Decir que una librería es un sitio donde se compran libros sería como decir que un libro es un objeto rectangular lleno de hojas escritas; lo cual es (sólo) correcto y, en algunos casos, exacto (tristemente exacto). Lo que diferencia a unos y otros factores de esa ecuación es la vida, la cantidad de energía orgánica que calienta al recibir, hospitalaria, a quien se adentra en ella, en ellos. Una librería puede ser un páramo o puede ser un bosque, como un libro puede ser un ataúd o una caja de música. Como una casa puede ser un hogar o –decía Sabina– una emboscada.
La palabra clave es ecosistema, y es la que utiliza en algún momento, mientras hablamos con él, Pablo Bonet, uno de los dos responsables desde primera hora –junto a Igor Muñiz – de la librería Muga: pulmón librero en el legendario barrio de Vallecas que este diciembre cumplirá 16 años de cordón umbilical literario, pero sobre todo de urdimbre entre una vecindad que ha encontrado en Muga no sólo un lugar donde comprar libros, sino donde encontrar lo que buscan, y encontrarse. “Nos conoce todo el mundo” en Vallecas, cuenta Pablo; pero no sólo: Muga parece formar parte del barrio de una forma familiar. El primer objetivo era que todos supieran de ellos; el segundo, ser parte fundamental. Lo consiguieron: “Tuvimos claro que era un barrio joven, de treintañeros con niños por aquel entonces. Queríamos que la familia viniera toda junta. Teníamos entonces veintipocos años y ya peinamos los cuarenta, y siguen viniendo”. “Hemos crecido juntos, sí”.
Por eso, la oferta de la librería no quiso quedarse en lo meramente editorial: amén de una sección infantil y juvenil “muy fuerte”, de los sempiternos libros de texto que hay que renovar cada año –una gran alegría para los bolsillos de los papás–, Muga ofreció desde el principio actividades pensadas para que los padres trajeran a los niños (o los niños a los padres), como los cuentacuentos. A cargo de la casa, como el café. “Costaba al principio porque la gente no tenía mucha costumbre” entonces; “menos por aquí”. Ahora, sin embargo, Muga organiza “tres o cuatro actividades todas las semanas” que abarcan desde ese clásico del cuentacuentos a clubes de lectura de gran vitalidad (hay varios vigentes ahora mismo, sobre cómic, ciencia ficción y novela rusa, por ejemplo) y multitudinarias presentaciones de novedades.
Clásicos de la casa
Eventos, estos últimos, que suelen acabar en fiesta compartida entre lectores, libreros, autores y quien se apunte. Es ya tradición la presencia en Muga de Almudena Grandes, por ejemplo; la autora –refiere Pablo– cuyos libros mejor han funcionado en toda la historia de la librería (que se les queda pequeña en sus apariciones). Vallecas sintoniza muy bien con las historias de Grandes, ésas que no pierden jamás de vista una visión crítica del estado de cosas. Vallecas –escrito Vallekas por muchos desde hace mucho– es un barrio especialmente combativo y Muga tampoco quiso ser ajena a dicha vertiente. De ahí que en su catálogo pueda encontrarse una nutrida oferta de ensayo que pone en continua cuestión la realidad social, vayan firmados por Ignacio Ramonet o por Martín Caparrós, por Zizek o Chomsky o Enzensberger [aunque quien realmente suele arrasar en ventas es otro filósofo contemporáneo y televisivo llamado Wyoming].
A los responsables de Muga les gusta tener contacto directo tanto con los autores (“Oye, ¿te apetece presentar el libro? Nos ha gustado mucho”) como con los lectores; de ahí que la expresión lugar de encuentro no sea en este caso un cliché vacío de contenido. Ahí están las cañas con Almudena Grandes o Rafael Reig, y también el blog (Las calles de Venecia) que funciona como revista y agenda de la librería, así como las recomendaciones que los propios libreros realizan motu proprio a la familia lectora. Los asiduos de Muga saben que pueden confiar en el criterio de sus responsables a la hora de encontrar orientación: un cliente quiere un libro para su sobrina, y los libreros, según el perfil, tiran de memoria lectora e intuición para contribuir a que el regalo sea un acierto. Cosa mucho más frecuente antes, pero en cierta forma extraordinaria de un tiempo a esta parte (hasta se acuerdan de ellos en alguna ocasión: “Esta novela le encantaría a Menganito”).
Porque en Muga se conocen, libreros y lectores, y ahí radica la diferencia entre ser librero y vender libros. “Es un ecosistema. La gente es muy agradecida, y como librero lo mejor es que venga una persona y te diga oye, me ha encantado el libro éste”, dice Pablo. El pasado junio les pidieron dar el pregón de las fiestas de Vallecas (algo “emocionante”). Y con eso se resume todo.