“Tienes que hacerle entender al lector que él es más listo que tú. Esta es la gran dificultad de hacer una gran literatura que sea rica y compleja”, comenta desde el otro lado del teléfono Agustín Fernández Mallo, poeta, novelista -fue Premio Biblioteca Breve hace tres años con Trilogía de la guerra– y ensayista. Tras participar junto a Fernando Castro Flórez y Bernardí Roig en el libro colectivo Wittgenstein, arquitecto, ahora publica La mirada imposible (Wunderkammer), un ensayo que, partiendo de la pregunta en torno a qué es un escenario, reflexiona acerca del deseo de verlo todo y, principalmente, de qué manera la imposibilidad de verlo todo nos hace proyectar lugares oscuros, imposibles de representar. Asimismo, la pregunta sobre estos “escenarios imposibles” lleva a Fernández Mallo a interrogarse por la construcción de la identidad en la era del Big Data.
La mirada imposible es un ensayo sobre el deseo de verlo todo y sobre la imposibilidad de hacerlo escrito, curiosamente, durante el confinamiento, es decir, cuando nuestra mirada estuvo recluida dentro de las paredes de casa.
No he reflexionado sobre si el impedimento de mirarlo todo provocado por el confinamiento influenció de una manera u otra la escritura. Podemos suponer que sí, aunque no estoy del todo seguro. La vida de un escritor, al fin y al cabo, es estar confinado y, por tanto, no sé hasta qué punto el confinamiento del año pasado modificó mi percepción sobre un tema que, además, viene de lejos. Algunas de las ideas presentes en el ensayo, sobre todo en su segunda parte, tienen su origen entre 2008 y 2010; lo que sucede es que las dejé apartadas hasta ahora. Siempre me ha resultado interesante indagar en la razón por la cual narramos aquello que no podemos ver. Esto es la literatura, el intento constante de narrar aquello que sabemos que, por muchos datos que tengamos y por mucho que avance la ciencia, nunca podremos ver. Y, a pesar de ser conscientes de ello, queremos arrojar una luz sobre ello. De ahí que el punto de partida sea la subida de Petrarca al monte Ventoux con el deseo de poderlo contemplar todo, pero este deseo siempre queda defraudado. En el fondo, ni tan siquiera Google Earth es capaz de verlo todo. Es un imposible, si bien, como digo en un determinado momento, nuestra misión ha sido desde el inicio tratar de verlo todo. Y de este deseo, sobre el cual ya hablaba en las últimas páginas de Trilogía de la guerra, nacen los escenarios imposibles, esa quinta pared en la que proyectamos realidades invisibles para nosotros.
Esto es la literatura, el intento constante de narrar aquello que sabemos que, por muchos datos que tengamos y por mucho que avance la ciencia, nunca podremos ver.
Ahora que citas Trilogía de la guerra, en este ensayo retomas la reflexión en torno a los muertos, como presencias constantes que, sin embargo, no podemos ver.
Claro, el muerto es, por definición, un escenario imposible. Al muerto no podemos verlo y, por tanto, lo único que podemos hacer es proyectar en él una imagen delirante y fantasmática. En el ensayo, hablo de la masa de muertos que tenemos a nuestras espaldas, que están ahí como una legión de entes que queremos que sigan siendo humanos, aunque no lo sean, y los relaciono con las generaciones futuras, que son también otra proyección nuestra. A mí siempre me ha parecido muy rara y, a la vez, bastante lógica la idea de que es necesario construir un mundo mejor para los que vendrán. Pero ¿y si los que vienen son unos tarados? ¿Tiene sentido trabajar para unos tarados? Más allá de esto, lo que quiero decir es que siempre trabajamos a partir de proyecciones, que se dirigen hacia el pasado y hacia los que ya no están, así como hacia las generaciones venideras.
Al muerto lo defines como la máquina perfecta, como el no humano más humano.
Este es uno de los hallazgos poéticos que más ilusión me hizo alcanzar a medida que escribía. Ten en cuenta que yo escribo sin saber exactamente hacia dónde voy, nunca trabajo a partir de un orden o de unos resultados a priori. Si supiera qué voy a escribir y dónde me va a conducir la escritura, dejaría de escribir. Volviendo a tu pregunta, me hizo mucha ilusión el darme cuenta de que, en realidad, el muerto se puede ver como un humano que finge ser una máquina. Todo el debate en torno a qué es una máquina y qué es un ser humano es cada vez más actual, sobre todo a partir del desarrollo de la llamada “inteligencia artificial”, concepto con el que estoy en completo desacuerdo.
¿Por qué?
Por la sencilla razón de que no puede haber una inteligencia artificial, si es artificial no es inteligencia. Pero, bueno, asumámoslo como un concepto metafórico que, como te decía, plantea la pregunta sobre qué es una máquina y qué es el ser humano, pero también lleva a reflexionar sobre la animalidad. Todas estas cuestiones me permitieron darme cuenta de que podemos ver al muerto como la máquina perfecta en tanto que está ahí delante, nos sigue contando cosas, establece un diálogo con nosotros, no siendo ya humano. Por esto digo también que una máquina perfecta es la mascota, porque la relación que establecemos con ella es similar: entablamos un diálogo como si fuera un humano, pero no lo es.
De hecho, dices que el muerto-máquina despierta sentimientos profundamente humanos.
Efectivamente. Y lo mismo pasa con las mascotas. Por un lado, en el libro, planteo un discurso en contra de la idea de que a través de una máquina se puede crear un humano. Y, de hecho, cuando hablas con gente que trabaja en la llamada inteligencia artificial te dice que una máquina nunca podrá ser igual que un ser humano. Una máquina, por ejemplo, nunca tendrá capacidad simbólica, entre otras muchas cosas. Por otro lado, en el libro intento mostrar que el hecho de convertir a un animal en una mascota es un delirio urbano que tiene que ver con el deseo de convertir a ese animal en un humano. Esto se ve claramente en la relación que se establece con las mascotas: la gente habla con ellas, aunque, en realidad, lo que hace es hablar consigo misma a través de ese mediador simbólico o de esa proyección que es el animal. Todo esto me lleva a preguntarme para qué buscar la máquina humana perfecta si ya las tenemos y son, más allá de las mascotas, los muertos.
Y esta pregunta resulta particularmente interesante asociada a tu reflexión, si se quiere antidarwiniana, sobre el hecho de que los seres humanos provenimos de la imitación de los seres más débiles.
Ante todo, diría que con el darwinismo hay un malentendido en cuanto Darwin no dice que sobrevive el más fuerte, sino el que mejor se adapta. Mediante una lectura que hoy definiríamos como heteropatriarcal, se vende o se publicita que triunfa el fuerte. Esta es una idea errónea que nunca ha sustentado el darwinismo, pero que ha servido para legitimar el poder y a los poderosos frente a los otros. Y no hay mejor prueba de que la supervivencia no depende de la fortaleza, sino de la adaptación, que la extinción de los dinosaurios. Cuando cayó el famoso meteorito en el golfo de México, los dinosaurios se extinguieron, pero sobrevivieron pequeños roedores, que son los mamíferos. ¿Cuáles eran los seres más fuertes? Evidentemente, los dinosaurios. ¿Por qué? Porque no se adaptaron.
¿Y es la capacidad de adaptación la que te hace definir al individuo como un ser tropical?
Me parece emocionante pensar que todos nosotros somos seres tropicales, aunque no siempre seamos conscientes de ello. El hecho de ponerse un jersey para salir a la intemperie es un salto evolutivo que cualquier otra especie tardaría millones de años en hacer. El oso polar, pongamos por caso, solo puede vivir en el polo y, si lo llevas a vivir en el Sahara, se muere a los días. El ser humano, no. ¿Por qué? Porque somos capaces de ponernos o quitarnos un jersey para adaptarnos a un ambiente cuya temperatura no es acorde con la de nuestra piel. Y esta capacidad de adaptación es la que nos hace buscar siempre nuevos escenarios, muchas veces a través de la ficción, que nos permite elucubrar ideas y mundos nuevos.
En este sentido, el ensayo es una reflexión sobre el escenario y sobre cómo nos relacionamos con dicho espacio.
El libro nace, de hecho, de la pregunta en torno a qué es un escenario, pregunta que tiene su origen en algo muy personal: mi incapacidad de entender el teatro. Cuando voy al teatro, siempre termino por salirme del pacto de ficción y de la escena y no puedo evitar pensar qué hace en realidad esa gente imitando o interpretando el papel de otros. La ruptura del pacto de ficción es lo que me lleva a preguntarme qué es un escenario y cómo lo definimos. Para tratar de llegar a una conclusión, a lo largo de la reflexión me planteo por qué si vemos en la calle a alguien haciendo cosas extrañas o inauditas, lo definimos como loco, en cambio, si entorno a sus pies está dibujado un recuadro del cual él no sale, lo consideramos un actor. ¿Qué significa, en realidad, esa línea trazada con la tiza capaz de cambiar radicalmente nuestro concepto de realidad y de representación? Planteándome estas cuestiones, he podido darme cuenta de que, en realidad, toda forma de representación artística no puede existir si no es gracias a esa línea, puesto que, si esta línea de tiza no existiera, el mundo de dentro y el de fuera se volverían equivalentes y anularía la representación. Y es que, si todo es representación, nada lo es.
En otras palabras, ¿necesitamos de una realidad para que exista la ficción?
Efectivamente. Lo que garantiza que una película sea una película es que un actor o una actriz tengan una vida afuera en la que no ejercen de intérpretes. Si siempre fueran actores y actrices, dentro y fuera de la pantalla, todo sería cine y, por tanto, nada sería cine. La vida carecería de sentido. Es muy importante marcar el adentro y el afuera para, a continuación, poder interrogarse sobre cuánto sucede en ese adentro, es decir, en la ficción.
Y en cuanto a la ficción, introduces el de la quinta pared como punto de fuga.
La quinta pared son todos aquellos escenarios extremos de fuga, es decir, escenarios simbólicos o imaginativos que no pueden representarse, en cuanto están en la cabeza de cada uno, pero nunca ven la luz.
¿No hay escenario más imposible que el interior del cuerpo humano?
La idea del cuerpo como un lugar oscuro que no puede verse ya estaba en Nocilla Dream y la he ido retomando hasta ahora en distintos libros, ya sea en mis poemas como en textos para ensayo, puesto que me parece muy potente lo que se deriva de ella. Es decir: estamos en un mundo lleno de luz, necesitamos la luz para ver y para vivir y, sin embargo, nuestro interior corporal es completamente oscuro, en él no puede entrar luz alguna. Es más, nuestro cuerpo está preparado para que en él no penetre la luz y, cuando penetra, es porque hay un problema que, para resolverse, obliga a abrir quirúrgicamente el cuerpo. Por esto, en el ensayo digo que uno de los escenarios más imposibles es el interior de nuestro cuerpo, porque, aunque con los avances de la medicina es cada vez más visible, está hecho para no ser visto. Y ojalá nunca se vea, pues significará que gozas de buena salud.
Estamos en un mundo lleno de luz, necesitamos la luz para ver y para vivir y, sin embargo, nuestro interior corporal es completamente oscuro
Pero, si hablamos de partes oscuras, seguramente la mente sea la más impenetrable.
Absolutamente. Nuestra mente es algo incomprensible para todos, empezando por nosotros mismos. Lo que sucede es que la idea de la psique como un lugar de oscuridad me parece menos atractiva, porque se ha repetido con frecuencia o, por lo menos, no me resulta a mí una idea novedosa. Ahora bien, me parece interesante irse a lo más material de uno mismo, como pueden ser las tripas y el corazón, y pensar que, aunque sea simbólicamente, allí está todo.
Sin embargo, el cuerpo es cada vez menos oscuro. Gracias a la ciencia, cada vez es más visible.
Sin duda. De la misma manera que intentamos ver cada vez con más detalle el interior de nuestro cuerpo, buscamos ver el universo con más detalle o tratamos de mapear la Tierra con instrumentos como Google Maps, que no es otra cosa que el intento de crear un espejo borgiano en el que reflejar la Tierra. Sin embargo, es solo un intento, porque ninguna geolocalización es exacta. Toda medida tiene su margen de error. Y, volviendo a lo que comentabas, efectivamente cada vez queremos ver más. Lo que sucede es que ver el interior del cuerpo humano no es tan fácil cuando la persona está viva. De ahí que recurramos a medios representativos: los rayos X, las resonancias magnéticas, el pet… Y el uso de estos medios obliga a preguntarse qué es la representación que ofrece una imagen médica. Cuando ven tu interior gracias a los rayos X, ¿qué ve exactamente el radiólogo? ¿Cómo interpreta lo que ve? Ante esto, lo primero que se puede decir es que el radiólogo lo que hace es deconstruir un cuadro abstracto: donde los demás no vemos nada, el radiólogo ve algo, pero ¿qué es este algo? Es el resultado de un ejercicio de interpretación que pone en entredicho el estatuto de realidad.
Es decir, ¿cuán “real” es la imagen?
Al respecto, cuando me rompí el fémur, el radiólogo veía en la radiología que me hizo un principio de necrosamiento. Sin embargo, el traumatólogo, que es el que me hubiera tenido que operar, dijo que él no veía ningún indicio de necrosamiento y, añadió, que él no operaba imágenes. El debate entre ambos médicos fue muy interesante porque cuestionaba el estatuto de realidad de las imágenes.
Esto me lleva a la reflexión final en torno a la escritura…
Bueno, es que el final del ensayo tiene algo de delirio, aunque, espero, bien argumentado. Su punto de partida es mi oposición a la oralidad, sobre todo cuando se trata de poesía. Si vas a un recital de poesía, no escuchas poemas, solamente su interpretación. Y sé que mi postura no es la más común, puesto que, sobre todo actualmente, a lo oral se le concede un gran prestigio, muy por encima del que se concede a la escritura. Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con dicho prestigio, en primer lugar, porque vengo de una tradición no analfabeta, entiendo por “analfabetismo” el desconocimiento de la escritura. Además, creo que es importante recordar que de la oralidad a la escritura hay un salto importantísimo, sobre todo porque la escritura no es la mera transcripción de lo oral -si escribiéramos como hablamos, la lectura sería imposible-, sino que es la transformación de la palabra oral a modo texto. Y esta transformación, como digo en el ensayo, es lo que hace que la escritura se convierta en algo luminoso, es decir, en algo que ilumina aquello que no vemos y no comprendemos. En otras palabras, la escritura nos da una visión del mundo duradera y clarividente.
Lo que quería decir es que la escritura es una representación como lo es la imagen.
Claro, la escritura es una representación y, por lo tanto, siempre está sujeta a la interpretación. Y, precisamente por esto, la escritura es un escenario, porque en el proceso de interpretación interviene la ficción. La escritura no es algo objetivo, todo lo contrario, es el medio a partir del cual se abren escenarios distintos percibidos de forma distinta y cuya recepción depende de muchos factores: de la cultura de quien lee, de su clase social, de sus conocimientos previos…
Y esta reflexión se puede aplicar también a la identidad o, mejor dicho, a cómo se construye.
Partiendo de la base de que toda identidad es una construcción, lo que señalo en el ensayo es que la idea de que cada uno arma su propia identidad es un delirio que, sin embargo, perpetuamos. Cuántas veces te encuentras con gente que te dice “yo soy…” y, sin embargo, tú no lo ves tal y como él se define a sí mismo. Y esto pasa también con las identidades colectivas: “Somos gallegos”, “somos franceses”, “somos españoles” …. Pues no, no es así. Vosotros no sois lo que vosotros decís, sino lo que el mundo dice que sois.
Lo que sucede es que ese “otro” que planteaba el psicoanálisis ya no es identificable en cuanto se ha convertido en una red de datos infinita.
Desde que el ser humano existe, la identidad, sea individual sea colectiva, siempre ha sido resultado de la construcción colectiva. Lo que sucede es que, en la contemporaneidad, nuestra identidad es, efectivamente, la suma de millones de datos en torno a nosotros que no solo no controlamos, sino que, incluso, desconocemos su existencia. Y, sin embargo, todos estos datos constituyen nuestra identidad hoy: yo soy, en parte, resultado de todos estos datos que, quizás, están depositados en un banco de Hong Kong, porque se los pasó mi banco. Asimismo, yo también soy lo que yo pueda decir a alguien y que ese alguien anote, modifique y divulgue, habiéndome yo olvidado de lo dicho. Toda esta cantidad de datos y metadatos son nuestra identidad. Y lo paradójico de todo esto es que no hay nadie ahí fuera que se haga cargo de estos datos. Antiguamente, había un Dios, un Estado o, incluso, una gran corporación a quien dirigirse y, sobre todo, a quien responsabilizar sobre lo que somos y sobre cómo somos manipulados. Pero, hoy en día, la diseminación es tal que no podemos apelar a nadie. Y es que no hay nadie allí afuera. La soledad del sujeto contemporáneo se debe a esto, a la imposibilidad de pedir cuentas a nadie.
Por esto, apelando a El proceso de Kafka, señalas que lo peor no es ser ni amo ni esclavo, sino la inexistencia de una instancia superior a la que pedir cuentas.
Exacto. A partir del mundo que él conocía, Kafka muestra lo terrorífico que puede ser cuando no sabes a quién tienes que apelar. Lo que sucede es que, en El proceso, todavía encontramos figuras de referencia como el juez, el policía, el vecino…, ahora todas estas figuras se han diluido en un universo estadístico, que ha terminado por suplantar el mundo de lo concreto. En realidad, nuestra identidad, dispersa y suma de pequeños trozos, es una identidad estadística.