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29/11/2016

 

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Camilleri, del no al fascismo al no a Renzi

“¡Fuera esa bandera alemana! ¡Que pongan la italiana!”, gritaba en 1942 un todavía adolescente Andrea Camilleri en la inauguración de la concentración La Europa del mañana, ante la presencia del general de las SS y Jefe de la Gestapo, Kaltenbrunner, quien terminó sus días ahorcado, tras ser condenado en el proceso de Nuremberg. Junto a Kaltenbrunner, escuchando los gritos airados de Camilleri, estaba el ministro fascista Pavolini, que no dudaría en dar una patada en el estómago del que, años más tarde, se convertiría en uno de los autores más vendidos y reconocidos de Italia. La patada, precedida de un “¡gilipollas!”, llevaría a Camilleri al hospital, pero no le impediría pronunciar su conferencia en tanto que ganador del certamen regional del concurso artístico-político-literario de los Ludi Juveniles. “Vivíamos sometidos a una dictadura y en una época que la guerra hacía incluso más peligrosa”, recuerda Camilleri en Mis momentos, el libro de memorias que acaba de publicar la editorial Duomo. Como tantos otros italianos, Camilleri vivía sometido a una dictadura que, sin embargo, nunca le hizo callar, sus innumerables lecturas lo alejaban de la doctrina fascista y de ese “único libro para leer, meditar, estudiar y aprender de memoria: el Mein Kampf”. Camilleri sustituyó el panfleto hitleriano por La condición humana de Malraux, cuyo “encuentro casual” lo convirtió, “aún bajo el fascismo, en un chico con ideas comunistas”, que, con apenas dieciocho años, en 1944, pasaría una noche en la cárcel, detenido, paradójicamente, por los norteamericanos, al serle atribuidas falsamente unas armas, pertenecientes, sin embargo, a los fascistas en retirada ante la llegada de los americanos. Camilleri estaba en el punto de mira, tal y como le advertiría el coronel Chewin, desde que con su amigo Ugo La Rosa decidieran publicar “un periódico que sería el primero de la Italia democrática”, donde publicarían “los nombres de los fascistas locales que estaban tratando de limpiar su reputación ante los estadounidenses”. Fueron más de 200 los ejemplares vendidos del periódico, cuya cabecera, “Il Bacio le mani, quería ser un “saludo tradicional al advenimiento de la democracia”.

El escritor que dijo “No” a Renzi

 

Han pasado 70 años desde entonces; hoy Andrea Camilleri, casi ciego, dicta diariamente nuevas historias de Montalbano a su asistente, Valentina Alferj, “la única capaz de escribir en vigatese”. Hace apenas unos meses, publicaba en Sellerio L’altro capo del filo, la última aventura de Salvo Montalbano, que cumple ya los 20. “El personaje no tenía que ser tan longevo… En mi mente tenía que haber durado una sola novela, La forma del agua, pero me di cuenta de que con esa novela no lo había conseguido, así que escribí El perro de terracota. Y allí tenía que terminar la serie”, le comentaba hace unos meses el escritor siciliano a la periodista Chiara Pelizzoni. De esas dos novelas nacieron otras veinte, dando al autor un éxito absolutamente “inesperado. Ha sido un éxito superior a toda posible expectativa y continúa siendo un éxito muy extraño”.  Son pocos los que hoy no conocen las novelas de Montalbano. Cuenta el propio autor que, en 2016, recibió una llamada de Renzi desde Estados Unidos con el propósito de cumplir uno de los sueños de Bill Clinton: conocer a Camilleri.

 

Mis momentos - Camilleri

La fama de este escritor hoy puede tacharse de mundial, sin embargo, como se desprende de cada una de las páginas de Mis momentos, la trayectoria vital de Camilleri no se reduce al éxito de senectud obtenido gracias al género negro, sino que coincide con la historia política y cultural de Italia, desde los años del fascismo, cuando Camilleri comenzó a ganar sus primeros concursos literarios, hasta la Italia del 150 aniversario de la República, ocasión en la cual el escritor siciliano, hoy afincado en Roma, no dudaba en afirmar: “ Italia tiene 150 años y está mucho peor que yo que tengo 85”. Camilleri se mostraba absolutamente crítico con las actitudes separatistas de la Lega Nord, por entonces aliadas al Gobierno de Berlusconi, y no dudaba en afirmar que los enemigos de la Constitución “están en el poder”. Algo que repetía hace apenas unos días, tras firmar un manifiesto en contra del Referéndum Constitucional, que se celebraría el próximo 4 de diciembre y que prevé la reducción del Senado a una mera Cámara de representación constitucional y la reducción del número de parlamentarios: “Nosotros respondemos: No. Porque no queremos contar menos, no queremos menos democracia, no queremos dar manos libres a este como a cualquier otro gobierno. Una clase política incapaz y, a menudo, corrupta intenta convencernos que la culpa es de la Constitución: pero, no es así. A quien nos dice que para hacer funcionar Italia es necesario cambiar las reglas, nosotros contestamos: no, nosotros queremos cambiar los jugadores”, dicta el manifiesto, entre cuyos firmantes, junto a Camilleri, encontramos a Paolo Flores d’Arcais, Tomaso Montanari, Nadia Urbinati y Gustavo Zagrebelsky.

El Camilleri más allá de Montalbano

 

La conciencia política ha marcado la vida de Camilleri, una vida vivida en escenarios teatrales y entre bambalinas televisivas; guionista y, sobre todo, director teatral, Camilleri se formó en Artes Escénicas y convirtió el escenario en un lugar en el que confluían cultura y política. Fue el primero en llevar a escena a Arthur Adamov, “uno de los tres maestros del teatro del absurdo, junto a Samuel Beckett y Eugène Ionesco”, dirigió en 1958 Esperando a Godot, apoyó la creación del Teatro regional de Apulia, trabajó en el Piccolo Teatro de Bari, fue profesor de Arte Dramático y colaboró con Orazio Costa, uno de los máximos exponentes del teatro italiano de la postguerra y para quien el teatro era mucho más que una profesión, era una actuación pública, una intervención social e, incluso, espiritual dirigida a la sociedad en su conjunto. Camilleri compartía ideario con Costa, aunque desde una visión absolutamente agnóstica; perteneciente al Partido Comunista, nunca congenió con Pasolini, primero, por las críticas que el director italiano dirigía al PC –“compartía muchas de las críticas que iba desgranando Pasolini, pero el tono y la forma de sus palabras me impulsaron a enrocarme en una posición numantina”- y, segundo, por las críticas que Pasolini dirigía al uso de actores profesionales en el teatro –“¡Si coges a gente de la calle capaz de hacerse oír, obtendrás un resultado mucho mejor!”, comentaba el director de Saló-. Su primer libro, I teatri stabili in Italia (1898-1918), lo dedicó al teatro, mientras que, con El curso de las cosas, su segundo trabajo y primera novela, dirigió su mirada hacia el “meridione” de Italia, una mirada que definiría su prosa, desde Un filo di fumo, un texto a medio camino entre el ensayo y la novela en el que el autor se adentra en los muros de la cárcel de Porto Empedocle del 1848, hasta Di testa nostra. Cronache con rabbia 2009-2010, donde el autor reúne junto a Saverio Lodato una serie de crónicas acerca de la situación “desesperada” de Italia. Si en La muerte de Amalia Sacerdote, a través de Montalbano, indagaba sobre las conexiones entre la Mafia y la Iglesia, en Vosotros no sabéis elabora un diccionario de la mafia a partir de la biografía de Bernardo Provenzano, jefe de la organización mafiosa La Cosa Nostra, fallecido este mismo año.

 

ROME;ITALY - FEBRUARY 24: (FILE PHOTO) Andrea Camilleri poses while in Rome,Italy to promote his book on the 24th of February 2002. (Photo by Ulf Andersen/Getty Images)

Andrea Camilleri / Foto: Ulf Andersen (Getty images)

Las páginas de Mis momentos reúnen a “los hombres, las mujeres y los libros que han representado para mí destellos, relámpagos, momentos de mayor nitidez, y por eso he querido darles las gracias”. Nombres de peso para la historia de Italia como Elio Vittorini, Primo Levi o Pier Paolo Pasolini comparten páginas con gente anónima como el ávido lector Antonio, Pippo, el amigo de infancia que por ser judío escapó de la Italia de las leyes raciales y con quien volvió a encontrarse décadas después, o la profesora Lia Giudice, su primera lectora, “a quien debo el conocimiento posterior de Umberto Saba, quien entró a formar parte de mi vida para siempre, junto a Montale, Luzi y Gatto”. Mis momentos no es la mejor obra de Camilleri, pero sí la más personal, la obra que restituye a los lectores al autor que fue y que es más allá de Montalbano, al autor que desde la prosa y desde los escenarios nunca dejó de mirar a Italia con ojos analíticos, críticos, reparadores, al escritor que hoy, con noventa y un años, se reprocha no haber hecho más por una Italia, “que toca rehacer. Con 90 años, me entristece entregar un país así a mis nietos”, le comentaba el escritor a La Stampa. Desde la lucidez de una ceguera “inesperada”, Camilleri rescata su pasado y mira hacia un futuro que le desagrada, hacia una Europa que, afirmaba en esa misma entrevista, debe “entender que es necesario dividir las meriendas. Los muros son estúpidos e inútiles”.

 

Por  Anna Maria Iglesia

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