“Estoy contento de estar aquí, aunque ahora Barcelona sea una ciudad algo más triste al faltar Jaume Vallcorba, mi editor, mi amigo”. Con un primer recuerdo al editor de Acantilado, fallecido hace algo más de un año, se presentaba a primeros de septiembre Adam Zagajewski en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, el CCCB, donde pocas horas después iba a ser protagonista de un recital poético: sus versos, reunidos en más de siete libros, todos ellos publicados por la editorial de Barcelona, serían recitados por destacados poetas en catalán, entre los que destacaban Narcís Comadira, Biel Mesquida y Sebastià Perelló. Tras pasar años en París, Berlín y en distintas ciudades de Estados Unidos, el autor de En la belleza Ajena (Pre-textos) ha decidido asentarse en Cracovia, localidad no muy distante de Gliwice, donde llegó con tan solo cuatro meses después de que, en 1945, sus padres fueran obligados a mudarse desde Lvov, actual Ucrania. Zagajewski acaba de pasar unas semanas de estancia en la isla de Mallorca, invitado por el Pen Català, promotor de Habitació 2016, un proyecto que, por un lado, recupera la idea del hotel como punto de encuentro de escritores, dentro de la tradición de los viajes formativos de los escritores, con nombres ilustres como Goethe, Stendhal o Joseph Roth, y, por otro lado, busca ser una indagación en torno a la escritura y su relación con los lugares, en particular, con los turísticos. La reflexión sobre el fenómeno del turismo, su efecto sobre los espacios y la repercusión que dichos efectos tienen sobre la narrativa topográfica está en la base del proyecto Habitació 2016, que Zagajewski, autor del breve texto en prosa Dos ciudades, inaugura.
“Todavía es demasiado pronto para hablar de lo que es Mallorca ahora mismo”, nos dice Zagajewski, quien confiesa que sus primeros días en la ciudad balear han sido de asentamiento, días en los que todavía no ha podido escribir nada acerca de la Mallorca que lo hospeda. “Por ahora, estoy continuando un trabajo que ya había iniciado”, afirma y, si bien insistimos preguntándole si este trabajo tiene que ver con Mallorca y con el turismo, el poeta se muestra esquivo: “El escritor no es señor total de sus obras. Nunca sabe exactamente a dónde le terminará por conducir el texto en el que trabaja”. Aunque poco o nada nos dice sobre su actual trabajo, Zagajewski deja entrever que, si bien es difícil mostrarse entusiasta hacia el fenómeno del turismo, su postura no es de alguien que pretenda enjuiciarlo, pues “al fin de cuentas, todos somos turistas. Pensamos, siempre, que los turistas son los demás, pero todos lo somos en cierta manera”. Zagajewski confiesa tener un sentimiento ambivalente ante el turismo, no sólo porque él mismo se reconoce, a veces, como turista, sino porque le resulta interesante, casi desde un lado estético-antropológico, observar cómo en Cracovia, “que no tiene los índices de turismo de Mallorca o Barcelona”, estos visitantes ocasionales “se pasean por las calles fotografiándolo todo, mientras que los residentes viven su día a día indiferentes ante todo aquello que les rodea”. El poeta observa estos modos diferentes, casi opuestos, de practicar el espacio, los observa sin desdén –“tendemos a pensar en el turista como una expresión de la cultura de masas, pero ¿por qué dar por sentado que todos los turistas no aprecian y no aprovechan intelectual y personalmente todo lo que aprehenden?”- y sobre todo desde la distancia, elemento que define gran parte de la poética del autor de Mano invisible: es precisamente desde la distancia, cronológica y geográfica –“fue estando en Texas, durante mi estancia en Houston, cuando pude escribir sobre París y echar de menos la capital de Francia”-, que hace posible la creación poética a través de la imaginación. “La poesía nace desde la imaginación, que nos permite escribir sobre los lugares en los que no estamos”.

Adam Zagajewski en el CCCB / Jan Nebot
La imaginación y la memoria son centrales para Zagajewski, pues a través de ellas el poeta (re)construye el tiempo y los espacios perdidos, desde esa ciudad natal de Lvov, que tuvo que abandonar, hasta los continuos peregrinajes que le han hecho recorrer Europa y, finalmente, llegar a Estados Unidos, “desde donde pude finalmente entender qué era y qué significaba Europa”, confesaba el poeta hace algunos años. Ahora le preguntamos si sabe qué le pasa a Europa, pero parece no saber qué contestar, “¿qué puedo decir yo del drama de los refugiados? Me entristece el drama de esta gente, pero no sé cómo debería hacerse para gestionarlo. ¿Europa puede acoger a 100 millones de individuos? No lo creo, pero no sé qué debe hacerse”. “Cuidar el mundo”, escribe en En la belleza ajena, es “leer un poco, escuchar algo de música”, aunque, en su caso, habría que añadir, “escribir poemas” a través de los cuales reflexionar sobre el presente, mirar hacia el futuro y, sobre todo, rescatar el pasado.
Los espacios, su pérdida y su recuperación poética
“La poesía es una forma de reflexión” y, entre los temas sobre los que reflexionar, los espacios ocupan un lugar de relevancia. Continuos peregrinajes, algunos obligados, que, sin embargo, Zagajewski no quiere leer como exilio. “Fueron voluntarios”, comenta, “yo soy un hombre libre, no puedo hablar de exilio”, añade cuando intentamos asociar su figura a la de Walter Benjamin, que también pasó unos días en Mallorca, para luego asentarse durante algunos meses en Ibiza y, de hecho, de esos días ibicencos surgió el ensayo Experiencia y pobreza. “No puedo pensarme en relación con Benjamin; como hombre libre, lo que mejor me define es el adjetivo ‘turista’, aunque nosotros los intelectuales siempre rechazamos esta denominación”. Dejando de lado a Benjamin, Zagajewski parece enlazarse con la tradición pessoniana –y a la vez vilamatiana- del “viajar, perder países”: la pérdida de países y, consecuentemente, la pérdida de un tiempo pretérito, el tiempo vivido y dejado atrás, pero también el tiempo que nos precedió y que está presente en el poeta como memoria ineludible de unas experiencias de las que no es posible desprenderse, es contrarrestada con la recuperación poética a través de la memoria en unión con la imaginación. “La memoria es insuficiente, es necesario complementarla con la imaginación”, comenta Zagajewski, para quien la memoria poética nada tiene que ver con la memoria histórica o política, sujeta a la ideología y, actualmente, en Polonia –aunque bien podríamos hablar también de España- campo de batalla donde se libra, por parte del Gobierno, una guerra “por crear una nueva memoria histórica nada acorde con los hechos históricos”. A diferencia de la memoria histórica, “la literatura, la poesía, entran en contacto con el infinito”, nos dice Zagajewski, que, nos avisa, no quiere que sus palabras suenen pretenciosas, pues más que pretensión, hay en él ese convencimiento de que la poesía lo es por su carácter trascendente, por su ir a ese “infinito que es parte del futuro, pero condensa en sí mismo también el pasado”. El poeta es aquel que aferra el infinito, donde confluye pasado y futuro, es, nos dice Zagakewski “la intersección entre pasado y futuro, puesto que el poeta rescata el pasado para mirar hacia el futuro, hacia aquello que le es desconocido. El poeta une estos dos mundos aparentemente contrarios y los une a través de la imaginación”.
Zagajewski, lo trascedental y Antonio Machado
Como el ángel de la historia de Benjamin, Zagajewski escribe en su ensayo memorialístico: “la poesía se entiende como un género de homenaje rendido al ídolo de la memoria, con la elegía como poema estrella, que no sólo salva del olvido, sino también y al mismo tiempo intenta eternizar, retener, la frescura y la fuerza de la vivencia pasada”. ¿Cuánto hay de religioso en su concepción de eternidad y de infinito en relación a la poesía? “Declararse un poeta religioso es como declararse de un partido político”, responde Zagajewski, “la religión quita verdad a la poesía, como también lo hace la afiliación a un partido político”, comenta y no duda en poner como ejemplo, no sin algo de desdén, a Paul Claudel: “sus versos católicos son sus peores versos”. Zagajewski se muestra crítico hacia la religión, que asocia no sólo a la militancia política, sino a la ideología, a la vez que la diferencia de lo religioso: “lo religioso es aquello que va más allá, tiene que ver con la trascendencia, que es lo que me interesa, y no con una fe en concreto”. En el polo opuesto a Claudel, como uno de sus referentes, “si bien es difícil afirmar hasta donde llega la influencia de quienes te pertenecieron”, Zagajewski sitúa a Antonio Machado, “un poeta lírico que se aferra al presente, a la realidad, para ir más allá”. Machado “convierte la realidad en metáfora para trascender, su poesía contiene siempre un sentido trascendente”, comenta Zagajewski:
“No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.
Con estos versos, el poeta polaco recuerda al poeta de Sevilla, lo recuerda con particular énfasis como si la poesía fuera lo único a lo que aferrarse a día de hoy. “Europa se ha olvidado del pasado, no saca provecho de las lecciones que el pasado le ha legado”. ¿Qué debe hacer Europa?, le preguntamos. Con mirada escéptica, Zagajewski nos contesta que “los poetas no tienen la competencia para decir qué debe hacerse y cuál es el futuro de Europa. Los escritores, además, por muchas cartas, manifiestos y artículos que escriban no cuentan en absoluto, así que lo único que pueden hacer es escribir”.