La lectura de «Ante el espejo» (Automática), de Kaverin, «Infancia» (Automática), de Gorki y «El cocodrilo» (Gadir), de Dostoievski, nos llevó a querer saber más sobre el trabajo de Enrique Moya Carrión, traductor de estas obras, traductor al castellano de ruso y portugués. Contactamos con él y nos hemos dado cuenta de su amor hacia esta profesión, del compromiso y esfuerzo que realiza desde un segundo plano para hacernos llegar grandes obras. Necesitamos leer a autores portugueses y rusos, necesitamos traductores que nos faciliten el acceso a esas lecturas. Enrique nos ofrece su visión.
¿Cómo fue tu inicio en el mundo de la traducción? ¿Por qué elegiste este camino? ¿Qué agradeces a esta profesión?
Mi primera traducción fue la “Zadónschina” o “Cantar de allende el Don”, un poema épico ruso que ensalza las virtudes de la cristiandad rusa ortodoxa frente al invasor tártaro-mongol. Pese a que se trata de un trabajo de principiante, de aprendizaje, le tengo un cariño muy especial porque supuso mi primer paso en el mundo de la traducción.
Y ¿por qué empecé a traducir? Porque me gustaba. Si no te gusta, no se puede traducir: demasiado esfuerzo. Fue algo vocacional, aunque tampoco me lo planteaba como una salida profesional. Y, desde entonces, prácticamente nunca he dejado de traducir, me parece una ocupación apasionante y he tenido suerte al, de tanto en tanto, ver recompensada mi perseverancia con encargos de primera, de modo que, hoy por hoy, lo que le puedo agradecer a la traducción es haber sido la actividad más gratificante que he desempeñado hasta ahora. No quiero decir con ello que en el proceso de traducción de un libro todo sea absolutamente fantástico y maravilloso, al menos para mí. Es un proceso lleno de momentos emocionantes, pero también largo, en ocasiones de mucho desgaste, pudiendo llegar a ser puntualmente frustrante. No obstante, si se tiene paciencia, compensa.
¿Cómo ha evolucionado tu relación con la traducción desde que comenzaste hasta el momento?
No creo que haya variado demasiado. Sí es cierto que antes era más reacio a introducir cualquier elemento que, pese a no modificar el mensaje, alejara el texto de destino del texto de partida. Me obsesionaba la fidelidad al texto original y eso provocó que hiciera oídos sordos a críticas bien intencionadas que solo pretendían que mejorase en mi aprendizaje. Más adelante comprendí que era necesario encontrar el término medio ideal entre el respeto al mensaje y el estilo (¡qué complicado esto último!) del original y la consecución de una traducción fiel pero fluida, aunque no simplificada. Y en esas estamos: buscándolo.
¿Por qué elegiste las especialidades de ruso y portugués? ¿De dónde viene tu pasión por estas lenguas, por estas culturas?
Durante mi primera infancia siempre tuve fijación por conocer Moscú. No pensaba en aprender ruso, lo que quería era ver San Basilio. De todos modos, por entonces aún no había caído el muro de Berlín y el mundo soviético se veía muy lejano y hermético, por lo que imagino que en la mentalidad de un niño de comienzos de los ochenta debía parecerme un deseo difícilmente realizable. Con los años ese anhelo fue perdiendo intensidad y, sin embargo, creo ese deseo incumplido fue fundamental a la hora de decidirme, años después, a estudiar ruso.
El amor por la cultura lusa lo viví en casa desde niño. En mi familia siempre ha existido un gran apego por Portugal y nunca se ha comprendido el desdén con que se mira desde España a quienes deberíamos considerar hermanos.
Casi todas las personas tienen escritores favoritos, de referencia, pero no es tan habitual que se hable de ese modo sobre los traductores. Es algo que lleva a plantearse una reflexión, más aún teniendo en cuenta el alto porcentaje de obras traducidas que se leen. ¿Qué traductores deberían ser considerados como referentes en este país? ¿Qué traductores han sido importantes para ti, para tu profesión? ¿Considerarías a alguno tu maestro?
Es normal que la referencia para el lector sean los autores. Creo que así debe ser. Ellos son los creadores. El traductor posibilita que esa creación llegue a un público más amplio que de otro modo no podría acceder a esa obra, transmite (con más o menos acierto, con más o menos arte), pero no inspira. Yo puedo traducir una obra de Gorki, puedo recrear sus cuentos y novelas para el lector castellano, las vívidas descripciones de sus incendios, pero no soy yo quien las crea. Ese matiz abre un abismo entre ambas actividades. El traductor recrea lo que otro ya ha creado. Evidentemente, hay estupendísimos traductores que por méritos propios se han hecho un hueco no solo en el mundo de la traducción, sino en el de la cultura, como así debe ser, pero el lector nunca les va a dar la relevancia que le pueda otorgar a un escritor. Eso no quiere decir que la labor del traductor carezca de importancia. Todo lo contrario, es vital para el enriquecimiento cultural de una sociedad, pero desde un segundo plano. Sin las traducciones las influencias interculturales se verían seriamente mermadas. No solo la literatura, también la historia y el pensamiento serían otros. ¿Cuánta gente podría leer en la Península a Gorki, a Gógol o a Dostoyevski si no existieran los traductores? Y, pese a ello, es un trabajo que está altamente infravalorado. De las personas que traducen, ¿cuántas pueden dedicarse en exclusividad a la traducción? Creo que esta es la clave del verdadero reconocimiento de una profesión en una sociedad tan mercantilizada como la nuestra que solo valora lo que considera útil. Y la cultura más que útil puede llegar a ser peligrosa. Sin embargo, esa triste circunstancia no ha impedido que tengamos excelentes traductores de ruso y de portugués como Marta Sánchez-Nieves Fernández, Marta Rebón, Jesús García Gabaldón, Paul Viejo, Fernando Otero Macías, Juan José Álvarez Galán… La lista sería muy extensa.
Tirando un poco del mismo hilo, es indiscutible la importancia y la necesidad de las traducciones (en este caso las literarias), a nivel cultural, humano… ¿Cuál es tu visión sobre el papel de la traducción y del traductor en la cultura?
Inicialmente, su misión es conseguir una réplica lo más perfecta posible de una obra original, y para ello deberá intentar que su trabajo pase lo más desapercibido posible: cuanto menor sea el rastro dejado por el traductor, mejor se podrá rastrear en el texto de llegada las huellas del autor. En este sentido, el traductor es algo así como un trabajador en la sombra, o a la sombra de. (No obstante, como conseguir una réplica ideal es precisamente eso, un ideal, lo que normalmente obtendremos será un complemento al texto original).
Sin embargo, su rol no tiene por qué quedarse ahí. Donde el traductor sí puede saltar al primer plano de la vida cultural de la comunidad lingüística para la que trabaja, es al adoptar un relevante papel divulgativo que favorezca el acercamiento cognitivo y emocional entre las dos sociedades involucradas, aprovechando sus conocimientos y contactos para crear vínculos estables y duraderos entre ambos mundos.
La admiración, o todo lo contrario, por un autor, la empatía hacia su obra, ¿Cómo te condiciona a la hora de traducir?
Tengo la suerte de sentir una gran admiración por todos los autores que he traducido. Y, aunque entre ellos están algunos de mis predilectos (como Mário de Sá-Carneiro, Gógol o Pushkin), no me siento especialmente condicionado o presionado a la hora de traducir sus obras, pues toda traducción conlleva ya de por sí una presión muy elevada.
Me gustaría que contases lo más significativo para ti de los trabajos que has realizado con Gadir y Automática, sobre cómo ha sido trabajar con estas editoriales.
Solo puedo tener buenas palabras para Automática y Gadir. Darío Ochoa y Javier Santillán me han dado la oportunidad de traducir libros maravillosos y, en general, ha sido muy cómodo trabajar con ellos. Se muestran cercanos al traductor y sus aportaciones siempre van encaminadas a mejorar el resultado final. En ambos casos, conciben sus libros como obras literarias antes que como productos de mercado, aunque evidentemente también lo son y eso tiene su peso a la hora de tomar ciertas decisiones.
¿Qué trabajos te han dejado más huella? ¿ 2014 se presenta con proyectos interesantes para ti? ¿Cuál es tu sueño como traductor?
Un libro al que le tengo un cariño muy especial es “Incesto”, de Mário de Sá-Carneiro. No fue un encargo, era un proyecto mío, una de esas pocas traducciones que se consiguen colocar sin conocer de nada al editor. ¡Casi un imposible! Creo que hoy sería todavía más complicado. Cada vez son más las editoriales que no aceptan manuscritos no requeridos.
De “El cocodrilo”, de Dostoyevski, también guardo un grato recuerdo, al igual que de “La pequeña codorniz”, de Turguénev, un cuento maravilloso, triste pero esperanzador. Sin embargo, las traducciones que más me han llenado últimamente son la trilogía autobiográfica de Gorki (sobre todo, “Infancia”) y “Ante el espejo”, de Veniamín Kaverin: una preciosa historia de amor a caballo entre San Petersburgo, Constantinopla, París y Córcega de la que el autor se vale para recrear la vida de los artistas rusos en el exilio, la relación de estos con la madre patria y las nuevas tendencias artísticas que van surgiendo dentro de las fronteras rusas entre 1910 y 1930. ¡Todo un lujo!
Espero que a lo largo de este 2014 vayan llegando nuevos proyectos, aunque de momento la cosa está bastante parada. Es la historia de siempre: en determinados momentos te ves obligado a rechazar encargos porque no puedes cumplir con los plazos y luego… Esperemos que eso vaya cambiando conforme avance el año. ¿Un sueño? Pues, no tengo un sueño como tal, pero que nunca faltara una propuesta editorial interesante no estaría nada mal.
Por Ana Corroto