Protagonistas // Libreros

Eva Boj, 29/09/2017

 

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Atticus-Finch: refugio para amigos y libros

Una librería puede ser muchas cosas –desde un templo hasta un centro comercial, desde un puesto callejero y selecto a un muestrario de literatura-perfumería–, pero lo que muchos preferimos es que sea un refugio; una suerte de embajada del propio hogar en cualquier calle de cualquier lugar del planeta. En la calle de la Palma, en Madrid, más cerca ya de Conde Duque que de Malasaña, existe un refugio de esas características con militante vocación de tal, además. Se llama Atticus-Finch, y su anfitriona es Eva Boj. Anfitriona, decimos, porque el pequeño local –con trastienda– es más una casa que un establecimiento, como un salón-comedor de libros y música. “Todo lo acompaño con condumio”, dice Eva, invitándonos a un café con aliño secreto y galletas en la mesa que espera al visitante justo a la entrada. Se está bien aquí, casi como sentado a la puerta de una casa del sur en la que conversarlo todo al caer la tarde.

Y ésa es la dinámica, muchas veces. Porque las reuniones en Atticus-Finch (llamada así, claro, por el protagonista de Matar a un ruiseñor, libro esencial en la vida de Eva), con excusas diversas que siempre tienen que ver con la literatura o el cine –y la amistad–, pueden alargarse hasta que ya hace rato que se fue la luz del sol: “el agujero negro”, lo llaman algunos amigos del gremio librero, con retranca; porque se sabe a qué hora se entra, pero no cuándo llegará uno a irse.

La retranca, invencible también en el carácter de Eva, apenas se disipa para hablar de su catálogo (sencillamente, el que Eva considera “imprescindible”, tanto los títulos que ella prefiere como aquellos que “cualquier librería debe tener”, en una criba cronológica que abarca del siglo XIX a nuestros días, también en literatura infantil), o de cosas algo más ceñudas como la supervivencia de las librerías; de las librerías como la suya, se entiende.

Juntos en la batalla

 

“El libro”, como objeto físico, “no va a morir”, asegura. Otra cosa es el panorama incierto que este tipo de establecimientos tiene por delante, por las consabidas cuestiones del cambio de hábitos de consumo (la lectura también entra en lo que ese palabro significa hoy en día), las dificultades endémicas del sector y la llamada crisis (que ya deberíamos ir llamando, quizá, ‘depauperación irreparable del nivel de vida’, por ejemplo, para ser más rigurosos). Pero, precisamente influido por estas cuestiones, el librero es un gremio, dice Eva, en el que “salvo excepciones, todos nos apoyamos mucho, porque estamos juntos en la batalla”.

Existe de un tiempo a esta parte, corrobora, “una simbiosis libreros-editores que no se daba desde hacía muchos años”: “Ha habido un cambio generacional, y se ha dado la situación de que muchos compartimos un mismo estilo de vida; ha hecho que nos unamos más, por edad y afinidades. La tecnología ha ayudado mucho. La inmediatez de las redes sociales ha hecho que los editores dejen de estar aislados. Si además son gente con quienes tienes muchas cosas en común…”. En ese sentido, “es maravilloso lo que se está viviendo en el mundo del libro”.

Y lo que ocurre en su librería es prueba palmaria de ello: “Es una cosa que a mí me encanta. Vienen editores, con los que solemos coincidir en un montón de sitios, y nos recomendamos cosas. Se crean unas alianzas fantásticas”. “Aquí”, en Atticus-Fich, “hemos comido, cenado, visto pelis, montado fiestas… porque ya somos amigos. Y los unos [libreros] contamos con los otros”. Por otra parte, afirma, “no se publicaba mejor en años. Porque siempre había grandes profesionales en la edición, pero eran cuatro. Ahora hay mucha gente muy preparada, entre los treinta y tantos y los cuarenta y tantos años, con muchísima visión, que sabe hacer de todo… También traductores, ilustradores… Y el fruto que sale es buenísimo”. También en ello influyen los libreros como ella, porque es frecuente que un editor amigo le consulte sobre lo que cree que puede funcionar mejor de cara al público.

En su opinión, si se le pregunta –si se le pone en el compromiso de hablar de quienes son a la vez amigos–, Eva Boj menciona, de entre la edición llamada independiente, a Luis Solano, de Libros del Asteroide (“una visión buenísima en la recuperación de clásicos”), Diego Moreno, de Nórdica (“uno de los mejores de España, y además lo quiero mucho”), Julián Rodríguez, de Periférica (“pocas personas más cultas; sabe de todo”)… También Impedimenta, Sexto Piso, Errata Naturae (“no hay título suyo que no me guste y que luego no recomiende”)… “Gallo Nero me encanta, de las líneas más bonitas estéticamente. Y Donatella [Iannuzzi] lo hace todo prácticamente…”.

“Esta misma tarde”, dice, ya ha habido dos editores amigos que le han llevado un libro nuevo: “Para una librería tan pequeña, ser una de las elegidas por esas personas” es un privilegio: les interesa su criterio, y quieren que Eva tenga el libro.

Se trata, al cabo, de gente que comparte también una misma visión de la vida: saben que la recompensa por su trabajo rara vez será material, económica: pero “nos llena desde otras perspectivas. A mí esto me llena como persona, me satisface por muchas cosas. Incluso porque vengan aquí amigos, traiga cada cual lo que quiera, y echemos las horas. Me compensa, e intelectualmente me satisface [Eva ha sido siempre muy inquieta en su hambre de conocimiento y ha estado inmersa tanto en el mundo del libro como en el cine; le puede interesar la antropología tanto como la gastronomía.]”. “Me encanta que aquí haya gente, que vengan como si fuera mi casa… Les invito a lo que haya, y hay hasta clientes amigos que me traen la merienda… Es raro que no haya algo de comer y beber aquí” –que para eso tiene también una mini-cocina de batalla.

En la trastienda, en otra sala igual de acogedora pero consagrada al cine, se proyectan películas para el cine-club que montaron allí entre algunos amigos: “Se analiza la película, y qué menos que después de ver Ocho y medio nos hagamos unos fetuccini a la carbonara para cenar…”. Lo que pasa es que “a veces hemos quedado aquí a las seis y media de la tarde y no hemos salido hasta altas horas de la noche…”.

 

Por  Miguel Ángel Ortega Lucas

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