“En el undécimo piso solo había un armario y una puerta corredera de cristal que se abría a un pequeño balcón desde el que se veía el edificio de enfrente, donde un hombre sentado fumaba al aire libre en camiseta y pantalón pese a ser octubre. Willem levantó una mano a modo de saludo, pero él no respondió”.
No hay lector que no recuerde algún inicio de novela, que no repita, casi a modo de refrán, las primeras líneas de Orgullo y Prejuicio o que no haya hecho suyas las ya universales primeras líneas de Ana Karenina: “todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Hay inicios de novelas que han trascendido a los propios lectores; no es necesario haber leído a Cervantes para intercalar, cuando conveniente, ese “en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” o expresar la carencia de hábitos nocturnos con aquel “durante mucho tiempo, me acosté temprano” de Marcel Proust. La entrada en el habla común o el formar parte ya de la cultura colectiva de los inicios de novelas, como también los primeros versos de los poemas –¿quién no ha dirigido alguna vez a su interlocutor los versos nerudianos “me gusta cuando callas porque pareces como ausente” o suspirado, incluso en inconsciente homenaje lorquiano, el “verde que te quiero verde”?-, es uno de los más evidentes síntomas de la centralidad, al menos para los lectores, que dichos textos han ocupado a lo largo del tiempo. Hay inicios más eruditos y otros menos, algunos se han popularizado de forma más global que otros, pero su simple presencia en la memoria colectiva indica la relevancia que esas novelas han tenido en la conformación del bagaje cultural personal y colectivo. De la misma manera que solo el tiempo determina qué obras se convertirán en clásicos, sólo el tiempo dictaminará si ese undécimo piso que abre desde lo alto las más de mil páginas de Tan poca vida se añadirá a la lista de inicios memorables. Sin embargo, son muchos los elementos que hacen presagiar que la novela de Hanya Yanagihara, finalista del Premio Booker 2015 y que en pocos días ocupará los estantes de novedades de nuestras librerías con el sello de Lumen, está llamada a contradecir su título en castellano – A little life, su título, original- y a tener una larga vida. Llega de los Estados Unidos no solo apadrinada por el éxito de los lectores, sino por la extraordinaria recepción por parte de la crítica, que no ha dudado en definirla como la novela del año. Si bien es cierto que nunca es poca la precaución ante una determinada crítica versada en adjetivos pomposos para titulares llamativos y obcecada en encontrar obras maestras cada mes, no pasa desapercibido que Yanagihara ha conseguido poner de acuerdo a los críticos norteamericanos y entusiasmar a críticos del New Yorker, habitualmente exigentes y medidos en elogios. “La subversiva genialidad de Tan poca vida”, así titulaba Jon Michaud su crítica en el New Yorker para luego afirmar que la novela de Yanagihara es “sorprendentemente subversiva” en cuanto usa los “recursos de la clase media propios de la ficción naturalista para ofrecer una perturbadora meditación acerca de los abusos sexuales, el sufrimiento y las dificultades de la recuperación”. Los abusos sexuales sobre un niño, el desamparo y la violencia física sobre un adolescente y las consecuencias psíquicas y físicas que una historia de violencia así tiene sobre el niño una vez adulto son, sin duda, elementos esenciales de Tan poca vida; sin embargo, ¿es posible definir la novela de Yanagihara solamente a partir de estos elementos?
La amistad entre hombres, la necesidad de sentirse querido y, al mismo tiempo, el miedo que suscita el amor cuando este, irremediablemente, implica también dependencia y la desconfianza, la dificultad de entregarse a otro y de creerse querido, son temas que no pueden considerarse como secundarios en esta novela que, aparentemente, contradice su propio título narrando, a partir de la figura de Jude, protagonista y centro en torno al cual gravita el resto de los personajes, la vida, desde la infancia hasta su agotamiento en la vida adulta, de una serie de personajes –cuatro amigos de los años universitarios a los cuales se añaden algunos más. “No estoy interesada verdaderamente en los abusos, peros sí, en los efectos a largo término que tienen los abusos, en particular en los hombres”, comentaba Yanagihara recientemente al periodista Tim Adams y, en efecto, la pregunta sobre cómo (sobre)vivir cuando la vida se hace insoportable es el núcleo temático a partir del cual la autora crea el universo vital de los personajes, un universo carente de coordenadas temporales, donde nada parece suceder más allá de la vida de los protagonistas. ¿Cuál es la Nueva York en la que se desarrolla la acción? ¿Es la Nueva York de después del 11 de Setiembre? ¿Es el Estados Unidos de Obama o de Bush? La autora no ofrece detalles temporales, los datos biográficos se suspenden en una desdibujada temporalidad, apuntalada tan solo por la descripción de la geografía urbana o por reminiscencias culturales de los personajes, pero no hay datos concretos: Yanagihara opta por adentrarse en el universo de sus personajes y hacer de ese universo el único existente: “quise eliminar del libro todo acontecimiento ajeno: una vez eliminas los puntos de referencia históricos de la narración, introduces al lector dentro de un tipo de espacio amurallado, en el cual no tiene otra opción que centrarse por completo en la vida interior de los personajes”. Así, durante una entrevista con Kirstin Valdez Quade, definía la autora de Tan poca vida la construcción narrativa de su novela, una narración con la que Yanagihara se aleja de toda experimentación estructural y estilística y evita todo juego metaliterario y la autoreflexión literaria tan propia del denominado postmodernismo, en pos de la recuperación de un modelo novelístico heredero del XIX basado en la construcción lineal, a pesar de los flahsbacks presentes, de una historia de personajes. En este sentido, a lo afirmado por Yanagihara en la entrevista con Valdez Quade bien podría añadirse la reflexión de Alberto Acerete, poeta, traductor y librero en Zaragoza: “La literatura se compone de historias que llegan a personas que, a su vez, arrastran historias” y, añade Acerete, la literatura se compone de “gente que ama y que no ama, que rechaza y a la que rechazan, que vota y se siente gobernada, pero gente que busca alguien que le diga, más fuerte que nada, ‘tranquilo, no estás solo’. Y eso grita Tan poca vida a cada página: ‘no estás solo. Otros hubo antes y otros habrá después’. Tan poca vida exige lectores valientes, y es difícil encontrarlos, porque te pide —y lo consigue— que le permitas cambiarte la vida”
Los libreros, los lectores de Tan poca vida
En cuanto librero, Acerete es uno de los primeros lectores de la versión castellana de Tan poca vida, novela hacia la que el poeta de Yo quiero bailar (La bella Varsovia) muestra su entusiasmo, un entusiasmo compartido con los otros libreros consultados y que ya han podido leer el texto de Yanagihara. En efecto, de la misma manera que Tan poca vida ha conseguido el aplauso unánime por parte de la crítica norteamericana, ha despertado el entusiasmo de los libreros, cuya lectura merece particular atención en cuanto, si bien sin pertenecer al ámbito de la crítica, los libreros pueden definirse como lectores profesionales en cuanto ejercen ante los clientes lectores el papel de recomendador o de prescriptor. Es el librero quien aconseja, aquel que sabe mejor que nadie qué novela necesita tal lector y qué lector es el más apropiado para determinados libros; el librero es, a la vez, un inteligente lector y un etnólogo de la lectura. Y como “etnóloga de la lectura”, Eva Cosculluela, de la librería zaragozana Portadores de Sueños, considera que “Tan poca vida tiene una dificultad a la hora de recomendarla: muchos lectores huyen de las novelas tristes (¡y esta se lleva la palma!), así que los libreros, a la hora de elaborar la recomendación, tendremos que ‘convencer’ a los clientes de que merece la pena y poner el énfasis en otros aspectos de la novela”.
Si Acerete hacía hincapié en el hecho de que la novela de Yanigahara exige lectores valientes, Cosculluela pone el acento en el proceso de convencimiento que deberá llevar a cabo el librero ante los lectores, quizás, indecisos ante una novela, cuya autora –y este es un dato significativo-, al no haber sido publicada en traducción su anterior novela, no es todavía conocida en el campo literario español. Sin embargo, exigencia y convencimiento aparte, Eva y Alberto comparten la opinión en torno no sólo al valor literario de Tan Poca vida, sino a la repercusión que la novela tendrá entre los lectores. “Creo que la novela va a funcionar mejor a corto plazo, no le va a costar tanto arrancar como a los libros de Ferrante”, sostiene Eva, para quien “la principal fortaleza de la novela es cómo la autora es capaz de transmitir los sentimientos de un personaje tan especial y tan poderoso como Jude: sus miedos, su dificultad para afrontar cosas que a cualquier persona le parecerían triviales, su férrea disciplina a la hora de prohibirse cualquier atisbo de felicidad. Es difícil contar (bien) la angustia con palabras y Yanagihara lo consigue con maestría”.

Eva Cosculluela en su librería. / Chus Marchador.
Dejando de lado las opiniones vertidas por los críticos en Estados Unidos, preguntamos a los libreros qué destacarían a nivel literario de Tan poca vida, novela que, a priori, se presenta como un gran artefacto narrativo que impacta por la osadía y pretensión que conlleva la narración de cuatro vidas a lo largo de casi cinco décadas. Mientras Eva alude a la transmisión de los sentimientos, Marta Ramoneda, de la librería La Central de Barcelona, nos comenta que “al iniciar la obra, uno queda literariamente enredado en la vida de cuatro amigos que intentan hacer su camino ahora en NY, desde la Universidad y las fiestas hasta la vertiente más oscura de la mente humana, un viaje emocional absorbente y a menudo torrencial, un viaje al centro de un devastador dolor que agota y despierta el compás de la lectura”. Por su parte, Acerete destaca el riesgo de la novela de Yanagihara: “El mercado internacional está sobradamente acostumbrado a lanzar varias novelas potentes, de construcción perfecta, cada temporada. Pero en Tan poca vida se da un paso más allá, y se asumen una serie de riesgos, que, si bien pueden resultar polémicos ante los críticos más conservadores, engrandecen notablemente el resultado y consiguen hacer de esta historia LA NOVELA, y no una gran novela más”; para el librero y poeta de Zaragoza, la actitud de la autora ante la escritura es, además, un elemento a destacar: “escoge todo aquello de lo que te enseñan a huir en las clases de escritura creativa, y lo lleva al límite, y lo sobrepasa. Hanya retoma el melodrama, pero no reproduce sus patrones, sino que los replantea y los hace explotar. Al usar el melodrama, no solo nos recuerda que lo emocional no se ha desligado para siempre de la calidad literaria (como aseguran con orgullo los círculos académicos), sino que le aporta una nueva perspectiva, replanteando las intenciones del género, pero a la vez consiguiendo lo que el género original buscaba: emocionar. Ese uso extremo de la emoción seguramente horrorizará a los puristas de lo literario y el placer intelectual”. A través de su lectura, Acerete pone en evidencia el gesto literario de Yanagihara que, en palabras del propio librero, contrasta con el carácter actual de la narrativa española: “El sistema cultural español tiene muchos puristas. Preferimos aupar novelas asépticas, que difícilmente soportarían un análisis literario de muchos de sus aspectos (construcción, desarrollo), con tramas inanes y pseudocríticas sociales. En España, últimamente, la emoción nos da mucho miedo. Todo lo contrario, a Tan poca vida. Por lo que no solo me parece un riesgo aplaudible por parte de la autora, sino también por parte de Lumen.” Si antes sostenía que Tan poca vida requería lectores exigentes, ahora Acerete subraya la posible discrepancia entre la propuesta de Yanagihara y el actual sistema literario español, discrepancia que da más valor al convencimiento de Eva de Portadores de Sueños de la necesidad de convencer al público lector. Sin embargo, ¿verdaderamente una novela que ha obtenido el aplauso y el reconocimiento unánime de crítica y lectores requiere de la seducción para su consolidación entre los lectores españoles? Marta Ramoneda nos comenta: “¿Es suficiente la amistad para encarrilar el dolor más profundo? ¿Puede el arte engullir la vida entera? ¿Cómo se articula la amistad masculina? ¿Cómo se establece la relación con uno mismo de quien ha sufrido abusos y depravación desde la infancia? ¿Sigue siendo un misterio lo que cada uno es para los demás? ¿Cómo se apoderan de uno los sentimientos de vergüenza, resentimiento y soledad? A todos puede alcanzarnos el fuerte calado emocional de esta obra, pues en Tan poca vida encontramos unos protagonistas oscilando entre la asfixia y la libertad que convocan difíciles verdades”.

M. Ramoneda. / Foto del programa L’hora del lector.
La capacidad de Tan poca vida de alcanzar a todos los lectores parece indiscutible; desde Portadores de sueños nos comentan que la novela de Yanigihara podría definirse como “una novela de conflicto, puesto que es el conflicto que Jude tiene con la vida (con la desgracia, con la felicidad, con cada pequeño detalle…) y sus contradicciones lo que vertebra la novela y lo que constituye su verdadero tema central”, definición que la librera de Zaragoza acuña para subrayar el carácter universal de lo planteado por la autora norteamericana. Sin embargo, y a pesar de este supuesto carácter universal, la pregunta sobre cómo convencer al público lector español sigue estando sobre la mesa. En Estados Unidos, no fueron ajenos a la pregunta de quiénes eran los lectores de Tan poca vida, ¿a quién se dirigía Yanigihara? En Estados Unidos, parte de la crítica se ha interrogado ante la posibilidad de inscribir la novela dentro de la narrativa LGTBI; si bien es cierto que la autora ha afirmado en más de una ocasión su voluntad de trascender las categorías sexuales, como bien apuntaba recientemente Garth Greenweell: “Yanagihara se acerca tangencialmente a los traumas colectivos que han conformado de forma pregnante la moderna identidad gay, evitando las convenciones de la narrativa del ‘salir del armario’ o de las novelas sobre el SIDA”. Para Greenweell, la novela hace hincapié ante todo en las relaciones de amistad, unas relaciones que, sin embargo, van modificando su estatuto a lo largo de la narración: la amistad no solo se transforma en indiferencia o enfado, sino también en enamoramiento. Estos vaivenes, sobre todo la constante oscilación entre la amistad entre dos hombres y el enamoramiento, hace concluir a Greenweell que no es posible prescindir de una lectura LGTBI de la novela de Tan poca vida, a la que el crítico de The Atlantic sitúa en la estela del “gran arte gay” que va de Proust a Almodóvar. “No creo que sea una novela LGTBI, por mucho que haya una relación homosexual en ella, y en absoluto creo que sea una novela que pueda ser catalogada ‘de mujeres’ o ‘para mujeres’. Si fuera así, Anna Karenina o Madame Bovary deberían serlo también”, comenta Eva Cosculluela, para quien sería erróneo encerrar Tan poca vida tras la etiqueta de “literatura LGTBI”. Algo parecido nos comentan desde la librería Nakama: situada en el barrio de Chueca, subrayan lo importante de abrir los parámetros literarios y no reducir los lectores de literatura a partir de las temáticas planteadas. “Cuando uno lee Tan poca vida, uno descubre que no se le da mayor importancia al hecho de si los personajes se acuestan con personas de un sexo u otro, sino que en él se prioriza y describe un discurso de igualdad muy potente y útil: al final, si prescindimos de las etiquetas, todos estamos expuestos a las mismas inclemencias vitales. No restringir un texto a una etiqueta, aunque pueda afearse esa forma de no-reivindicación, hace, sin embargo, que el discurso disponga de un posible público más amplio. Y después de todo esa amplitud de público puede resultar mucho más ventajosa para el discurso de género, pues va a calar en muchos más lectores. Que hay personajes gays, unos cuantos. Heteros también. Pero, al final, lo más celebrable del libro es que, viniendo de una sociedad como la norteamericana, haya funcionado tan bien —y haya abierto tantas mentes— un libro en el que, pese a todos los horrores, uno aprende que todos amamos igual, todos tenemos los mismos miedos, y todos buscamos las mismas seguridades y los mismos afectos”.

El librero, poeta y traductor, Alberto Acerete.
Las lúcidas palabras de Acerete, quien no pone en duda el posible debate en torno a la literatura LGTBI y a su definición, no sólo invitan a una lectura de Tan poca vida más allá de las restricciones genéricas, no sólo –y en perfecta sintonía con Eva Cosculluela- leen la novela de Yanagihara desde una óptica universalizante que no entiende la identificación por parte del lector entre él mismo y el personaje, sino que sitúan Tan poca vida en una constelación literaria que trasciende parámetros temporales, geográficos o genéricos: para Ramoneda “una obra de un alcance semejante” a Tan poca vida “-la depravación, la carga sexual, las adicciones, el sometimiento, las ansias de libertad- pero de factura más brillante y con mayor carga irónica y resonancias cultas, sería a mi entender la serie llamada Novelas de Patrick Melrose escritas por el aristócrata inglés Edward St. Aubyn (es una pena que no se lea mucho más). Para Cosculluela, en cambio, “la primera parte de la novela, que se centra más en la relación de los cuatro amigos y en su época más joven, me recordó a Canciones de amor a quemarropa, de Nickolas Butler (Libros del Asteroide), una magnífica novela. Inevitablemente lleva también a El grupo, de Mary McCarthy (Tusquets). Por otro lado, la vida de Jude (el verdadero tema central de la novela, más que la amistad o el amor) es muy ‘dickensiana’. Y la novela en conjunto me recuerda también a El jilguero, de Donna Tart (Lumen) en cuanto a que las dos hacen una crónica de la vida completa del protagonista, marcada también por las desgracias”. En consonancia con Eva, Acerete considera que “del catálogo reciente de Lumen, quizá la voluntad dickensiana, y el uso de Nueva York como telón de fondo, acerquen Tan poca vida a El Jilguero de Donna Tartt”, y añade que Yanagihara puede emparentarse con el “Franzen menos académico” así como con “la Zadie Smith de Sobre la belleza” y con “Chimamanda Ngozi Adichie o Rohinton Mistry”.
Decía María Zambrano que “un libro, mientras no se lee, es solamente un ser en potencia, tan en potencia como una bomba”; de la mano de algunos libreros, Tan poca vida ha dejado der un ser en potencia para convertirse en una novela viva, en una bomba que ya ha estallado. Para los libreros, así como para los lectores Norteamericanos, Tan poca vida no sólo es un libro que no merece permanecer en estado de latente potencia, sino que es un libro que, una vez estallado, no deja incólume al lector, que se ve arrastrado emocionalmente a partir de una narración que tiene como principal mérito, más allá de la coherente y unificada construcción de una historia de múltiples personajes e innumerables vidas entretejidas sin que en ningún momento Yaganihara deje cabos sueltos o elementos innecesarios, la reelaboración del género melodramático, en el replanteamiento de la tradición del Bildungsroman y en el rechazo de todo planteamiento autorreflexivo –la presencia del arte pictórico y fotográfico en la novela de Yanagihara, de hecho, no responde a una reflexión en torno al arte y su relación con la literatura, sino a la indagación personal de los propios personajes al verse “reflejados” en el arte.