Basa (Consonni) es una historia sencilla y compleja a la vez. Es la historia de Sabina, una mujer mayor que vive en un caserío junto a su cuñado Henry, encamado y al que cuida. Ha heredado la casa de su marido y, con ella, también a su cuñado. Sabina es una mujer con carácter que lleva adelante el legado rural de su esposo. Los años, sin embargo, pesan y las piernas flaquean. Ante esta situación, sus hijos intervienen. Sabina ya no puede ser la cuidadora de Henry: es ella la que necesita ser cuidada. ¿Cómo asumir que, de repente, ya no dependes únicamente de ti? ¿Cómo asumir que, de un día para otro, dejas de cuidar para ser cuidada? La escritora Miren Amuriza aborda el tema de los cuidados a la vez que nos describe el mundo rural vasco a través de la mirada de una mujer que conoció desde muy pronto el trabajo duro y, a la vez, bello del campo, que supo imponerse a las adversidades, pero también fue víctima del machismo de una sociedad que la relegó a un segundo plano.
¿Cómo nació Basa?
Más que la historia, puesto que no hay, en realidad, una gran trama ni tampoco intriga, lo que surgió fue la idea de un personaje como Sabina, que es la que conduce la narración. Yo he tenido la suerte de haber crecido en un entorno rural y, al no tener hermanos, pasé durante mi niñez mucho tiempo rodeada de gente adulta, en concreto, de mujeres ya entradas en años: mis abuelas, mis tías, mis vecinas… Siempre he pensado que, precisamente por todo esto, siempre he tenido algo de “viejita” y, de hecho, con seis años hablaba como una viejita, tomaba café con leche con y como las viejitas, jugaba a cartas con y como las viejitas… Me formé en este entorno y, en la medida que pasaron los años, fui recopilando todos esos recuerdos e imágenes de infancia, que quedaron sedimentados en mi memoria, y con la perspectiva que me dio el tiempo y con la mirada sobre la realidad que me dio el feminismo decidí hacer una relectura o, mejor dicho, una reescritura de aquel universo de mujeres. Soy consciente de que es un universo que nace de una experiencia muy personal, pero que es, al mismo tiempo, universal y, sobre todo, está atravesado por factores sociales y políticos. De ahí que lo que he intentado hacer en Basa es un retrato, lo más conciso y descriptivo posible, sin idolatrar ni demonizar, de ese entorno rural y de sus mujeres, representadas en parte a través de la protagonista, Sabina.
Sabina es una mujer fuerte, ¿es una de las tantas mujeres que viven y trabajan en el mundo rural, pero que no suelen ser representadas?
Durante la escritura, cuando me di cuenta del peso que estaba adquiriendo Sabina, se me encendieron todas las alarmas. Lo que yo quería era construir un personaje que fuera identificable, que no representativo, para todo aquel que conozca el mundo rural. Sabina es, por tanto, el collage de varias mujeres que conocí siendo niña. Y, sí, cuando comencé a escribir, me di cuenta de que, por lo menos en la literatura vasca, el retrato que se hace de las mujeres mayores del mundo rural no se corresponde con la realidad o, por lo menos, con la imagen de esas mujeres que yo había conocido. De hecho, no se las suele describir como mujeres que, como decimos aquí, llevan los pantalones. Y esto era algo que tenía muy en cuenta a la hora de escribir. Al mismo tiempo, no quería idealizar a los personajes femeninos y, en concreto, a Sabina. Ella no podía ser una deidad, todo lo contrario. Mi objetivo era hacer un retrato lo más crudo y terrenal posible.
Y, efectivamente, Sabina es el reflejo de una mujer real, de esas mujeres que trabajan en el campo.
Aquí en Euskal Herria, está muy presente la figura de la matriarca, pero yo no quería hacer de Basa una novela sobre el matriarcado. Hace tiempo, escuché a una periodista decir que el matriarcado era una fantasía patriarcal. Me gustó mucho esta definición, sobre todo porque contesta a esa idea que aquí se suele repetir mucho y según la cual la mujer es la que llevaba los pantalones en casa o la que administraba los dineros de casa. Puede ser. Sin embargo, esto no quita que la posición de la mujer en la sociedad, a pesar de esto, sea una posición relegada. Y yo quería inscribir a Sabina en esta encrucijada: ella es una mujer que en su ámbito más temprano consigue tener una determinada cuota de autoridad, pero de inmediato que sale de ahí y va al pueblo se ve relegada. Esto se ve muy claramente cuando se detiene para comer un pincho de tortilla: por un lado, está la mesa de los hombres que hablan de los pinos y de las tierras y que no la aceptan entre ellos y, por el otro lado, está la mesa de las mujeres que hablan de sus nietos. Ella no quiere ir con las mujeres. Sabina se siente más cómoda con los hombres, pero, como te decía, ellos no la aceptan.
Y eso que es una mujer con carácter…
Muchas lectoras me han comentado que encuentran que Sabina es muy seca. Las primeras veces que me lo decían, me quedaba sin palabras, puesto que no me lo parecía. En mi infancia, había conocido mujeres con un carácter similar. Evidentemente, no todas eran como Sabina, pero sí muchas. Con el tiempo, me fui dando cuenta de que este comentario tenía que ver con el hecho de que, a las mujeres, en realidad, se nos permite ser muy poco bruscas. Al final, ¿qué nivel de violencia o de brutalidad se nos permite a nosotras tanto en la realidad como en la ficción? Si Sabina fuera un hombre, no estaríamos hablando de su carácter. Nadie me hubiera dicho que es “demasiado brusco”. Y lo que a mí me interesaba reflejar a través de Sabina era una mujer violentada, pero también violenta.
Al final, ¿qué nivel de violencia o de brutalidad se nos permite a nosotras tanto en la realidad como en la ficción? Si Sabina fuera un hombre, no estaríamos hablando de su carácter.
Al mismo tiempo, es una mujer que cuida y que, de un día para otro, empieza a ser cuidada.
Muchas veces, solemos caracterizar de forma superficial a la cuidadora como una mujer sumisa. Sin embargo, lo que yo quería mostrar es cómo el rol de cuidadora te dota, aún sin tú quererlo, de cierto poder. Y esto se ve en Sabina: al cuidar a su cuñado Henry, ella se empodera. Por esto, teme que se lo lleven a una residencia, porque teme perder ese territorio, el de los cuidados, que le pertenece solo a ella. Y, en este sentido, también es interesante preguntarse quién depende de quién en los cuidados y, por tanto, hasta qué punto el cuidador no termina dependiendo en cierta manera de la persona cuidada. Cuando me di cuenta de que los cuidados iban a dar lugar a una trama con cierto relieve, me pareció interesante abordarlos desde la lógica de la interdependencia. Por esto, encontramos, por un lado, a Sabina cuidando a Henry y ejerciendo un cierto tipo de poder y, por el otro, a Sabina convertida en persona que necesita ser cuidada, si bien esto ella no lo acepta. De ahí los choques, especialmente entre Sabina y Karmele, que es la hija que está más presente.
Y cuyos cuidados ella rechaza
La concepción de los cuidados es generacional: lo que significa para Karmele cuidar a su madre -llamarla, preguntarle si ha tomado las medicinas…- para Sabina es ejercer sobre ella mecanismos de control. Creo que era importante complejizar la cuestión de los cuidados para no hacer de Basa un panfleto.
Lo interesante de Sabina es que es una mujer que quiere sentarse en la mesa de los hombres, pero que, por otro lado, asume su rol de cuidadora.
Al final, cuidar a Henry marca su día a día como ha marcado el día a día de muchísimas mujeres. Aquí, en Euskal Herria, el cuidar a los mayores va muchas veces ligado a la conservación del legado, empezando por la casa familiar. Una se quedaba con la casa, pero también con los mayores que en ella vivían. Y esto es lo que le pasa a Sabina: tiene que encargarse de Henry, pero también de la casa heredada de su marido.
En relación con los cuidados, hay que subrayar que la labor de muchas mujeres suple las carencias de un Estado que no se ocupa de los mayores.
Es cierto. Por otra parte, muchas veces, cuando se habla de los cuidados de las personas mayores, se tiende a la idealización. Muchas veces he oído decir que se vivía mejor antes, en tribu, conviviendo todas las generaciones en una misma casa, cuidando de los mayores… No digo que no puede parecer bonito, pero ¿a costa de quién los mayores era cuidados en casa? ¿A cuánto renunciaban las mujeres convirtiéndose en cuidadoras? Todo esto hay que mirarlo, no podemos pasarlo por alto.
De lo que no hay duda es que resulta complicado y doloroso decir qué hacer con los mayores cuando no se pueden valer solos.
Quizás existan casas donde haya unanimidad de opiniones, pero en muchas familias decidir qué hacer con la persona mayor que necesita cuidados suele ser motivo de disputa y de confrontación. En el caso de Basa, nos encontramos con Esther, que es la hija ausente, está Karmele, que es la que más se ocupa de la madre y está físicamente más presente, y, por último, está Joseba, el hijo varón, que opta por una solución económica y externa: llevar a la madre a una residencia, tal y como hacen con su tío Henry. Yo quería mostrar estas tres posturas distintas, pero sin juzgar a nadie. Quizás se me vea el plumero, pero la intención es mostrar una situación compleja en la que hay varios puntos de vista.
Antes definías a Sabina como una mujer que ha sido violentada. Pienso, al respecto, el episodio del aborto: cuando su suegra no le permite el duelo y la obliga a seguir adelante como sin nada.
Nuestra generación ha crecido con la educación emocional, hemos ido a terapia al menos una vez y hablamos y escribimos como procesos curativos. Por eso, muchas veces, desde la ignorancia, he tendido a pensar que nuestras abuelas e, incluso, nuestras madres han padecido de unas heridas que no han podido sanar y cerrar como sí lo conseguimos nosotras. Sin embargo, no es del todo así. Evidentemente, nuestra manera de vivir es completamente distinta a la suya. Hace cincuenta años, no se hablaban de ciertas heridas, como las producidas por un aborto, no solo porque de ciertas cosas estaba prohibido hablar, sino también porque no había literalmente tiempo para hacerlo. Y, precisamente por esto, nuestras abuelas y nuestras madres tenían otras herramientas a las que poseemos ahora nosotras para curarse. Es cierto que al personaje de Sabina le marca mucho el aborto, pero no tengo muy claro si lo hubiera llevado mejor de haberlo contado. A veces, tendemos a infravalorar y a victimizar a las mayores. Nos da pena que no pudieran hablar o que tuvieran que afrontar ciertas circunstancias en silencio… Es cierto que no tenían algunas de nuestras herramientas, pero tenían otras de las que, además, ahora carecemos.
Basa es la novela de alguien que no solo conoce el mundo rural, sino que vive en él.
Bueno, es cierto que ahora vivo en un entorno rural, pero mi estilo de vida no tiene nada de rural. Digo esto, porque, en realidad, cuando escribía Basa no podía dejar de preguntarme sobre qué legitimidad tenía yo para escribir sobre esas mujeres. Nunca me ha gustado esa idea según la cual la literatura da la voz a las que no la tienen… Porque sí que tienen voz. Y desde esta pregunta constante sobre mi legitimidad, he intentado ser lo más respetuosa posible.
Se ha definido Basa como la novela de un mundo que se acaba …
Sí, porque en la versión en euskera, en la sinopsis decía que Basa era un retrato de los fines de una era. Con el tiempo, me arrepentí de que se resumiera de esta manera, porque escapo por completo de esta idea. Si el mundo rural, en concreto, el mundo rural vasco, se hubiese terminado cada vez que hemos dicho que se había terminado… Creo que tenemos que despegarnos del relato agónico sobre el fin del mundo rural y mirarlo desde una perspectiva más constructiva: la realidad es esta, pero ¿qué hacemos de ahora en adelante? Este debe ser el lema. Y te lo dice una que, en realidad, es muy nostálgica. Un caserío vacío me entristece, pero, precisamente por esto, creo que hay que mirar hacia delante. No conozco la España vaciada, pero, hablando de Euskal Herria, no se trata de transmitir la agonía que a mí me transmitieron, pero sí la urgencia y la ilusión por hacer y construir algo.