Nutibara y la poesía del mundo. Contexto de 25 años de Festival

Veamos un cerro en mitad del valle andino como centro de una ciudad de más de tres millones de habitantes. Un cerro que contiene una alegoría de un pueblo, piezas de sus creaciones artísticas y un teatro al aire libre. En este cerro, en la concha acústica de su teatro, comenzaron a reunirse poetas de diferentes partes del mundo, tradiciones y lenguas para leer su poesía. Un comienzo tímido en 1991 fue el detonante de que parques, auditorios y otros teatros al aire libre quedaran intervenidos por la palabra poética y de que los oyentes construyeran conciencia social a través de la poesía. En una ciudad como Medellín, rodeada de cerros que hacían eco de la violencia que la asolaba, el Festival Internacional de Poesía de Medellín y su cerro de Nutibara se convirtieron en espacios centrales en un cambio de sensibilidad y en la respuesta al miedo, al miedo de todo un país.

Los principios de la década de los noventa en Colombia fueron uno de los momentos más complicados y sanguinarios de la guerra interna que actualmente continúa viviendo el país. Los años ochenta dejaron atrás negociaciones de paz intrincadas con algunos grupos guerrilleros como el M-19. Se llegaron a acuerdos de reinserción y desmovilización, algunos inconclusos, y la negociación supuso intensificar ataques guerrilleros en las zonas rurales. También se produjo una expansión territorial paramilitar. Los terratenientes que ya no tenían que pagar los impuestos revolucionarios, vieron la oportunidad de fortalecerse y organizarse como autodefensas, grupos entonces legales que podían ejercer una “justicia privada”.

Por otro lado, los ochenta trajeron un sistema de organización del narcotráfico que no pudo entrar de manera pública en la política colombiana. Así los carteles de droga comenzaron a atentar contra la población civil, presionando para no ser extraditados a los Estados Unidos. Un sicariato, un entramado de extorsiones y la guerra entre carteles de droga hicieron estremecer a ciudades como Medellín y Bogotá, que sufrieron un terrorismo que se sumaba al llamado “conflicto armado colombiano”.

Los noventa continúan en las máscaras del terror, el miedo y la desconfianza. El cambio de gobierno en 1990 debía cerrar los acuerdos incumplidos y buscar una estrategia contra la violencia. Debía un mínimo de seguridad a la población. Bajo este contexto y gracias a la labor de divulgación de poesía local que llevaban realizando algunas revistas de Medellín como Prometeo (1982), Punto Seguido (1979) e Interregno (1991), surgió esta iniciativa de que la gente pudiera acercarse a una sensibilidad poética, diametralmente opuesta a la violencia diaria.

El primer Festival Internacional de poesía de Medellín se realizó el 28 de abril de 1991 con una participación de 16 poetas colombianos. Recitales de un día entero, montajes de danza y teatro, vídeos biográficos de los poetas y talleres de poesía fueron llamados Un día con la poesía. La acogida que tuvo este primer festival posibilitó que en los siguientes se ampliara el programa, no sólo a otras actividades, sino en el número de días y de poetas de diferentes países. Había nacido una esperanza que se convertiría en internacional. Al segundo festival llegaron poetas europeos y americanos, incluyendo a indígenas latinoamericanos. El verde cerro de Nutibara continuó teniendo un valor simbólico dentro del festival y la poesía se tomó otros espacios públicos y privados de la ciudad y del municipio a partir del III festival.

Asia, África y Oceanía se escucharon a partir del cuarto y quinto festival y se realizaron versiones para sordomudos y traducciones al español de la mayoría de los poemas leídos. El éxito posibilitó la creación de la I Escuela de Poesía de Medellín. En medio de la situación de guerra interna, el festival siguió creciendo y obtuvo un gran impacto tanto dentro como fuera del país. La escuela de poesía, el surgimiento de varios premios, la fundación del Movimiento Poético Mundial y una asistencia que en los dos primeros años ascendió de 1500 personas a 50000 son sus consecuencias.

Este año se celebrarán los 25 años del festival. En este tiempo los cerros ya no sólo se hacen eco de las balas, las palabras habitan el silencio unos días al año, pero en mucha más gente ese eco abre otra oportunidad, un deseo de cambio.

 

Por  Daniela Hernández Gallo

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