Protagonistas // Libreros

Enrique García Ballesteros, 09/05/2018

 

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Librería Venir a cuento, una morada en Lavapiés para los libros ilustrados

Los sitios, los lugares físicos, también están vivos; son entes orgánicos que respiran una atmósfera, una música y una luz propias. Y acaban pareciéndose, como los animales de compañía, a sus dueños. Venir a cuento es una librería ubicada en el barrio madrileño de Lavapiés, calle Embajadores, número 29; pero antes de ser librería fue un cine, el de San Cayetano. Quiere decirse que antes se proyectaban películas y ahora se proyectan historias escritas; pero siempre, ahora y entonces, ha sido un lugar consagrado a contar cuentos. De modo que venía perfectamente a cuento el nombre.Y la intención que buscó en ella su responsable, Enrique García Ballesteros.

Este bucanero de las letras, que fue cocinero antes que fraile, o editor y corrector antes que librero, tiene ya con el buen tiempo las puertas de la tienda abiertas de par en par al sol de mayo. Entrar en su librería es como entrar en su casa; el reflejo material de una (sanísima) forma de ser, y de amar los libros. Las palabras con que se presenta Venir a cuento en su blog (libros para todos los públicos, muchos de ellos ilustrados, “seleccionados con especial cuidado”, prestando “especial atención a las editoriales pequeñas e independientes” y a los “ilustradores de prestigio”) son exactas.

El establecimiento lleva abierto cinco años, difíciles para todo el ecosistema social y cultural, y más aún para las librerías; una tarea de supervivencia que Enrique achaca también, entre otras cosas, a que el libro no es, digamos, “el producto estrella del país”. El librero es crítico con la presunta salud lectora en España, y con la actitud de muchos potenciales lectores –o compradores de libros, que no es lo mismo– a quienes cuesta rascarse el bolsillo por un libro pero no en la terraza de un bar… “Algunos dicen ‘uff, ¡diez euros!’…”. La mayoría no sabe, dice, “lo que se lleva un autor”, lo que pueden ganar el editor, el librero…

Pero eso queda fuera de su jurisdicción. Lo que Enrique procura es tener la librería bien surtida, con un fondo que busca la armonía entre lo que a él le gusta personalmente tener allí y lo que cree que puede funcionar mejor, aunque sobre esto jamás ha habido fórmulas mágicas. Ejemplo de ello son los abundantes títulos de Acantilado, Errata Naturae, Blackie Books… “Busco editoriales que me interesen, y que editen bien”. Al buscar sobre todo libros ilustrados, Enrique da mucha importancia a la estética, lo que considera buen gusto en la edición. Y esto no se queda sólo en lo visual: “No es sólo que editen bonito”. Se refiere también a que estén los puntos y las comas en su sitio, a que las traducciones sean eficaces… Con la precariedad in crescendo que sufre el sector, dice, con editoriales de todo tipo teniendo que economizar en demasiados frentes, resulta alarmante para él la cantidad de títulos que se pueden encontrar con errores básicos desde la primera página. Él mismo fue corrector durante veinte años, por lo que sabe que “para que un libro salga bien” debe hacerse con toda la diligencia y cuidado posible, y que pase por muchas manos antes de llegar a los escaparates.

Recomienda por ello tanto títulos como editoriales nada frecuentes: Mediavaca, por ejemplo, una casa que en su opinión “cuida muchísimo la producción”, dando a la imprenta “libros muy especiales que no tienen nada que ver con el mercado. Siempre ilustrados”. También Latas de Cartón. Y nos enseña un ejemplo de lo que él entiende por ese tipo de libros “especiales” que son santo y seña de Venir a cuento: un “clásico del hipismo norteamericano”, titulado Viviendo en la tierra y editado primorosamente por Kachina Ediciones, que reproduce en sus páginas la caligrafía originaria de su autora, Alicia Bay –quien contaba apenas 19 años cuando lo redactó.

Enrique pretende que su librería conserve también la buena costumbre del “fondo” librero: “Ya no existen” casi, explica, ese tipo de librerías, con la crisis del mercado y la avalancha de novedades que cualquier establecimiento recibe semanalmente debido a la burbuja editorial, según la cual los editores pagan las deudas con los distribuidores sacando nuevos libros que producirán nuevas deudas… y así ad infinitum. Y nos enseña como muestra un volumen editado por el pequeño sello que él mismo mantiene, Recalcitrantes: Las hogueras, de Cocha Alós, Premio Planeta en 1964.

Recalcitrantes se presenta nada complaciente “en la selección de títulos, pero sí aspira a que sus libros paseen sus virtudes ante el mayor número posible de ojos. Por esta razón, nos comprometemos con diseños atractivos y de fácil lectura. Porque amamos también el objeto libro pero sabemos que debemos justificar su valor con un precio adecuado a un mercado al que llegamos con el ánimo de contagiar la obstinación que caracteriza a nuestra empresa”.

La descripción es absolutamente válida también para Venir a cuento. El reflejo, ya lo decíamos, de su responsable. Del que nos despedimos, después de cordialísima charla, llevándonos un ejemplar de Peter Pan. “Tengo muchas”, responde al preguntarle si tiene por ahí alguna edición del clásico de J. M. Barrie.

“Todos los niños del mundo, menos uno, crecen”, comienza ese clásico universal. Todos los libreros del mundo –salvo algunas rarezas–, sueñan, como Enrique, con vivir en su particular Nunca Jamás lleno de luz y música y libros, sin tener que claudicar ante las consignas supuestamente adultas de eso tan difuso (paradójico más bien) llamado “lógica mercantil”.

 

Por Miguel A. Ortega Lucas

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