Protagonistas // Autores

Laura Ferrero, 27/01/2021

 

Ir a protagonistas
Imagen: © Jordi Bernadó

Laura Ferrero: “Se puede ser extremadamente imaginativo escribiendo desde la primera persona”

Define Piscinas vacías, su primer libro, como una obra de juventud y, quizás, en parte lo sea. Sin embargo, esa juventud con la que escribió aquellos relatos no fue impedimento alguno para que la crítica y el público vieran en ella a una más que prometedora autora de relatos. Ahora, algunos años más tarde y tras una novela, Laura Ferrero retorna al género breve con La gente no existe (Alfaguara). En estos relatos, la escritora de Barcelona nos presenta a personajes que viven falsas vidas, hombres y mujeres que se construyen relatos a través de los cuales transitar una vida que no existe. Asimismo, Ferrero indaga en relaciones rotas, complejas, marcadas muchas veces por lo que no se dice, por aquello que queda pendiente.

 

Tras Piscinas vacías, vuelves al género del relato. ¿Cómo se relaciona La gente no existe con aquel primer libro?

Yo creo que lo que se repite en ambos libros son los temas. En La gente no existe vuelvo a abordar diferentes tipos de relaciones, sobre todo de carácter familiar; en estos relatos encontramos madres, hijos, padres, amores y desamores… Al final, tras todos estos relatos está mi interés por la cotidianidad, por indagar en todo aquello que nos rodea. Como escritora, no me voy muy lejos a buscar temas e historias, sino que narro aquello que veo a diario. Lo que intento es narrar la cotidianidad desde una nueva perspectiva, es decir, mirándola sin el filtro de la costumbre. Y es que estamos tan habituados a determinadas cosas y modos de hacer que no les prestamos atención. Dicho todo esto, Piscinas vacías es un libro que escribí con veinte años, seguramente con una mirada mucho más naif e inocente de la que tengo ahora. Si bien es el lector quien tiene que decirlo, mi impresión es que los relatos de La gente no existe son más libres. Los he escrito sin pensar en el lector.

¿Antes estabas más pendiente del lector a la hora de escribir?

No es que los relatos de Piscinas vacías fueran escritos para gustar, pero sí es cierto que, con veinte años, me daba mucho más miedo la reacción de los lectores. Estaba más pendiente de ellos. Ahora, sin embargo, me he desprendido de esa preocupación. En cierta manera, ahora con los relatos lo que hago es decirle al lector: “Esto es lo que hay. Me siento cómoda con esta literatura y con estas historias”. Se podría decir que hay una honestidad en estos nuevos relatos que, en aquel primer libro, estaba algo escondida, precisamente por ese miedo del que te hablaba.

Suele decirse que el lector de relatos es un lector más “literario”, según la terminología que hoy se utiliza.

Sí, diría que, efectivamente, es así. Y quizás esto se deba, en parte, a que, en nuestro sistema literario, los relatos ocupan un lugar residual, no están en el centro. Prueba de ello es que, si vas a un editor y le dices que estás escribiendo una novela, te mira con interés, pero, si le dices que estás trabajando en un libro de relatos, lo primero que te pregunta es cuándo tendrás escrita la novela. Esto es así, tal cual te lo cuento. Pero, volviendo a lo que me comentabas, yo también considero que el relato es un género más exigente respecto a la novela. El relato se concentra en muy pocas páginas y, como diría Cortázar, a diferencia de la novela que gana por puntos, gana por “knock out”. Lograr esta contundencia a la que apelaba Cortázar es difícil, aunque, como escritora, yo le encuentro sus ventajas.

¿En qué sentido?

Cuando te embarcas en un proyecto largo, como puede ser una novela, de alguna manera sientes que no consigues poner nunca el punto final, que el proyecto no termina. Sin embargo, cuando escribes un relato sabes con mucha más facilidad cuándo tiene que finalizar. Y terminar cosas está bien, implica avanzar.

Por lo que se refiere al libro, ¿desde el inicio tuviste clara su estructura y los relatos que debían conformarlo?

Para nada. Cuando escribes relatos no sabes nunca hacia dónde te diriges y, menos aún, sabes sin darán como resultado un libro. Esto, por el contrario, no sucede con otros géneros: cuando comienzas a escribir una novela, sabes o eres consciente de lo que estás haciendo y cuál será el formato final. Pero esto no sucede con los relatos, algunos de los cuales puedes escribir por encargo y, por tanto, no pensando en absoluto en un posible libro. Por lo que se refiere a La gente no existe, llegó un momento en que me di cuenta de que había escrito una serie de relatos que tenían una cierta relación entre ellos, pero fue el último, aquel que da título al libro, el que me permitió ver que lo que estaba haciendo con todos estos cuentos era reflexionar en torno a la existencia y, en concreto, en torno a todas esas veces en las que, estando vivos, sentimos que no existimos realmente. Puede parecer una idea algo grandilocuente, pero en el fondo es una sensación que hemos tenidos todos: vivimos, todo parece estar en orden, pero ¿es realmente así?

 

Lo que estaba haciendo con todos estos cuentos era reflexionar en torno a la existencia y, en concreto, en torno a todas esas veces en las que, estando vivos, sentimos que no existimos realmente.

Y también se reflexiona sobre el final de la vida, como se ve en el relato dedicado a la muerte de tu abuela.

Efectivamente. Lo que sucedió es que, cuanto terminé el libro, llegó la pandemia y con ella falleció mi abuela. Yo estaba muy unida a ella y, como forma de despedida, escribí un relato que se publicó en ABC. En un inicio, no pensé en incluirlo, pero, con el tiempo, cambié de opinión. Como te decía, ella era una persona muy importante para mí y, justo por esto, quería que este relato de despedida apareciera en el libro, en diálogo con «Aquellos ojos verdes», el relato que escribí cuando falleció mi abuelo.

Si el último relato da título al libro, el primero, con esa madre que se inventa una vida que no tiene, nos da la clave sobre cómo leer todos los que siguen.   

Al final, estos dos cuentos apelan a una reflexión común en torno al relato que nos contamos a nosotros mismos y a su coherencia. Tú sabes bien que, cuando leemos un manuscrito para evaluarlo, en una de las primeras cosas que nos fijamos es en la coherencia interna y observamos hasta qué punto tienen sentido los personajes y sus acciones. ¿Un personaje que hace esto aquí puede o no hacer esta otra cosa más adelante? Esta coherencia que buscamos en la ficción es la que trasladamos a los relatos que nos contamos, unos relatos que, sin embargo, para ser coherentes no pueden reflejar del todo la realidad, que nunca lo es. Por esto, nos contamos relatos recortados a partir de los cuales vivimos un simulacro de vida, sin darnos cuenta de ello, puesto que nos contamos tantas veces el mismo relato que terminamos creyendo que refleja la realidad. En este sentido, en «Muchas posibilidades» encontramos una madre que vive una vida que no existe o, mejor dicho, que solo existe en su cabeza.

Y luego está «Candy Crash», donde encontramos a una joven que escribe relatos para personas que quieren que su vida sea distinta.

Lo que aquí me parecía interesante explorar era el carácter perverso y manipulador de muchas historias. La protagonista escribe para cambiar la realidad, para conseguir que un marido vuelva, para recuperar a un ser querido, para subsanar una ruptura… Y lo más paradójico de todo es que, mientras escribe relatos para cambiar la vida de los demás, se ha olvidado de contarse su propia historia. Ella no sabe cuál es, no sabe el origen de todo lo que le rodea, porque nunca se ha atrevido a preguntar. Y creo que lo que le pasa a ella es, llevado al extremo, resultado de algo que hacemos todos nosotros: nos perdemos nuestra vida estando pendiente de la de otros.

Porque a veces preferimos no saber.

Sin duda. Lo que sucede es que del no saber surgen “vidas de mínimos”, como yo las llamo, es decir, vidas volcadas hacia fuera y nunca hacia dentro, hacia quien las vive.

Lo que me parece interesante de «Candy Crash» es la necesidad que tienen los personajes de que les escriban su propia vida.

Esto se debe a que creemos que las palabras pueden trascender y, sobre todo, pueden quedarse cuando todo lo demás ha desaparecido. Para alguien que no se dedica a escribir, el tener escrito un relato sobre su propia vida es saber que, cuando todo termine, algo quedará de él. La palabra, en cuanto es algo fijo e inmutable, nos da seguridad.

De hecho, como tú misma señalas, en algunos relatos te preguntas sobre si la palabra puede hacer algo para retener lo que se va.

Y puede hacerlo, aunque no de una forma física. En «Aquellos ojos verdes» y en «Una trenza» cuento el mundo de mis abuelos que ya no existe, pues ese mundo se acabó con ellos. Escribir estos dos relatos puede parecer a algunos un gesto insignificante, pero al hacerlo yo me aferraba a las palabras, creyéndolas capaces de rescatar y devolverme ese mundo ya desaparecido. Soy consciente de que hay algo de pensamiento mágico en toda esta idea, pero estoy convencida de que la literatura tiene la capacidad de retener.

 

Esta es una de las ideas que está en la base de la literatura del duelo: no se trata solo de enfrentarse a una pérdida, sino también de retener la persona que se ha ido.

Y, quizás, sea por esto por lo que cueste tanto encontrar un buen libro del duelo. A mí me gusta mucho este género, pero me cuesta encontrar una obra que sea algo más que una mera elegía del muerto o un ajuste de cuentas. Las obras que se inscriben en este género y que despiertan mi interés son aquellas capaces de incluirme en el relato. El año pasado leí El amigo de Sigrid Nunez y puedo decirte que para mí es una de las mejores memorias del duelo que he leído nunca.

Yo tengo debilidad por Joan Didion y sus Noches azules y El año del pensamiento mágico.

Es una autora que a mí también me gusta mucho. La leí hace mucho, en mis años universitarios, y creo que debería volverla a leer ahora.

El poder de retener aquello que ya no está es el aspecto positivo de la escritura, que, como señalabas antes, también tiene uno negativo: el poder de manipulación.

A veces, incluso, son mera manipulación. Las palabras se pueden utilizar de muchas maneras, con fines nada elogiosos como en el caso de la propaganda, pero no solo. Si pensamos en nuestro día a día, ¡cuántas veces contamos un relato para obtener algo! Y en «Candy Crash» me interesaba ahondar en la figura de una mujer que, sin preguntarse si lo que van a contar es verdadero o falso, se dedica a crear relatos para otras personas que buscan obtener y conseguir algo con ellos. Además, creo que hay algo de perverso en este gesto de construir relatos con un fin determinado, con el objetivo de modificar la realidad o de adaptarla a sus propias conveniencias.

Respecto a la confusión entre lo ficticio y lo real, me gustaría preguntarte sobre el uso de la primera persona y la importancia de lo autobiográfico en un escritura.

Utilizo mucho la primera persona para incluir al lector, independientemente de si lo que cuento es autobiográfico o no. De hecho, en La gente no existe hay solo dos relatos propiamente autobiográficos, con referencias claras. En los otros casos en los que recurro al yo lo hago, como te decía, con el único objetivo de que el lector se sienta partícipe del relato, puesto que creo que si recurriera a la tercera persona establecería una distancia mayor, dificultando la identificación. Y te digo esto como escritora, pero también como lectora: cuando leo relatos narrados a partir del yo me siento convocada por el texto, partícipe de él.

El otro día le preguntaba a José Ignacio Carnero sobre la difusión de la primera persona en la narrativa actual.

Desde hace algunos años, vivimos un boom de la primera persona y, de hecho, la mayoría de las novedades que me llegan, ya sean de ficción o de no ficción, están escritas desde la primera persona. Quizás, todo empezó con Knausgaard, aunque no quiero hablar de moda, porque tampoco creo que se trate de esto. En mi caso, lo que puedo decir es que yo empecé leyendo novela y los textos autobiográficos llegaron a mí cuando ya era adulta y me interesaron e influenciaron desde el primer momento.

¿Se ha marginado a la imaginación y ha adquirido mayor protagonismo la experiencia personal?

No sé hasta qué punto se puede hablar de una huida de la imaginación, porque el yo no excluye la imaginación, todo lo contrario. Se puede ser extremadamente imaginativo escribiendo desde la primera persona. Prueba de ello es que la mayoría de los relatos de La gente no existe son completamente imaginativos. Y, de hecho, lo que realmente me fascina es poder escribir la nota de voz de un hombre que con sesenta años va a ser padre por primera vez, es decir, poder meterme en el yo de otras personas y vivir vidas completamente distintas. Creo que, de esta manera, además, desarrollas mucho la empatía, porque intentas comprender las motivaciones de personas que están en tus antípodas. En este sentido, no solo te vuelves más empática, sino que aprendes a no juzgar.

A propósito de formas narrativas, uno de los relatos está escrito en segunda persona del singular.

Es una persona que no suele convencer, salvo excepciones, como es el caso de Autoayuda de Lorrie Moore, un libro fantástico de relatos escritos todos en segunda persona. Cada relato está escrito como si se trataran de manuales de instrucciones, que son algo que me fascina. Piensa, por ejemplo, en las instrucciones para construir un mueble de Ikea: lo que te dice es que si sigues los pasos conseguirás montar el mueble. Es decir, te garantizan que haciendo lo que te dicen lo conseguirás. Y ya me gustaría a mí tener en la vida real estas garantías. Y desde este deseo y como homenaje a Lorrie Moore nace «Cómo borrar a tu expareja», donde cuento el proceso que una vive después de una ruptura hasta que el que fue tu pareja se convierte en un perfecto extraño.

Y hablando de instrucciones, no podemos olvidarnos de Cortázar.

Sí, y es algo que también ha hecho Leila Guerriero, pero yo descubrí el género de las instrucciones gracias a Lorrie Moore, que para mí es una de las más grandes cuentistas actuales.

Ya que hablamos de «Cómo borrar a tu expareja», muchos de los relatos hablan de relaciones mal ensambladas, relaciones marcadas por la incomprensión.

Me gusta repetir esa frase que dice que la felicidad se escribe en blanco. Como escritora, el gran reto es cómo escribir acerca de la felicidad. Y por lo que se refiere a los relatos, todos ellos nacen de la complejidad de las relaciones, de observar qué es aquello que nos une a los otros y qué hace que sean tan complicadas las relaciones. Esto lleva a preguntarse sobre uno mismo y, de hecho, mis personajes se caracterizan por preguntarse y cuestionarse muchas cosas. Es de este cuestionamiento de uno mismo que surgen todas las complejidades, empezando por aquellas que tienen que ver con las relaciones con quienes nos rodean.

Suele decirse que quien se cuestiona demasiadas cosas es menos feliz.

Totalmente. A mí ya me gustaría no plantearme tantas cosas, pero no puedo evitarlo. Cada uno tiene la personalidad que tiene e intentar cambiarla es tarea imposible. Además, escribir te obliga a plantearte determinadas cuestiones y cada uno de nosotros tiene unos temas que le preocupan y que se van reiterando en cada nuevo texto y en cada nueva obra.

Sin llegar nunca a conclusiones firmes, puesto que tus relatos se definen precisamente por finales relativamente abiertos.

Para mí, no ser concluyente es tener en cuenta la inteligencia del lector. A mí me gusta pensar que el lector es inteligente y no quiere que le den las cosas masticadas. Y como lectora no me interesan aquellas obras donde se explica todo, aquellos finales redondos en los que no queda nada irresuelto. Yo no busco certezas. Me gusta que los textos sean una puerta de entrada a otro lugar.

Por último, querría preguntarte sobre tus referentes, que, creo, son principalmente anglosajones.

Sin duda. Al primero que leí fue a Carver y, después, seguí con Cheever, con Lorrie Moore, con Richard Ford… Me siento muy afín con la tradición norteamericana, si bien he de decir que también soy una gran lectora de Samanta Schweblin y de Mariana Enríquez, puesto que creo que en la tradición latinoamericana hay autores fantásticos de relatos. No por nada he citado varias veces a Cortázar. Dicho esto, si tuviera que citarte un autor de relatos español, sin duda te diría Eloy Tizón. La velocidad de los jardines me alucina, es una auténtica maravilla.

 

Por  Anna Maria Iglesia

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies