Un relato de viaje, la historia entre una mujer blanca y su hijo negro al que no ha parido, pero al que ha cuidado como madre, la descripción de un territorio, el Chocó, en plena selva colombiana, y de la violencia que lo asola. La voz del niño se entremezcla con la de la mujer que, en ese viaje a lo largo del río Atrato, reconstruye su vida; los recuerdos afloran y, con ellos, la angustia por llegar a un destino no deseado. Esta herida llena de peces (Tránsito) es la primera novela de la escritora Lorena Salazar Masso; una obra dura sobre la experiencia de la maternidad y los miedos asociados, sobre la violencia estructural y sus principales víctimas, las mujeres, y sobre un territorio abandonado a sí mismo, herido por el racismo, los conflictos armados y el silencio que lo rodea.
Antes de adentrarme en el tema de la maternidad, quería preguntarte sobre el abandono, representado tanto por la mujer como por el territorio. ¿La mujer y el territorio son dos figuras correlativas, el reflejo de una en la otra?
Me gusta mucho esta lectura porque el territorio y la mujer están todo el tiempo hablando de lo mismo: abandono, un territorio abandonado por el Estado colombiano, y una de las consecuencias de esto es que una madre negra tenga que abandonar a su hijo, dejárselo a otra mujer, tan ajena a ella.
¿Hasta qué punto ese abandono gubernamental sigue presente y cómo ha marcado este territorio?
La violencia sigue presente cada día, cada noche, entre la selva y en los pueblos, en los barrios, entre una casa y otra. Todo esto causado por el abandono estatal.
¿El abandono gubernamental puede leerse como metáfora del abandono estatal hacia las mujeres? En otras palabras, ¿podría establecerse una relación entre la violencia vivida por ese territorio y la violencia sufrida por las mujeres?
Cuando un territorio sufre violencia, indiferencia, pobreza, malas condiciones del sistema de salud y educativo, las madres y los niños son los principales afectados. Las mujeres, las madres, hacen todo por sacar adelante a sus hijos, y como son tan fuertes, la atención va hacia eso. Entonces la gente, los medios de comunicación, dicen: «Ay, pero qué fuertes son las mujeres de esta tierra». Y lo son, pero esto pasa porque no hay otra elección, porque no hay oportunidad de elegir otra cosa.
El río Atrato es el río de la vida para la protagonista, a través de él recorremos la vida de la protagonista, de la madre que no ha parido, de la que ha sido bendecida por el niño, pero que se siente ahogar…
Cuando comencé esta historia no pensaba en que la protagonista fuera una persona, pensaba en el territorio como principal protagonista, por eso mujer, territorio y río se sienten tan unidos. La historia de la madre de crianza evidencia lo que pasa en el territorio. Ella es un espejo.
Pensaba en el territorio como principal protagonista, por eso mujer, territorio y río se sienten tan unidos
Y como el río, ¿bendice y ahoga?
La protagonista no puede esconder que el hijo no es suyo. Lo que intenta esconder es el miedo a que se lo quiten, porque con él se iría la única forma que ha encontrado de pertenecer al territorio. Esta mujer, todo el tiempo, busca formas de pertenecer, para al final darse cuenta de que no puede, que no basta con querer pertenecer porque detrás de la cultura chocoana hay un peso histórico importante.
¿De qué manera el tema racial -la diferencia del color de la piel- hace que todos subrayen que no son madre e hijo?
Una mujer blanca o mestiza puede dar a luz un hijo negro. No hablo de conflictos raciales entre los personajes de la novela, sino de una madre que cría un hijo que no parió y debe devolverlo. El tema racial se hace presente por el territorio y la comunidad donde se desarrolla la historia. Subrayan que no es su hijo, principalmente, porque la mujer se muestra insegura ante la responsabilidad de ser madre.
¿Seguimos aferrados a una definición biológica de la maternidad?
Sin duda. Madre se hace. La narradora de la novela dice que “Una mamá es la persona que está”. Y es válido, aunque la madre sea inexperta, insegura, llena de miedos, o no haya parido nunca. Aferrarnos a una definición biológica de la maternidad, en Latinoamérica, sería despojar a muchas madres de sus hijos de crianza.
En la novela, la maternidad se convierte en una forma de relacionarse con el entorno y con los demás. “Tener un hijo es buscar, todo el tiempo, formas de explicar el mundo. Poner en palabras cosas terribles, milagros, presentimientos”, dice la protagonista.
Umbral dice, en Mortal y Rosa, que sólo se vuelve a ser niño a través de los hijos. Los niños nos permiten revisitar espacios y estados de ánimo perdidos, mirar el entorno como si lo viéramos todo por primera vez. A los niños no se les escapa nada y lo aprecian todo como es, por eso es tan importante la voz del niño en la historia.
A propósito de esto, leemos: “El niño es niño en todas partes, no se cohíbe, no siente vergüenza, no huele el peligro. Solo el sueño o la comida le roban espacio al juego”.
Los niños son grandes maestros, porque ven a través de las cosas, huelen las situaciones, encuentran tesoros que los adultos no vemos. El niño de esta historia juega con una cáscara de naranja como si se tratara del mejor regalo que le han hecho, y quizá lo es.
Al respecto, Pilar Quintana señala que la violencia está siempre latente en la novela. Y lo está en cada línea, pero no de forma explícita.
Hay una intención de nombrar las cosas, no de forma directa, sino de la misma forma que se van colando en la vida cotidiana de las personas. La violencia no llega como la noticia de primera página de un diario, está allí siempre. La novela me permitió ahondar en las emociones y la cotidianidad tras esa violencia, a través de un tejido de palabras.
Volviendo a la cuestión racial, leemos: “La historia, como dice mi recuerdo, es una herida con la que nacemos todos. Nunca alcanzaremos a pagar lo que ha sufrido el pueblo negro”. ¿Colombia tiene una deuda con respecto a la comunidad afro?
Sí, el abandono ha estado desde siempre. Eso es gravísimo. El racismo estructural de Colombia ha tenido al territorio del Pacífico a la sombra, una sombra donde sólo miran para buscar beneficiarse de la tierra, una sombra a la que, de vez en cuando, si ocurre una masacre, llegan los medios a informar superficialmente, y luego se van. Es una deuda con la comunidad afro e indígena, una falta a los Derechos Humanos. La desigualdad en Colombia es causa de un racismo estructural que ha estado siempre y que, a pesar del tiempo y las promesas, permanece. Basta con ver las condiciones de seguridad, salud y educación de la región del Pacífico colombiano, y la cantidad de personas que tienen que desplazarse del territorio por el conflicto armado, acrecentando la brecha de desigualdad y pobreza.
Las mujeres son las grandes protagonistas de la novela y se oponen a la figura del hombre. ¿Su fortaleza no reside, como dice la protagonista, en cargar un arma?
En realidad, las mujeres no representan resistencia, sino que son las principales afectadas por la violencia. Hacia el final de la novela, a través un diálogo, la historia cuenta que las mujeres están cansadas de que el discurso sea que las mujeres son fuertes, porque lo que hay detrás de esa fuerza es violencia, falta de oportunidades, muchísimos años de silencio.
Es cierto, recuerdo el diálogo, sin embargo, las mujeres que se nos presentan se enfrentan en cierta manera a esta violencia. ¿Es tan erróneo el discurso sobre la fortaleza como el de la victimización?
La bandera de fortaleza sirve para caminar, más en un territorio como este. Además, no es erróneo, el problema es que detrás de ese discurso se esconde el Gobierno y las instituciones para no atender las situaciones de peligro entre las que viven las mujeres y las madres. Por otro lado, refiriéndonos al contexto del libro, aquí no hay discursos de victimización. Es una realidad que se vive a diario en el territorio. Víctimas reales.
Con respecto al silencio, ¿entiendes tu novela y la literatura en general como una forma de romper con los silencios institucionales?
Esta herida llena de peces nació como una historia, no como un instrumento político. Pero escribir en Colombia, en Latinoamérica, tiene un contexto social y de conflicto muy fuerte. Es muy difícil escaparse o ignorar algo que tiñe la realidad diaria, tanto que se cuela y se hace necesario hasta en la ficción. También creo que hay cosas que llevamos dentro, que la situación es tan compleja que escribir es una de esas formas de romper el silencio.
Es imposible ser parte (meterse dentro) de una cultura si no se ha vivido su historia y sus dolores
En este sentido, ¿tu novela puede leerse como una reivindicación de la cultura afrocolombiana?
Es una mirada al Chocó, desde una voz que no pertenece a la cultura afrocolombiana, pero que quiere hacer parte. En esa búsqueda, la lectora y el lector podrán darse cuenta que es imposible ser parte (meterse dentro) de una cultura si no se ha vivido su historia y sus dolores. La reivindicación, como tal, nace desde la cultura afro. Los demás, como mucho, podemos ofrecer una mirada, una historia respetuosa, una voz. La novela es una historia que escribí desde el amor, la admiración, el respeto y el dolor. Aunque viví mucho tiempo, mis padres aún viven allí y voy continuamente, no nací en el Chocó, mi raíz no está allí. Pero el amor y el dolor no lo sienten sólo los que tienen su raíz en el Chocó. A mí me sembraron allí muy pequeña, me duele lo que pasa cada día, y por eso escribí Esta herida llena de peces.
Pensando en la voz, ¿cuál fue el trabajo lingüístico que tuviste que hacer para que esta voz fuera real, es decir, fuera la de la gente del Chocó?
Viví en el Chocó muchos años, mis padres aún viven allí y viajo constantemente. No escribí desde una inmersión, sino desde mi experiencia y percepción. Las voces de los personajes, aunque son ficción, nacen de mi recuerdo y son deformados por la visión que tiene la madre blanca. Aun así, no puedo asegurar que sea completamente real, pues es una novela de ficción que no pretende calcar la cultura tal como es, sino ofrecer una mirada.
¿La literatura colombiana ha corroborado, en parte, también el abandono hacia un determinado territorio y hacia la comunidad afrocolombiana?
Antes que literariamente poco explorado, diría invisibilizado, porque historias hay, escritoras y escritores negros, también hay, pero ¿por qué se sabe tan poco de ellos? El abandono comienza con esa invisibilización de las historias afrocolombianas.
¿Y esto tiene que ver con una determinada construcción del canon y, quizás, también con la industria editorial?
El racismo estructural del que hemos estado hablando se ve en todo. Quedan muchas preguntas abiertas. ¿Quién, en Colombia, edita historias del Pacífico, del Chocó? ¿Por qué tienen más visibilidad autoras y autores del centro del país o de la Costa Caribe que del Chocó? Ofrezco una voz, una mirada como escritora y persona que ha vivido en la región, pero hay muchas otras voces, voces del territorio, que también están listas para ser escuchadas.