Nos hemos comido unos a otros para alcanzar conciencia, conocimiento e inventar nuevas formas de ver el mundo. Ha sido así desde que los primeros relatos míticos fueron transmitidos de maestros a discípulos en el origen de la cultura occidental, y de los filósofos, con Tales de Mileto a la cabeza.
A más de un siglo de convivir con Nietzsche y su filosofía de la mañana, y con su pensamiento de la proximidad, en nuestros días globales se sigue considerando a la Historia como una desprestigiada comensal en la mesa de la civilización; mas la vieja abuela, que ha atestiguado los orígenes de todo lo que puede decirse con signos, sigue siendo el punto de partida para rebasar cualquier noción de verdad que nos haya sido heredada.
Cuando Diotima de Mantinea instruye a Sócrates en las cualidades del que es conocido como dios del amor, Eros, le participa también que esta supuesta divinidad es en realidad un démon, un ente demónico cuya esencia es la de ser intermediario entre lo mortal y lo inmortal. La naturaleza de Eros es la de ser un comunicador entre los dioses y los hombres; en consecuencia, lo que hace la sacerdotisa al introducir a Sócrates en los misterios de Eros, es sentarlo a la mesa de la belleza, en el deseo de poseer siempre lo bueno y de conseguir a través de ello una especie de inmortalidad, pues Eros es un amante de la sabiduría y conocerlo lleva a los seres a un deseo de procreación en lo bello.
Diotima, Sócrates y Platón han atravesado los siglos dialogando desde aquel Banquete de pensamiento y referencialidad en que el mundo, antes de ser antiguo, descubrió que para acercarse a los asuntos del amor había que ascender a la comprensión de la Belleza en sí a través del cuerpo, el alma y el conocimiento. Si se quiere llegar a ella habrá que tener, pues, avidez, la aspiración de belleza propia de Eros –– el amante concebido por la precariedad y la riqueza –– para generarla y procrearla.
A engendrar muchos y magníficos discursos en ilimitado amor a la sabiduría ha animado Diotima a los hombres, empezando por Sócrates. Esos discursos han sido creados y puestos en estantes, ofrecidos en un banquete de seres que devoran pensamientos para preparar la sustancia de nuevos banquetes, de inéditos diálogos, de manantiales sin fin en los que la Historia rejuvenece su rostro para parecer, y ser, recién nacida, distinta cada vez, a la manera de Eros, que puede florecer y morir en el mismo día; en consonancia con Nietzsche.
Como pide Diotima en su magisterio con Sócrates, penetro en mi propia apetencia de belleza para entrar a mi biblioteca más amada, la del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), y tomo el tomo en donde habré de encontrarla a ella, la enigmática sabia, a quien imagino más que hermosa, no lejos del umbral de la casa de Agatón, el espléndido anfitrión que se sostuvo en pie, al lado de Sócrates, hasta el término del Banquete, al amanecer. Desde el lomo de mi alimento de varios días, sonríe Platón.
Por Araceli Mancilla Zayas