Decía Oscar Wilde que aquellos libros que el mundo llama inmorales son los que muestran al mundo su propia vergüenza. Siria. La primavera marchita (Libros.com) bien podría ser calificado por nuestra sociedad actual como un libro inmoral, pues si hay algo que consigue el texto es mostrar al mundo una de las mayores vergüenzas de este joven siglo: la tragedia de la guerra en Siria. Son estos libros inmorales, por lo tanto, los de obligada lectura. En el contexto deshumanizado que estamos viviendo actualmente, el mejor epíteto que se puede dar a un libro que trate un tema como el conflicto sirio es, precisamente, el de ‘necesario’. Necesario porque sólo desde dentro se puede conocer cómo hemos llegado hasta aquí.
Cuando se cumplen cinco años del inicio de la guerra de Siria, ya podemos conceder a este conflicto el triste título de mayor desastre humanitario del siglo XXI. La situación del país, y por ende, de gran parte de Oriente Medio, está destapando la profunda inmoralidad de la sociedad occidental, principalmente de Europa. Si alguna vez existió realmente ese proyecto denominado Unión Europea, la crisis de los refugiados confirma lo que ya se venía intuyendo tras el secuestro de la democracia en Grecia, que el proyecto europeo ha sido la mayor representación teatral en el ámbito político de las últimas décadas, una propuesta sobre la escena que sólo respondía a un objetivo, saciar la barriga siempre hambrienta del establishment dirigente y de los poderes financieros. Y los ciudadanos, que tanto han ondeado la bandera de la igualdad y de la fraternidad tras los desastres del siglo XX, vuelven a caer en los errores del pasado, con la sombra del fascismo asomando una vez más en sus fronteras.
Siria. La primavera marchita es el espejo en el que deben mirarse estos ciudadanos, una ventana a un pasado no tan lejano y a un futuro incierto. Porque al final, los conflictos, sean en el lugar que sean, tienen nombres propios, y no hace tanto que esos nombres fueron europeos.
Una oda al buen periodismo
En el análisis estructural, este magnífico libro podría constituir el esqueleto de una película del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu, guionizada por Guillermo Arriaga. Son historias sencillas, crónicas periodísticas breves que muestran con simplicidad el desgarro que está viviendo un país por sus cuatro costados. Un conjunto de historias cruzadas donde los protagonistas conviven día a día con la muerte. Este libro es, en definitiva, Siria. Sus historias constituyen la Siria que no vemos, la que está más allá de las decisiones geopolíticas y los pactos de despacho. Es la realidad de un pueblo que ha perdido el control de su destino y su propia soberanía, si alguna vez tuvo tal cosa. La tragedia del Mediterráneo y las fronteras es sólo un rostro más de la tragedia.
Por otro lado, no se puede hablar de este trabajo sin mencionar su fundamento periodístico y el valor profesional de su propia génesis, sus autores. Siria. La primavera marchita es una oda al buen periodismo, ese que en los tiempos que corren escasea cada vez más. El periodismo, al fin y al cabo, es un reflejo de la sociedad, y si la sociedad está enferma, no hace falta que se realice un análisis a la prensa porque padecerá, con toda seguridad, el mismo diagnóstico. La información como espectáculo, la pérdida de independencia de los medios y la devaluación profesional de los periodistas son algunos de los padecimientos de este sector cuya labor como herramienta de control del poder político resulta fundamental en cualquier país que pretenda definirse como democrático.
Decía Ryszard Kapuscinski, en el libro Los cínicos no sirven para este oficio, que “el verdadero periodismo es intencional. [… ] El deber de un periodista es informar, informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro”. Siria. La primavera marchita cumple a la perfección con este axioma que debería abrir los manuales de periodismo en todas las facultades. Las historias que componen este libro no son cuentos de ficción basados en hechos reales, son la realidad misma, la información en estado puro. Estas historias son el testimonio de lo que está sucediendo en el ojo del huracán. Todas las personas que aparecen en la obra son una fuente de información que nosotros, los lectores, el público, la audiencia, debemos conocer. La única ficción en toda esta historia es la cómoda burbuja que hemos creado alrededor de nuestras propias sociedades.
Se trata, por lo tanto, de un trabajo loable y de gran calidad por parte de los periodistas, que ponen ante nuestros ojos lo que realmente está sucediendo en esas ciudades y entre esas facciones cuyos nombres resuenan en radios, televisiones o en las redes sociales, con el fantasma de la sobreinformación como un arma de doble filo para la indiferencia de Europa. Alepo, Raqqa, Homs, Za’atari, ESL, Al Nursa…, todos esos nombres forman parte de la realidad que narran los autores en la piel de sus protagonistas. Es el periodismo el oficio de contar los hechos para que su testimonio de constancia de lo que sucede a lo ancho y largo del mundo. Y es el periodismo de este tipo, el que desprende cada página de Siria. La primavera marchita, el que más se necesita, el más puro, aquel que tiene una intención, como decía Kapuscinski, la intención de hacer del mundo un lugar más justo.
Hay que leer y releer este pequeño ejemplar de buena prensa, sumergirse en las crónicas y en las vidas de Abdul Rasah, Abu Jaffar, Fatima Zahra o Rimel. Quizás aquellos que estos días mercadean con los que huyen de la tragedia de la guerra consideren inmoral este libro. Lógico, es un libro que, como ya apunté al principio, viene a destapar sus vergüenzas.