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Antonio Orejudo, 06/07/2017

 

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Imagen: Luis Sevillano

“Estoy un poco harto de la cultura como una balsa de aceite”

Una novela glosa, así le gusta definir a Antonio Orejudo Los cinco y yo (Tusquets), una novela donde la famosa serie de Los cinco sirve como texto base para construir una historia tan irónica como dura en sus juicios sobre una generación, la del propio Orejudo, marcada por la pasividad. Se trata de aquella generación nacida pocos años después de la Transición, una generación que vivió a remolque de “los hermanos mayores” y que, ahora, en el presente ya no tiene edad para llevar a cabo ese sorpasso generacional, que están llevando a cabo las generaciones más jóvenes. Sin melancolía y con una mirada extremadamente crítica, Orejudo dispara contra los de su tiempo y, en primer lugar, contra sí mismo. Si el mundo universitario había sido ya objeto de sus “disparos”, ahora lo es el escritor en tanto que representante de la institución literaria, una balsa de aceite donde urge un debate de ideas, una revisión del canon y el abatimiento de los santones.

¿Podríamos definir Los cinco y yo como una novela glosa, es decir, como una novela que se construye a partir de la glosa de otros textos? 

Claro que sí, sin duda. De hecho, una de las cosas de las que más orgulloso estoy es de haber encontrado un marco retórico que me haya permitido una escritura libérrima. La glosa me permite una escritura muy libre, donde cabe una diversidad de tonos, de episodios y de tiempos. Yo quería poder irme del presente al pasado, del pasado al futuro, del futuro al recuerdo, del recuerdo al chiste y del chiste a la reflexión sin tener que dar ninguna explicación. Y esto es posible porque la novela es una glosa, porque lo que yo hago es glosar una representación. No es algo que yo me haya inventado, es lo que en el renacimiento se llamaba la silva o la epístola y ambas permiten desarrollos completamente libérrimos.

Ahora que mencionas el género de la epístola, en la entrevista que te realizó Luis Magrinyà subrayabas la influencia de las epístolas de Petrarca por el trato narrativo que el autor da a su supuesta sinceridad.

Sí, Petrarca, que a mí me parece un poeta fascinante, es un modelo, no tanto por las epístolas en sí mismas, aunque éstas permiten genéricamente ese desarrollo libre que comentaba, sino por el trato narrativo de su sinceridad. Todas las informaciones que conocemos de Petrarca y, por tanto, todas sus biografías se han construido a partir de sus numerosísimas epístolas y se han construido con esa ingenuidad que algunas veces sorprende, incluso en nuestros críticos o académicos, es esa ingenuidad que lleva a pensar que el texto literario es un texto fiable a la hora de establecer “la verdad”. Las epístolas de Petrarca, a pesar de su tono y ese aire de confesión que tienen, son cartas muy trabajadas, redactadas y vueltas a redactar, cuyo orden cronológico se respeta… Petrarca es un tipo que se estaba construyendo a sí mismo para la posteridad y, por tanto, está decidiendo qué Petrarca quiere que llegue a los pósteres. Y, sin embargo, nosotros caemos en la trampa y creemos en su sinceridad.

El género de la glosa, además, desmonta toda posible lectura autobiográfica o autoficcional de tu novela. 

Sí, es cierto, pero es que parece que no hemos leído nunca literatura. Parece que hayamos nacido ayer. No tenemos ninguna dificultad en considerar el yo de las canciones de Julio Iglesias o de Bisbal, por irme a lo más hortera, como un yo distinto al del cantante. Es decir, no tenemos ningún problema metodológico en distinguir entre el Julio Iglesias con NIF tal y ese yo que aparece en sus canciones y, sin embargo, en los últimos tiempos, con este rollo de la autoficción, caemos en la trampa y a los lectores les cuesta mucho realizar una distinción entre ese personaje que se llama yo y el autor. A veces pregunto qué pasaría si ese personaje en lugar de llamarse yo se llamara John, ¿quién sería? Pues sería lo mismo, un personaje. Evidentemente el yo tiene información que los lectores actuales identifican conmigo, pero si el libro se publicara en China nadie me reconocería y, por lo tanto, ese yo se leería de una manera más pura, como un personaje de ficción, que es como creo que debe leerse siempre el yo en la literatura, sea en poesía sea prosa. Hay que tener en cuenta, además, que la novela siempre ha intentado hacerse pasar por historia real y ha buscado siempre recursos retóricos de diferente pelaje con el fin de suplantar a la historia.

El problema es que, en España, los estudios de filología han estados impregnados por un biografismo decimonónico.

Naturalmente. No sólo cuando yo estudié filología en la Universidad, sino que todavía hoy en día hay una línea supersticiosa que va de la vida de la persona física y jurídica al personaje literario. Yo cuando les explico la poesía del siglo de oro a mis estudiantes, siempre les digo que Garcilaso podía estar enamorado o desenamorado, pero les añado que esto no nos interesa, porque no está presente en el texto. El texto literario funciona mal si nosotros, los lectores, tenemos que salir de él para poder entenderlo; el texto funciona con lo que hay en él o no funciona. Sin embargo, sigue habiendo una necesidad en todos los lectores de buscar o de sentir detrás de la página un ser humano.

Centrándonos más en Los cinco y yo, eliges la figura del escritor como personaje principal de la novela, algo común a muchos autores contemporáneos. Pienso en Rodrigo Fresán, que, además, fue uno de los primeros en hablarme de tu novela.

La figura del escritor la tenemos muy cerca todos los escritores y esto que parece un chiste no lo es. Nos resulta fácil que un escritor sea el protagonista de nuestra novela porque es un ser que sabemos cómo construirlo, sabemos cómo reacciona. Por citar a otro personaje de mi novela, nos resulta más fácil crear un escritor que un empleado de una farmacéutica. Además, en época de crisis de las instituciones en general y de la institución literaria en particular, la literatura tiende a replegarse sobre sí misma en un movimiento reflejo casi defensivo. La literatura se vuelve hacia sí misma, se cuenta y se mira un poco el ombligo. Te confieso que yo lucho contra esta idea de literatura y me he hecho el firme propósito de que nunca más los escritores protagonicen mis novelas.

 

Este replegarse hacia sí misma de la literatura, en tu caso, es un replegarse irónico, puesto que desmitificas la figura del escritor, poniendo en cuestión lo vocacional y puro de la creación literaria.

Efectivamente. En las novelas protagonizadas por escritores, esto que se ha dado por llamar “autoficción”, normalmente los escritores siempre quedan bien. Si echas un vistazo a las cosas que he escrito, en todas ellas hay como una especie de mira desde donde disparo; yo me considero un poco francotirador y disparo contra ciertas cosas. Después de haber disparado contra mi alrededor, no me quedaba otra que disparar contra mí. Y en Los cinco y yo lo que hago es ponerme a mí mismo en el punto de mira. Y no se trata de un postureo, creo que el escritor que protagoniza la novela está más cerca del escritor real de cuanto lo están esos escritores a los que les duele España, que tienen un perfil como regeneracionista… Eso sí que me parece un postureo.

Si en Un momento de descanso disparabas contra el sistema universitario, aquí no sólo disparas contra ti mismo, sino también contra el sistema literario o contra algunos de sus clichés.

Eso lo hago siempre. Tengo una relación de amor/odio con todo lo que tenga que ver con la literatura y el escritor. Y sí, efectivamente, en Los cinco y yo disparo contra el escritor, disparo contra mí mismo, disparo contra mi generación y disparo, probablemente, contra la edad adulta. No quiero decir que disparo contra la condición humana puesto que suena muy rimbombante, pero en la novela sí hay un deseo bastante explícito de desmontar el hecho literario.

Te muestras muy crítico, puede que excesivamente crítico con tu generación, de la que dices que fue muy joven para participar en la Transición y es mayor para participar en el relevo generacional de hoy.

Al escribir Los cinco y yo estaba preocupado por dos cosas: primero, no quería hacer una novela nostálgica, que para mí era como la peste de la que tenía que huir a toda costa y, segundo, quería evitar caer en algo que caen muchos escritores cuando hablan de su generación y de su tiempo: considerar el propio tiempo y la propia generación como el centro de algo. No sé si me he pasado de frenada, pero sí es cierto que no tengo una muy buena opinión del grupo humano que formamos. No sé si estrictamente hablando somos una generación, pero sí que creo que hay un grupo humano reconocible, que era muy joven cuando hubo esa corriente de euforia colectiva que se llamó Transición y que era muy viejo cuando hubo esa otra corriente de euforia colectiva alrededor del 15M. Y a los hechos me remito: aunque yo tenga diferencias ideológicas con ambas corrientes, el grupo de gente que las han llevado a cabo han hecho cosas. Y si algo echo en cara a mi generación y a mí mismo es haber renunciado a participar, a construir, a tener un papel preponderante. Cuando presento una novela, suele levantar alguien la mano diciéndome que soy muy duro con mi generación, que mi generación también ha contribuido con los impuestos a construir la democracia… No lo niego, pero los de mi generación nacimos cuando nacimos y esto nos ha dirigido hacia una actitud que yo identifico con la inactividad y la pasividad.

Sin embargo, esa generación anterior a la tuya ha pasado de participar en la Transición a ocupar el espacio institucional, sentando cátedra y sintiéndose legitimados para dirigir la opinión pública.

Sí, es cierto, pero ahora empieza a haber una rebelión contra ello, una rebelión que deberíamos haber iniciado nosotros, los de mi generación. Y esta es una de las críticas que yo me dirijo a mí y a los de mi generación, porque fíjate que esta rebelión se ha iniciado ahora, cuando se está produciendo ese cambio generacional al que nosotros no hemos contribuido. Este cambio generacional, este derribar estatuas y santones, se está produciendo de la mano de tu generación, que es la que está tomando, poco a poco, el poder y se enfrenta a los que hasta el momento han sido los santones de la crítica, de la literatura y de la política. Me parece muy significativo que Pablo Iglesias, cuando interpela a sus mayores, siempre pasa por encima del presidente que representaría mi generación, que es Zapatero. Iglesias siempre interpela a Felipe González, él considera que a quien tiene que matar es a González y este gesto, muy evidente en política, se reproduce en todos los campos, incluido el de la literatura.

En defensa de tu generación, podría decirse que se volcó en la construcción de una obra literaria y dejó de lado la vida pública o la política.

Sí, lo que pasa es que no estoy muy seguro si fue por honestidad o por esa inacción que te he comentado antes. En cualquier mundo, también en el literario, medrar requiere un cierto esfuerzo: hay que asistir a determinados lugares, hay que hablar con gente, hay que tener una actitud complaciente, reír gracias… no todo el mundo nace para esto y es cierto que los de mi generación hemos renunciado a la esclavitud que requiere el medro literario. Nosotros jamás nos hemos reunido alrededor de un maestro, ni siquiera alrededor de una estética o una idea. Entre los que se reunían en Velintonia en la casa de Aleixandre y lo más parecido a eso, la generación Nocilla –habría mucho que discutir, pero en los nocilleros se ve un cierto movimiento estratégico de gente que se reúne alrededor de algo, más allá de si ese algo tenga sustancia o no, ahí no voy a entrar- hay un vacío total de movimientos estratégicos, de unión o de búsqueda de denominadores comunes. La mía es una generación de tipos individualistas, cada uno de los cuales ha buscado, en términos muy mercantilistas, su nicho de negocio. En alguna ocasión he escrito sobre el panorama de la literatura de mi generación y he comentado que lo más similar a ese panorama es un estand de yogures: cada yogurt con su sabor, con sus características.

Y, ¿a qué se debe esto?

Esto se debe al hecho de que desde niños nos han enseñado a ser singulares. Éramos un montón de tías y de tíos que aprendimos desde niños que la única manera de sobrevivir es la búsqueda de la propia singularidad.

Como se narra en Los cinco y yo, tu generación tuvo que aprender a sobrevivir en un escenario de paro, lo que llevó a muchos, tal y como sucede hoy, a irse del país para encontrar trabajo.

Yo soy ejemplo de ello. Cuando yo terminé la universidad en el ’86, había un 25% de paro y al frente de la máquina estaba Felipe González. Yo no me marché a Estados Unidos porque la universidad de Harvard requiriera de mi inteligencia, yo me marché a Estados Unidos porque no había otra posibilidad. Conseguí una beca y me fui y, como yo, muchísimos compañeros. Alguna vez me indigna eso que se dice en los medios de que es una lástima que lo mejor de España se tenga que marchar… No es algo de ahora, es una constante en este país. Yo desde que tengo uso de razón he vivido un paro insoportable, sobre todo entre los que hemos estudiado este tipo de disciplinas que no tienen una aplicación práctica y una rentabilidad económica inmediata. Yo no he conocido nunca la abundancia.

 

El mundo de las letras es descrito en tu novela desde una perspectiva de clase: el trabajo de campo que el catedrático García Berrio rechaza por no ser “propio” de su estatus es ofrecido a los dos jóvenes escritores, Reig y Toni.

Hay trabajos que ciertos profesores y ciertos catedráticos no van a realizar, ni por la calidad del trabajo ni por lo que se paga por realizarlo. Esto es algo muy capitalista: lo que desprecia el rico son las migas que nos comemos los enanos que estamos a su alrededor. Sin embargo, tanto el personaje Reig y el personaje Orejudo, que recogen esas miguitas, son tan insensatos que lo tiran por la borda, porque se creen genios. Son como García Berrio, no tienen la humildad necesaria para ver que ese trabajo sobre la literatura en Castilla La Mancha efectivamente no va a cambiar el rumbo de la crítica, pero les podría servir como primera piedrecita para el futuro.

La búsqueda de la novela capaz de revolucionar la narrativa española y la conciencia de no ser capaz de escribirla hace que Toni decida dejar momentáneamente la creación literaria y realizar una tesina en la universidad. 

A mí Toni me parece un insensato, pero este gesto que comentas me parece lo más sensato que hace. Creo que, si alguien tiene ambiciones literarias, aunque se podría aplicar a todos los efectos de la vida, la única manera de empezar es teniendo una visión amplísima y ambiciosa, siendo consciente de que, si uno quiere llegar al 10, se quedará en el 7. Si uno decide escribir, tiene que hacerlo con desparpajo y no tiene que medirse con sus contemporáneos, sino que tiene que medirse con los grandes escritores que él o ella admira. Esto que puede parecer una actitud algo soberbia, es todo lo contrario, es la única actitud posible: hay que medirse con los grandes, no con el compañero de letras que publica.

¿Hay que tratar siempre de matar al maestro?

Claro, hay que matar al padre. Esta es una actitud muy propia del Renacimiento: Garcilaso de la Vega no competía con sus contemporáneos, él quería competir y superar a los poetas latinos con los que había aprendido a leer y a escribir. A mí me parece que uno que decide escribir debe ir con estas pretensiones.

En tu novela, la conciencia del querer ser escritor está muy ligada a lo que tú llamas lectura preliteraria. ¿Qué entiendes por lectura preliteraria?

La lectura preliteraria es algo que sucede una vez y no vuelve a suceder. En mi caso, sucedió con mis primeras lecturas. Como creo que se dice en la novela, lo más parecido a la lectura preliteraria es la experiencia de los videojugadores, sobre todo ahora que los videojuegos han adquirido un realismo tan grande que uno entra de lleno en esas ficciones. Cuando empecé a leer no era consciente de que ese objeto que me hacía disfrutar era la creación verbal de alguien. Para mí el nombre que aparecía en la cubierta del libro no significaba nada. Solo algún tiempo después me di cuenta de que aquello que me hacía disfrutar había sido escrito por alguien y yo dejé de querer ser como uno de los personajes, para querer ser como aquel que ha escrito el libro. Este paso es crucial. La mayor parte de los lectores mantienen relaciones con los personajes y algunos de estos lectores dan un cambio en un momento de su vida lectora y descubren que lo que quieren ser es el autor. Así nace el escritor. Los lectores que, sin embargo, siguen manteniendo relación con los personajes son los que son puramente lectores, no escritores.

¿La lectura preliteraria depende del lector o de la obra? Es decir, ¿la lectura preliteraria está asociada a lecturas juveniles como Los cinco?

No, la experiencia preliteraria no depende tanto de la obra como de la naturaleza del lector. Por esto te decía que es algo que sucede una sola vez. La lectura preliteraria requiere una cierta inocencia, la inocencia de ignorar que lo que tienes entre manos es un artefacto verbal, un orden de palabras establecido por alguien que ha conseguido ofrecer esa impresión de cercanía, de profundidad… Superar la lectura preliteraria es darse cuenta de que no hay nadie detrás de la página, es darse cuenta de que solo hay un orden de palabras. Poniéndonos algo cursis, la lectura preliteraria es ignorar que ese puñetazo en el estómago no te lo da un ser humano, te lo da un orden de palabras.

En una ocasión comentabas que la novela había perdido fuelle, que había una desconexión entre lectores y obras publicadas. 

Ni la literatura ni la figura del escritor tienen hoy el glamour o el prestigio que tenían cuando yo decidí dedicarme a esto. Y lo que también detecto es que hay una contradicción entre lo que se sigue considerando literatura, es decir, el canon vigente, impuesto por la generación a la que yo llamo “mis hermanos mayores” y lo que realmente se publica y lee la gente. Hay una necesidad imperiosa de sustituir el canon literario y esta misión, que hubiera sido la nuestra, nosotros, mi generación, la hemos dejado de lado. Nosotros no hemos impuesto un canon alternativo, sino que hemos comulgado con el que nos imponían “nuestros hermanos mayores”.

¿Es, por tanto, necesario deconstruir la idea de canon vigente y proponer otro?

La sustitución de un canon por otro es el devenir de la historia literaria. Esto se debe producir y se producirá y para ello irá acompañado de una deconstrucción del anterior. Yo, que ya estoy un poco harto de la cultura como una balsa de aceite, creo que, de algún modo, esta deconstrucción se está produciendo; la última manifestación de esto se vio el otro día con Javier Marías criticando a Gloria Fuertes y la jauría de las redes echándose sobre él. Más allá de la justicia o injusticia de los juicios, lo del otro día es una manifestación de lo que se tiene que producir siempre: alguien criticando un canon, alguien proponiendo otro, alguien cuestionando la autoridad de alguien para cuestionar…

¿La escena literaria ha sido por demasiado tiempo una balsa de aceite?

y precisamente por esto critico mi generación. En lugar de tirar piedras a la charca de la cultura, nosotros decidimos bañarnos en ella y tratar de disfrutar. A eso que llamamos cultura de la Transición hemos contribuido nosotros, que hemos preferido esperar a que llegara nuestro turno antes que plantar cara. La cultura tiene que ser una guerra, una guerra incruenta, una guerra estética, donde los valores estéticos heredados se pongan en cuestión y donde se propongan nuevos valores, más representativos con la nueva generación que llega.

 

Por  Anna Maria Iglesia

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