El poder detesta a la fantasía. Si una de las primeras cosas a que se apresura una secta totalitaria de cualquier signo es a censurar, prostituir, retorcer el idioma para enmascarar en él la realidad, es enteramente lógico que la fantasía que puede producir el idioma jamás sea inocente para él, para aquellos que pretenden llamar libertad a la esclavitud: la fantasía, la imaginación, las posibilidades de la duermevela humana entre el sueño, la vigilia y el anhelo, son una amenaza contra la máscara, pues una metáfora operando en la imaginación siempre dice mucho más de lo que podría decir nunca un manifiesto.
Cuenta Viorica Patea en esta completa semblanza de Ana Blandiana [1942; su verdadero nombre es Otilia Valeriu Comán; Blandiana es la aldea de Transilvania en que nació] que ésta publicó en 1988 un cuento, supuestamente para niños, llamado El gato Arpagic: un gato con ínfulas dictatoriales que “toma posesión de su calle” y hace y deshace a su antojo. La consecuencia de tal publicación fue que “todos sus libros fueron retirados de las bibliotecas y se intentó eliminar cualquier mención a su nombre en la vida cultural del país”. Un año después caería la dictadura, de órbita soviética, de Ceausescu. Pero no era la primera vez –más bien la última– en que el poder de su país trataba de suprimir a Blandiana. Lo había intentado durante treinta años, desde que empezó a escribir, con intensidad variable, dependiendo de la sutil correlación de fuerzas de aquel momento; pero no lo consiguió. Blandiana tuvo suerte, seguramente. Pero sobre todo tuvo el coraje de seguir militando en el partido sin reglas ni siglas de la fantasía, de la poesía, de la imaginación que siempre mira y revela más allá.
Por su obra y su resistencia durante la dictadura es leyenda en su país y también fuera de él. A partes iguales: escribir, para ella, fue una forma de moral. Hoy, sus libros (novela, relatos, ensayo, pero sobre todo poesía) se han traducido a 24 idiomas. Por supuesto, también al castellano. En España era conocida inicialmente por sus libros de relatos, editados por Periférica: Los proyectos del pasado y Las cuatro estaciones (2008 y 2011). Pre-Textos nos trajo su poesía y ahora recupera uno de sus poemarios señeros, Octubre, noviembre, diciembre, escrito cuando la autora contaba treinta años. Jordi Doce, como poeta, y Elvira Navarro, como narradora, ambos admiradores de la obra de Blandiana, acompañaron a la poeta el pasado 12 de mayo en la presentación del volumen en la librería Rafael Alberti de Madrid.
Un libro, según Doce, escrito “en estado de gracia” que viene a concentrar todo el universo de Blandiana. Lleno de energía que dice sí, pero con la sombra de la muerte –de cualquier muerte cotidiana– siempre atenta. “Cuando escribo prosa”, dijo Blandiana, acompañada de sus traductoras de confianza, “no dependo de nadie, estoy segura de escribirla. Yo bromeo con que no soy yo la que escribe la poesía”: se refería a que la poesía es un fenómeno que escapa totalmente al control de quien la escribe; a que uno es más bien el escrito a través de ella.
Pero la poesía –no podía ser de otro modo– se filtra por cada grieta de su prosa: nada tiene que ver la forma en que se derrame el lenguaje sobre el papel. Según Elvira Navarro, los relatos de la autora rumana rompen la concepción “clásica” de lo que solemos entender por cuento; por no tener complejo alguno en descoyuntar el discurso si es así lo que le dicta la corriente. Y su corriente siempre desemboca en lo onírico, al otro lado de lo que entendemos por real. ¿Por qué esa apelación tenaz a lo fantástico?, preguntó Navarro.
Porque lo fantástico, sí, “tiene un elemento subversivo y sirve para denunciar cierta realidad”. Una vieja frase de su libro Las cuatro estaciones dice: “Lo fantástico no se opone a lo real sino que contiene un significado más elevado. Imaginar no es más que recordar”. Es decir: “Lo fantástico tiene la capacidad de impregnar la realidad; es una manera de introducir la poesía en la prosa. A veces puede estropearla, pero también la puede elevar. A través de lo fantástico la poesía penetra en la prosa”.
Posibilitar el asombro
Y la poesía busca siempre: eso que no sabemos qué es pero que palpita siempre más allá, como un descubrimiento prometido que no nos prometió nadie. Navarro advirtió de manera aguda que los relatos de Blandiana suelen estar poblados de “personajes en tránsito”: alguien que viaja en tren, alguien que viaja en coche al pueblo de sus antepasados; como un “desasosiego” continuo, dijo. Un desasosiego errante. Blandiana no pudo evitar manifestar su sorpresa, mientras escuchaba la traducción de la pregunta de Navarro (es una mujer vivaz, de ojos profundos y sonrisa generosa), por darse esa feliz circunstancia de un lector haciéndole ver algo que para ella nunca se había revelado (de nuevo) de manera consciente: “¡No me di cuenta!”, respondió. “Pero puede que estén en tránsito porque están buscando algo que quieren descubrir. Es la forma de preparar el marco de un descubrimiento. Es una manera de posibilitar el asombro. Como decían los antiguos griegos, el asombro es el elemento esencial de la poesía”.
Y un poeta debe estar habitado por ese asombro si pretende llegar ver: a veces, dijo, sus relatos remiten a sueños que ha tenido. El cuento Imitación de una pesadilla, por ejemplo, nació efectivamente de una pesadilla de la que despertó con la convicción de haber vivido un acontecimiento “real”. “Quise contárselo a mi marido y me dijo: ‘¡No me lo cuentes; escríbelo!’. Me llevó el café, me puse a escribir a las 9 de la mañana, y terminé a las 7 de la tarde”. “Creo que lo onírico forma parte de manera psicológica de mi vida”.
En cualquier caso, “lo que realmente cuenta es que haya una semilla de fuego que lleve a irradiar algo. En la gran poesía del mundo está esa semilla de fuego”, dijo, la que enciende, la que incendia el poema. “En la poesía no existe progreso: significaría que nosotros somos superiores a Shakespeare o a Homero. La originalidad no es una noción seria. Todos los grandes poetas se parecen entre sí. E indiferentemente de lo que digo y cómo lo digo, sé que los poemas quieren expresar algo que sé que en el fondo no se puede expresar. Soy consciente de que no hay palabras para esa realidad, pero tiendo hacia ella”. Hay un verso suyo que dice Qué difícil es acariciar las plumas de un ángel: “Ese sentido de santidad y pureza que no puede expresarse” con las palabras, por certeras que sean.
La poesía es un territorio de sombras; un juego de sombras chinescas que insinúan siempre la existencia del otro lado pero que desaparecen, burlonas, soberbias, cada vez que nos damos la vuelta para intentar escribirlas. Ana Blandiana lo sabe, rinde pleitesía a esa humildad de saber estar apenas tanteando las sombras, cuando escribe o sueña; por eso seguramente es una de las grandes de la poesía contemporánea.
También recita, con su mendicante voz queda de los Cárpatos, como una zíngara antigua que nos leyera el futuro mientras conversa con el pasado; o con sus sombras:
Mi sombra teme a las sombras de los árboles
más de lo que yo temo a los árboles.
Los árboles no se atreven a atacarme,
pero a mi espalda se escucha siempre
un choque salvaje de sombras.
Mi sombra teme a las sombras de las aves
más de lo que yo temo a las aves.
Los pájaros pasan por encima de mí, pero no me alcanzan.
Pero mi sombra se empequeñece, cae rodando herida
por el pico resbaladizo de una sombra.
Mi sombra carece de protección,
no tiene raíces, como las sombras de los árboles,
y no sabe volar como las sombras de las aves.
Ha sido traída a la tierra para que me siga,
sangrando oscuridad,
para al final transformarse en noche
y para que yo no sepa desde cuándo avanzo sin sombra, cantando.
[Mi sombra teme, del poemario Octubre, noviembre, diciembre –Ed. Pre-Textos, 2017]