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Guillermo Carnero, 04/05/2017

 

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Imagen: Fundación José Manuel Lara

Guillermo Carnero: “El arte es la forma superior del pensamiento”

Decía Wallace Stevens que la poesía era un acto de inteligencia, una definición que hoy en día no puede aplicarse a todo aquello que el mercado hace pasar por supuesta poesía, pero que, por el contrario, sí define perfectamente la obra de Guillermo Carnero, cuyo último poemario, Regiones devastadas, acaba de ser publicado por la Fundación José Manuel Lara, dentro de la colección Vandalia. De esta manera, Carnero vuelve así a reencontrarse en el catálogo de la editorial con sus compañeros de generación y que la antología de Castellet definió como Novísimos: Ana María Moix, Vicente Molina Foix o Pere Gimferrer. Todos ellos forman parte de Vandalia, una “rigurosa” colección que, confiesa Carnero, le ha hecho volver a creer que la poesía existe. “La contemporaneidad ha dejado de lado la poesía y el ensayo”, apunta Carnero, que no duda en definirse como “un poeta del mester de clerecía en un momento donde lo que predomina es el mester de juglaría”.

Poeta culturalista, Carnero –así lo describe Antonio Lucas- es un poeta que “hace de la cultura una seña de identidad”, que “no busca la claridad”, que “abraza solo lateralmente el canon” y, sobre todo, un poeta que “lanza las palabras más allá de la vida”. Escritos a lo largo de diez años, los poemas reunidos en Regiones devastadas convierten el poemario en objeto singular dentro de la obra de Carnero: si bien puede pensarse independientemente de los cuatro poemarios –Verano Inglés, Espejo de Gran Niebla, Fuente de Médicis, Cuatro noches romanas– escritos entre el 1999 y el 2009 y que conforman conjuntamente una sola obra, Regiones devastadas no es un punto y aparte, más bien es un ahondar en los temas centrales de la poética de Carnero, pero con una mirada más escéptica e, incluso, más dura del presente. “Como decía Rubén Darío no me gusta el tiempo que me ha tocado vivir, por esto me refugio en las subastas, donde puedo adquirir muebles y objetos perteneciente a tiempos que fueron bastantes más felices que los nuestros”. La historia es el refugio del poeta que siempre se ha sentido extraño a su tiempo, aquel que encuentra la compañía y el sosiego en los restos de ese tiempo pasado del que fue excluido: “Serán mi compañía/como si hubiera amado/ a una mujer a la que nunca tuve, / abriera su sepulcro y le robara/ un guante, una alianza”.

 

Guillermo Carnero / Fundación José Manuel Lara

Guillermo Carnero / Fundación José Manuel Lara

Carnero abre el sepulcro de esa historia que nunca le perteneció a nivel cronológico, pero que sin embargo le pertenece a nivel profundo, casi ontológicamente; y en ese sepulcro abierto, el poeta roba los fragmentos, ruinas, restos testimoniales de ese tiempo transcurrido y que él trata de rescatar de la losa del olvido. Por eso abre el sepulcro, porque, aunque ese tiempo haya transcurrido para el poeta sigue siendo presente, porque la historia, en concreto, la historia cultural es aquello que lo define, aquello que hace posible que el poeta se enuncie desde ese “yo” que es “yo poético”. El poeta habla a través de una historia rescatada, habla a través de Winckelmann, de Yeats, de Severino Boecio, o de Arnold Böcklin, de quien paradójicamente escribe su autorretrato, o de Juan Bautista Tiépolo: “Pero la soledad, la cobardía / la sordidez, /mezclaban mis colores; /coronada de pámpanos y rosas, / la muerte me tendía los pinceles”.

Ruinas de la historia y memoria personal

 

La historia, en Carnero, es precisamente la historia de un yo: las ruinas de sus poemas “son ruinas artificiales porque las creo yo, no porque tengan por sí mismas un sentido alegórico”, comenta el poeta, que justamente titula uno de sus poemas “Ruina artificial en un jardín”, donde leemos:

“Han de caer los muros

Que abrigan la quietud de este jardín,

Y con ellos caerá la arquitectura

Que supimos alzar en vuelta en música.

Un páramo en silencio donde acaso

Queráis dejar en pie por extrañeza

La ruina que os construyo con pulcritud de orfebre:

Nunca será obra vuestra sino mía”

Las ruinas de la historia coinciden así con la memoria personal, ésta es la que crea las ruinas, destacándolas, convirtiéndolas en el testimonio de una historia pasada y que es difícilmente comunicable: “cuando he visitado restos arqueológicos, he sentido muchas veces tristeza al ver lo que queda de nosotros”. Queda poco de ese nosotros que es la historia que nos precedió y, seguramente, quedará poco de esta nuestra sociedad; en el afán de la inmediatez, la perdurabilidad ya no importa y, sin embargo, puntualiza el poeta, “sólo podemos entender a quienes nos preceden gracias a sus textos, a sus obras de arte”. ¿Qué hay cuando no hay nada? Solamente esas regiones devastadas a las que se alude desde el propio título y que le sirve al poeta para hablar precisamente del fracaso del ser humano y de la cultura, del paso del tiempo que conlleva consigo la devastación y de la inminencia de la muerte: “Porque la muerte está en tus ojos sin brillo, / en el umbral de la memoria /que temes franquear, en los lugares /de culpa, soledad y desencanto /que pintas con la ausencia y la obstinación de un muerto”.

 

 

“Nunca ha sido más acertado lo apuntado por Ortega y Gasset en la Rebelión de las masas”, apuntala Carnero, que no duda en definirse como decadente, entendiendo el decadentismo como aquella corriente literaria “que se define por el intento de apartarse de la mediocridad”. Frente a la mediocridad del mundo, Carnero se refugia en el pasado y, sobre todo, en el arte, que define “como la forma superior del pensamiento”. El arte reúne “lo que los mejores han pensado de sí mismos” y es el arte a través del cual Carnero se piensa a sí mismo y construye su “yo” poético. Habla de arte, pero solo de aquel que precede a la denominada modernidad; Carnero reconoce que “las vanguardias solo me interesan como expresión de un pensamiento sobre un momento de crisis, pero no como producto artístico. Los textos surrealistas, además, son el mayo bluf de la literatura, son completamente ilegibles”, continúa Carnero, que no duda en definir las vanguardias como “blasfemias en contra del concepto tradicional de arte”. Y es precisamente a este concepto tradicional al que se aferra el poeta, para quien el sentido primero del arte es la belleza, solo ella es capaz de remitir a “esos tiempos mejores” a los que se refería Carnero y que evoca en su poema “Después de la subasta”: “Estos dos candeleros/me traen la nostalgia de otro mundo/ que se olvidó de mí”.

Desde la extrañeza hacia el tiempo que le ha tocado vivir, Guillermo Carnero reivindica con su poesía culturalista el arte y la cultura como expresiones máximas de un yo aterrado por las regiones devastadas de un tiempo agotado y acechado por la muerte, la propia, la del cuerpo, pero también la de una humanidad en la que Carnero no parece vislumbrar más que los ecos de una consumida decadencia.

 

Por  Anna Maria Iglesia

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