Hay quien usa el idioma y lo que le subyace, el lenguaje, con una vuelta extraña, quien gira el arco y lo convierte en lira. No sabemos escucharlo al principio, esperando que el instrumento nos de una flecha, pero algo más nos ha dado, nos ha dado una nota.
Según Giorgio Colli la palabra que en griego clásico se refería a la vida continua, interminable e impersonal, biós, también sonaba, años atrás, a ‘arco’. Así el sintagma de “los hombres de la vida” de Heráclito, debería entenderse por “los arqueros”, los hombres del arco.
La traducción, cuando es fugaz o plana juega constantemente sobre este límite de no saber si son cazadores o vivos. Y el mundo es, para nosotros, una traducción constante, pero de un lenguaje sin palabras: nada en él se oculta y está en constante emergencia. Igual que la poesía, la traducción del ideario surrealista que Octavio Paz (quizá por una lectura de R. Graves) intentó designar con El arco y la lira, la imagen de lo arcano, de la música anterior a nuestra agricultura, sea una traducción parcial y lúcida.
Después de la nota, cuando hemos experimentado el primer juego de la música, ha sido suficiente, es decir, la presa no está en el instrumento, pero sí la persecución. Girar otra vez el arco, forzarlo como antes, es extraño porque ahora nos suena. Cada presa y cada flecha fallida tendrá tono. Así la realidad ha ganado una nueva capa, lo que es el logro de algunos poetas, que es uno de los fines últimos de la cultura: junto al de dar amparo, este de transformar; junto al de ofrecer sentido a lo continuo, este de vibrar en lo que antes no se percibía.
A veces, la idea imprecisa de que una biblioteca sin poesía es como una casa sin amor ha convencido a alguien de llevarse un libro de poesía a casa. Es imprecisa porque no es la biblioteca o el poema el que importa, sino el poema en la biblioteca de nuestra memoria. Como no es el amor lo que importa, sino los lugares que no podemos volver después de él, el cambio radical que constituye. Leer sin ser marcado es como cruzar un paisaje para no recordarlo o permanecer en el mundo sin ser herido por el arco de la experiencia.
Algunas personas han buscado esta experiencia de la poesía y han definido, lo que para mí es, en ejemplos concretos, búsquedas paralelas de otras grandes experiencias. Y hay cientos. Expondré dos.
Para Paul Valéry la simple búsqueda era suficiente. Como en algunos tipos de música que lo precederá, Valéry escribía un poema, una y otra vez. Retorcía el sentido solo por cabalgar el metro elegido. Cementerio marino, según el autor, no es un poema, sino la interrupción de unas cuartetas. Él cuenta que fueron sorprendidos los versos por un editor fisgón y, como si hubiesen abierto la puerta de un cuarto oscuro, se velaron. Se cortó el proceso de la música que silbaba sobre la música y lo que tenemos es un cadáver. Tuvo que editar aquello que se movía todas las tardes entre sus dientes.
Cualquier poema, en primer término, es el cadáver de esta música, su ceniza, una ceniza que puede volver a arder, para romper la metáfora, que repetirá melodía, pero no armonía, como tan a menudo ocurre con los antiguos amores.
Otro de los hombres de la vida, otro arquero extraño, extraño a su lengua que devino síntesis, amapolasolar, es Paul Celan.
Celan hablará con su madre en rumano. Su padre fue el primer profesor de yiddish que tuvo el país. Estudió en París. Pero su decisión, probablemente, venga de la extrañeza de la muerte. Su lengua de arquero fue el alemán. La sintaxis, buscada desde el límite interior, revienta en una luz negativa. Filamentos soles, uno de sus mejores libros, tiene versos de la altura de las preguntas que no pudieron responderse. Y serán en alemán, pero no el de Fadensonnen (otra versión es Soles de hilo), el idioma en que Himmler elevó una queja formal al gobierno fascista de Rumanía por lo brutal de los métodos con los que algunos escuadrones trataban a los judíos. A la madre de Celan se la vio por última vez en uno de estos escuadrones. Su pueblo natal asumió el campo de concentración de toda la región.
El idioma de los arqueros extraños no es el idioma de tantos otros. Es el lenguaje de la dificultad, de lo imposible de encontrar, lo negado. Celan explotó esa profundidad a conciencia. Está completamente a la intemperie, constantemente expuesto de sí y pareciera que da la vuelta a las órdenes y el miedo y lo convierte en confianza y exposición, pero no es verdad. Es un juego y es una vida.
Es difícil hablar a renglón seguido de mis contemporáneos, porque, en mi posición, los veo con más futuro que pasado. Cuando uno quiere generalizar, muy a menudo, se convierte en un cualquiera. Lo que se ve desde aquí, es una posición no muy distinta de lo precedente y lo suficientemente extraña, porque estamos vivos (por poco tiempo, pero sustancial) como para no poder seguir las mismas reglas. Nuestra relación es, casi siempre, con el futuro: fatal y urgente. No creo en la desmemoria para consagrar la novedad. No creo en las rupturas, que hacen imposible el mundo, dan excusas para que el más fuerte gane, porque la comunidad sometida también articula sentido. A veces la busca del sentido es el proceso en sí, buscar la nota, en el arco, es también el proceso, pero no existe hasta que se lo extraña. Los que se han hecho sonar, somos su presa, porque la pregunta queda en nosotros y sólo la búsqueda es la respuesta ¿Quién busca? ¿Dónde busca?
Personalmente el ruido me parece uno de los sitios más estériles. La multiplicación de estímulos sin sonido, palabras sin lenguaje, como se traduce a Tranströmer, no es capaz de superponer sentidos, sino de inocularlos, de inflar los objetos. Todo habla nuestro idioma, quizá porque le hemos compartido el tiempo. Brodsky añadía el valor de la precisión, como un bálsamo mental o una tonificación emocional. La poesía nos ha salvado la vida a muchos.
Buscar poesía no sólo es buscar sentido, no sólo es buscar posición o extrañamiento, no es incoformidad o un sustantivo. Lo importante es ser llevados por la música, el sentido, la imagen. Confiar en lo que es más grande que uno y que es una completa pérdida de tiempo para los lenguajes del arco sin más. Buscar poesía, íntimamente, es ser herido, es estar a las puertas, es comprender los trucos de la luz que construyen lo visto y seguir, poder seguir, viendo en ella sin poder retroceder a la presa sin tono, a las palabras sin lenguaje.
Por Javier Pérez