Protagonistas // Traductores

Marta Sánchez-Nieves, 16/03/2017

 

Ir a protagonistas

Marta Sánchez-Nieves: “Al traducir, no juzgas”

…Ay, Nástenka, ¿sabe para cuánto tiempo me ha reconciliado conmigo mismo? ¿Sabe que ya no voy a pensar tan mal de mí como lo he hecho en algunas ocasiones? ¿Sabe que quizá ya no vuelva a sentir melancolía por haber cometido crímenes y pecados en esta vida mía porque esa vida era un crimen y un pecado? si no hay otra vida, toca construirla desde esos pedazos. ¡Pero el alma pide y quiere otra cosa! Y en vano el soñador revuelve entre sus viejos sueños como si fueran ceniza, buscando en esa ceniza cualquier chispa para atizarla, para calentar con fuego renovado su corazón y volver a resucitar en él todo lo que antes le era querido, lo que le llegaba al alma, hacía bullir su sangre, le arrancaba lágrimas y le engañaba espléndidamente…

Buscando, hurgando entre las cenizas de sus sueños derruidos, el protagonista de Noches blancas, del volcánico Fiódor Dostoievski, encuentra a una muchacha en el espejismo del verano de San Petersburgo. Allá donde fue “feliz a su manera”; donde se levanta, como un museo de fantasmas vivos, todo ese pasado que “no va a volver” pero que reincide, como un remordimiento, para preguntarle: ¿Qué has hecho tú con tus años? ¿Dónde has enterrado tu mejor época? ¿Has o no vivido? Mira –te dices–, mira, en el mundo empieza a hacer frío. El hombre, de 26 años, vislumbra a la joven Nástenka, de 17, asomada al canal del río Nevá, en una de esas noches del solsticio de verano llamadas blancas porque no llega nunca a oscurecer del todo: ensoñación sobre ensoñación, él consigue abordarla, conocer su historia, contarle la suya, y en apenas tres noches sonámbulas de conversación ambos asisten alternativamente ora a la resurrección, ora a la devastación del espejismo paralelo que quizás, quizás, pudo llegar a encontrarse alguna vez, como afluentes lejanos del propio Nevá.

Relato primerizo, breve, del maestro Dostoievski, pero ya tan torrencial en lucidez y pasiones como toda la obra que le haría célebre, Noches blancas (1848) fue el primer texto literario que la traductora Marta Sánchez-Nieves (1974) leyó en ruso en serio, en los años de la universidad. A su profesora de entonces no le hizo ninguna gracia la alusión, pero para ella fueron dos versos de Sabina, y no de ningún autor más académico, lo que mejor resumía la historia de la novela: No hay nostalgia peor / que añorar lo que nunca jamás sucedió. “Eso cuenta”, dice Sánchez-Nieves. “Después de traducirla, diseccionarla, tengo esa misma impresión: quizás por la juventud de los protagonistas, porque son las noches blancas, la época más romántica de Petersburgo; cuando los puentes están abiertos y no apetece dormir, y no hace frío… Esos años y ese ambiente pueden hacer que veas más de lo que es, recordados con toda esa nostalgia… Cuando en realidad no pasó nada”.

La traductora propuso una nueva versión del cuento a Nórdica, y el resultado es un volumen hermoso, con ilustraciones del joven moscovita Nicolai Troshinsky, y con la belleza de la prosa de Dostoievski eficaz y lealmente puesta al servicio de los ojos españoles por Marta Sánchez-Nieves, que recibió por este trabajo el XI Premio Esther Benítez de Traducción, auspiciado por la Asociación Colegial de Escritores.

 

Puede, sí, que traducir también sea en cierto modo engañar espléndidamente, tal y como buscamos todos que nos engañen los sueños, como lo buscan los jóvenes de Noches blancas. La diferencia entre leer en ruso o leer en español procedente del ruso será quizás similar, por seguir con el libro, a estar enamorado o creer que se está: si se urde con sutileza, acaba por no haber diferencia alguna. Para Sánchez-Nieves, su labor debe ceñirse esencialmente a “que el lector tenga las mismas sensaciones que tendría en la legua original. Si el ruso entiende una frase a la primera, yo tengo que conseguir lo mismo para el español”. A la postre, “no traducimos palabras; traducimos ideas, conceptos, sensaciones”.

Marta es traductora desde hace más de 15 años –aunque sólo desde hace un par se dedica a ello en exclusiva– y ha vertido al castellano a algunos otros de los más grandes en lengua rusa (Pushkin, Tolstoi, Turguénev, Gógol…), además de haber dado clases en la Escuela Oficial de Idiomas y traducir textos técnicos y de todo tipo. Pero, ¿por qué el ruso? “Yo quería ser arqueóloga”, dice, pero un día, en COU [para los de la ESO: el último año que se estudiaba antes en el instituto], el profesor apareció con todos los papeles posibles sobre carreras que podían estudiarse en la Comunidad de Madrid, y por alguna misteriosa razón le atrajo mucho aquello de la filología eslava.

Según Sánchez-Nieves, un traductor también tiene algo de arqueólogo de la lengua, de “arqueólogo, historiador y detective; hay que investigar mucho”: de dónde procede tal expresión, contrastar tal o cual dato, averiguar con determinación kamikaze de dónde sale esa frase que a uno le retumba tanto haber leído en otro sitio… Por ejemplo, al abordar a los autores del XIX: muchos de ellos tendían a levantar conscientemente “estructuras arcaicas para dar aroma antiguo” a la historia. Es sólo uno de los retos a los que puede enfrentarse un traductor moderno, tratando de adaptar sin desvirtuar, desobedecer cuando es preciso sin traicionar al autor, que es la última y única autor-idad sobre el texto.

El respeto del traductor

 

Sobre esto último, y hablando de ciertos fenómenos tangenciales en el mundo de la traducción (más relacionados con lo políticamente correcto que con la literatura), apunta Sánchez-Nieves que se anda olvidando últimamente ese mandamiento básico: no traicionar; no manipular según guste más o menos lo que se esté leyendo, moral o ética o estéticamente. “Al traducir, no juzgas”: dejas tus juicios serenamente aparte al escribir. “A mí hay expresiones que pueden fastidiarme, como a cualquiera, pero como traductor no puedes dejarte llevar por eso, no es tu papel”, el actualizar a la moral (o moralina) del siglo XXI lo que era moneda de uso común hace un siglo, o diez.

Por otra parte: “Hay una corriente ahora que dice que sólo las mujeres deberían traducir a las mujeres. Es absurdo. Yo escuché a un traductor ruso decir que no traduciría a mujeres por no tener la sensibilidad suficiente. Me parece una soberana tontería, porque hay traducciones muy buenas de hombres a mujeres, igual que a la inversa”. Se trata, irónicamente, no de algo nuevo sino de algo viejo; de una costumbre más de los tiempos de Dostoievski que de los nuestros: “Era lo que se hacía antiguamente”. Y, “si las mujeres tenemos que traducir sólo a las mujeres, ¿yo no puedo traducir a un hombre? Hay que tener cuidado”. “Estamos fomentando”, opina, “una separación que no existía”, en teoría sólo lingüística. (“Al final, hablar de niños y niñas está haciendo más fácil a las empresas hacer cosas para niños y para niñas…”).

Traducir es una cuestión de respeto por el texto sobre el que se trabaja. Traduttore traditore, rezaba el consabido latinajo; y es cierto, pero en la medida en que un traductor re-crea en otro idioma el texto ya creado, traicionando la literalidad para hacer más fiel (en ideas, conceptos, sensaciones) la literatura. Otra cosa es el respeto que se tiene al traductor mismo, generalmente escaso en España, según Sánchez-Nieves: “Es complicado vivir de traducir, lo cual no es lo mismo que vivir de la traducción” (se refiere a dar charlas, conferencias, etc.). “Las horas que hay que echar para tener un sueldo relativamente digno son muchas. Y con 300 euros de cuota de autónomos…”.

En su opinión, “las profesiones culturales en España se consideran hobbies, por ser supuestamente vocacionales. No están valoradas”. Tampoco monetariamente. “Y hay editores que hasta se mosquean porque les cobres, que creen que editar es elegir una portada: vamos a ver, ¿el editor no va a ganar dinero con el libro? ¿Lo hace sólo por la cultura? Esto es una profesión. Y para que los libros salgan bien traducidos el sueldo tiene que ser decente”. También sugiere que todos los colectivos culturales deberían “trabajar juntos” para el reconocimiento del trabajador cultural como eso, como un trabajador más. “Quizá deberíamos hablar más de porcentajes del PIB” referentes a la literatura (traducida).

“Hay editoriales que nos cuidan y respetan nuestro trabajo y editoriales para las que el traductor es un trámite que tienen que soportar porque no les queda otra”, dice: “Pagan poco, no envían las revisiones, se sorprenden cuando les hablas de hacer un contrato…”. Y “si yo admito determinadas prácticas, perjudico también a mis compañeros. Yo tengo la suerte de tener unos clientes fijos, pero otros no: si yo admito que me bajen las tarifas, ¿los que empiezan ahora qué se van a encontrar? Ahí también tenemos una responsabilidad, que yo aprendí de mis colegas más mayores”.

Si alguien necesita aún una prueba de por qué es tan decisivo para un texto una buena traducción (una traducción exquisita, diríamos, que tenga en cuenta todos los matices posibles para no hurtar ningún detalle esencial al original), puede encontrar la prueba en las mismas Noches blancas de Dostoievski, en esta nueva traducción: en algunos casos, por lo complejo de la estructura, “no estaba claro” lo que el joven quiere decir en el hermoso y patético y honorable párrafo final hacia sí mismo –que por supuesto no revelaremos aquí–: en función de la traducción, el lector no ruso podría encontrar sarcasmo donde Dostoievski sólo quería legar decencia.

 

Por  Miguel Ángel Ortega Lucas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies