A su aire y en su centro. Dentro de pocos días, el 20 de diciembre se cumplirá un año desde que el libro de Abraham Gragera “El tiempo menos solo” (Pre- Textos), terminó de imprimirse para poder llegar a nuestras manos. La distancia temporal permite situarme más cerca de la obra, contar con cierta complicidad, resultado de permanecer con frecuencia ante lo que ahí se nos da, tratando simplemente de escuchar. Después de leer el primer poema, Los años mudos, en el que, entre otras cosas, se pregunta por qué pasó de largo la poesía, nace la duda acerca de qué posición tomará el que escribe, a partir de ahí. Es cuestión de avanzar para percibir que incluso después de preguntarse eso, se funde en ella y desde esta postura, mediante acercamientos a diferentes formas del tiempo, establece una comunicación con él que abarca presente, pasado y futuro. A través de dudas “Me pregunto cómo recibirán a los que mueren los que nunca llegaron a nacer” y algunas certezas “Somos como los siglos antes de separarse”, de actos como recordar, soñar, imaginar, cuestionar, nombrar, ofrece una mirada y da vida a una poesía que manifiesta y revela sin perder el velo del misterio.
De este modo, llego a intuir en ella, un puente que nos lleva a recobrar a través de diversas manifestaciones el contacto con algo perdido, algo que daba la condición de expresarse, de existir y ser.
LAGUNA
Y el ángel dijo entonces: te enseñaré qué pintan ahora los
maestros antiguos. Y me llevó a otra sala, y me mostró un paisaje:
una laguna de aguas verdiazules, con huellas de un naufragio,
y una multitud en cada orilla.
Quiénes son, pregunté; por qué lloran.
Los que nacieron en el siglo de la muerte de la muerte,
respondió; los que ya nunca podrán cruzar al otro lado.
Las palabras de Abraham, nos sitúan ante nuestra propia amnesia. Dan luz para lidiar con la oscuridad que acompaña lo que no somos y pie para tratar de dirigirnos hacia lo que queremos ser, dejando atrás o no, todo aquello que echamos de menos.
Por Ana Corroto