Hay lugares que son estados de ánimo, y estados de ánimo que, de perpetuarse en el tiempo –para bien y para mal–, se convierten en formas de vida.
Lo del estado de ánimo es lo que uno puede intuir, casi instantáneamente, al entrar en Ubú Libros: una acogedora librería del centro de Granada, en la Plaza de las Descalzas, que recibe el sol del mediodía y el claroscuro de un árbol de manera silenciosa, vertical; como una isla que hubiera decidido exiliarse del mundo por su cuenta (como la península aquella de Saramago, desgajada del continente). Y la forma de vida es la consecuencia de ese estado de ánimo en que quiso habitar, desde el momento en que lo descubrió, la librera Marian Recuerda, de 37 años: una mujer afable, de aspecto juvenil, que ama los libros casi tanto como si fueran también hijos suyos: leer libros; descubrir libros, a otros y a ella misma; hablar de libros…
Así que aquí su rincón, su cabaña del bosque, su paraíso cotidiano: “Sí, mi sueño tenía más que ver con eso”, asiente, “con la forma de vida, más que con el trabajo en sí… Aunque es lo único que se me da bien”, dice, exagerando sin exagerar: “Vender libros y encontrar libros raros”.
Marian estudió Filología Hispánica y algún curso, también, de Periodismo. Pero sólo fue al entrar a trabajar en una librería de viejo cuando lo sintió: cuando se dijo a sí misma “Esto es lo que se me da bien”: explorar esos pasillos de libros viejos, ediciones raras, títulos olvidados o inencontrables; como un espeleólogo, o un ladrón de tumbas.
La felicidad, en fin, era encontrar el tesoro (o el mapa que lleva al tesoro) en un libro de segunda mano que nadie recordaba ya.
Así que, uno de esos días de curro plácido, se vio a sí misma, en la frontera de los treinta, preguntándose “dónde se veía en cinco años”: la respuesta era empezar algo por su cuenta; levantar desde los cimientos, quizás, un lugar como aquel en que trabajaba, y hacerlo suyo. “Me costó, aunque es una de esas cosas que una hace sin pensar… Como cuando tuve a mi primer hijo”, se ríe: “Tenía 20 años, pero me dije Esto lo voy a hacer yo bien…”.
(Hay cosas que ponen ya para siempre ciertos miedos en su sitio.)
“Tenía confianza en mí, en que se me daba bien… Y aprendí a hacerlo paso a paso. Al principio me estresé muchísimo, era un zombi humano, pero poco a poco lo fui consiguiendo… O te lo crees tú y tiras, o no haces nada en la vida, y yo estaba muy segura. Pero tienes que tener intuición también; no vale con el mero impulso: aunque soy echá palante, tengo también los pies en la tierra”.
“Trazar caminos”
Eso es en lo que cavilaba hace un par de años, y lo consiguió: trabaja leyendo, catalogando novedades (de las nuevas de verdad y las no tanto), conversando con los clientes, y “viendo árboles y luz natural”; sin ruido. Ah: y siendo también su propia jefa, con todo lo que eso conlleva. Algo cada vez más frecuente en muchos ámbitos, y que da muchas satisfacciones y simétricos cortocircuitos cerebrales: “…Claro”, dice, sentándose en una de las sillas del amable piso de arriba, como un desván (es más grande, el local, de lo que se intuye desde la calle): “Yo lo que quiero es vender libros, no hacer un millón de cosas [que nada tienen que ver con vender libros]… En la primera librería aquella estuve 8 años; entré de casualidad, y fui feliz como no había sido en ningún trabajo antes. Yo no sabía que me gustaba tanto la literatura hasta que trabajé allí: todo encontró sentido en un almacén, leyendo cosas rarísimas… Te puede llamar la atención, yo qué sé, un libro de los años 70 que no conoce nadie, y alucinas…”. La de cosas que se aprenden sólo al dejar la universidad…
…De lo que es lírica y de lo que no: “He aprendido un montón” sobre gestionar el negocio, dice; forzosamente. “También tengo un gestor que nos va asesorando, pero al final las cuentas las hago yo; al final todo se aprende. Igual que lo de organizar eventos: no todo el mundo tiene dotes de gestor cultural, pero al final aprendes y lo haces” (Ubú también acoge presentaciones, charlas…: Marian espera dar un impulso a la librería, en ese sentido, con propuestas distintas, para el próximo otoño). Pero lo que a ella le gusta es “vender libros”: no la transacción comercial en sí, sino todo lo que tiene que ver con esa promesa de felicidad que otorga el buen librero; ése que sabe no estar ofreciendo sólo un objeto más o menos bonito, sino toneladas de posibilidades en un par de centímetros de grosor.
Sin embargo, a esta mujer le aterroriza la imagen del vendedor tratando de meterte el producto en el bolsillo, de la forma que sea: “A mí no me gusta meter a los lectores los libros por los ojos. Cuando me piden que recomiende, es que hasta tengo algún apuro, porque, ¿qué te recomiendo?, si quizás lo que a mí me gusta a ti no… Yo soy mucho de poner y no hablar: dejar a la gente a su aire. Intento trazar caminos, más bien”; en el escaparate, en los estantes, en las mesas: “Los voy relacionando, poniendo juntos por instinto” (como si fueran constelaciones, o piedras en el bosque). “Cada uno tiene configurado su mundo librero, y ahí se nota mucho el pulso de la persona… Aun así, hay cosas que no me gustan pero sé que deben estar, que hay un camino también por ahí”.
Claro que no es difícil imaginar, a esta librera en concreto, contagiando su entusiasmo por el volumen más remoto: “Es muy fácil explicarle a alguien por qué ese libro tiene que estar ahí. Lo que no hago es hacerlo a propósito, eso no…”.
La velocidad del panorama
Sobre el mundo editorial, evidentemente, Marian también tiene su personal percepción de hacia dónde vamos y de dónde hemos estado viniendo: “…Con la cantidad de novedades que salen estoy desbordada. Me angustia a veces [por la responsabilidad], porque me crié como librera en un entorno muy lento. No soy capaz de leerme tooodo eso. Pero es que no todo me interesa. No todo es publicable, ¿no?”, pregunta… A lo que respondo con esa afortunada frase de alguien, según la cual en España se escribe más de lo que se lee…
…Y Javier Cercas (o el trasunto de Javier Cercas como narrador) en La velocidad de la luz, confesándose a sí mismo, espantado, que en el fondo lo que quería no era escribir, sino “haber escrito”: “Sí”, dice la librera, entre risas; “es que una cosa es saber chino y otra aprender chino… No creo que todo el mundo tenga que publicar, la verdad. Creo que se debería leer más, y pensar. Leer y pensar, y dejar que eso madure en la cabeza”. Una idea absolutamente revolucionaria.
“Estoy intentando enterarme, todavía, de cómo funciona la industria. Pero ahora hay muchísimas editoriales pequeñas, quizá demasiadas… Es cierto que la única salida últimamente parece ser ésa: la editorial pequeña e independiente, la autoedición… Pero eso también conforma un mapa inabarcable”.
–Y tus preferencias editoriales, ¿por dónde van?
–Uffff… –suspira, sin saber por dónde empezar–… Hay tantas cosas que me gustan… Acantilado, claro: un pedazo de editorial. Cuando se murió Jaume Vallcorba [su fundador] comentábamos unos amigos el primer Acantilado que tuvo cada uno, porque a nadie se le olvidaba. Es una fiesta cuando te lo regalan… De editoriales nuevas, Gallo Nero, Periférica… todas las del sello Contexto me gustan mucho. Y hay otras muy chulas. En poesía, Kriller 71, la Bella Varsovia… Automática me encanta; coincido en gustos muchísimo con el editor. Son traducciones básicamente, sólo tiene uno en español, de Arrabal… En Capitán Swing están haciendo ahora un tipo de ensayo muy serio y muy atractivo a la vez, unas cosas muy chulas… De las de aquí: Granadinas, Cuadernos del Vigía (mítica de aquí, con una evolución alucinante encrecimiento, en calidad; cómo se ha ido adaptando sin perder su sello característico)…
¿Y cuál es el futuro de todo este panorama, con proyectos emergentes en la edición, en el mundo del libro, al tiempo que se cierran librerías de toda la vida a un ritmo aterrador…? “Hay pocas librerías independientes en realidad, no hay tantas… Y el librero tiene que subsistir, así que es frecuente que tire de best-sellers… Hay muy pocas librerías intermedias”, como la propia Ubú, en el sentido de prestar atención tanto a lo nuevo como a lo viejo, a lo llamado comercial y a lo más selecto o desconocido. Pero todo depende, al cabo, de un engranaje que incluye a editores, distribuidores y libreros, y que es el que determina a la postre la mayor o menor fortuna de un libro: cómo y dónde se coloca, qué promoción se le da, y por qué vías. “Hay editoriales a las que se les da mejor o peor la promoción de sus libros, y la venta flojea porque no puedes [de nuevo] hacerlo todo cuando eres una editorial pequeña”.
Así que una buena opción para todos pasaría por una mayor unión y entendimiento entre esos editores románticos, de un lado, y esos románticos libreros, de otro, que creen en lo que hacen y quieren hacerlo lo mejor posible, en un frente común que impulse cada libro en su hábitat más propicio: “Eso es”, dice Marian: “Algunas editoriales nos tienen fichados y establecen una relación personal; también hay distribuidoras independientes que eligen editoriales y se encargan de la difusión, y lo hacen estupendamente. Todo depende de a quién quieras llegar (como autor y como lector), y de qué manera”.
“Hay variedad para todo y la seguirá habiendo si hay librerías pequeñas. Yo, cuando veo editoriales que me interesan, contacto con ellas, les pido sus libros (aquí, por ejemplo, lo hice con 100 Gramos: una editorial alucinante; trabajo con ellos directamente). Y sí: estaría muy bien hacer como Grupo Contexto: varias editoriales pequeñas juntas (y ésas ya no son tan pequeñas, como Sexto Piso); y lo mismo con las librerías: más unión entre nosotros; generalmente entre las de viejo hay mejor sintonía… Se ha hecho siempre, pero en España ha habido fracturas grandes y ha habido que empezar varias veces de cero… Y parece que ahora tenemos que aprender otra vez”.
–¿Se ganará la batalla contra el Corte Inglés? –le pregunto, medio en serio medio en broma.
–Claaaaro… Pero si es que los libros siguen ahí: rotan, dan vueltas, están en las bibliotecas, en las librerías de segunda mano… Los índices de ventas no tienen en cuenta esas cosas. Y yo he visto a muchos chavales que compran libros viejos, pero no salen en las estadísticas. La gente sabe un montón, saben lo que quieren. Siempre y cuando tengan dónde encontrarlo, ¿no?