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Almudena Sánchez, 30/05/2021

 

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Almudena Sánchez: “los libros son estados de ánimo sustentados por el lenguaje”

No busquen complacencia en Fármaco (Literatura Random House), de Almudena Sánchez. Se trata de un relato escrito desde la experiencia de la depresión, desde el lugar del dolor y durante el proceso de curación, cuando los fármacos dotan de momentos de extraña lucidez que se alternan con aquellos oscuros y confusos. Fármaco es el relato de una experiencia y también es el intento de comprender aquello que se está viviendo. Asimismo, es la historia de un yo roto, fragmentado como la propia escritura, que se recompone.

 

Victor Hugo, que perdió a una hija siendo esta una niña, sostenía que solo era posible escribir cuando las lágrimas ya se han secado, cuando se ha podido establecer una distancia entre la escritura y el dolor. Fármaco, sin embargo, está escrito desde dentro de la enfermedad.

Entiendo a Victor Hugo en su dolor, pues a mí también me cuesta hablar de una tristeza diferente—, aunque supongo que con coincidencias (en ambos sitios está muy presente la muerte). Lo cierto es que Fármaco no lo podría haber escrito desde una mirada lejana. La depresión me impedía cualquier cosa, y, sin embargo, la conciencia de que era escritora no desapareció en ningún momento. Saqué unas pocas diminutas fuerzas de ahí, de la vocación feroz que me empuja a querer escribir desde que era una niña. Y capturé esa atmósfera: el aire que respira una persona deprimida; un aire podrido, sucio, lleno de culpa, insano e incomprendido. Mientras escribía Fármaco, de hecho, pensaba que iba a morir antes. Que no terminaría viva el libro. Que lo publicaría una persona muerta. Así lo escribí.

En las primeras páginas, haces hincapié en el hecho de que quieres que, ante todo, Fármaco sea literatura. Rechazas así no solo la autoayuda, sino también ¿la idea de construir un relato meramente confesional?

Bueno, tengo que insistir en esto porque no me queda otra: el tema se asocia inconscientemente a la autoayuda. Uno de los motivos que me han llevado a escribir Fármaco es el de desencasillar, desimpregnar y luchar a mi manera, para que la autoayuda no secuestre algunos de los temas fundamentales incluso filosóficosque nos atañen a los seres humanos. Creo que debemos poder escribir literariamente sobre cualquier cosa, sin que suponga un problema. A mí me duele que Fármaco se tenga que tragar la etiqueta de la autoayuda y una historia de desamor, por ejemplo, no. Una ruptura. Una narración sobre el duelo, tampoco. Ni un parto difícil. Muchos libros que admiro, como Ordesa, Mortal y rosa, Bajo el signo de Marte, Instrumental, El año del pensamiento mágico, La loca de la puerta de al lado o Yoga están situados en la mesa de narrativa o de novedades. Cuando me veo ahí, en la mesa de autoayuda, no me queda otra que protestar. No digo que Fármaco sea alta literatura, eso lo juzgaréis las/os lectoras/es. Pero, al menos, sí que me defiendo. Si no lo hago yo, quién lo va a hacer. En Fármaco hay un propósito literario, una clara hibridación, tristeza lírica, pensamiento y desazón y lo que para nada hago dios me libre— es darle consejos a nadie. Jamás dejaría la literatura de lado, y en el fondo, ese encasillamiento es algo que esperaba, pero cuando veo que en la realidad se cumple ese prejuicio, esa falta de lectura, esa asociación robótica, duele bastante. En cuanto a lo personal y lo biográfico, he pretendido universalizar la historia. Yo he sufrido esta depresión que es muy particular y personal, y por supuesto, sé que habrá depresiones peores y más leves también. De lo que habla Fármaco es de la melancolía profunda convertida (aceptada), al fin, como enfermedad. Y de lo abstracto y fantasmagórico que es vivirla y sufrirla.

 

Uno de los motivos que me han llevado a escribir Fármaco es el de desencasillar, desimpregnar y luchar a mi manera, para que la autoayuda no secuestre algunos de los temas fundamentales incluso filosóficosque nos atañen a los seres humanos.

En el texto, incorporas citas y tuits de distintas personas, ¿esta idea de la escritura como conjunto de textos distintos, propios y ajenos, responde en parte a esa huida de lo puramente autobiográfico?

No concibo la vida de forma lineal, pues creo que el pasado, el presente y el futuro se mezclan constantemente. El inconsciente actúa. Me gusta mucho esa idea que refleja  —tan solo con su título— Siri Hustvedt, Recuerdos del futuro. Ese título, esa concepción del tiempo y espacio es en la que creo y así lo experimento en mis libros y en la vida. En relación con los retuits, los integré para dar un poco de aire al libro, porque fueron algo real y también por incluir en Fármaco a más personas. Considero que, a veces, los libros tienen cierto carácter egocéntrico (no sé, el autor/a es solo una/o) y me gustaba que una página fuera de alguien conocido o desconocido, depende. Retuiteaba lo que empáticamente me llamaba la atención. Y también esos retuits sitúan al libro en la era de las redes sociales, lo que creo que no está mal.

¿El fragmentarismo es también reflejo del proceso de escritura? O, quizás, ¿metáfora de un yo roto que intenta reconstruirse? 

Son las dos cosas. Escribí este libro de forma muy lenta, por capas. Primero recopilaba las pesadillas por si me servían de material literario para otros textos. Escribía a mano, mordiendo con debilidad el tapón del boli Bic. Más tarde, empecé a relatar escenas de la infancia, traumas enquistados. Fue un año más tarde cuando pude narrar los episodios depresivos, cuando ya estaba mejor y el tratamiento comenzó a hacer efecto. Ahí pasé del boli Bic mordisqueado al portátil. Es un libro fragmentario y ahora, cuando lo releo, ya curada, con distancia, lo siento tartamudear. Es un libro atemorizado, aunque aborde cuestiones valientes.

He mencionado mucho el término autobiográfico, pero, a lo mejor, la palabra clave sea experiencia.

Sí, como bien afirmas diría que es un libro experiencial. No lo hubiera escrito si esto no lo hubiera vivido dentro del propio cuerpo. Quiero decir, este tema me ha pillado de golpe. Yo no esperaba explotar así cerebralmente y un día va y ocurre. Me rompió todos los esquemas y pensé: tengo que escribir esto. Es demasiado fuerte, es brutal, no me deja funcionar en la vida, no puedo pensar en nada sin llorar. En nada. La depresión te devora la vitalidad, el ánimo, la autoestima, los deseos y destroza la continuidad de las rutinas. No hay nada más allá: un camino negro.

 

La figura del escritor deprimido y la idea de que el estado depresivo, como la locura, favorece a la creación ha sido recurrente. ¿Hasta qué punto estos tópicos han falseado o no la experiencia de la depresión?

Los fármacos y el estado mental en el que me encontraba favorecieron mi distorsión de la realidad. Se ve lo malo con más nitidez y lo bueno muy borroso. Esa visión no es la que se suele tener en un momento, digamos, “equilibrado”. Yo me refiero a eso en cuanto al estado de lucidez: en un desajuste.  Y Fármaco está lleno de desajustes. Es como cuando el alcohol te achispa, pero a largo plazo y de mala manera, te sientes sola con tus pensamientos y abandonada. Al límite. La locura impulsa el desahogo. Estás que no estás, que te sales, que te desbordas, que puedes decir cualquier frase, escribir sin pensar en el mañana, puesto que no te ves en el mundo. Deseas desaparecer, suicidarte y morir. Así que lo escribes todo, lo dices todo. Yo viví durante años dentro de un existencialismo exagerado (en ocasiones, bastante lúcido) a cambio de un sufrimiento atroz que traté de esconder. Un hombre deprimido se suele considerar un genio, en cambio, una mujer deprimida es la loca de los gatos. Prefiero no vivir así y disfrutar de una caña con amigas, esa es la verdad. Lo otro, aunque de vez en cuando sea purificador y un poco destelleante, no es vivir: es soportar.

Los fármacos juegan un papel clave. ¿No solo son esenciales para la curación, sino también te permitieron momentos particularmente lúcidos para escribir?

Mi tratamiento me hacía sentir… anfetamínica. Era como si me dieran empujones a propulsión al tiempo que no podía mover, no podía hacer movimientos normales. Y mi mente también funcionaba así, aletargada junto a iluminaciones rápidas y muy descontroladas. El subconsciente lo he tenido más despierto que nunca. Para despertarlo así, ha tenido que aparecer un gran dolor. El poco tiempo que dormía estaba invadido por pesadillas. Las noches eran larguísimas. Los días, insufribles. Y bueno, me intenté aprovechar de la situación, de esa distorsión continua y del sentimiento espeso de negrura: tratar de captarlo, de exponerlo, de no negarlo y contarlo en un papel: indagar sobre mis demonios. Esa voz literaria en concreto, no creo que vuelva. Forma parte de aquellas tinieblas.

Pensado en los relatos vitalistas de tu anterior libro, podríamos reflexionar sobre de qué manera el contexto y el estado anímico tienen su reflejo en la escritura.

Sí, esto es importante. Me he dado cuenta de que nunca seré la misma escritora, pues dependerá del momento en que me encuentre. Se ve en el tono, en el ritmo, en los temas, en los diálogos de los personajes, en todo. Al fin y al cabo, los libros son estados de ánimo sustentados por el lenguaje.

En Fármaco reflexionas sobre de qué manera la depresión es una enfermedad que puede aparecer de repente, sin necesidad de causas objetivas, y, al mismo tiempo, cómo lo vivido en el pasado puede ser su detonante.

Es curioso que cuando te diagnostican una enfermedad, suelen preguntarte por la familia, el pasado, el presente e incluso el futuro, ¿no? Es como una historia de terror dentro del cuerpo, que se encuentra agazapada y surge sin aviso. La tristeza infinita que me causaba la depresión me enlazaba mucho con la muerte. Quiero decir: estaba conversando con la muerte a todas horas. No había vida. No existía para mí la dualidad: muerte y vida. Tan solo la muerte, a mi lado, en el sofá. Es extraño, pero al estar tan cerca del final  —pues me contemplé de veras, en varias ocasiones, al  final de todos los finales —, me reconectó con la niña que fui, con la infancia, con esos recuerdos.

Se podría decir que Fármaco es un intento de comprender la depresión. ¿Hay mucho desconocimiento y, quizás, también mucho estigma?

En mi caso, yo tenía una idea muy vaga sobre la depresión. Muy prejuiciosa, por falta de empatía y de educación. He sido la primera que he aprendido sobre esto. Hay demasiadas enfermedades en el mundo para comprenderlas todas, pero creo que la depresión necesita una entrega absoluta. Todas las enfermedades mentales. Lo abstracto y avasallador en general. Lo que no vemos, lo que no está presente: muchísimas personas estarán en casa padeciendo un infierno, por vergüenza, porque no las entienden o las juzgan mal o, directamente, ni les dejan acudir a un psicólogo/a. O ellos/as mismos/as ni se lo permiten. Hay como un mandato que nos aleja del autoconocimiento. De la tasa de suicidios ni se habla. No se habla de que exista un problema real. No se habla de nada que incomode o duela. Sin embargo, la ciencia avanza a toda velocidad, inventando fármacos que curan y nosotros/as no somos capaces de sentarnos y tener una conversación humana sobre salud mental. Nos estamos quedando atrás a nivel emocional.

¿Hasta qué punto el arte -literatura, cine…- han favorecido dicha estigmatización? Y, sobre todo, pensando en Fármaco así como en la última novela de José Ignacio Carnero, Hombres que caminan solos, ¿podemos hablar de un intento de repensar la depresión, tanto desde la experiencia femenina como masculina, más allá de los tópicos y estigmas?

Creo que el arte favorece la visibilización. El Guernica es un estallido mental. El Grito, otro. Y dentro de esos estallidos, hay mucho contexto social. En cuanto a la literatura, el problema que veo es que estos temas son propios de la autoayuda: no hay libros actuales que hablen bien de estados mentales alterados. En Fármaco menciono algunos que abordan la tristeza y lo hacen ferozmente y de forma brillante. Por eso, me alegra que, poco a poco, vayamos abriendo la puerta de los secuestradores de la autoayuda, que se han apropiado de estos temas y los saquemos de ahí. El libro que mencionas de José Ignacio Carnero es un ejemplo valiente y está maravillosamente escrito. Y también me gusta que los treintañeros empecemos a reconocer nuestras depresiones. Tengo algunas amigas que no se pueden levantar de la cama. Y amigos que lloran cada cinco minutos. Es realmente triste que una generación con toda la vida por delante esté sufriendo depresión. Que estemos creando una sociedad llena de jóvenes deprimidos/as es preocupante.

 

Por  Anna Maria Iglesia

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