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José Ignacio Carnero, 20/01/2021

 

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Imagen: Foto cedida por la editorial

José Ignacio Carnero: “Decir que el uso de la primera persona es un gesto narcisista es no entender de qué va la literatura”

Tras su primera novela de carácter autobiográfico, Ama, el escritor José Ignacio Carnero presenta Hombres que caminan solos (Literatura Random House). Se trata de una narración en primera persona de un joven escritor y abogado de éxito que debe hacer frente al duelo tras la muerte de su madre sumido en una depresión que vive en solitario y que trata de sobrellevar con el abuso de psicotrópicos. Su estancia en Buenos Aires, ciudad en la que vive Paula, una joven conocida a través de Tinder, es el punto de inflexión de un viaje a los abismos.

 

Más allá de las etiquetas de ficción, no ficción o autoficción, lo que me interesa más de Hombres que caminan solos es la reaparición de la voz narradora que conocimos en Ama, tu primera novela.

Este es un tema importante, porque precisamente es lo que más he trabajado hasta que decidí que lo que tenía que hacer era recuperar la voz de Ama y estirarla. Tras aquella primera novela, estaba bastante bloqueado. No sabía exactamente qué hacer. Sin embargo, tras darle muchas vueltas, me di cuenta de que el problema que tenía no estaba tanto en la historia que quería contar, puesto que tenía muchas ideas, cuanto en la manera de contarla. Entonces, decidí recurrir a la voz narrativa que ya había empleado. Si en Ama me funcionó, ¿por qué no podría volver a funcionar ahora? Es cierto que en aquella novela hablaba de una experiencia real y realizaba un retrato de mi madre y, por tanto, era lógico que el narrador fuera el hijo. En otras palabras, en Ama no había opción: tenía que ser mi voz narrativa la que narrara todo cuando ahí se cuenta.

En cambio, aquí había otras opciones…

Seguramente, pero me di cuenta de que esas historias que comenzaban a venirme a la cabeza y que no necesariamente tenían que ver con mi experiencia personal podían ser también narradas a través de esa misma voz y el resultado me satisfacía. No sé lo que haré exactamente a partir de ahora, pero me seduce bastante la posibilidad de estirar esa voz y seguir trabajando con ella, porque creo que me permite contar casi cualquier historia sin impostación alguna.

En la novela se hace referencia a Javier Cercas, que ha creado para sus novelas a un personaje que se llama como él. ¿Hasta qué punto en Hombres que caminan solos no nos encontramos también a un personaje que se llama como tú?

Seguramente. De hecho, diría que la creación de un personaje de este tipo es la consecuencia del uso de esa voz de la que hablábamos, pero es una consecuencia no buscada a priori. Es decir, la creación de este personaje es algo inevitable y es fruto de mi incapacidad de utilizar otra voz, de escribir de otra manera. Y, en cuanto a Hombres que caminan solos, se trata de una historia que solo sabía y podía contar recurriendo a un yo narrativo, gracias al cual, de repente y tras muchos intentos a lo largo del proceso de escritura, las palabras comenzaron a sonarme bien. Quizás la cuestión es que todavía no he encontrado esos otros recursos narrativos que me permitan escapar de esta voz tan personal e identificable que, como decía, tiene sus consecuencias, no solo la creación de un personaje, sino, seguramente, muchas más.

No quiero hablar de algo generacional, pero llevamos ya varios años con un gran número de obras narrativas escritas desde la primera persona.

Yo solo puedo hablar de mi caso y te puedo decir que, para mí, escribir en primera persona me resulta más fácil. Lo que quiero contar y el tono con el que lo quiero contar solo lo consigo a través del yo. La primera persona me permite conseguir una melodía particular. Y te digo más: creo que me costaría mucho levantar de cero cualquier otra narración, ya sea de ficción pura ya sea una narración de no ficción, sin esta voz. Y lo he intentado, pero todo lo que he escrito con otra voz narrativa me chirría como me chirrían muchas novelas que leo en las que la figura del narrador no termina de convencerme.

Más allá del yo, el título en plural alude a una voluntad de ir trascender la experiencia de un solo individuo.

Decir que el uso de la primera persona es un gesto narcisista me parece un completo error, es no entender de qué va la literatura. En un true crime, por ejemplo, el narrador puede ser una primera persona que, en realidad, no aparece a lo largo de todo el libro, y es que utilizar el yo no significa convertirlo en el centro de la trama. Es simplemente un recurso a partir del cual contar una historia que va mucho más allá de la experiencia individual de la voz narrativa. En Ama, por ejemplo, nadie puede discutir que la protagonista es la madre y, si hay que rescatar algo de esta novela, es precisamente su figura y el retrato de toda una generación de mujeres. Es cierto que en Hombres que caminan solos el protagonismo del yo es bastante más relevante, pero, como dices, se alude a cuestiones que le trascienden. De hecho, diría que el problema no está en su uso ni tampoco en su posible identificación con el autor, sino en el hecho de que el yo se mire al ombligo. Yo abordo una serie de cuestiones que aluden y atañen a los demás de la misma manera y con las mismas exigencias de universalidad que si utilizara la tercera persona.

El protagonista se enfrenta a un proceso de duelo; sus amigos, todos profesionales de éxito, consumen como él ansiolíticos; su padre aprende a vivir tras quedarse viudo… Todos ellos enfrentan situaciones difíciles en soledad.

No he hecho ningún estudio de campo sobre el tema, pero diría que, ante un problema o una situación difícil, es más probable que quien llame a una amiga o decida ir al médico sea una mujer que no un hombre. Y esto porque los hombres esconden en la oscuridad toda una serie de problemas, muchos de ellos vinculados a la salud mental o  a su estado anímico. La gestión de las emociones y de la vulnerabilidad por parte de los hombres es realmente penosa. Evidentemente, algo hemos avanzado con respecto a cómo eran nuestros abuelos y padres, pero, todavía hoy, para un hombre no es nada fácil y, sobre todo, nada natural reconocer que hay un problema con su manera de ser y de hacer y que necesita ayuda. En este sentido, todavía nos queda mucho por avanzar y no tenemos que confundir el hecho de estar comenzando a pensar en determinadas cuestiones -los roles de género, una nueva forma de masculinidad…- hasta ahora inconcebibles con una verdadera transformación. Llevamos una gran mochila encima de la que todavía no nos hemos desprendido del todo. La educación recibida, la idea de masculinidad que se nos ha inculcado o el rol que hemos creído que teníamos que adoptar son condicionantes que están ahí. No creo, la verdad, que ya haya llegado ese hombre nuevo tal y como algunos dicen. Las cosas llevan su tiempo y todavía hay mucho camino por hacer y muchas cosas por desprenderse.

La cuestión es reconocerlo, ser consciente de que esa nueva masculinidad, quizás, sea todavía un proyecto por realizar.

Cuando alguien se define progre y niega cualquier forma de conservadurismo, siempre desconfío. Serán los hechos y tu comportamiento los que demuestren hasta qué punto es cierto tu progresismo y es que, quizás, aunque lo niegues, llevas a tus espaldas una mochila de conservadurismo que te hace comportarte, incluso, de forma reaccionaria ante ciertas cuestiones. Una cosa es lo que se dice y otra cosa son los hechos, que nos demuestran con cuánta lentitud cambian las mentalidades. Por tanto, volviendo a lo que te comentaba antes, estoy seguro de que, todavía hoy, las mujeres nos ganan a los hombres por goleada a la hora de reconocer su vulnerabilidad y, en especial, a la hora de pedir ayuda.

 

A veces son las circunstancias las que nos obligan a cambiar. Tras la muerte de su madre, el protagonista tiene que aprender a relacionarse de una nueva manera con su padre, por ejemplo.

Evidentemente, las circunstancias nos obligan a cambiar o, por lo menos, a adaptarnos. Sin embargo, por lo que se refiere a las relaciones entre padre e hijos, pero también entre amigos, diría que, por lo general, son relaciones rodeadas de silencio y son mucho menos empáticas de lo que deberían ser. Y esto tiene que ver con que los hombres todavía nos relacionamos entre nosotros de forma algo cavernícola. Lo podríamos hacer mucho mejor.

En la novela, el protagonista utiliza Tinder para relacionarse con las mujeres. ¿Vivimos en una sociedad tan individualista que ya no sabemos establecer relaciones tú a tú? ¿Acaso estas plataformas no acrecientan el silencio, limitando el primer contacto a un “match”?

Estas plataformas sirven para poner en contacto a personas distintas y, por tanto, responden a la necesidad del otro. Sin embargo, sí es cierto que, seguramente, lo que hacen es fomentar relaciones de usar y tirar y, por tanto, relaciones más superficiales y donde el silencio es todavía mayor. Al final, lo que hacen es ponerte en contacto con personas y así hacerte creer que no estás solo, pero ¿hasta qué punto ofrecen compañía o relaciones empáticas? No solo vivimos en una sociedad ya de por sí individualista, sino que tengo la impresión de que nos encaminamos a un individualismo cada vez más grande. Y el problema aparece cuando, frente a esta soledad, tú terminas por convencerte de que todos esos contactos que tienes en la palma de tu mano, en Twitter, Tinder, Facebook…, conforman realmente una comunidad de afectos. Y, desafortunadamente, en la sociedad en la que estamos cada vez es más frecuente esta confusión: nos creemos menos solos por esos contactos de las redes, pero, en realidad, la soledad sigue estando ahí.

Durante el confinamiento de marzo, la hiperconexión se convirtió en sinónimo de estar acompañados, pero ¿era realmente así?

El poder estar conectados constantemente puede ser muy útil para muchas cosas, pero nos ofrece una falsa idea de compañía. En realidad, tras toda esta hiperconexión, hay mucha soledad encubierta.

Además, plataformas como Tinder han capitalizado las relaciones. ¿Vendemos nuestros datos a cambio de un “match”?

El capitalismo ha sido capaz de llegar a cualquier rincón de nuestras vidas: es tan capaz de convertir al Che Guevara en un producto de consumo de masa como de penetrar cuan elefante en una cacharrería en las relaciones afectivas e íntimas, apropiándose de ellas y de casi cualquiera de sus manifestaciones. Es tal su poder que hoy es difícil que concibamos cualquier forma de relación amorosa fuera de alguna de estas plataformas. Y lo terrible es que esto lo estamos comentando tú y yo, que pertenecemos a una generación que ha conocido la realidad de las relaciones previa a la aparición de todas las redes sociales. Pero un adolescente de diecisiete años en pleno covid, ¿cómo va a concebir sus relaciones si no es a través de la pantalla y de aplicaciones como Tinder?

Uno de los temas del libro es de qué manera la sociedad de hoy condena la depresión -hay quien, incluso, le niega el estatus de enfermedad- y, a la vez, nos empuja al uso y abuso de psicofármacos.

Es un tema muy complejo y que no se puede abordar de cualquier manera. Por un lado, puede haber personas a las que se les dice que están deprimidas cuando de lo que se trata es que están siendo machacadas por el sistema. Y, por el otro lado, hay personas que padecen depresión, pero que, al no pertenecer a un estrato social privilegiado, no son diagnosticadas, no son tratadas y, por tanto, no pueden aspirar a una vida mejor. Por esto te decía que es un tema complejo en el que hay que ir caso por caso. Y, a la vez, es un tema ante el cual hay que tomar todas las prevenciones, puesto que el capitalismo no es ajeno a este tipo de enfermedades, más bien todo lo contrario.

 

Puede haber personas a las que se les dice que están deprimidas cuando de lo que se trata es que están siendo machacadas por el sistema.

Y cabría preguntarse hasta qué punto los psicotrópicos no son la forma que tiene el sistema para que la rueda siga girando y nosotros produciendo.

Claro. De hecho, diría que, en cierta medida, recomendando el uso de determinados psicotrópicos lo que se está haciendo es silenciar un susurro generalizado que nos advierte de que el problema está en la sociedad y su estructura y no en nosotros. Y no tengo la menor duda de que algo, efectivamente, estamos haciendo mal: vivimos para trabajar, tenemos un estrés inaguantable y una saturación mental insoportable. Estos son los síntomas más visibles de que la sociedad está fallando y lo que no puede ser es que en una consulta el remedio que te den sea tomar uno o más fármacos, porque son meros paliativos que no nos dejan ir al origen del problema. Y, sin embargo, en estas estamos.

En una sociedad donde algunos todavía niegan que la depresión sea una enfermedad, ¿resulta inconcebible que un hombre reconozca padecerla?

Sí y, seguramente, por esto el número de hombres diagnosticados por depresión sea menor al de mujeres. Y no es por una cuestión de género, sino por lo que comentábamos antes: el silencio con el que los hombres escondemos nuestras vulnerabilidades, porque cuestionan el rol y esa idea de masculinidad que hemos asumido y que, en partes, seguimos subscribiendo. La depresión y cualquier enfermedad mental ya están de por sí mal vistas, pero, como dices, en el caso de los hombres es todavía peor. Por esto, un ejecutivo agresivo que se mete cocaína para aguantar y producir más está mejor visto que un hombre que, igualmente exitoso en su profesión, cae en una depresión y necesita curarse. Es terrible, pero es así: el depresivo está peor visto que el zumbado que se mete de casi todo para aguantar más. Y esto que ya quedan lejos los años ochenta, cuando la cocaína tenía su glamur en determinados ambientes, y que hemos visto los estragos que causa su consumo.

Al final, de lo que se trata es de ser productivo al precio que sea.

Todo se reduce a eso. El cocainómano toma lo que sea para producir, pero al depresivo se le denigra por ser improductivo. Estamos tan educados en la idea de que tenemos que estar produciendo y haciendo constantemente cosas que hemos llegado al punto de tachar de vago a alguien que sufre una depresión.

Y esto se traslada también a la sexualidad: ¿un hombre poco activo sexualmente es débil, es poco “masculino”?

Todo está relacionado y, obviamente, la inapetencia sexual es también considerada como algo propio de alguien débil, improductivo, incapaz de ejercer su rol. Por esto no se habla de que los psicotrópicos provocan inapetencia sexual, que, en realidad, es solo uno de los tantos otros efectos que estos medicamentos producen. Se prefiere callar y pasar por alto, cuando es algo que afecta a muchos, a todos aquellos que, por una razón u otra, recurren a estas sustancias.

Si la novela Cien noches de Luisgé Martín nos permite reflexionar sobre de qué manera la mujer promiscua y que vive su sexualidad con total libertad es tachada de ninfómana y censurada, Hombres que caminan solos nos muestra cómo el hombre no activo sexualmente es también mal visto.

Son dos caras de la misma moneda. No he leído la novela de Luisgé Martín, pero, a partir de lo que dices, lo que está claro es que la mujer promiscua es víctima del rol social que le ha sido asignado de la misma manera que también lo es el protagonista de mi novela. Por motivos y prejuicios distintos, ambos son mal vistos por los demás. Y volviendo a la pregunta anterior, la fortaleza masculina está muy mal entendida y muy mal llevada. Para mí la verdadera fortaleza reside en la capacidad de reconocer la propia debilidad y los propios problemas, sin vergüenza alguna y siendo capaz de pedir ayuda siempre que sea necesario. Me fío más de alguien que sabe reconocer sus puntos débiles, que sabe afrontar sus problemas y el futuro que tiene por delante que no un tipo que, con el objetivo de aparentar invulnerabilidad, está hecho una mierda, pero lo esconde tomando lo que sea y fingiendo que no pasa nada.

Cambiando de tema, me gustaría preguntarte sobre la asociación entre alcohol y escritura, sobre la que reflexiona el protagonista, un joven escritor. ¿Es verdaderamente cierta dicha asociación o hay mucho de tópico romántico?

Yo siempre he escrito, independientemente de publicar o no. Y siempre he escrito mucho en los bares, durante los viajes… La escritura siempre me ha acompañado y el alcohol siempre ha estado ahí, pero en la medida justa. Es decir, creo que hay algo de cierto en esta asociación, pero con sus matices. Tomar una copa o una copa y media de vino, no mucho más, me ayuda a relajarme y esto es esencial, porque para escribir debes tener la mente despejada. Beber mucho más, sin embargo, hace imposible escribir. Quizás un escritor con una trayectoria amplia, alguien que se dedique plenamente a la escritura, respondería de forma distinta. Yo no dejo de ser un novato que acaba de publicar su segunda novela y, seguramente, esta imagen algo romántica del escritor describa más al amateur que al que ya tiene una carrera a sus espaldas. Tengo que reconocer que solo últimamente me he sentado a escribir frente al ordenador de forma ordenada y con un café delante.

En relación con la literatura, el personaje de Paula nos presenta a una joven cuya mirada sobre el mundo no pasa a través de los libros.

Existe la idea de que todo aquel que desarrolla una profesión artística y/o literaria tiene una visión elevada del mundo o, dicho en términos cursis, aprecia la complejidad y la belleza del mundo. Y no es así. Yo he conocido gente genial que no ha escrito una línea en toda su vida y que no la va a escribir, como tampoco va a pintar un cuadro o a componer una pieza musical. El hecho de que no se dediquen a la creación artística no implica, sin embargo, que no tengan una percepción compleja del mundo realmente notable. Lógicamente, si posees esta mirada y, además, consigues elevarla hasta el punto de crear una obra de arte, entonces es lo más. Pero ¿cuánta gente consigue sublimar su experiencia del mundo y escribir libros como el Ulises o pintar cuadros como La Gioconda?  Joyce y Leonardo da Vinci son excepciones. Los demás somos simplemente personas que apreciamos la belleza del mundo en función de una subjetividad y tratamos de convertir dicha belleza en arte.

A Paula, el protagonista la llega a definir como escritora. ¿El arte de narrar no pasa solo por la escritura?

Efectivamente. Las mujeres de mi barrio, a quienes describo en las primeras páginas del libro, son buena prueba de ello. Todas ellas tenían una capacidad narrativa extraordinaria y contaban fantásticamente bien las historias. Además, tenían una visión inteligente y humana del mundo muy destacada y que he encontrado en muchas personas que no han escrito nunca ni tampoco han desarrollado una relación lectora con la literatura. Al mismo tiempo, he visto también a algún escritor que… Y es que publicar un libro no implica en absoluto tener un conocimiento o una mirada más profunda. Puede que, como mucho, signifique tener unos recursos intelectuales y culturales algo superiores, pero nada más. Las raras veces que se junta una determinada mirada sobre el mundo con el don de la escritura es maravilloso. Es de esta unión que nacen las novelas que realmente amamos, aquellas que nos acompañan y releemos. Pero, como te decía, son excepciones. La mayoría de los que nos dedicamos a escribir, lo que hacemos es intentar acercarnos cada vez más al grado máximo de perfección y de sublimación, siendo conscientes de que lo más probable es que sigamos donde estamos, en la clase turista de la vida y del arte.

 

Por  Anna Maria Iglesia

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