Cuando María era bastante pequeña, su padre solía decirle: «me dan igual las notas, estudia, aunque solo sea para que no te engañen». Claro, ella no tenía ni idea de lo que su padre quería decir con aquello, lo aprendió después. Quizás no sea casualidad que ahora dedique su vida al periodismo. Forma parte del equipo de Diso press y además escribe sobre viajes en su blog El charrán mochilero.
Hablar de educación nos lleva a hablar sobre lectura, y viceversa. Me gustaría saber cómo lo ves tú.
Leer, igual que estudiar, te da herramientas vitales fundamentales. Trabajando me encuentro muchas veces con gente en situaciones muy complicadas. Gente que, de alguna manera, está indefensa, precisamente por falta de esas herramientas vitales de las que hablo y que están casi siempre en los libros. Por eso creo que no es casual que haya gente a la que no le guste leer, no es casual que la gente vea telebasura y que el ocio sea absolutamente pasivo. Y desde luego creo que si no se está fomentando desde las instituciones ese amor por la cultura es porque una ciudadanía culta puede resultar incómoda.
El propio sistema educativo está planteado para pasar una serie de pruebas como el que se hace un análisis de sangre. Cuanto antes te lo quites de encima mejor, y que aprendas algo o no es lo de menos. Es gravísimo.
¿Piensas que las librerías desarrollan (o podrían hacerlo) un papel a tener en cuenta en el campo de la educación?
Creo que las actividades infantiles en librerías son muy importantes, que la clave está en trabajar en ese sentido. En organizar actividades enfocadas a generar curiosidad desde pequeñitos, ganas de aprender.
¿Qué puedes decir acerca de su influencia social, cultural? ¿Y sobre la figura del librero?
Para empezar, no compro en grandes superficies, ni cadenas, primero por una cuestión de derechos laborales y segundo porque me gusta que me atiendan con un poco más de cariño. La ventaja que tienen las librerías de toda la vida es precisamente el librero. Son fundamentales porque tú vas y le preguntas: ¿tienes un cómic… no sé cómo se llama el autor… no sé cómo se titula el libro… pero sé que habla de los españoles republicanos que se fueron a liberar París… Y te lo encuentra (risas). Que te recomienden, que te ayuden, que te digan no tengo este libro, pero tengo este otro. Valoro por un lado el asesoramiento y la profesionalidad. Por otro, la parte humana.
Por otro lado, las presentaciones que se hacen en librerías, que te permiten una interacción directa con el escritor, son maravillosas. Puedes incluso pedirle que te firme su libro, ¿no? Eso con el libro electrónico no se puede hacer (risas). Soy una romántica. Pero este punto es importante, porque estableces ese vínculo real, de contacto, de debate, que tanta falta nos hace como sociedad.
¿Crees que es importante que se hable sobre librerías, sobre lo que pasa en esos espacios vivos?
Hay muchas cosas alrededor de un libro: trabajo, conversaciones, debate posterior, el sentimiento que produce en cada lector, es una cosa que deberíamos compartir más. Así que todo los espacios que hablen de las librerías, de lo que ocurre alrededor de ellas, y que pueda empujar hacia esa idea de amar el libro y la cultura, siempre serán pocos.
¿Qué podrían/podríais hacer los medios de comunicación?
Los medios de comunicación tienen su propia crisis. La situación es tan precaria y prima tanto la velocidad y los bajos costes y tan poco la calidad, que es muy complicado que se cubran cosas que se salgan un poco de los márgenes de las grandes producciones culturales. Si hay inversión en marketing, triunfo casi asegurado. Si no… pasarás probablemente sin pena ni gloria. Y da gracias si no pierdes dinero. Pero claro, ¿quién invierte? La cultura alternativa en este país lo tiene muy complicado.
Además del efecto de la crisis económica en el sector del libro, ¿qué añadirías tú?
Creo que ha podido afectar, pero no tanto por falta de recursos económicos. Son tantos los factores que pueden afectar… la gente tiene poco tiempo, porque tiene jornadas laborales matadoras, la situación vital que tenemos la mayoría es muy complicada. ¿Por qué la gente no tiene un rato para leer en su casa? Pues porque trabaja 14 horas. No es que no tengamos 10 euros para comprar un libro, es que la sociedad está enferma. ¿Ha dejado la gente de comprar ropa? No, porque la sociedad es ultraconsumista, pero las necesidades creadas están muy bien orientadas. ¿Cuántos anuncios de libros hay en la tele?.
La historia de los escritores y los libreros… Es la historia de David contra Goliat. Pero la suya y la de los cineastas, los músicos que están empezando, las escuelas libres, y el 100% de los movimientos sociales. Por eso digo que todo lo que se haga es poco. Convencer a alguien para que se compre un libro es una batalla ganada, y que se lo lea, otra.
En tu día a día, ¿qué lugar ocupa la lectura?
Mi lectura fundamental es prensa. Me gustan los reportajes en profundidad, que cada vez hay menos, porque son muy caros y -casualidad- también se supone que a nadie le interesan. En cuanto a los libros, puedo comprármelos porque me los hayan recomendado, o porque de repente pase por una librería y no me pueda contener. Me encantan, por supuesto, los libros escritos por periodistas, seguramente por el estilo y porque dan información que te permite completar la que se publicó en su día en los informativos o los periódicos. Y porque cuentan batallitas que me habría gustado vivir a mí (risas).
Recomiéndanos algún libro
Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago (me marcó mucho en su día y con el tema de la crisis del ébola me he acordado de él, salvando las distancias). Y La lista, de Juan Bosco; compré el libro porque me emocionó el autor en la presentación y tuve claro que el libro me emocionaría más aún. Y así fue.
¿Alguna reflexión para finalizar?
Sí, que hay que recuperar el arte. Parece que lo que no tenga reporte económico directo no es importante. Resulta que el tiempo tiene que ser invertido en algo productivo económicamente y de repente resulta que el saber no es productivo, pero si hubiera más gente que pensara que leer es importante, viviríamos en un mundo mucho más agradable.
Por Ana Corroto