Protagonistas // Autores

Mónica Ojeda, 10/10/2020

 

Ir a protagonistas
Imagen: © Lisbeth Salas

Mónica Ojeda: “La literatura es una escritura desesperada que quiere revivir algo que está muerto”

Mónica Ojeda debuta -y por todo lo alto- en el género del relato con Las voladoras (Páginas de Espuma), un libro en el que la escritora ahonda en los mitos, los relatos orales y las supersticiones de los pueblos andinos para, a partir de ahí, construir relatos sobre las violencias cotidianas -feminicidio, abortos obligados, alcoholismo…- que golpean todas las sociedades y a las que, en concreto, las mujeres deben hacer frente. Ojeda observa de qué manera se sobrevive a la violencia y al dolor a través de distintas formas de ficciones, en las que el individuo proyecta sus miedos y temores para así sobrellevar una vida que, por momentos, se hace tan invivible como difícil de comprender.

 

En tu primer libro de cuentos, encontramos algunos de los temas que definen tus dos novelas precedentes, en especial Mandíbula.

Hay varias líneas que han tenido continuidad en mi trabajo. La primera de todas ellas es mi interés por la violencia, pero no la violencia per se, sino lo que ocurre en los cuerpos y, por supuesto, también en las mentes de quienes son violentados y de los que ejercen violencia sobre los demás. Lo que me interesa es observar qué le sucede al cuerpo en esa experiencia extrema que es la violencia. Esta indagación está en mis dos novelas y, evidentemente, también en los relatos de Las voladoras. La segunda línea, que une Mandíbula con estos relatos, tiene que ver con la indagación en las experiencias, sentimientos y sensaciones vinculadas con lo atávico, con lo primordial, con el mundo de las mitologías y de los símbolos. En cualquier rincón del planeta, todas las mitologías y las simbologías de la tradición oral se conectan unas con otras. Me parece sorprendente que en sociedades que no han tenido contacto entre sí encontremos que comparten los cimientos y elementos tan esenciales de sus mitologías y creencias. Esto me hace pensar que en estos cimientos hay un fondo humano que nos conecta a todos en tanto que seres humanos y en el que el miedo, que es la tercera de mis líneas, tiene un papel fundamental. De hecho, en mi escritura trabajo mucho los miedos cotidianos, las angustias…

El miedo cotidiano, sin embargo, se proyecta en lo simbólico, en relatos mitológicos. 

Sí, creo que esto es algo que ocurre todo el rato, porque proyectando nuestros miedos es como conseguimos sobrellevar nuestras vidas cotidianas y, sobre todo, las violencias que en ella residen. Es una necesidad intrínseca y, por ejemplo, diría que las religiones podemos entenderlas precisamente como la primera respuesta al miedo. Algo parecido sucede con las mitologías y los relatos orales, todos ellos tratan de darle un sentido a lo que a priori parece no tenerlo. Y creo que esta necesidad humana de darle sentido a las cosas y de tratar de explicarlo todo no solo es una forma de combatir los miedos, sino que dice mucho de nuestra vulnerabilidad.

Esto lleva a situarse y a situar tus relatos en la fina línea que separa lo real y lo fantástico.

Ciertamente. Es así como funciona la mente. De ahí que creo que estos relatos se podrían considerar realistas, puesto que describen cómo funciona la mente, de forma recortada, ficcionando constantemente a través de los recuerdos, pero también desde la intuición de que hay un misterio que escapa de la realidad y de toda explicación. Y este enigma se traslada a las historias, a los relatos que creamos en un intento de descifrarlo.

 

Proyectando nuestros miedos es como conseguimos sobrellevar nuestras vidas cotidianas y, sobre todo, las violencias que en ella residen

Y este enigma lo refuerzas con narradores poco fiables como es la narradora de «Sangre coagulada».

Totalmente. Y, efectivamente, lo que define a la narradora de este relato es que es poco fiable. Ella narra su realidad pareciendo, a veces, que es capaz de penetrarla con una fuerza tremenda, pero, en otros momentos, da la impresión de que no entiende lo que ocurre a su alrededor. A la vez, la obsesión por la sangre de la protagonista lleva a pensar hasta qué punto esa atracción que siente es una forma de supervivencia: le gusta la sangre porque vive rodeada de ella y, por tanto, vive inmersa en la violencia vinculada a esa sangre. Si no la viera como algo atractivo, su vida sería un infierno. Por tanto, hasta qué punto ella, como todos, encontramos belleza en el horror cuando lo único que tenemos es horror.

Lo que comentas me hace pensar en tu relato «Caninos».

Exacto. Este relato da cuenta, además, de lo que comentábamos antes acerca de los recuerdos y la memoria, entendida esta última como un ejercicio de ficción. Por esto es confusa. Si uno entiende que la memoria es un lugar confuso, entonces, es fácil pensar que, en realidad, no se tiene el control sobre la propia historia, que se hace borrosa. Y es por esto también que surgen los temores. En el caso del relato, la protagonista recuerda cosas, pero no está del todo segura de ellas, tiene intuiciones, pero no sabe si son fiables… Y lo único que conserva de forma tangible y le recuerda la realidad que la subyuga es la dentadura de su papá.

Al respecto, el último relato propone una reflexión sobre la escritura y la creación de ficciones.

El relato final funciona como una suerte de cuento capaz de darle una nueva luz a todo el libro. El protagonista, que es un hombre que ha perdido a su hija, concibe la escritura como un conjuro capaz de hacer revivir a la niña. A partir de esta idea, hay una reflexión sobre aquello que es capaz de hacer o de no hacer la escritura y sobre el poder de una palabra y, sobre todo, de una palabra necesitada de ser escrita. Todas las palabras que escribe el protagonista están llenas de intensidad, pero aun así son incapaces de hacer revivir a su hija. Cuando estaba escribiendo el relato, pensaba en que esta incapacidad de las palabras del protagonista no es más que la evocación del fracaso de la literatura, que es de por sí una escritura desesperada que quiere revivir algo que está muerto. Sin embargo, no se puede revivir lo que ya no está y lo único que nos queda es la desesperación de la que nace el deseo de la escritura.

 

Y, ¿podríamos hablar de un deseo por tu parte de hacer revivir ciertas mitologías andinas que son susceptibles de perderse porque perviven en la oralidad, pero no se trasladan a lo escrito?

Algo de esto hay. Me parecía importante hacer el ejercicio de vincular la palabra con mi deslumbramiento por la geografía de Ecuador, una geografía que conlleva consigo una serie de emociones. Los relatos no son, de hecho, ni descriptivos ni naturalistas, si bien en ellos es muy importante la aparición de elementos naturales como los volcanes o los cóndores, pero también todos esos relatos orales propios de la mitología andina. Quería vincular toda esta tradición mitológica y simbólica con lo cotidiano y, en concreto, con lo actual, puesto que el mundo andino de hoy en día es un mundo en el que las personas tienen móviles y, a la vez, tienen su chamán de pueblo y sufren las mismas violencias, como pueden ser los feminicidios, que sufrimos aquí. Lo que quería es ver cómo afrontan estas violencias y esos miedos los andinos que tienen una cosmovisión y una manera de ver la realidad muy particular.

De hecho, las sociedades occidentales no son ajenas a las violencias intrafamiliares que describes en tus relatos, más bien todo lo contrario. 

Totalmente. Todas ellas son experiencias de lo humano y universales. Lo único particular de este libro es el acento que se pone en el paisaje y en el entorno en el que suceden las historias. Por esto, digo que los relatos pertenecen al gótico andino, pues en el género gótico la atmósfera y el paisaje son esenciales, puesto que de ellos dependen el miedo sobre el que se trabaja.

¿El miedo, por tanto, es una atmósfera?

Esto es lo que decía Lovecraft: “El horror es la atmósfera”. Y es así. Pienso que en la literatura escrita la atmósfera es el lenguaje, es lo que se hace con la palabra, con los ritmos y con los tonos, y no tanto lo que se cuenta.

¿Piensas, por tanto, las palabras poéticamente?

Cuando me siento a escribir narrativa, sé que tengo que explicar una historia y aplico todo el oficio de contar para mantener la atención narrativa. Sin embargo, también es verdad que siempre intento conseguir una experiencia poética. Por tanto, no me olvido de lo que exige un texto narrativo, pero tampoco olvido que lo importante no es lo que se cuenta, sino el cómo. De hecho, el cómo hace el qué. Ese buscar una experiencia poética con la palabra implica buscar una experiencia emocional de tal manera que lo relevante no sea lo que cuente la palabra, sino que la palabra sea capaz de ampliar la experiencia emocional.

 

Los relatos pertenecen al gótico andino, pues en el género gótico la atmósfera y el paisaje son esenciales

¿La primera violencia se genera dentro de la familia?

Sin duda. La familia es el primer contacto que tenemos con la sociedad, con las normas, con el amor y con la violencia que reside en el amor. Y es que no tenemos que olvidar que el amor contiene un fuerte componente de violencia. Lacan hablaba precisamente de esto cuando decía que las madres son como unos cocodrilos que guardan a sus crías dentro de sus mandíbulas y podrían, incluso, comérselas. Hay una fina línea que separa la protección de la sobreprotección, que separa el amar a tu hijo del comértelo. Esta fina línea existe y es ahí donde se sitúa el amor. Y el amor sano perdura hasta que no cruzamos esta línea que, sin embargo, es fácil traspasar sobre todo en el ámbito familiar, donde las relaciones son muy estrechas y pasionales. En cualquier familiar, hay violencia, quizás, no física, pero sí verbal. Esto va en contra del discurso edulcorado sobre la familia, pero es así. Así son las relaciones personales y es que hay un punto de violencia en la esencialidad de los seres humanos. Lo que sucede es que tratamos constantemente de controlar este aspecto.

Porque nos enseñan que vivir en sociedad es frenar determinados impulsos.

Totalmente. Y cuando frenamos estos impulsos es cuando ejercitamos la empatía, que es algo que se aprende. Los niños, cuando son muy chiquitos, no saben dónde termina su cuerpo y empieza el del otro y, por tanto, no tienen la conciencia del otro. A medida que uno crece va tomando conciencia de que hay otras personas que también sufren y también sienten. De esta manera, si una persona es sana, va siendo cada vez más empática.

Hay excepciones.

Claro, están los sociópatas… Pero, volviendo a lo de antes, la familia es el primer núcleo de violencia, porque es el lugar donde más vulnerable somos.

En algunos relatos aparece la figura de la bruja, que permite hacer de ellos una lectura política-feminista, puesto que muchas veces a las mujeres se las condenaba por brujería por ser independientes, por salirse de la norma, por no amoldarse a lo que la sociedad les exigía.

Esto es un aspecto que me interesa mucho del arquetipo de la bruja. Investigando, me interesó mucho observar aquello que separa a las brujas andinas del resto de brujas, pero también es un elemento que las une y que es precisamente esto que acabas de comentar: son mujeres que, normalmente, están en el extrarradio de la sociedad y no pertenecen a la feminidad normativa en cuanto no hacen lo que debería hacer una mujer. En primer lugar, no están casadas. Además, hacen cosas que no deberían hacer en cuanto lo que hacen implica tener un poder y la sociedad patriarcal niega el poder a las mujeres. Piensa, por ejemplo, en el personaje de la abortera de «Sangre coagulada»: ella ayuda a las mujeres que quieren abortar, pero al mismo tiempo es despreciada e insultada por hacer lo que hace, por prestar un servicio. Y parte de esos insultos tienen que ver con lo que comentaba antes, es decir, con el hecho de poseer un conocimiento y, por tanto, con un poder que la sociedad patriarcal le niega.  En este sentido, la figura de la bruja está estrechamente vinculada a muchos discursos feministas de hoy en día.

Volviendo al inicio, al tema del misterio y la búsqueda de sentido. ¿Entiendes la literatura como el lugar de la ambigüedad?

Lo que te puedo decir es que a mí no me interesa la idea de una literatura que nos permita entender las cosas, sino la de una literatura que nos permita sentirlas mejor. Quizás esto se deba a que soy una gran lectora de poesía, donde la idea de la percepción está todavía muy presente. En la narrativa, el lector busca, de una manera u otra, que se le cuente una historia; sin embargo, en la poesía te enfrentas a la palabra como sensación. Pero yo en narrativa busco lo mismo que en un poema: busco capturar una emoción o un sentimiento. De ahí que entienda la escritura como una forma de epistemología de las emociones, es decir, un espacio donde el conocimiento viene a través de lo sensitivo. Hay muchas feministas antirracistas que sostienen precisamente que el conocimiento viene de las emociones y subrayan de qué manera la razón occidental ha reducido lo emocional a favor de la razón instrumental. Lo que me interesa en literatura es indagar en las posibilidades de ensanchar la experiencia emocional.

La razón instrumental provoca monstruos.

Totalmente. Basta pensar en el maravilloso grabado de Goya.

 

Por  Anna Maria Iglesia

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies