Protagonistas // Traductores

Selma Ancira, 18/02/2015

 

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Imagen: Sebastián Machado

Selma Ancira y su fortaleza decimonónica

Las traducciones de Selma Ancira incluyen a muchos de los más ilustres nombres de la literatura rusa decimonónica. Pushkin, Gógol, Dostoievski, Bulgakov, Pasternak, Eisenstein, Mandelstam o Tolstói son algunos de los insignes caballeros de la literatura rusa que Ancira ha llevado a la lengua española, junto a la obra menos conocida de algunas referencias del siglo XX griego.

La obra de Ancira como traductora se centra por tanto en unos rincones específicos pero vastos, de insondable profundidad literaria, habitado por verdaderos titanes de la narración, la sensibilidad y el pensamiento. Sin embargo, el trabajo de esta traductora no se ciñe a la grandeza de los nombres o al valor individual de sus obras, sino a ambas cosas. Es por eso que se ha esforzado por redescubrir algunos textos que, a la sombra de otros títulos memorables, corrían quizás el riesgo de caer en un relativo olvido, o cuando menos de no ver jamás la luz traducidos al español. Pero gracias al trabajo de Ancira, que ella misma define como la misión de acercar culturas distantes, el testamento inmenso de la literatura rusa decimonónica queda a buen recaudo en las estanterías de la lengua española.

Examinando su dilatada experiencia, esta traductora tiene claro cuál es el principal desafío de su oficio: el de crear una verdadera obra literaria en su lengua. Y es que, por grande que sea el autor traducido, y por muy universales que sean sus textos, el riesgo de que su valor mengüe al ser trasladado a otro idioma y a otra época siempre está ahí, acechando y obsesionando al traductor, o por lo menos a aquéllos que comprenden el valor artístico de su oficio.

Habiendo traducido a tan grandes escritores y obras, ¿podría Selma Ancira destacar una a la que aprecie por encima del resto? Ésa es siempre una pregunta difícil, casi criminal, pero la traductora es capaz de dejar de lado por un momento la reverencia debida a cada una de esas obras amadas y destacar una sola: Cartas del verano de 1926, novela epistolar escrita por Marina Tsvietáieva, Rainer Maria Rilke y Borís Pasternak. Ese fue el libro con el que descubrió, hace ya tres decenios, su vocación de traductora.

A pesar de que los referentes universales de la literatura rusa que ornan su tarea como traductora podrían hacer sombra a la literatura griega del siglo XX, en la que también está especializada, Ancira no quiere dejar de mencionar otro título, dentro de esta última, en el que puso un empeño especial. Se trata de Chipre, del poeta Giorgos Seferis, un libro que sólo existe en español y que es producto del deseo de Ancira de reunir en un volumen todo lo que Seferis escribió sobre esa isla mediterránea.

En contacto permanente con lo sublime, aislada como está en esa fortaleza decimonónica, en ese pequeño rincón de la historia tan diferente al actual y tan prolífico en obras literarias de peso, uno podría pensar que el trabajo de Ancira obedece solamente al gusto de una minoría en extinción. Pero no es así. No es pesimista, ni cree que el mensaje de los clásicos haya perdido su validez en el mundo en que vivimos. “Los grandes autores siguen diciéndole cosas muy importantes a la gente. El gusto por la alta literatura no puede decaer”, afirma.

Nos gustaría creerla, y en cierto modo lo hacemos: empeños como el suyo contribuyen a que el tiempo acabe dándole la razón.

 

Por  Pablo Díez Martínez

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