Tras el poemario Cuaderno de campo (La Bella Varsovia), la veterinaria y poeta de Córdoba María Sánchez publica Tierra de mujeres (Seix Barral), un libro que no puede definirse bajo ninguna etiqueta. Es un libro que nace del duelo, un libro de ensayo y de reivindicación, un libro de memoria íntima y colectiva… Tierra de mujeres es un libro personal y, en este sentido, único. Sánchez escribe desde el yo, desde un yo que se convierte en un nosotras, ese nosotras de las mujeres del mundo rural, mujeres de hoy y de ayer invisibilizadas por el relato oficial. Tierra de mujeres es, asimismo, un contrarrelato: frente al relato urbano, desde la mirada extraña y paternalista del urbanita, es la narración del campo desde el campo. Un libro necesario excepcionalmente escrito.
Podríamos decir que las primeras páginas de Tierra de mujeres están dedicadas a tu concepción de la escritura, que, como tú misma afirmas, es indisociable de tu experiencia y de tu vida en el campo.
Va todo unido, la escritura y el campo son mi vida y no puedo separar la una del otro. Cuando ejerzo de veterinaria también escribo, aunque no esté escribiendo. De ahí la referencia a Maria Gabriela Llansol, que comenta que, cuando está en su casa, cuidando de su jardín y haciendo la comida, sigue escribiendo, sigue siendo escritora. Esto es lo que me pasa a mí. Al mismo tiempo, cuando escribo, sigo siendo veterinaria, pues los destellos que me hacen escribir son las manos del pastor, el perro que corre detrás de las ovejas… Todo esto es literatura.
Defines tu escritura como una narrativa invisible.
Sí, es un concepto del que habla la escritora portuguesa Gabriela Llansol, que es una de mis autoras preferidas. Como te decía antes, Gabriela comenta que, para ella, cuidar su jardín es otra forma de escribir, pues en ese jardín suceden cosas que luego se convierten en destellos que terminan plasmados en sus poemas. Los animales que te cruzas, las palabras que oyes, las imágenes y los sonidos de cada día…, todo ello constituye un material que luego puede convertirse en poema o en un texto narrativo.
¿Esta narrativa invisible hace referencia también a toda aquella realidad, a todos aquellos relatos e historias, que no llegan a la página escrita?
Por supuesto. Hace referencia a todo aquello que se queda fuera y, sin embargo, te acompaña. Y, aunque no llegue a la página escrita, esa narrativa invisible crea una comunidad y un vínculo, construye un relato.
En este sentido, tu escritura nace de la pérdida, en primer lugar, de la pérdida de tus abuelos. ¿Podríamos decir que Tierra de mujeres es, en parte, un libro sobre el duelo?
Sí, totalmente, pues se han tenido que ir mis abuelos para que yo me diera cuenta de la realidad que me rodeaba. Por esto, la escritura es bonita y dolorosa a la vez. Es muy triste que yo no supiera la historia de mi tatarabuela Pepa hasta que mi padre, viendo el éxito de Cuaderno de Campo, me la contó. Mi familia me ha empezado a contar cosas de su historia cuando han visto el reconocimiento que venía de fuera; es muy bonito, pero, a la vez, es muy doloroso, porque lo que se ve en este silencio de años es su convencimiento de que aquello que hacían no valía la pena contarlo, no tenía ningún valor. Volviendo a tu pregunta, sí, Tierra de mujeres es un libro del duelo, un libro que nace de la pérdida y de la pena por haber llegado tarde, por escribir cuando aquellas mujeres que me precedieron ya no están y ya no me pueden contar su historia.
En las primeras páginas, también, afirmas que el ritmo de la escritura es el ritmo del campo.
En mi caso es así. En la presentación de Madrid, Jesús Rocamora, mi editor, comentaba que se nota perfectamente que Tierra de mujeres no es un libro escrito por alguien de ciudad ni desde la ciudad, porque tiene ese ritmo. Me gusta mucho que Jesús subraye esto, perciba que Tierra de mujeres tiene un ritmo totalmente diferente a un libro propiamente urbano, pues para mí, la escritura, como te decía antes, está directamente conectada con el campo, con mi entorno. Así surgió Cuaderno de Campo y, en gran medida, también este libro, si bien no empecé de cero a escribirlo, puesto que había escrito distintos artículos y había hecho mucho ruido en redes sosteniendo y defendiendo aquello que sostengo y defiendo en estas páginas. Y mi actitud en redes, así como lo escrito en ciertos artículos, tiene que ver con que creo que tengo que aprovechar mi posición de privilegio y mi visibilidad para dar a conocer y servir de altavoz a todas las mujeres del mundo rural. Y esto es lo que trato de hacer en las presentaciones: no hubiera tenido ningún sentido que fuera un periodista de Madrid o de Barcelona quien presentara mi libro, necesito que lo hagan las mujeres vinculadas al campo, porque no puedo separar mi amor y mi vínculo con el medio rural de la escritura del libro.
¿Entiendes la escritura como una forma de activismo?
Sin duda. Todo lo que hacemos es político. Ir al supermercado, elegir qué comprar y qué consumir es un acto político a la par que escribir. No entiendo esta gente que cree que la ideología es algo que está flotando en el aire; no es así: todos nosotros tenemos nuestra ideología y nuestros gestos son expresión de ella.
Sin embargo, ¿somos realmente conscientes de lo que consumimos y, sobre todo, que nuestro consumo es un gesto político?
No, porque no nos han enseñado ni nos han educado para ello. ¿Cómo vamos a valorar algo que no conocemos? Me han llamado militante, pero me da igual, porque si el ser militante sirve para algo, bienvenido sea. A mis amigos de ciudad y a mis alumnos de prácticas, siempre les pregunto: el queso de Mercadona que compras y en cuya etiqueta pone “queso mezcla”, ¿de qué mezcla es? ¿De dónde viene la leche? ¿Sabes cuántos kilómetros han hecho los espárragos que compras? Si no nos enseñan a hacernos estas preguntas, ¿cómo van a cambiar las cosas? Y luego está el tema de la carne: ¿qué se puede esperar de la carne que cuesta un euro? ¿Cómo ha sido producida? Y nos podríamos preguntar lo mismo acerca de las fresas y de la explotación que hay para que sean tan baratas. Pero, repito, ¿cómo nos vamos a hacer estas preguntas si no nos enseñan, si no nos cuentan qué hay detrás de cada producto que consumimos? En estos días de promoción, a todos los periodistas les pido que me digan el nombre de una especie autóctona española y de una escritora del medio rural.
Te diría el águila real y Adelaida García Morales, aunque no estoy muy segura de si se puede considerar su literatura como una literatura sobre el medio rural.
Eres la primera periodista que me da el nombre de una escritora. Siempre se suele citar a Julio Llamazares, a Miguel Delibes y a otros autores, pero siempre hombres. Sin embargo, hay mujeres que escriben sobre el medio rural y no se las conoce. Evidentemente, en el medio rural hay muchas mujeres que, como mi madre, ni tan siquiera pudieron elegir qué estudiar, como para poder ahora escribir, pero señalemos tanto este vacío como también a las autoras que nos narran este vacío y lo llenan con palabras. No pretendo que solo escriba del campo la gente del campo; lo único que digo es que es necesario cuestionar el hecho de que la narrativa sobre el campo siempre ha venido de la ciudad y siempre ha sido escrita por el mismo género y por hombres pertenecientes a un mismo estrato social.
El caso paradigmático es el documental que Buñuel dedicó a Las Hurdes.
Y es lo mismo que sucede con el vídeo O carro e o home que comento en el libro y que te lleva a preguntarte: ¿Por qué los campesinos no hablan en todo el libro? ¿Por qué nos venden que los niños que están trabajando se lo están pasando bien, cuando estamos hablando de niños de 8 y 9 años que trabajan descalzos? ¿Por qué tiene que venir un hombre que habla gallego heteronormativo, un gallego impostado, a contar aquello que sucede en el mundo rural? Cuando Luz Pichel me enseñó el vídeo, me comentaba que sus padres, viendo la televisión gallega, consideraban que la presentadora, que utilizaba un gallego heteronormativo, hablaba magníficamente bien. De poco servía que ella les dijera que aquello que se escuchaba en la televisión no era gallego. Esta misma semana, dos mujeres mayores me han escrito desde el País Vasco explicándome que ellas no pudieron aprender euskera porque sus padres la consideraban la lengua del campo. Yo, por el contrario, siendo andaluza, considero que el catalán, el euskera, el gallego, todas las lenguas del Estado, reconocidas y no, son patrimonio mío igual que El Prado o el Reina Sofía.
No nos damos cuenta, pero estamos despreciando una riqueza léxica que no se va a poder recuperar. ¿Por qué no hacemos como Atxaga y reivindicamos esas palabras, esos sonidos, demostrando que el mundo rural está vivo?
La ciudad se ha convertido, desde hace décadas, en sinónimo de ascenso social y cultural, olvidando toda aquella cultura que reside en el ámbito rural, empezando por palabras y términos que los que vivimos en ciudad desconocemos.
Nos hemos equivocado mucho al respecto. ¿Por qué tenemos que poner a lo rural el apellido “rural” y no nos referimos a su cultura sin adjetivo alguno? A nivel lingüístico, en el ámbito rural, hay unas palabras preciosas que ni tan siquiera son recogidas por la RAE. ¿Qué pasará cuando la gente que las utiliza se muera? No nos damos cuenta, pero estamos despreciando una riqueza léxica que no se va a poder recuperar. ¿Por qué no hacemos como Atxaga y reivindicamos esas palabras, esos sonidos, demostrando que el mundo rural está vivo? Le estoy muy agradecida a Isabel Sucunza por haberme descubierto a Atxaga y, sobre todo, su texto Marcas: leyéndolo, me puse a llorar, pues me hacía pensar en mi propia historia, en esas marcas que quedan a pesar de la desaparición.
¿La escritura recupera esas marcas, las hace visibles?
Sí, en efecto. Y esto es lo que quiero hacer con Tierra de mujeres, quiero recuperar esas marcas, esa historia no contada. Y quiero, además, que a través de mi libro las mujeres del campo se sientan reconocidas. Cuando yo era pequeña, no me sentía reconocida porque no tenía referentes. Ahora las cosas han cambiado, en gran medida por la conciencia feminista. Lo veo muy claramente con mis alumnas: en mi facultad, había un profesor que cruzaba todos los límites con las alumnas, pero ninguna de nosotras hablaba, porque el feminismo no estaba en nuestras vidas. Mis alumnas, sin embargo, han creado el aula feminista, han conseguido echar de la universidad a ese profesor, hablaban abiertamente de maltrato y de machismo… Yo estoy muy orgullosa de ellas.
En el libro comentas que la huelga feminista en el campo se vivió de manera muy distinta a como se vivió en las ciudades.
Hay varios factores al respecto. Por un lado, si no tiene a nadie que la supla, una mujer pastora no puede dejar de llevar a pastar a sus ovejas. Para que ellas puedan parar, los necesitamos a ellos, necesitamos que los hombres se involucren. Por otro lado, si tienes quince años y un padre muy machista, ¿cómo puedes ir a una manifestación del 8 de marzo en un pueblo donde todos se conocen sin que tus padres se enteren?
Si seguimos con los tópicos, se podría decir que el mundo rural es un mundo machista, sin embargo tú has hecho hincapié en más de una ocasión en el machismo que te has encontrado en el mundo de la cultura. Pienso, por ejemplo, en lo que te pasó en el Biblioteca Breve.
Sí, en el Biblioteca Breve, un hombre me dijo que vestía muy bien para ser veterinaria y yo no supe qué decir, me quedé bloqueada. Me pareció tan marciano lo que me dijo… Yo tengo ganaderas que se hacen las uñas y se arreglan, pero ¿por ser ganaderas no lo pueden hacer? Para demostrar que soy de campo, ¿tengo que ir llena de mierda? Lo paradójico es que el comentario que me hizo ese tipo lo hizo en un premio literario, en un ambiente en el que se supone que me tendría que encontrar con gente culta. Luego sorprende que diga que encuentro más machismo en los círculos de cultura, pero, en parte, es así, pues en el campo yo ocupo un lugar de privilegio, pues soy veterinaria, no soy ni pastora ni ganadera. En este sentido, ocupo una posición de privilegio, lo que no impide que no haya visto machismo en el mundo rural, pero lo que sí me sorprende es que el machismo se manifieste en aquellos ambientes que se vanaglorian por ser cultos y elevados.

(c) Archivo personal de la autora
Al respecto, Teresa López comenta que la PAC (Política Agrícola Común) debe incorporar la perspectiva de género.
Teresa tiene un artículo interesantísimo en ese sentido, la pregunta es: ¿por qué no lo publica en El País? ¿Por qué no tiene una tribuna en un periódico? Teresa denuncia que muy pocas mujeres del campo tributan por su trabajo o tienen la titularidad compartida con sus maridos. Yo no pretendo idealizar el medio rural, porque el campo tiene sus cosas buenas y malas, pero ¿qué pasa? Que del campo solo se cuentan las cosas malas o se cuentan relatos que no tienen que ver con la realidad del contexto. En lugar de hablar de la situación de la mujer, llenamos páginas y páginas con la despoblación. Hay que superar la manida historia de que en los pueblos la gente se muere sola, de que hay pueblos fantasmas… Con las elecciones en Andalucía, en la portada de El País salía un pueblo fantasma de Granada, ¿era necesario? En Andalucía no tenemos un problema de despoblación como sí lo hay en Teruel o en Huesca; en el medio rural andaluz se están haciendo muchas cosas, pero ¿por qué no sale esto en El País?
Nos preocupa mucho la despoblación, pero apenas nos indignamos de que la Administración cierre farmacias, escuelas, centros médicos, favoreciendo la despoblación.
Y estos cierres se han incrementado con la crisis. Nos encanta el relato de la despoblación y describir a los habitantes de los pueblos como héroes, pero no lo son. Son víctimas, no son héroes. Son víctimas de la falta de recursos y de la desigualdad. Necesitamos medidas, medidas útiles que combatan esta falta de recursos. Pienso en Francia, por ejemplo, donde los pueblos están perfectamente organizados, tienen todos los servicios y se consume lo que se produce en el entorno. Cuando es el día de la ganadería, los ganaderos franceses se van a París con sus animales a modo de celebración, pues están orgullosos de su profesión. Aquí falta este orgullo y, sobre todo, ese reconocimiento que sí que existe en Francia.
Lo que ha habido y hay es mucho clasismo.
Sin duda. Lo que se ha vendido durante décadas es que el que era realmente válido era aquel que se iba a la ciudad, mientras que los demás, paletos e ignorantes, se quedaban en el pueblo.
A lo largo de décadas, el relato que se ha implantado es el relato de la ridiculización, el relato del paleto, olvidándonos que todo lo que se consume en las ciudades viene de fuera.
Basta pensar en las películas pseudohumorísticas de los sesenta.
Ahí está Martínez Soria representando al tonto del pueblo que se pierde en la ciudad. Y ¿qué pasa si te pierdes? Yo llego a Madrid y me pierdo, pero no tengo ningún problema en preguntar. A lo largo de décadas, el relato que se ha implantado es el relato de la ridiculización, el relato del paleto, olvidándonos que todo lo que se consume en las ciudades viene de fuera. ¿Qué sabe la gente de las ciudades de todo aquello que consume? ¿Sabe la gente que, desde la ciudad, va a Huesca a esquiar que para que ellos puedan esquiar antes han tenido que pastar las vacas? No, no lo saben, pero se sigue diciendo que el paleto es el del campo.
Haciendo un poco de abogado del diablo, ante la defensa de la necesidad de consumir productos de pequeños productores o de productores locales, alguno puede decir que se trata de productos caros, que no todo el mundo se lo puede permitir.
No se trata de consumir lo bio o lo eco, que son otra cosa, sino de consumir productos locales. Mis ganaderas hacen un queso riquísimo, para nada caro, pero no lo conoce nadie, ¿por qué? Porque no hay una red de distribución, porque a mis ganaderas no les dan ninguna facilidad para que ellas puedan vender su queso más allá de su entorno inmediato. Damos prioridad a las grandes empresas, pero no a los productores locales. Estas son las reglas del capitalismo, que hemos asumido de tal manera que no creemos que haya otras opciones. Nos han llegado a vender que comer un sándwich frente al ordenador es moderno y nos lo hemos creído. Yo soy mileurista, pero cuando voy al supermercado presto atención a lo que compro y te aseguro que los productos de proximidad no son caros. También es cuestión de prioridades: nuestros padres daban mucha importancia al carro de la compra, ahora todos nosotros tenemos teléfonos carísimos. Puede que tengamos que reordenar nuestras prioridades. Pero la culpa no es del consumidor, sino de la Administración. Hay mucho que hacer, pero los políticos tienen que ponerse las pilas y mirar a otros países. Vuelvo a Francia, donde priorizan la comercialización de sus quesos y de sus productos, pero ¿qué estamos haciendo nosotros? Repito, la culpa no es de los consumidores, sino de los políticos, pues es desde arriba que se tienen que replantear los mecanismos de producción y de consumo, y para hacerlo tienen que sentarse en la mesa con nosotros, con la gente del campo, con aquellos que producen.
Es decir, os tienen que convertir en interlocutores, algo que muy pocas veces han hecho.
Aquí se están haciendo las leyes para el campo sin pisar el campo. Piensa en Arias Cañete: monta a todos los de Bruselas en un helicóptero, les enseña el olivar de Jaén y les dice que eso es el bosque de España. Tenemos un territorio excepcional para producir alimentos de calidad, pero, sin embargo, quienes nos deberían proteger, nos empujan al abismo, nos ponen piedras en el camino, como si lo que quisieran en realidad es que abandonáramos el campo. Luego, eso sí, vamos al supermercado y compramos productos eco provenientes de Alemania o de Holanda, pero ¿qué significa eco? ¿Las vacas que pastan en Extremadura no son eco?
A mí me da la impresión de que hay un gran negocio montado en torno a lo ecológico y lo bio.
Es un gran lobby, pero se desconoce, no se habla de ello. Y, repito, yo no culpo a la gente, porque si no te enseñan, si no te informan, ¿cómo se van a saber ciertas cosas? Nosotros conocemos a determinados artistas y escritores porque nos han hablado de ellos; esto es lo que tenemos que hacer con el mundo rural, darlo a conocer.