Muy buenas tardes a todos.
He tenido la fortuna de estar en este mismo lugar, en este acogedor espacio que la librería Rafael Alberti brinda a los escritores, editores y representantes de la cultura gracias a la dedicación de Lola Larumbe, muchas veces. Algunas de ellas para presentar mis propios libros, otras para acompañar a los amigos en las presentaciones de los suyos y, créanme, siempre he salido de aquí con la certeza de haber participado de un sentimiento, de haber formado parte de un hecho, tan antiguo como la civilización misma y, como ella, tan frágil: el del encuentro, el acercamiento genuino entre las personas a través de sus creaciones, del arte, de la palabra; el sentimiento, en fin, de comunidad. Y no es fácil, sigan, por favor, creyéndome, experimentar, participar de dicho sentimiento, siquiera sea porque nuestra época, tan dada a la hipertrofia, a la caducidad y al exhibicionismo, lo ha vaciado de sentido, como a muchas otras cosas, y lo ha sustituido por impecables, a veces admirables, pero no amables, simulacros.
En la mitología griega, el dios que encarna el intercambio, la comunicación entre los seres humanos y entre los distintos mundos (el de arriba, el de abajo y el de aquí), el comercio y la literatura, es Hermes. De él deriva la palabra hermético que, por una serie de azares e intenciones no tan claras, es decir, tan apolíneas como se quiera, ha pasado a designar en nuestra lengua lo impenetrable, cerrado a cal y canto, oscuro, balbuceante. Y sin duda lo es, como todo lo que se pierde en los orígenes de nuestra inteligencia social; pero al ignorar precisamente ese origen, desarraigamos nuestra capacidad para seguir iluminando con las palabras lo que en verdad nos importa: aprender a reconocernos y aceptarnos como lo que en esencia somos, de una forma maravillosamente ambigua, hermética, esto es: plurales y únicos a un tiempo. En definitiva, amputamos al dios y caemos en sus redes, en su cara más horizontal, utilitaria, en la banalidad, del mismo modo que al amputar a Afrodita caemos en su cara más “cosmética”, es decir, olvidamos que esta palabra proviene de Cosmos, y designa el orden de la creación, el alma, como querían los neoplatónicos, del mundo.
Y por estas razones, perdónenme la digresión, proliferan hoy en día tantas redes en la red que no nos llevan al otro ni a lo que esperamos de nosotros mismos. Multitud de páginas web consagradas a la insignificancia, blogs construidos sobre los desechos del exceso de introspección, cuando no al rencor, o del aburrimiento, perfiles de Facebook tristemente unidimensionales, toneladas de información envueltas en estéticas chillonas o impostadas que no unes ni reúnen, y que se agrupan bajo el paraguas dignificante de la cultura.
Y por estas razones, aunque siempre es una alegría para mí participar en los actos que programa la librería Rafael Alberti, es un placer especial estar hoy aquí junto a mi amiga Ana Corroto, en la presentación de su proyecto Llanuras.
Hace un año hoy que Llanuras apareció en el panorama cultural español, con la intención, derivada tanto de la inteligencia como del amor de Ana por la literatura, de llenar un vacío, de postularse como un lugar de encuentro, de acercamiento, entre los lectores, los autores, los libreros y editores, todos ellos eslabones de esa cadena o, si lo prefieren, nodos de esa delicada trama y urdimbre que tejen el continuum llamado cultura.
No siempre la comunicación, el encuentro y la conciencia de comunidad, como decía al principio, son fáciles: es la ironía de nuestra era de la comunicación, esa ironía posmoderna que muchos celebran porque permite, desde cierto punto de vista, que la verdad no importe. De hecho, como se ha visto a raíz de la primera crisis seria del sistema neo-liberal, basado en el individualismo neo-darwinista y en el utilitarismo más obsceno, si de algo empiezan a percatarse tanto los lectores, como los escritores y, sobre todo, los libreros y editores –aunque me temo que los libreros y editores de verdad siempre lo han sabido, precisamente por ser la parte más amenazada de la ecuación- es de la importancia de la cercanía, de renovar las viejas alianzas.
Llanuras ha nacido para ser una posibilidad, un paisaje de horizontes amplios, que permita a los que transitan por él verse claramente, distinguirse, reconocerse. Un hueco en mitad de la jungla donde depredadores como Amazon despedazan a los desencantados. Es un proyecto abierto, que orbita alrededor de la literatura, pero que no conoce aún sus límites, porque ha venido al mundo para acoger, para vincular.
Tanto romanticismo, ¿verdad? Provoca, cuando no un desprecio más o menos cortés, un deseo melancólico, la imposibilidad de anular lo irreversible de la pérdida. Pero enfoquemos de otra forma nuestra lente arañada, miremos un poco como quien ha decidido no aceptar el fracaso desde una perspectiva individual, observemos cómo la vida, la naturaleza, y también el arte, no se fundan sólo en la destrucción de sí mismos, sino también, y sobre todo, en la cooperación que impide que se autodestruyan; cómo, en palabras de Hölderlin, “donde está el peligro, crece también aquello que nos salva”. Y qué nos salva: entre otras cosas, el trabajo movido por la experiencia de la belleza, honesto, fuerte en la humildad y la constancia, que no ignora, ingenuamente, las contradicciones, las dudas, y cuya principal ambición es crecer para coexistir.
No sé, si llegados a este punto, rayano un poco en la grandilocuencia, si esto es verdaderamente parte de lo que nos salva, a la mayoría de nosotros, a mí mismo, pero sí sé bien que es de ahí de donde nace el proyecto de Ana, porque es de ahí de donde ella ha nacido como ser humano.
Por eso Llanuras, como los buenos libros, donde se reconocen los rasgos del alma del autor, los de los otros todos que lo habitan, es también una casa donde uno quisiera dejar algo de lo mejor que tiene, verla cada vez más amplia, más poblada, más auto-suficiente.
Les estoy invitando, por supuesto, como amigo de Ana pero también como lector que cultiva en lo posible su capacidad de admiración, a colaborar, a arropar este proyecto, a beneficiarse, en el mejor sentido de la palabra, de su grandeza.
Muchas gracias.
Por Abraham Gragera
Este texto fue leído por el autor del mismo en la presentación de Llanuras en la librería Alberti, el 17 de diciembre del 2014.