Quien formuló la ecuación de onda que resume el movimiento del universo y recibió el premio Nobel de física en 1933 por su estudio de los átomos, quiso en principio ser poeta, vocación a la que no renunciaría por más que consagrara su vida a la física cuántica.
Su sensibilidad le permitió a Erwin Schrödinger ejercer sus facetas científica y poética como verdades de su ser que se complementaron con belleza a lo largo de su vida. Candentes cenizas recoge los poemas de Schrödinger en los que se trasvasa sin estorbo la hondura de su pensamiento científico, probablemente porque su raíz es la misma: el encuentro con preguntas, sentimientos, ideas profundas que hallaron respuesta en él a través de la investigación apasionada en la materia y la palabra. La inquietud básica que lo guió en su quehacer intelectual fue, si se quiere, filosófica, pues lo movía, ante todo, la vida, y consideraba la respuesta a la pregunta ¿qué somos? la principal tarea humana por hacer.
Schrödinger (vienés de nacimiento:1887-1961), fue un poeta de la sensualidad y el erotismo que afirmó: “Todas las grandes cosas del mundo se llevan a cabo debido al amor”. Su humanismo lo mostró abierto a diferentes áreas de conocimiento, o de experiencia personal, como él las llamaba: la biología, la literatura, la cosmología y la filosofía fueron algunas, y de sus indagaciones alrededor de estas surgieron los ensayos Mente y materia, Mi concepción del mundo, ¿Qué es la vida?, Ciencia y humanismo, la nueva mecánica ondulatoria, El espíritu de la ciencia y La naturaleza de los griegos.
A Schrödinger, quien consideraba que la primera función de la ciencia es dar placer y la ponía al lado del deporte y el arte como formas de juego, con seguridad le habría gustado ver sus poemas tan armónicamente ligados a su pensamiento científico, tal como aparecen presentados en su primera traducción al español en Candentes cenizas, en compañía de las evocativas fotografías de Adriana Veyrat.
Y se contentaría de oír las siguientes versos suyos:
Cómo caímos en esta vida––
no lo sabemos. Para recobrarnos,
cuando miedo y pena nos agitan,
de nada mejor sabría
que compartir el amor
de los que, amando, lo dieron.
Seguidos de su siguiente aserto:
Así puedes echarte al suelo, apretarte contra la madre tierra, con el seguro convencimiento de que tú eres uno con ella y ella uno contigo.
(Mi concepción del mundo)
Por Araceli Mancilla Zayas