Poesía y ciencia

Ambas tienen un sustrato común: la necesidad humana de indagar en el origen y el sentido de la existencia; también el deseo por desentrañar las verdades del universo que parecen expandirse entre más se las descubre. El mito de la razón o de una ciencia pura e incontaminada nos podría hacer pensar que estos dos mundos, el de lo poético y el científico, poco tienen que decirse pues se hallan en extremos irreconciliables: desde esta perspectiva, por un lado la ciencia estaría sumergida en una teorización y práctica a prueba de exactitud, y por el otro la poesía, abierta a la percepción y a la sensibilidad radical, se suele concebir como un territorio arbitrario donde las certezas que busca la ciencia no tienen cabida.

A contracorriente de esta premisa, se propone la lectura de tres libros unidos por el hilo conductor de inteligencias no predecibles ni convencionales, que desmienten con rigor tal posición de las cosas y al hacerlo generan asombro. En ellos se ofrece al lector la posibilidad de penetrar en un reacomodo del pensamiento donde ciencia y poesía expresan la conexión evidente que mantienen y al conciliarse multiplican los significados de lo humano.

En estos tres volúmenes se encuentra presente la mano guiadora de la escritora Clara Janés, quien a la vez que traductora de los dos primeros: Candentes cenizas de Erwin Schrödinger (junto con Felix Schmelzer) y Teoremas Poéticos de Basarab Nicolescu, es una poeta inmersa desde hace tiempo en el estudio de la ciencia, resultado del cual es su poemario ψ O el jardín de las delicias, en el cual se despliega la energía que la dominó durante cuatro días y medio. Durante este periodo surgieron los poemas de una voz que, enamorada del conocimiento, parece atravesar, en estado de éxtasis, el jardín de la ciencia donde florecen el movimiento de la función de onda, la constante de Plank y las órbitas elípticas de Kepler al lado de la teoría de las sombras de Leonardo y el leopardo blanco de T.S. Eliot.

Para Clara Janés la ciencia como la mística convergen en la superación del tiempo, el afán de unicidad y “el saber del no saber” sanjuaniano; la poesía es así la transmisora de ese entendimiento gozoso que libera a la razón y a los sentidos y les permite fecundarse mutuamente en el paraíso de las palabras:

“Cuando nos acercamos,

entre sí se miran

los miles de millones de partículas

que somos”

C. J.

 

Por  Araceli Mancilla Zayas

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