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Luisgé Martín, 21/09/2016

 

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Imagen: Rai Robledo

Luisgé Martín: «Todo eso tan terrible fue en realidad tan terrible»

Luisgé Martín es, hoy por hoy, un nombre que no necesita presentación en las letras españolas. Desde 1989 no ha dejado de publicar libros de relatos y novelas; en 2000 tuvo su primer reconocimiento importante, el premio Ramón Gómez de la Serna, con La muerte de Tadzio; desde el 2012 tiene como editor a Jorge Herralde y desde Anagrama se ha consolidado con novelas como La mujer de sombra o La misma ciudad. Hace un año publicaba una novela de ficción, La vida equivocada, y ahora, tan solo un año después, publica El amor del revés, una novela autobiográfica que puede leerse como un complemento, desde la experiencia personal del propio escritor, de aquella vida equivocada de protagonistas ficcionales. El amor del revés es la historia de la aceptación de la propia identidad, en concreto, de la aceptación sexual y, por tanto, la lucha contra los prejuicios educacionales y sociales en los que el protagonista se ha formado. Una novela sobre el dolor, el miedo y el rechazo, pero también una novela reivindicativa y de celebración de la individualidad, de la libertad y del amor, como expresión que no tiene contrarios ni reversos, sino expresiones tan válidas como distintas.

 

¿No es El amor del revés un texto que, justamente, desmonta la idea de un supuesto amor al revés?

Sí, el título tiene claramente una intencionalidad irónica. El amor del revés resulta ser un amor muy derecho. Me gusta mucho esa actitud queer de apropiarse del insulto del enemigo para desactivarlo. Me llamo yo mismo maricón para que no me lo llames tú. Digo que mi amor es del revés para que te des cuenta de que es mucho más derecho y honesto que el tuyo.

“Aprender a vivir es aprender a nombrar”. ¿El amor del revés es una novela de aprendizaje sobre cómo nombrar y cómo aceptar este supuesto “amor al revés?

Sin duda. El amor del revés es una novela de aprendizaje, de formación. El niño que a los quince años se da cuenta de que es homosexual va descubriendo poco a poco —demasiado poco a poco— lo que significan todas las cosas importantes: la soledad, el amor, la libertad, el sexo. Y les va poniendo nombre, pero unos nombres acuñados por él mismo, no los que le habían dicho que había que poner.

Demasiado poco a poco, ¿crees que ese niño pecó “de lento”?

Ese niño hizo lo que pudo. En el libro recuerdo esa cita de Kierkegaard que tan atinada me parece: «La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante». Mirando el pasado, está claro que ese niño tendría que haber sido más valiente y haber roto con lo que tenía que romper. Pero en aquel momento, el niño, que se sentía como una cucaracha, no era capaz de hacerlo. No merece mucho la pena mortificarse con esos arrepentimientos. Fue demasiado poco a poco, pero al menos fue. Lo peor —y de eso también hablo en El amor del revés— es que hubo mucha gente que ni siquiera pudo salir de ese pozo negro.

El amor del revés se presenta como una narración autobiográfica que, sin embargo, deviene la narración acerca del desarrollo social, cultura y ético de la sociedad española. ¿Ese yo narrador era una excusa para explorar las tres últimas décadas de la España del XX?

No, no era una excusa. El propósito del libro era recordar; poner orden en una vida que no lo había tenido, darle sentido (al menos artístico) al sufrimiento. El propósito del libro era íntimo. Quería recordar los tumbos absurdos que había ido dando durante muchos años para tratar de encontrar una identidad. Lo que pasa es que cualquier historia tiene un contexto, y en este caso el contexto no es sólo paisajístico, sino fundamental. La sociedad española también andaba por esos años (y parece que continúa) buscando una identidad, y eso tenía un evidente impacto en mi vida y en mi comportamiento. Pero el dolor del protagonista no es un dolor español, ni mucho menos. Ese mismo libro podría haberse escrito en cualquier país de Europa, con matices, y mucho más en cualquier otro país del mundo.

 

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Pero ¿no crees que la búsqueda de la identidad e, incluso, el miedo a aceptarla está absolutamente influenciada por el contexto? En otras palabras, ¿no crees que, incluso en la España de hoy, esa búsqueda sería diferente con respecto a la que tú narras y que se enmarca tres décadas atrás?

Sin duda, pero lo que quiero decir es que a veces nos fijamos en los detalles del contexto y no en sus grandes marcos. Yo he conocido hoy, en 2016, a chicos jóvenes que no son capaces de asumir su homosexualidad, que luchan contra ella, que se mienten a sí mismos. Y hace dos años Édouard Louis, que es francés y tiene veintitrés años, triunfó en Europa con Para acabar con Eddy Bellegueule, un libro que contaba el tormento que sufrió por su homosexualidad. Claro que el contexto es fundamental. Es determinante que vivas en una gran ciudad o en un pueblo, que tus padres sean conservadores o progresistas, que el azar te ponga en brazos de amigos tolerantes o de matones de taberna. Pero algunas constantes permanecen, y de ellas quiere hablar El amor del revés.

¿Por qué un yo de reminiscencias autobiográficas y no un yo sin referente o un él?

La pregunta podría formularse al revés: ¿por qué había que inventar si no hacía falta? ¿Por qué crear un arquetipo literario o un personaje si bastaba con contar lo que me había ocurrido a mí mismo? Yo creo que a medida que crecemos la ficción nos parece más sobrevalorada o más innecesaria. Necesitaba que el lector supiera que en lo que estaba leyendo no había ni una molécula de invención (sí quizá de reinvención, pero no de invención). Que todo eso tan terrible fue en realidad tan terrible. Sin dudas, sin matices, sin componendas narrativas. Como lector, me parece que la autobiografía es un género prodigioso.

A lo largo de tu obra, el elemento autobiográfico ha estado siempre presente; pienso, por ejemplo, en Los amores confiados, ¿crees, por tanto, que el futuro literario de Luisgé Martín, después de El amor del revés, está en lo autobiográfico?

No, no necesariamente. De los cinco proyectos que tengo incubando en mis cuadernitos, ninguno es exactamente autobiográfico. En realidad, por mucho que yo defienda la autobiografía, soy consciente de que mi vida da de sí lo que da de sí. No tengo el alma de Karl Ove Knausgård, no creo que me interesara mucho a mí mismo leer mi vida exhaustivamente. Ni creo que lo hiciera bien. El amor del revés cuenta un trozo de vida y un aspecto de la vida que me parece ejemplar, ilustrativo, pero no sé si he tenido muchos más.

¿No crees que El amor del revés dialoga en parte con tu última novela La vida equivocada? En este sentido; ¿Hay más verdad en El amor del revés que en La vida equivocada?

El amor del revés es una gran llave para leer toda mi obra anterior. Están las claves de por qué vuelvo a algunas obsesiones y las pistas de desciframiento de muchos episodios. Pero el resto de mi obra —incluyendo Los amores confiados, que era una novela, aunque estuviera muy pegada a los hechos— es mentira. Sólo Donde el silencio, que es un libro misceláneo, un ensayo raro, es verdadero en el sentido verdadero. Yo sí creo en la famosa verdad de las mentiras, en que la ficción es una forma de crear verdades. Pero las verdades que ya están creadas no necesitan añadirles invención. Sólo palabras, literatura en el sentido más puro.

 

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La homosexualidad, sea su aceptación sea el rechazo a nivel social, un rechazo que, en parte, la obligaba a la clandestinidad, es uno de los temas del libro, sin embargo, yendo más allá, ¿no podríamos leer El amor del revés como un retrato de la España post-franquista y su apertura ética y cultural?

Los libros, por fortuna, pueden ser leídos de muchas maneras. Siempre digo que el autor pone el 50% o el 60% de lo que es un libro; el resto lo pone el lector con sus propias experiencias, sus obsesiones, sus carencias y sus intereses. Hay algunas partes de El amor del revés en las que queda muy claramente descrita esa mudanza de la España postfranquista, la subversión real de los valores. Para que no nos olvidemos de que, en comparación con aquellos tiempos, estamos casi en el paraíso. Pero insisto en que la peripecia del protagonista no es una peripecia española. Hasta hace pocos años, ser homosexual era en general una tarea heroica en cualquier parte del mundo. Y hoy lo sigue siendo en un pequeño pueblo, por ejemplo.

¿La homosexualidad, por tanto, te permite mostrar la represión que siente el personaje, pero que se refleja en una sociedad con muchos tabús?

Sí, el libro quiere hablar de la cochambrosa idea de tolerancia que tenemos. Una sociedad que se protege de daños que no existen, que reprime el amor, que sigue imaginando que un homosexual es un comeniños o un pervertido o un monstruo de tres cabezas. Y eso se convierte en una profecía autocumplida, claro: si tú encierras en una torre a alguien para protegerte de él, hay bastantes posibilidades de que ese alguien se convierta en un monstruo real y de que, si puede, trate de destruirte a ti. La vida escondida y miserable que se ha obligado a llevar a muchos homosexuales es tan absurda que produce perplejidad. Y produce perplejidad que una sociedad que se llama libre, tolerante e ilustrada siga permitiendo que se considere la homofobia como una mera “opinión”.

En cuanto a la represión, la religión o la educación religiosa juegan un papel importante: aunque el protagonista la rechaza, los tabúes, los prejuicios y la moralidad cristiana son restricciones, le cohíben

La Iglesia católica, en España, ha sido fundamental en esa represión. Y sigue siéndolo. Sigue habiendo obispos que dicen barbaridades día tras día. Yo fui a un colegio religioso once años, sé de lo que hablo. Es sonrojante escuchar a personas supuestamente vírgenes dar lecciones de sexualidad. Y a personas que no se han enamorado (o sólo se han enamorado de Dios) dar lecciones de amor. Y lo que a mí me gustaría es que nos diéramos cuenta de que hay una línea directa entre esos púlpitos o esas aulas, como causa, y los suicidios, los acosos y la marginación de los homosexuales, como efecto. La vida oscura que yo tuve y que han tenido y tienen millones de homosexuales no se debe a la ley de la gravedad ni a la rotación de la Tierra, sino a las mentecaterías ignorantes que dicen algunos, y entre ellos muchos miembros de la jerarquía eclesiástica, que son descerebrados o delincuentes. Y que son, en algunos casos, más maricones que la Charito.

Escuchándote, una solo puede concluir que, en verdad, los pasos que se han realizado socialmente son relativamente pocos. Es verdad que se ha aceptado el matrimonio homosexual, pero los casos de suicidio, bullying y acoso son frecuentes. ¿Difícil ser optimista al respecto?

No, quizás es necesario cargar las tintas en los espacios negros y yo lo esté haciendo. Pero 1980 y 2016, en este asunto, son dos planetas diferentes. Ahora al menos llamamos bullying al bullying. Antes era el comportamiento lógico, porque el mariquita era mariquita y ya está. Hay que ser optimistas, pero precavidos: los machos vengadores están agazapados y no podemos parar hasta que desaparezcan. Estas cosas nunca ocurren en un puñado de años. Hacen falta generaciones.

El tema de la cohibición va ligado al tema de la clandestinidad: la búsqueda de amantes por correos, los locales o los cines de ambiente… Una clandestinidad que, además, el propio protagonista rechaza en un primer momento

El protagonista era homófobo, yo era homófobo. Me creí el discurso que escuchaba, aunque no hablaran de mí. Me creí que los homosexuales eran promiscuos por naturaleza, que en los bares de ambiente no había gente normal, que encerrarse en un gueto era algo terrible, que estaba bien ser homosexual pero que no había por qué ir pregonándolo… Todo eso que los homófobos de baja intensidad dicen, yo lo creía y lo repetía. Eso es lo fascinante, que el discurso cala hasta los huesos. Pero además hay algo muy humano: la clandestinidad es siempre triste. Tiene sus momentos heroicos, románticos, imborrables, pero al final lleva a la soledad, al silencio. Y eso no lo quiere nadie para sí mismo.

 

Rai Robledo

El escritor Luisgé Martín / Rai Robledo

Lo que comentas puede leerse como una crítica a como el discurso dominante se impone y es aceptado de forma casi natural, incluso cuando va en contra de nosotros mismos

Yo no soy partidario de abusar del concepto de “discurso dominante”, porque creo que a veces se convierte en una mera disculpa intelectual. Pero es verdad que hay ideas socialmente instaladas que vencen cualquier obstáculo racional, incluido el interés propio, el egoísmo. El machismo es quizás el ejemplo más evidente: las mujeres han sido durante décadas tan machistas como los hombres.

En El amor del revés está evocada la Madrid de la Movida, un Madrid cuyo ritmo parece apaciguarse casi como el propio protagonista al final de la novela. ¿Madrid se ha aburguesado? O, dicho de otra forma, ¿perdidos ciertos tabúes, ese ritmo frenético de los ochenta, incluso con sus excesos, se han perdido?

No, Madrid no se ha aburguesado nada, creo. Ni veinte años de gobiernos de la derecha más rancia han conseguido hacer mella en esta ciudad. En el madrileñismo sí tengo un punto patriotero. Sigue siendo una ciudad viva, callejera, llena de gente que trata de hacer cosas. Aunque me estresa mucho (o me mata, como se decía en tiempos de la Movida), a veces me deslumbra Madrid, sus plazas atestadas, sus cruces de caminos. Lo que ocurre es que en aquellos años coincidieron muchas cosas y Madrid fue algo legendario. Era el símbolo de un país que se despereza, que no le tiene miedo a nada, adánico, desvergonzado. Y eso es irrepetible.

El Luisgé Martín que vivió aquel Madrid de Tierno Galván, ¿lo echa de menos? O, por lo contrario, ¿cree que esa sociedad que buscaba romper con la moralidad y la represión cultural de la dictadura ya no resultaría válida para el 2016?

Luisgé Martín siempre fue un poco pazguato y no vivió aquel Madrid con toda la intensidad con la que habría debido, pero sí, lo echo de menos. Sobre todo, como se echa siempre de menos la juventud, esa sensación de que todo está por hacer, de que la vida, aunque sea una mierda, es luminosa y sorprendente. Luego comienza a ser sólo una mierda. En todo caso, sí hay mucho de la desvergüenza ética y estética de aquellos años que España ha perdido tristemente. Hemos ido hacia atrás, somos en algunos aspectos más conservadores, nos escandalizamos con cosas impensables. En aquellos 80 se podía transgredir mucho más que ahora. Y eso era saludable socialmente.

En cierta manera, ¿podemos leer El amor del revés como una novela de reivindicación?

Como decía antes, cada uno puede leer un libro como le parezca, porque lo hará tomando en cuenta su propia biografía. Yo nunca tengo una conciencia clara de por qué escribo un libro, aunque muchas veces partan de ideas abstractas. Y la literatura reivindicativa, como concepto, me parece un poco perverso. Pero está claro que en El amor del revés hay una reivindicación de muchas cosas. Y entre ellas, de esa idea de orgullo gay que los mostrencos no son capaces de entender por mucho que se les explique. El orgullo como un rechazo de cualquier vergüenza. El orgullo como una exigencia de dignidad integral, desde el cerebro hasta los genitales. El orgullo como una exhibición de la supervivencia en la adversidad.

Y, con respecto a esto, ¿Entiendes la literatura como expresión de un compromiso político y/o social y, en tu caso en específico, como expresión de compromiso con la causa LGTBI?

Siempre digo que la literatura tiene las raíces en la tierra, no en el lenguaje. Escribimos —o leemos— porque somos humanos, porque sufrimos o porque soñamos, no porque nos parezcan bonitas las palabras y nos apetezca jugar con ellas. Las palabras son las herramientas, las únicas herramientas, pero antes está la vida. En ese sentido, mi biografía tiene mucho que ver con mis compromisos. Lo que resulta más difícil es establecer compromisos cerrados. Las “causas”, incluso las más justas, a veces arrastran la literatura por el barro. Las “causas” no pueden tener contradicciones; la literatura debe tenerlas. Digamos que mis compromisos son más humildes, más atomizados. Pero igual de viscerales.

Hace cosa de un año colaborabas en un libro colectivo publicado por la editorial  LGTBI, Dos bigotes. Con respecto a esto, ¿te consideras un autor con algunas obras, no todas, enmarcadas dentro de la literatura LGTBI o, por lo contrario, rechazas este tipo de distinciones? En otros términos, ¿existe una literatura gay?

Te confieso que estos ejercicios clasificatorios me inspiran pereza. Me espantaría hacer literatura que sólo pudiera interesarles a los gays, pero por razones obvias los que son gays tienen una razón añadida para interesarse por algunas de mis obras. Yo creo que hay literatura gay como hay literatura negra o literatura judía o literatura feminista (no femenina). La opresión, la persecución y la injusticia son uno de los grandes motores literarios, y en ese sentido los marginados tienen territorios propios. Pero es verdad ese dictamen de que la buena literatura tiene que intentar llegar a la esencia de lo humano, atravesar épocas y circunstancias. Y ahí desaparecen las clasificaciones, se diluyen. Eso es lo que me gustaría conseguir, en la medida en que sea posible.

 

Por  Anna Maria Iglesia

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