Un ancla es “un símbolo de resistencia”. No sólo se echa para amarrar un barco plácidamente; también para mantener un punto de equilibrio en mitad de la tormenta. El centro de Málaga no suele ser lugar de tempestades, pero una librería llamada Áncora (ancla, en latín) resiste heroica desde hace décadas en la Plaza de Uncibay: al embate de las terrazas con caña al sol, al vendaval de los turistas y al naufragio de una crisis sociológica, no sólo financiera, que ha truncado demasiadas aventuras en los últimos años. (Crisis, aun así –conviene recordar el lugar común–, es cambio en griego, no desastre o cataclismo). Un ancla es “un símbolo de resistencia”, cuenta Enrique del Río, el responsable de la nave. Y si existe algún secreto para mantenerla a flote desde hace décadas (la abrió su padre en 1973), éste no es ningún conjuro caribeño sino la mera “tripulación” que la mantiene, que confía en ella porque sabe que siempre mira hacia algún lugar de buena esperanza: “los lectores”. También, con una relevancia casi similar, esos nuevos editores (marinos de fortuna, no piratas berberiscos ni corsarios de Su Graciosa Majestad) que en estos mismos años de derrumbe continúan incansables una misión silenciosa, providencial, de salvación de lectores náufragos, huérfanos en muchos casos de otros sellos que pasaron a grandes flotas para sobrevivir. “Librerías como ésta”, dice Enrique, “no tendrían sentido si no existiera esa gente”: los que hacen esos libros, y los que leen esos libros. Áncora nació como librería especializada en Filosofía y Letras, orientada sobre todo al entorno universitario, y en su paulatina reinvención Enrique (que “mamó de niño” tanto la atmósfera literaria como el gusto por las mismas materias de aquellos libros) no quiso perder la esencia. Muy al contrario: una de las más gratas sorpresas para el visitante primerizo es encontrar una sólida, suculenta oferta de maestros humanistas, de H. D. Thoreau a Albert Camus, o las nuevas viejas –atemporales– joyas de Joseph Campbell. Volúmenes tanto de deleite intelectual como de investigación para quienes valoran “no sólo el contenido sino también la edición, las traducciones, el diseño”. Los pequeños sellos independientes: ésos que han proliferado, sobre todo en el último lustro, como una plaga feliz en el panorama librero español. Manteniéndose “fiel al origen humanístico” de su catálogo, del Río presta especial atención a las nuevas editoriales, que se acercaron a su librería, a presentar armas, por su propio pie: “Gallo Nero, Periférica, Confluencias, Capitán Swing, Nórdica… Muchas”, explica, “que querían establecer un vínculo y una complicidad directas con los libreros que se había perdido. Eso, más las redes sociales, donde la comunicación es muy fluida, y el contacto con los lectores”, ha propiciado asimismo una nueva “gran comunidad” soterrada, como una corriente subterránea, de la que bebe ya tanta gente que “ama el mundo del libro”.
El encuentro
Porque Enrique intenta (y lo consigue) mantener lo mejor del concepto “librería tradicional”: “como lugar de encuentro, donde el lector se acerca para hacer descubrimientos, o para que le recomienden, si lo necesita”. No deja de ser un trabajo arduo, a día de hoy, mantenerse al día con la sobreabundancia de títulos del mercado, propiciado precisamente por esas nuevas editoriales: felizmente también, ya que, según Enrique, la calidad media de los títulos ha subido considerablemente gracias a ellos. Se publicará, claro, mucha cosa ilegible, pero lo cierto es que del Río dice descubrir “una o dos” novedades a tener en cuenta “todas las semanas”. Ha nacido, o resurgido con fuerza, cierta especie de editor: el que edita “por vocación, en paralelo” a otros trabajos más alimenticios, aquellas cosas que “como lector quisiera leer”. En cuanto al librero, y catálogo aparte, “el trato debe ser profesional, y cordial” (qué gusto entrar a una librería y que quien te atienda sea un cómplice, alguien que sabe muy bien –incluso mejor que tú– lo que estás buscando, y no una máquina dispensadora). “Tener criterio para seleccionar”, cuenta Enrique. “Una de las armas de un librero pequeño es tener un conocimiento lo más amplio posible de todo lo que sale, estar al día, leer los boletines especializados, aunque sea realmente imposible hoy día estar al tanto de todo”. Hablando de especializaciones: con preponderancia obligada de los clásicos, en su sentido más amplio por cronología y estirpe, hay “cinco” vigas maestras en Áncora: arte, historia, literatura, música y la mencionada filosofía. (El terror gótico del XIX ocupa un lugar de privilegio –esa colección del sello Valdemar, primorosamente editada…). Que Áncora es un navío con porvenir, no sólo con historia, lo demuestra algo que se repite a lo largo de nuestra conversación: que entra un lector distinto cada dos por tres a hacer a Enrique una consulta, un pedido, una aclaración sobre ese libro “que quiere mi hija y que no encuentra…”: hay tripulación para rato. Siempre la hubo, y seguirá habiendo. Será, sí, “muy difícil” para el mundo del libro hacer frente a ciertas inveteradas costumbres hispánicas (arrecian los guiris con cerveza al mediodía por Uncibay…), pero ahí están los náufragos de siempre, esperando que zarpe alguien a por ellos.