Nacido en Guadalajara, México, en 1976, Antonio Ortuño pertenece a la denominada Generación inexistente. Hace algunos meses, consiguió el Premio Ribera del Duero por La vaga ambición (Páginas de espuma), una serie de relatos en los que el autor, con amarga ironía, reflexiona sobre la figura del escritor: el protagonista, el mismo en todos los relatos, se encuentra a mitad de su vida y desde este “in media res” vuelve atrás hacia sus primeras lecturas, hacia ese escritor incipiente que copiaba palabra por palabra El Quijote, pero también se proyecta hacia adelante, hacia un futuro que no es solamente el suyo, sino el de la literatura, un futuro en el que la figura del escritor se desdibuja como se desdibuja la idea de una autoría única en pos a una autoría colectiva, que surge ya no en el escritorio, sino en las productoras televisivas. Como escenario, México, donde la violencia es una amenaza latente que se manifiesta en cualquier resquicio, desde el acoso entre los niños hasta en el mundo laboral, pasando también por la violencia que nace de la insatisfacción y la precariedad.
La vaga ambición, ¿un libro de relatos con una continuidad próxima a la novela?
Yo siempre entendí el libro como una colección de relatos; los escribí simultáneamente para cuidar su diferencia de tono y de intención, pero también para cuidar los lazos que los terminan uniendo. ¿Por qué la elección del cuento en lugar de la novela? Porque el relato me ofrecía unas libertades formales y de entonación que la congruencia de la novela, al menos tal y como yo la entiendo, no me permitía. Para poderme concentrar en lo que para mí era lo central –una serie de episodios intensos de diferentes coloraturas- vi la necesidad de conexión y a la vez de cambios de ritmo.
La conexión se establece en gran parte porque a través de los relatos seguimos la trayectoria del mismo escritor.
Sí, es así. Tenemos a un tipo que está a mitad del camino de su vida, como Dante al principio de la Divina Comedia, y el libro le permite, de un lado, recuperar, emborronar y resignificar su pasado como escritor y, por otro lado, navegar ante las expectativas de su presenta e, incluso, de un futuro que lo trasciende como persona y que, en parte, tiene que ver con el futuro de la ficción, es decir, la incorporación de equipos colectivos en el proceso de escritura, la escritura industrial, etc… En este sentido, sí, en La vaga ambición hay un abanico temporal muy amplio en el que vamos siguiendo al personaje y precisamente por esto me interesaba que el protagonista fuera un cuarentón, alguien que tuviera bastante cuerda andada y, a la vez, alguien que tuviera expectativas por delante.
El protagonista, como un Dante “nel mezzo del camin”, desanda el camino realizado y lo reescribe.
Exactamente, está el desandar y está también la posibilidad de hacer, como hace Dante, recorridos que van de un lado a otro, desde los círculos infernales al mismísimo paraíso. Finalmente, todo termina deparando experiencia y la experiencia deparando literatura. La vida no es unitaria, tiene episodios trágicos y episodios burlescos; en el libro se narran episodios con finales muy diversos que, a lo largo de la vida, se entretejen.
¿La literatura da a la vida la unidad o el sentido de los que carece?
La literatura es una manera de amplificar lo que sucede. Evidentemente la historia de un mesero o de una camarera puede tener elementos similares a la historia de un escritor, porque todos tenemos una familia, todos tenemos problemas laborales y conyugales, lo que sucede es que la implicación de un escritor o de un creador con su trabajo es muy distinta a la implicación de un trabajador normal. Un trabajador cualquiera puede tener un día malo en el trabajo, llegar a casa por la noche, quitarse el calzado, poner el televisor y olvidarse de lo sucedido; sin embargo, un escritor nunca puede olvidar el trabajo, porque el trabajo del escritor no se acaba nunca, está siempre en la cabeza y un fracaso para él se convierte en un punto de ruptura, incluso desde el punto de vista existencial. Un texto que no gusta puede poner en crisis a un escritor, mientras que un café derramado puede dar un disgusto al mesero, pero no lo implica en el mismo grado que un fracaso al escritor.
Sobre el trabajador y el mundo laboral escribiste en tu novela Recursos humanos.
Recursos humanos es una novela que ya tiene once años, escrita de manera irresponsable y divertida por un tipo que era mucho más joven que yo y redactada con una intención literaria muy distinta de la intención con la que he escrito La vaga ambición. La intención de Recursos humanos era escribir una novela que fuera irritante a más no poder. Pasan los años y, como escritor, uno busca cosas distintas. A mí me gusta Recursos humanos, pero no quiero repetir. En La vaga ambición hay páginas que resultan igual o más abrasivas que las páginas de Recursos humanos, pero tienen una colgatura anímica y un uso de recursos del lenguaje infinitamente mayor, pues algo debo haber aprendido en estos once años. Como te decía, Recursos humanos me gusta, pero creo que se notan en mi nuevo libro los años de trabajo, de experiencia y de lectura. Un escritor tiene la posibilidad increíble de reinventarse y de volver a aprender cada vez haciendo algo diferente.
¿Quieres ser un escritor distinto en cada nueva obra?
Sí, no podría ser siempre el mismo. Aunque tú sabes que hay gente que crea un cierto tipo de estilo o domina una cierta voz y procura quedarse siempre ahí, en esa especie de zona de confort, porque esa voz y ese estilo que domina le dan rédito, le da lectores o lo que sea. Yo, por el contrario, no repetiría estilo, de hecho, creo que es enorme la diferencia entre el tono de La vaga ambición y Recursos humanos u otros libros precedentes.

Antonio Ortuño / Daniel Mordzinski
Los cuentos no solo son un recorrido por la trayectoria de un escritor, sino también por la literatura, desde El Quijote hasta esa escritura colectiva a la que aludías antes.
Aunque el libro es bastante vital, no es una pesadilla de citas entreveradas, sí que hay un entramado literario importante, que parte de Cervantes y de referencias a literaturas arcaicas hasta Quinta temporada, el relato sobre Walter Benjamin, que fue precisamente alguien que analizó con mucha lucidez las transformaciones que estaba sufriendo en la era de la reproducción y observó cómo la reproducción masiva y los apetitos industriales estaban redefiniendo la creación y los creadores. En este sentido, aunque sea un cuento satírico, Quinta temporada es un cuento que trata de plantear desde la ficción los futuros desarrollos de la ficción. Desde luego, la escritura de autoría individual, tan ilustre y tan querida por todos nosotros, no va a desaparecer, pero sí es cierto que en este momento no hay ninguna otra manifestación en la ficción contemporánea e, incluso, me atrevería a decir ningún espectáculo de entretenimiento y ninguna expresión de arte contemporáneo, que tenga el éxito que tienen las series de televisión.
¿Cómo entiendes este fenómeno?
Veo algunas series y, desde luego, que la buena ficción siempre llama la atención. Como escritor me interesa reflexionar sobre los medios de producción de aquello que estoy viendo, me doy cuenta de que las series, incluso aquellas donde hay una autoría más definida, son productos industriales, todas son gestadas a partir de actores y fenómenos completamente ajenos al escritor. Un escritor nunca deberá alargar una historia por el éxito popular, mientras que la escritura narrativa de la serie puede modificarse en base a la recepción que tiene: el éxito popular puede llegar a romper los ejes narrativos, obligando a los guionistas a modificar la ficción que han construido, pero luego llega un momento en el que el éxito decae y, entonces, la trama debe terminar y termina de cualquier manera.
Cuándo la creación está supeditada a los vaivenes comerciales, la libertad creadora se restringe, está cohibida ante unas exigencias que se le imponen.
Claro. Además, más allá de la coerción, hay un cambio de códigos. Es muy distinto ser un trabajador de la industria creativa que ser un creador. De la misma manera, es muy diferente ser un periodista que ser un trabajador de medios, porque cuando uno ya no es creador ni periodista pierde el impulso y la perspectiva individual. Esto no quiere decir que en la producción industrial no haya cosas interesantes o que puedan llegar a emocionar y conmocionar a los espectadores, pero al estar a la merced de los intereses de producción, del éxito y de la respuesta del público pierden el elemento individual propio de todo creador único. Yo nunca podría poner a votación el final del cuento, sin embargo, estamos viendo que esta es la dirección que está tomando esta ficción influyente y extendida. E incluso resulta que los apóstoles académicos y teóricos de la muerte de la ficción, tras matarla en el aula, vuelven a casa y ven Game of Thrones, que es la cosa más decimonónica, episódica y tradicional que hay. Es lo más medieval de lo medieval que hay.
En el fondo, las series tienen la estructura de la literatura por entregas.
Por supuesto, por esto te digo que las series son lo más decimonónico que existe, tienen el mismo esquema del folletín, aunque cambie radicalmente el tema de la autoría. Es muy diferente que sea un autor el que golpee las teclas para arrancar la página del día siguiente a que haya un equipo especializado de guionistas que van trazando los arcos dramáticos de cada personaje en cada momento, que analizan el impacto en el público para decidir si mantienen a un personaje o lo matan y que escriben siguiendo las indicaciones de asesores de pronunciación. Los efectos de las series pueden ser similares a los que tenía el folletín, incluso el lugar que ocupa en la sociedad puede ser casi el mismo, pero el sistema de producción es opuesto y abre un abanico enorme de posibilidades de escritura. Y estas posibilidades no tienen solo que ver con las series, sino también con los videojuegos, que van a seguir tomando por asalto el cine y de ahí a poco nos vamos a encontrar con plataformas para crear nuestras propias historias, donde el espectador podrá decir el futuro de los personajes y la trama. En este sentido, a la ficción le queda cuerda para rato, pero el cambio de los medios de producción, sobre todo la reducción y la puesta en cuestionamiento de la autoría individual, va a abrir un debate importantísimo en el futuro.
Sin embargo, ¿el autor siempre deseará la libertad que le ofrece la autoría individual, ser autor único de su propia obra?
Sí, por supuesto, sobre todo por la libertad que la autoría individual da al escritor y por la posibilidad que la escritura individual le da para encontrar su propia identidad. Uno escribe para reforzar quien es y la escritura es el proceso contrario al de enloquecer: cuanto te vuelves loco o cuando sufres por el olvido, como en el caso del Alzheimer, dejas de poder contarte a ti mismo. El escritor, por el contrario, no solamente puede contar su propia historia, sino que cuenta otras, construye vidas e identidades. Y la autoría individual es aquello que lo hace posible, ofreciendo el grado necesario de control y de expresión para convertir lo íntimo en público.
¿Podemos hablar de La vaga ambición como un ejercicio de ironía con respecto a la literatura del yo o, por lo menos, a la autoficción?
Sí, porque me parece que ciertas etiquetas y ciertas olas críticas terminan por exaltar ciertas obras, ciertos rasgos y tics literarios que, en el fondo, son bastante vacíos. No comprendo el justificar con el yo el realzar tantos pormenores inútiles; por ejemplo, me parece absurdo que frente a una trilogía autobiográfica me aseguran que es en la página 300 del tercer tomo cuando la historia se pone interesante. Es decir, que para llegar a ese punto antes debo haberme soplado mil páginas parecidas a la lata de un amigo contándome lo mal que se lleva con su padre y escritas, además, con un procedimiento que es exactamente el contrario del que debe utilizar un buen escritor de ficción. La función del escritor no es afilar confecciones que responden a un intento de sustituir sesiones de terapia por la literatura. Cuando se pierde de vista el elemento del tedio, en general se hace mala literatura.
El protagonista, siendo niño, empieza copiando El Quijote para terminar escribiendo sus propios textos. ¿Una metáfora de la escritura como reescritura de la tradición?
Efectivamente. Para romper el hielo, porque nunca antes había escrito, el personaje empieza a copiar letra por letra El Quijote hasta que llegado a una página deja de copiar y empieza a inventar. No habría podido escribir, sin copiar antes. Uno al escribir lo que hace es reescribir y, al mismo tiempo, está proponiendo una cosa nueva.
México es el escenario de los relatos y la violencia está siempre latente. A pesar de que el libro gira en torno a la figura del lector, ¿hay una voluntad de escribir sobre el México actual?
Aunque la clave de los relatos no sea social, por supuesto que los relatos sobre abuso infantil o laboral están directamente relacionados con la sociedad mexicana y con los problemas sociales mexicanos. La clave de los relatos es íntima, pero hay referencias claras a problemas sociales sonantes y asonantes de la vida en México.
¿Un escritor mexicano debe forzosamente enfrentarse a la realidad mexicana?
Yo no sé si forzosamente, de hecho, yo no creo que nadie tenga un convenio firmado que obligue a nada, pero en mi caso es imposible que en mi literatura no haya huella alguna de la realidad mexicana. No puedo escribir dando la espalda a lo que pasa a mi país, no sabría cómo escribir dándole la espalda y es algo que, además, no quiero hacer. Esto no quiere decir que no haya otros autores mexicanos, y los hay, que escriben siendo completamente ajenos a la realidad mexicana y, además, muchos de ellos, al no vivir en México, prefieren no abordar situaciones que no viven de primera mano. Esta es su decisión, yo no quiero confundir la dimensión ética y cívica del escritor con la literatura. Hay muy buena literatura que ha sido acusada de ser escapista. No quiero condenar a nadie, lo que sí es cierto es que yo no podría escribir sin tener en cuenta mi país y no podría escribir sin tener un oído en la calle.

Antonio Ortuño / Daniel Mordzinski
Usted se define como un escritor mexicano, sin embargo, sus primeras lecturas pertenecían a la tradición literaria española, en la que usted empezó a formarse.
Sí, yo crecí con mi madre, que era española, y su familia y, por tanto, lo que se leía era literatura española y ahí encontré mis primeras lecturas. Mi descubrimiento de la literatura mexicana fue relativamente tardío; para mí, eso sí, fue deslumbrante descubrir a Jorge Ibargüengoitia, porque escribía del país donde yo vivía y con el lenguaje que yo conocía. Aunque a Rulfo me lo impusieron en la escuela y su lectura no fue muy grata, lo releí tardíamente con mucha admiración. Yo me considero un escritor mexicano, pero con una influencia literaria y cultural española por mis lecturas y por mi historia personal y familiar.
En su centenario, la figura de Rulfo está siendo celebrada, pero ¿ocupa, al menos para usted, el centro canónico de la literatura mexicana?
Yo le reconozco a Rulfo un talento literario enorme, pero es cierto que a mí no me influenció nada y, sin duda, Ibargüengoitia fue una influencia incomparablemente mayor, pues Rulfo no tuvo influencia alguna sobre mí. Ahora hay un rescate y una eclosión de la figura de Rulfo, que lleva mucho tiempo siendo reconocida, pero que, por muchos factores, principalmente porque es su centenario, despierta un interés particular que me parece plenamente justificado. Creo que Rulfo es uno de los grandes autores de las letras españolas y, actualmente, tiene un papel importante en el debate literario en México, sobre todo porque son muchos los autores que se han visto influenciados por su literatura. Por otro lado, no creo que la literatura sea una especie de carrera de galgos con el fin de decir quién es mejor. Yo no sé si Ibargüengoitia es mejor que Rulfo, yo solo sé que a mí me interesa más. Por lo que se refiere a Rulfo, creo que lo que hay que destacar es que su obra es riquísima y va a seguir siendo una referencia precisamente por su riqueza y porque dice mucho sobre el México actual.