trabajo gráfico, donde, sostiene Pron, “lo que vemos es lo que dicen y hacen los personajes, cuya interioridad no se refleja”. Como sus piezas teatrales, la obra gráfica de Copi se define por su carácter actuante: no hay nada más que aquello que se actúa en las viñetas, carentes de “delimitaciones espaciales y de toda caracterización de los personajes”. Con sus viñetas, Copi buscaba la simplificación, como él mismo confesaba en 1987: “Pretendo ver cómo son las cosas y mostrarlas, busco un arte de la simplificación”. En sus dibujos, no hay un fondo, no hay limitaciones espaciales entre uno y otro, no hay caracterización alguna, hay simplemente personajes que “solo son lo que parecen que son”, puntualiza Pron, subrayando la idea de “apariencia” como idea clave de la obra de Copi. “En un mundo en el que las personas y las cosas sólo son lo que parecen, el arte de las apariencias y del engaño son vitales para el éxito de los personajes”. Tan vital es el arte de las apariencias como el dominio de la propia imagen: “los personajes que dominan su imagen tienen el poder”, comenta el escritor y comisario de la exposición, para quien en gran parte de la obra de Copi uno de los temas claves es el poder, abordado a partir de la subversión de todo tipo de categoría y, sobre todo, a partir de la puesta en cuestión de los límites del concepto de humanidad. Desdibujando “lo humano” y ampliando “lo animal”, Copi sitúa en un mismo plano hombres y animales; la mujer sentada conversa indiferentemente con caracoles o con pollos a la vez que las ratas, protagonistas de su novela La ciudad de las ratas, actúan como perfectos seres humanos.
Los procesos de animalización y humanización se confunden para plantear un “cuestionamiento ontológico de nuestra concepción del mundo” y para construir una obra, gráfica y teatral, que, escribe Pron en las notas a la exposición, “pone a prueba nuestra capacidad de asombro, pero también los límites entre las disciplinas artísticas, que el autor practicó –la dramaturgia, la actuación, la narrativa, la ilustración y el cómic- y otros límites que en su obra no tienen lugar: los existentes entre hombres y animales y animales y objetos, hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, vida y muerte, sueño y vigilia”. Copi deconstruye las categorías, en concreto, las categorías sexuales: Copi entiende la sexualidad como “una sexualidad fluida”, comenta Pron, como un continuo metamorfosear de estado en estado. “En Copi, las categorías pierden su sentido” de ahí el papel relevante de los transexuales, como aquellos que viven un proceso continuo de metamorfosis, que, capaces de jugar con la propia imagen y la propia identidad, ponen en crisis todo concepto esquematizador.
La exposición “La hora de los monstruos” permanecerá en Barcelona hasta principios de febrero para luego viajar hasta la Biblioteca Nacional de Buenos Aires en un gesto de definitiva consagración de Copi, una figura “reconocida en el underground teatral de los años ochenta en Argentina”, pero cuyo reconocimiento en los círculos literarios oficiales fue tardío y, en parte, todavía está pendiente. “El primer introductor de Copi en Argentina fue Fogwill”, recuerda Alan Pauls, “luego Cesar Aira lo reivindicó, convirtiéndolo en objeto de estudio a través del libro que le dedicó”. Para Pauls, Copi representa, juntamente, con Manuel Puig, una tradición anti-borgesiana dentro de la literatura argentina: “Puig representa la contestación a la hegemonía Borges-Cortázar” sostiene Pauls que, casi a modo de conclusión, define la tríada Copi-Puig-Aira como una auténtica “bomba atómica” de las letras argentinas.