Recomendaciones

05/12/2018

 

Ir a recomendaciones
Imagen: Agustín Comotto / Cortesía de la editorial

La belleza deslumbrante de los polos

Eran finales de 1848 y Lady Jane Franklin no podía aceptar que su marido, capitán de la Royal Navy, hubiera fallecido en su viaje hacia el Ártico. Apoyada por el novelista Charles Dickens, impulsó una nueva expedición para obtener respuestas y las obtuvo, si bien no las que ella esperaba. La noticia se confirmaba: John Franklin había fallecido un año antes, en 1847, en la isla del Rey Guillermo, junto a gran parte de su tripulación. La aventura de Franklin había empezado dos años antes, cuando el Almirantazgo inglés decidió ponerle al mando de dos navíos rompehielos, el Erebus y el Terror, intentando proseguir el viaje que, en 1819, había realizado William Perry, que, a bordo del Hechla y el Griper, había conseguido completar el trayecto entre Groenlandia y el estrecho de Bering.

Franklin, Perry o Ross, que en 1818 llegó hasta el estrecho de Nares, donde se detuvo tras confundir una cadena de icebergs con montañas que le impedían el paso, fueron los primeros exploradores que decidieron ir más allá de los límites geográficos hasta entonces conocidos y adentrarse en el Polo Norte. Con ellos empieza el relato que nos cuenta Jesús Marchamalo, acompañado de las ilustraciones de Agustín Comotto, en La conquista de los polos (Nórdica). “Los polos siguen ejerciendo una extraña fascinación casi literaria; ese desierto helado, un lugar todavía hoy en día remoto e inaccesible y de una belleza deslumbrante, casi magnética, según cuentan los que han estado allí. La historia de aquellos hombres que se enfrentaban al último lugar inexplorado de la Tierra fue, definitivamente, lo que me atrajo del proyecto”, comenta Jesús Marchamalo, que quiere reivindicar a través de las páginas de este libro la figura de Fridtjof Nansen, uno de los exploradores noruegos más relevantes en la conquista del Ártico y Premio Nobel de la Paz en 1922 por su papel durante la Primera Guerra Mundial, y de Roald Amundsen, primer hombre en llegar al Polo Sur.

 

Fridtjof Nansen: soñando con el Norte

 

“Nansen, el conservador del museo, está preparando una caminata con raquetas de nieve, incluyendo saltos de esquí, por el casquete polar de Groenlandia”. Así anunciaba un periódico local noruego la primera expedición de Nansen, un licenciado en zoología que trabajaba en Bergen como conservador en el museo de la ciudad. El periódico no se mostraba particularmente optimista ante la expedición, “habrá sitio para todos en las grietas. No hace falta comprar billetes de vuelta”, concluía el artículo, que, sin embargo, no impidió que más de cuarenta personas se postularan para acompañar a Nansen. ¿Quién era Nansen? ¿Quién era este joven conservador del museo que quería adentrarse en los inexplorados polos? “Nansen es un personaje fascinante”, comenta Marchamalo, “fue un reputado científico, doctor en zoología, dibujante estimable, inmejorable esquiador y deportista, y un visionario en lo que tenía que ver con las exploraciones polares: planteó multitud de innovaciones técnicas –arneses, trineos, esquíes-, y un modelo de organización que cambió para siempre la manera de plantear las expediciones árticas”.

Por entonces, todavía no se conocía con exactitud qué parte de la isla de Groenlandia estaba ocupada por el hielo, sin embargo, esto no detuvo a Nansen que, si bien las expediciones anteriores comenzaban en la parte occidental de la isla para dirigirse al este, decidió “partir de la costa oriental, despoblada, e internarse por el casquete helado hacia el oeste. Algo más de 500 kilómetros con temperaturas por debajo de los 40 grados bajo cero”. La expedición de Nansen fue todo un éxito, en gran medida gracias a las innovaciones técnicas, algunas introducidas por el propio explorador: se utilizaron esquíes con piezas de metal laterales y fijaciones para poder avanzar por el hielo con más comodidad; los tornillos y los herrajes de los trineos fueron sustituidos por correas; se utilizó el llamado “hornillo Nansen” con el que se podía derretir la nieve mientras se cocinaba, aprovechando mejor el calor, y se ideó un recipiente que impedía que se congelara el agua. A su regreso, Nansen tuvo claro que la aventura debía continuar, su objetivo, llegar hasta el Polo Norte, debía llevarse a cabo. Para ello, necesitaba un barco capaz de enfrentarse a todos los obstáculos que hasta el momento habían impedido alcanzar el Ártico; con este propósito, se construyó el Fram: un barco “con la popa y la proa reforzadas y medía 39 metros de eslora y de 11 de manga”. En busca de “una mayor resistencia, las cuadernas no se curvaron por medios mecánicos, sino que  se buscaron aquellas piezas de madera cuya forma se parecía a la curvatura que se precisaba”. Asimismo, “se construyeron tres forros completos. El primero, el más interior, de madera de roble de 7,5 centímetros, impermeabilizada; una capa intermedia, también de roble, de 10 centímetros, calafateada; y un forro exterior de bebeerú, una madera excepcionalmente lisa y tan dura que requiere de herramientas especiales para trabajarla”.

 

Ilustración: Agustín Comotto / Cortesía de la editorial

Ilustración: Agustín Comotto / Cortesía de la editorial

El 26 de octubre de 1892, el Fram fue bautizado, la expedición estaba a punto de empezar. Se “embarcaron 16 toneladas de petróleo para la cocina” y “provisiones para hombres y perros para cinco años: más de cincuenta tipos de carnes y verduras en latas herméticamente cerradas, así como pescado desecado y en conserva”. El 24 de junio de 1893, el Fram partía y, como ya había previsto Nansen, el 4 de septiembre quedaba atrapado en el hielo. Permanecería casi tres años. A finales de 1894, Nansen se dio cuenta de que la corriente, al contrario de lo que había previsto, no les acercaba al polo; la corriente, demasiado errática, los desplazaba, sin permitirles seguir con la travesía. Así que decidió “salir con otro compañero en trineos tirados por perros en dirección al norte, e intentar alcanzar los 90º”. Johansen fue el elegido, junto a él, Nansen había previsto recorrer 15 km al día durante 50 días. El 8 de abril de 1895, consiguieron alcanzar los 86º16’, nunca antes alguien había alcanzado tal altitud. Deciden regresar, tienen por delante 1200 kilómetros; las fuerzas están mermadas, han tenido que sacrificar algunos perros y el tiempo no acompañaba. “A finales de agosto de 1895 se prepararon para una nueva invernada. Construyeron una pequeña cabaña. Utilizaron piedras del acantilado, barro, nieve y un techo de piel de morsa”. Llegó octubre y la larga noche polar: no había otro remedio que resistir en su cabaña, donde pasaron nueve meses hasta que el 7 de junio, Jackson, un explorador inglés que se había ofrecido para formar parte del Fram, los encontró. Dirigía una expedición en la Tierra de Francisco José y tan solo tardó unos minutos en reconocer a Nansen, todo un referente para él. El noruego regresó a su país junto a Johansen. Fue recibido como un héroe y su fama se extendió más allá de sus fronteras.

Roald Amundsen: viajando al sur

 

“Desde niño, Amundsen tenía tal obsesión con el polo que dormía con la ventana de su cuarto abierta, incluso en los días más crudos del invierno, para acostumbrarse al frío”, nos cuenta Marchamalo. Sin embargo, fue en 1901 cuando aquella obsesión infantil comenzó a convertirse en un proyecto de vida: compró el Gjoa, barco con el que la noche del 16 de junio de 1905 partió de Christiania, la actual Oslo, en dirección a la isla del Rey Guillermo, donde permaneció casi dos años realizando observaciones científicas y entrando en contacto con los inuit, de quien aprendería técnicas de supervivencia clave para su futura expedición al polo. Admirador de Franklin y discípulo de Nansen, Amundsen fue el primer hombre en llegar al Polo Sur, destino inesperado, puesto que, inicialmente, el objetivo del joven Amundsen era seguir el recorrido realizado por Nansen, que le cedió el Fram, para poder superar los 86º alcanzados por su maestro. Sin embargo, “todo cambió de repente: Shackleton había regresado de su viaje en el Nimrod convertido en un héroe y Scott anunció una nueva expedición al Polo Sur a bordo del Terra Nova. Casi contemporáneamente, Cook y Perry afirmaron haber llegado al Polo Norte. Sin avisar del cambio de ruta, Amundsen se embarcó en el Fram y puso rumbo a la isla de Madeira, desde donde se dirigiría directamente al Polo Sur. La carrera por la conquista de la Antártida había comenzado; Scott recibía en Melbourne la noticia de que no estaba solo en esta aventura, tenía un competidor llamado Amundsen que le aventajaba en algunos kilómetros. Mientras que Scott elegía la isla de Ross para establecer su base de operaciones, Amundsen se establecía en la bahía de las Ballenas, cien kilómetros más cerca del polo respecto a los ingleses. “Ambas expediciones aprovecharon la larga noche polar para organizar y preparar el asalto al polo: equipación, instrumentos, materiales… En el caso de los noruegos, una de las obsesiones fue reducir lo más posible el peso de los trineos y cajas de comida”.

El 8 de septiembre de 1911, Amundsen decidió que había llegado la hora de salir de la bahía de las Ballenas y proseguir el viaje. No podía arriesgarse a que Scott llegara antes. Acompañado de algunos tripulantes, entre los cuales estaba el experimentado Johansen, fiel compañero de Nansen en la exploración del Polo Norte, abandonaron la base y se encaminaron hacia su destino, sin embargo “se encontraron con fuertes ventiscas que les impedían ver más allá de unos pocos metros, nieve y hielo y una bajada drástica de la temperatura que congeló hasta el líquido de las brújulas”. No había otra opción: debían regresar. Sin embargo, el caos se apoderó de la situación: mientras que Amundsen conseguía regresar sin problemas, Johansen se quedó atrás, acompañando a Kristian Prestrud, que se había quedado todavía más rezagado a causa de sus perros, completamente agotados y sin fuerza. Al regresar, Johansen acusó a Amundsen de dejarlos abandonados, lo que el líder de la exploración no aceptó de buen grado. Sin mediar palabra, lo expulsó del equipo que finalmente llegó al Polo Sur y lo obligó a quedarse en la base. Johansen nunca superó esta deshonra; él, cuya experiencia y pericia eran incuestionables, había sido despreciado por aquel joven y algo despótico explorador. A su regreso a Noruega, Johansen, desplazado de las celebraciones y los reconocimientos, se suicidó. Nansen acusó a Amundsen, él era el responsable del trágico final de su amigo. Nunca se lo perdonó.

 

Ilustración: Agustín Comotto / Cortesía de la editorial

Ilustración: Agustín Comotto / Cortesía de la editorial

El 11 de diciembre de 1911, Amundsen y su reformado equipo alcanzaban el Polo Sur: “montaron un pequeño campamento y, en la tienda, marcaron todo lo que llevaban (…) con las palabras ‘Polo Sur’”. Tras determinar su posición exacta en el mapa, decidieron regresar. Amundsen estaba feliz, había conseguido “cumplir aquello con lo que siempre había soñado; ser el primero en cruzar el paso del Noroeste, con el Gjoa, y conquistar el  Polo Sur tras una expedición organizada de un modo impecable y llevada a cabo con envidiable eficiencia”.  Eso sí, antes de regresar, Amundsen y su equipo no solo dejaron constancia de su logro con una fotografía, sino que dejaron también “una tienda de tela oscura a cuyo mástil ataron, arriba, una pequeña bandera de Noruega y más abajo un gallardete del Fram”. En el interior, dejaron una nota para Scott: debían advertirle que había perdido la carrera, ellos habían sido los primeros. Treinta y cinco días más tarde, Scott y su equipo alcanzaban la meta; como el equipo noruego, se fotografiaron, si bien su llegada al deseado Polo Sur era amarga. No necesitaron leer la carta, las huellas les advirtieron muy pronto de que llegaban tarde. Más amargo fue el regreso: lejos de disfrutar los vítores y los honores con los que fueron agasajados los noruegos, Scott y su equipo encontraron en el regreso la muerte. Ocho meses después, un equipo encontraría sus cuerpos. Para Marchamalo, “fue la trágica, heroica muerte de Scott, la que engrandeció la hazaña de los noruegos, de su determinación y valor en condiciones extremas. Y es la conquista de los polos, el norte y el sur, posiblemente, la última gesta romántica de las exploraciones”.

Los éxitos

 

Como le había sucedido a Nansen, Amundsen disfrutó del éxito. Las conferencias alrededor del mundo ocuparon su agenda durante varios años, en los cuales publicó un exitoso libro, traducido de inmediato a varios idiomas, narrando su experiencia. El suicidio de Johansen lo alejó de su maestro Nansen, que, en ese momento, vivía en Londres ejerciendo de embajador de una Noruega recién independizada. Tras la creación de la Sociedad de Naciones, al final de la Primera Guerra Mundial, fue nombrado alto comisionado para los prisioneros de guerra. Desde su posición, Nansen consiguió repatriar a casi medio millón de prisioneros de más de veinte países y promovió el llamado Pasaporte Nansen, “una cédula de identidad que daba un estatuto legal a apátridas o refugiados que no disponían de pasaporte expedido por su país de origen”. Gracias al Pasaporte Nansen, se calcula que salvaron sus vidas cientos de miles de personas, entre las cuales es imposible no recordar a Nabokov, Chagall, Robert Capa o Stravinski. En los últimos años de su vida, trabajó en la Cruz Roja para combatir la hambruna en Rusia. Su trabajo humanitario fue reconocido en 1922 con el Premio Nobel de la Paz. Murió ocho años más tarde, en 1930, sentado en su escritorio, soñando con nuevas expediciones. Las últimas palabras que escribió resumen toda su vida: “Más lejos todavía, más lejos… Hacia el norte”.

 

Por  Anna Maria Iglesia

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies