Profesora en la Universidad Complutense de Madrid y doctorada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada con una tesis dedicada a la obra de Enrique Vila-Matas, Cristina Oñoro acaba de publicar Las que faltaban (Taurus), un libro de carácter ensayístico en el que propone una nueva lectura de la historia a partir de las mujeres, esa “otra mitad del mundo que siempre ha faltado”. Precisamente, a partir de la idea de la falta, Oñoro nos propone una historia basada en la sororidad, una historia en la que no solo se destaca a las figuras que han trascendido, sino también a toda la red de apoyo que las rodeó. De esta manera, la ensayista reivindica un relato de la historia horizontal no construido por sujetos individuales, sino por una red de alianzas.
A priori, podríamos pensar que se trata de un libro de perfiles, sin embargo, usted va más allá: no le interesa solo el personaje, sino todo lo que le acompaña, todo su contexto.
Como dijo mi editora, Las que faltaban nació como un encargo que, a los cinco minutos, dejó de ser un encargo, porque de inmediato hice mío el libro y ella me dejó hacer lo que me diera la gana. Y, de hecho, diría que este es mi libro más personal, incluso más que el que escribí sobre Enrique Vila-Matas. Las que faltaban juega con el concepto de falta, que recorre todo el libro y que es el hilo que unifica a todos los personajes. Parto de la idea de que es precisamente a partir del concepto de falta que han sido definidas las mujeres y pongo en juego los diferentes sentidos que adquiere el término faltar. Y, por lo que se refiere a las mujeres, su selección, como digo en la introducción, es muy personal y lo que he intentado es construir, a través de ellas, un contexto histórico y, a la vez, tratar temas cruciales de la investigación feminista de los últimos años: el sesgo ideológico de la arqueología, el cuerpo femenino y su relación con la medicina, la maternidad, la construcción de la imagen femenina, el papel de la mujer en el arte…
El concepto de falta, central efectivamente en el libro, usted lo ensaya a partir de la deconstrucción, la lingüística o el psicoanálisis.
Soy consciente de que se me nota que he trabajado mucho el postestructuralismo y, si bien es cierto que este no es un libro que quiera ahondar en ese movimiento teórico, la propia cita de Deleuze con la que inicia el ensayo subraya la importancia que ha tenido para mí y cómo la idea de falta -del significante vacío y/o flotante- está presente desde un punto conceptual. Sin embargo, como decía antes, también está presente desde un punto de vista lúdico. La falta es una idea que se va repitiendo, pero siempre de forma distinta, con nuevos matices, a lo largo del libro: las que faltaban son las palabras de Malinche, pero también son las sufragistas… Me parecía que era una idea muy útil para construir el ensayo, pero también para hacer juegos de palabras en torno a la ausencia de las mujeres. En la introducción, decidí aludir a Freud, porque en su conferencia sobre la feminidad vinculaba la falta con la actividad de tejer y de trenzar, sosteniendo que las mujeres amamos los tejidos, porque con ellos ocultamos precisamente lo que nos falta. No me interesaba tanto llevarle la contraria a Freud cuanto, a partir de él, destacar de qué manera tejer ha sido una forma alternativa de escribir en un mundo que se ha ido construyendo sin la otra mitad. Un mundo monológico, sin diálogo, donde impera una única mirada.
A lo largo del libro, usted transcribe las discutibles opiniones acerca de las mujeres de distintos autores, desde Aristóteles hasta Darwin.
El libro no pretende ser la refutación a ningún tipo de teoría concreta. En el libro, el lector encontrará citados a Aristóteles, Montaigne, Rousseau, Freud, Darwin…, filósofos y autores que tienen afirmaciones más que discutibles acerca de las mujeres y que a mí llegaron a sorprenderme hasta tal punto que me costaba creerlas. Dicho esto, pienso seguir leyéndolos a todos ellos. No pienso que haya que cancelar a ninguno, pero sí es necesario desarrollar un sentido crítico. No me parece bien eliminarlos de nuestra cultura, pero tampoco me parece que sea correcto leerlos sin tener en cuenta ciertas opiniones. Aristóteles, por ejemplo, dice, entre otras cosas, que las mujeres nunca pueden aparecer como personajes valientes. Ante una afirmación así, creo que es necesario que, por lo menos, los docentes contextualicemos las palabras y las analicemos desde un punto de vista crítico.
Virginia Woolf señala lo paradójico que resulta que los grandes personajes femeninos de la Grecia clásica son heroínas, figuras de poder, muy alejadas de la mujer real.
Woolf es muy lúcida al respecto. Y tiene toda la razón: las mujeres que protagonizan las grandes obras del mundo griego no solo tienen mucho arrojo y carácter, sino que tienen un papel central. Sin embargo, la realidad no podía ser más diferente. Si leemos Lisístrata, por ejemplo, nos encontramos con mujeres dueñas de sus actos y con poder para influir en las decisiones políticas. Sin embargo, la realidad era otra y, como muy bien ha señalado Mary Beard, las mujeres del mundo griego no tenían ni de lejos esa libertad y ese poder que se les concedía en literatura.
Las mujeres del mundo griego no tenían ni de lejos esa libertad y
ese poder que se les concedía en literatura.
Hablando del mundo helénico, dedica varias páginas a Penélope. ¿Tejer, pero, sobre todo, destejer son formas de escritura y expresiones de rebeldía?
Sin duda. Hay un texto muy bonito de Carolyn G. Heilbrun, en el que se dice que, en la Odisea, se nos narra otra gran odisea además de la que realiza Ulises: la de Penélope, que, desde Ítaca, donde reside sola y sin amigas, vive su propia aventura. Se trata de una aventura que nadie narra, que no está puesta en palabras, que solo está representada por ese tejer de día y destejer de noche. Y, precisamente por esto, apunta Heilbrun, cuando vuelve Ulises, la primera en tomar la palabra es Penélope que, en esa noche de amor, le cuenta su historia. Teóricamente, debía ser él quien tenía que contar primero su historia, pues ha estado veinte años fuera de casa. Sin embargo, no es así, porque a él ya lo hemos escuchado. Su historia ya ha sido contada, pero no la de Penélope. En este sentido, es interesante observar de qué manera, aunque se haya quedado en casa, Penélope sabe que tiene una aventura que contar y se lanza a contarla. Heilbrun capta en este artículo el valor metafórico que tiene tejer, pero sobre todo destejer: implica deshacer los relatos y los mitos para, finalmente, tejer y, por tanto, escribir el propio relato.
Y si hablamos de Penélope, cuya historia no escuchamos hasta el final de la Odisea, también tenemos que hablar de Denny, esa niña que vivió hace 90 millones de años.
Me costó muchísimo escribir este capítulo, porque me obligaba a tratar temas de paleontología y genética, disciplinas que me resultan ajenas. Yo conocí a Denny durante un verano, cuando leí la noticia de que habían descubierto la primera niña híbrida. Es decir, con Denny tenemos la primera evidencia material de un cruce entre dos especies, en este caso entre un denisovano y una mujer neandertal. Viviane Slon, que fue quien hizo este descubrimiento, comentaba que Denny, que era solo una niña, debía tener rasgos que evidenciasen este cruce de especies, un cruce que, quizás, podía provocar rechazo entre los demás, por no pertenecer ni a un grupo ni a otro. Sin embargo, añadió Viviane, alguien la tuvo que cuidar, puesto que vivió 13 años. Esta frase me marcó y me hizo recordar lo que dice Adriana Cavarero: no venimos del homo sapiens, hijo único de la creación. Y Denny es la posibilidad de pensar otro origen distinto al de ese hijo único, un origen que se define por el cruce.
Un origen, además, en cuyo centro está la mujer.
Es muy difícil asignar con precisión, tan solo a partir de pequeños restos, un sexo al fósil. El hecho de que se pudiera hacer con Denny es muy importante desde un punto de vista científico, pero, además, nos muestra de qué manera tendemos a pensar siempre en masculino. Hablamos de fósiles y pensamos en un hombre. Nos imaginamos al cazador, al conquistador, al artista…, pensamos siempre en él. Denny nos obliga a pensar en femenino, nos recuerda a todas aquellas que faltan. Y lo más significativo de todo esto es que quien descubre a Denny es Viviane, una joven científica. Me pareció que había algo de conmovedor en este encuentro fortuito entre la niña que vivió hace 90.000 años y la joven investigadora.
En este sentido, Denny funciona como metáfora de la invisibilización de las mujeres.
Efectivamente. Y lo es por lo que comentas, pero también por otros motivos. En este capítulo es donde introduzco otra de las figuras clave que recorre todo el libro: la hermana. Nuestras hermanas son las personas que tenemos al lado y las hermanas son también, en el caso de mujeres cuya fama trascendió, las grandes olvidadas, son las que estuvieron siempre ahí, pero que la historia ha cancelado. Pienso, por ejemplo, en Cassandra: para ella escribió siempre Jane Austen. Pienso también en la hermana de Marie Curie, que le facilitó poder estudiar en París y que, junto a su padre y a su suegro, la apoyó siempre. Denny es metáfora de todas esas hermanas que están sosteniendo lo que somos. Simone Weil encontró en sus padres un sostén parecido. Cuando se escribe sobre ella, no se les tiene en cuenta, pero dieron forma a lo que terminó siendo Simone. En este libro, me gustaba la idea de ensayar una lectura del mundo no tan heroica, no tan vertical, pero sí más humana. Al fin y al cabo, todos necesitamos apoyarnos en alguien.
Otra de las figuras clave que recorre todo el libro: la hermana. Nuestras hermanas son las personas que tenemos al lado y las hermanas son también, en el caso de mujeres cuya fama trascendió, las grandes olvidadas, son las que estuvieron siempre ahí, pero que la historia ha cancelado.
Ahora que habla de Simone Weil, un elemento que une a muchas mujeres de su ensayo es el uso del atuendo masculino, aunque por motivos muy diversos.
No fue algo premeditado. En la medida que escribía, me fui dando cuenta de que muchas de las mujeres del libro habían utilizado el disfraz o la ropa para determinados propósitos. Tenemos a Agnódice, que se esconde tras una vestimenta masculina para poder estudiar en Alejandría, pero tenemos también a Juana de Arco que, entre otras razones, fue llevada a la hoguera por haber desafiado los patrones de género. Ella nunca se hizo pasar por hombre; quería que se la llamara Juana, pero siempre vistió de forma masculina, construyendo así una ambigüedad de género que no era tolerada en su época. Al respecto, es maravilloso el poema que le dedica Christine de Pizan, quien hace muchos juegos retóricos para subrayar precisamente esa ambigüedad que ella siempre defendió y termina definiéndola como una “criatura sobrenatural”. Luego están Vita Sackville-West y Margaret King, discípula de Mary Wollstonecraft, que también utilizan la vestimenta masculina. En el caso de King, para poder estudiar medicina.
Y luego está Victoria Kent, que se esconde detrás de un álter ego masculino a la hora de escribir.
Sí, creó este álter ego durante su estancia en París, la ciudad de Simone Weil, a la que aludías antes y que pidió a sus padres que le hicieran un esmoquin con un pantalón masculino y una chaqueta femenina. Y lo más interesante de estas dos mujeres, Victoria Kent y Simone Weil, es que ninguna de las dos se definía feministas. Si bien la teoría feminista está en la base del libro, decidí incluirlas, ante todo, porque les tengo una enorme simpatía, sobre todo a Weil. Debía de ser una mujer muy complicada de tratar, pero es imposible no admirarla. Y para mí lo interesante era reflexionar y tratar de comprender las razones por las que ninguna de las dos se definía feminista. Puede resultar sorprendente y, de hecho, fue todo un escándalo que Kent no apoyara el voto femenino, pero tras su decisión estaba su no identificación con la mujer entendida como víctima. Lo mismo pasa con Weil, cuya lucha, como la de Kent, fue, sin embargo, a favor de la democracia y en contra de los fascismos.
Con Rosa Parks, usted reivindica a mujeres que se abrieron camino, no en la academia, no en el mundo del arte o de la ciencia, luchando por sus derechos y transgrediendo las injustas normas que se les imponía.
Todos conocemos el gesto de Rosa Parks al no dejar su asiento en el autobús y la importancia que tuvo en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, así que lo que quería era ir más allá de esta anécdota y contar la historia de Parks de forma más amplia, puesto que, creo, no es del todo conocida. Además, para que Las que faltaban no se convirtiera en un libro lleno de elementos ya muy manidos, lo que he intentado es contar a cada una de las mujeres aquí presentes desde ángulos distintos y que las convierte en cierta manera en figuras desconocidas para los lectores. De ahí que, en el capítulo de Marie Curie, ponga el acento en su familia, cuyo apoyo fue esencial para comprender su éxito, o que en el capítulo de Jane Austen no hable de sus novelas, sino de los textos de juventud, así como de su formación y de su relación con su hermana. Volviendo a Rosa Parks, hay que decir que fue relativamente fácil escribir sobre ella, sobre todo en comparación con Denny, puesto que tiene un texto autobiográfico en el que da muchas pistas sobre su vida y que, además, resulta extremadamente interesante en cuanto describe de qué manera las mujeres habían sido mantenidas en zonas de sombra en todo el movimiento por los derechos civiles. Al leer e investigar sobre Parks, descubrí una flagrante misoginia hacia las mujeres en aquel movimiento, misoginia que ponía sobre la mesa de qué manera muchos movimientos de lucha emancipatoria también incorporan esas dinámicas de dominación a las que se oponen. Pensadoras como Angela Davis o Bell Hooks escribieron precisamente sobre el machismo que impregnaba el movimiento por los derechos civiles y sobre cómo las mujeres se enfrentaban por momentos a la tesitura de tener que escoger entre un feminismo blanco con el que no se identificaban, ante todo, porque no cuestionaba la dominación racial, y el movimiento por los derechos raciales con el que sí se identificaban en términos raciales, pero que parecía abogar por un nuevo patriarcado y que apenas contaba con ellas. De ahí que traté de que el libro sirviera en parte para romper con ese silencio al que se había condenado a muchas de esas mujeres que participaron activamente en la lucha por los derechos civiles y a las que, sin embargo, no se les permitía, entre otras cosas, marchar con los hombres. Ni tan siquiera se le permitía a Coretta King, la esposa de Martin Luther King.

Presentación de «Las que faltaban» en la Librería Alberti (Madrid)
No hay, además, que olvidar a todas esas mujeres anónimas que también fueron esenciales en la lucha por los derechos y la igualdad.
Por desgracia, las mujeres de las que tenemos más información son las que, por su trayectoria y por su posición social, han dejado testimonio y han destacado en determinados ámbitos, ya sea el arte, la ciencia, la medicina… Me parecía importarme hacerme eco de todas esas mujeres más comunes e, incluso, anónimas cuyos gestos, algunos de ellos que no trascienden, cambian la historia. Y me parecía, asimismo, importante que aparecieran todas las mujeres -madres, hermanas, amigas…- que rodean a las protagonistas de cada uno de los capítulos, haciendo particular énfasis en la sororidad entre ellas.
De ahí que el ensayo termine con Malala, una adolescente que se enfrentó a los talibanes.
Me gustaba la idea de cerrar el libro de manera similar a como lo iniciaba: con una adolescente. Malala representa, además, el derecho a la educación, derecho que aquí, en Occidente, consideramos indiscutible, pero del que no se goza en muchos países, donde todavía las mujeres deben pelear porque se les deje estudiar como a los hombres. Como profesora y como fiel admiradora de Wollstonecraft, creo firmemente que el acceso a la educación es la base de toda democracia. Sin el derecho a un acceso igualitario a la educación no pueden venir otras libertades. Malala, en pleno infierno talibán, alza la voz para que ella y todas las niñas puedan estudiar. Desafía a los talibanes como los desafiaron también sus compañeras que, siguiendo su ejemplo, continuaron yendo a la escuela.